Los bienes materiales
La liturgia de hoy supone una profundización sobre el doble mandamiento del amor, ya que es sin duda la plenitud de la ley divina (oración colecta) y el salvoconducto para entrar en la “morada eterna”. Las lecturas dirigen nuestra atención hacia los bienes materiales y de cómo éstos suelen favorecer más al egoísmo personal que a una vida de generosa entrega por los demás.
El profeta Amós critica con vigor la actitud egoísta del que busca su propio beneficio, aún en perjuicio del otro, en lugar de buscar la justicia y la verdad. Dios no tolera en absoluto esto, guardándolo en su memoria: “No olvidaré jamás ninguna de sus acciones” (Am 8,7).
En la parábola evangélica, Jesús alaba la sagacidad del administrador injusto; pide el Señor que los hijos de la Luz (sus discípulos), actúen con idéntica sagacidad, analizando profundamente, siendo previsores y comportándose consecuentemente. El discípulo ha de preocuparse por ser acogido en la morada eterna, por tanto su interés habrá de dirigirse no tanto al futuro inmediato, el terreno, sino el situado más allá de la muerte.
Este futuro se gana con la actuación en el presente; por ello, los discípulos han de usar los bienes terrenos de modo inteligente, procurándose con ellos los amigos oportunos que le abran las puertas del Reino. Quien reconoce a Dios como Señor, lo reconoce también como Señor de todos los bienes y comprende que él nunca podrá ser dueño absoluto, sino tan sólo administrador.
Como administradores debemos probar a través del uso de los bienes nuestra relación con Dios. Los bienes terrenos no están destinados a ser consumidos de modo egoísta, sino de acuerdo a la voluntad divina, esto es, empleándolos como expresión de amor concreto al prójimo.
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(P. Antonio José Guerra Martínez)
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