El fracaso de Jesús de Nazaret
En medio de su familia y en su propia ciudad sufrió Jesús su primer fracaso. San Juan sugiere que este rincón perdido en las colinas de Galilea era despreciado y Natanael se extraña al saber de dónde venía el Mesías: “De Nazaret puede salir algo bueno?” (1, 46) Los arqueólogos sostienen que habría unas veinte casas. Este fracaso, a los ojos de san Marcos sólo confirma la misión del Mesías, pues los profetas más grandes del Pueblo de Dios sufrieron la oposición de sus paisanos.
Durante los cinco primeros capítulos de este evangelio, la misión se anunciaba fulgurante: Jesús se hace con los discípulos y con las multitudes numerosas que lo seguían. Todavía ayer, al borde del lago, resucitó a la hija de un jefe de la sinagoga, después entró en el pueblo donde creció. Pero en lugar de acogerlo con alegría, los suyos se ofuscaron y lo rechazaron. San Marcos escribe que estaban escandalizados o profundamente impactados por su causa.
Todos van un día y otro a exigirle milagros como condición previa a la fe: “Muéstrame un milagro y creeré en el Mesías.” El evangelio, por el contrario, hace de la fe la condición del milagro: es un don gratuito que representa y confirma la liberación en los y en las que han creído.
Así Jesús libera a la que le tocó el manto: “Hija mía, tu fe te ha salvado; vete en paz pues estás curada de tu mal” (Marcos 5, 34). De igual manera, cura a un enfermo llevado por la comunidad por la fe (2, 5). Pero rechaza todo signo a los fariseos incrédulos (8, 11-12) y no hace milagros donde no hay fe.
El rechazo de la fe aparece más a menudo en la segunda fase del ministerio de Jesús. No es raro acusar hoy a los cristianos: “No dan ya bastantes retiros ni enseñanza religiosa”. Pero cuando Jesús en persona daba la misma enseñanza en su propio medio rural de antes, estaba lejos de convencer a todo el mundo.
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P. Felipe Santos SDB
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