Liberarse para buscar a Dios
A medida que Jesús avanza a Jerusalén, su mensaje se hace más preciso. Estamos en el corazón del Evangelio: la Pasión y la Cruz y la vuelta de Cristo como telón de fondo. Vimos el domingo anterior que un día la abundancia de las riquezas no servirá de nada. Leemos hoy tres parábolas sobre la espera, y luego sobre la vuelta del Maestro en el momento fijado.
Jesús quiere librar a sus discípulos de muchas preocupaciones, pero no para que vivan holgazanes y perezosos. San Pablo comprenderá bien este mensaje: “Poneos, por amor, al servicio los unos de los otros.”
¿Pero cómo llegar a ello? En san Lucas, la adhesión del corazón a Dios y a su Reino pasa por la pobreza, por el desprendimiento efectivo de los bienes del mundo visible. La riqueza se opone, como alternativa, al amor de Dios y a la acogida de su Reino. Por consiguiente: “vended lo que tenéis y dadlo como limosna.”
En el Antiguo Testamento, la limosna era una de las grandes prácticas de la piedad judía, al igual que el ayuno y la oración. El egoísta, que sólo trabaja para instalarse en el mundo actual, tiene pocas oportunidades de acceder a las retribuciones del Creador, pues la limosna es la llave del corazón de Dios. Ezequiel escribió (18, 5-9): “El hombre que da su pan al que tiene hambre y ropa al que está desnudo... un hombre así es verdaderamente justo, vivirá, dice el Señor.” Y el autor del libro de los Proverbios (28, 27): “Dar al pobre, no es privarse, sino la maldición al que ni siquiera lo mira.” Vender lo que se tiene, distribuir sus bienes, es sobre todo dejar pasar el Reino de Dios ante todo.
Hay que liberarse del apego al propio provecho personal con vistas a construir el Reino de Dios. Como la vida eterna, este Reino no es una conquista, es un don gratuito ante el que hay que abrir el corazón.
Hay que dar cuentas de la propia gestión. San Lucas, cuando escribe esto, va derecho a los sumos sacerdotes y jefes religiosos de Israel que condenaron a Jesús.
También piensa en los numerosos jefes de Iglesias establecidas de edad en edad. De hecho, todos los discípulos son responsables de su misión.
Por el Evangelio, conocen bien los deseos de su Maestro, Dueño, y deberán responder de sus acciones con motivo de su vuelta.
(Padre Felipe Santos SD)
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