¿Desolación o Esperanza?
Necesitamos, y de una vez por todas, que el paraíso que se nos oferta o vende, lo podamos alcanzar sin más engaños ni dilación. Pero, cuando miramos a nuestro alrededor: cuánto profeta –de cuarta y de quinta– que nos hacen soñar con un olimpo tan inmenso que, cada día que pasa, sentimos que está más y más lejos.
Bienvenido sea Juan Bautista. Aquel, en cuyos labios, sonaron con fuerza las Palabras del Señor: “preparad el camino”. Aquel que, no teniendo nada, poseía lo más importante para seguir adelante: ilusión, esperanza e ideales. Sabía que, aquello que anunciaba, estaba a punto de cumplirse. Su persuasión, intuición, radicalidad, capacidad, sobriedad y penitencia habían merecido la pena. Disfrutaba avanzando por los caminos del Señor y, además, gozaba siendo guía de los hombres y mujeres que querían encontrarse con el Salvador. ¿Qué era un tanto extraño? ¡Qué hombre de Dios no es un poco o un tanto original!
Bienvenido sea Juan Bautista. El que no se andaba con componendas. Aquel que, sabiendo lo que predicaba, sabía muy bien que se la jugaba. Dio testimonio de palabra y de obra. No se conformó con frases más o menos sueltas, más o menos sonantes. Su vida fue un clamor en medio del desierto. Quería corazones bien dispuestos para Dios. Pretendía ojos que vieran la salvación del Señor. Y, si alguno quería verlo y escucharlo, en el desierto es donde se mejor se le encontraba. Juan huía del ruido de la ciudad. De todo aquel montaje que los hombres se habían construido. Lo que ofrecía era puerto seguro: ¡Dios era la salvación!
En el Adviento, la voz de Juan, da sonido y sentido a la Palabra. ¡Ya sabemos que él no era la Palabra! Pero, con Juan, esa Palabra se acoge mejor. Sabemos cómo y dónde sembrarla. Con él, con Juan, todos estamos llamados a ser testigos de la misión del Señor. A preparar sendas y cañadas para que, el mundo, pueda abrirse a Dios.
Ante la Navidad podemos escoger dos caminos. El de la esperanza o el de la desolación.
El de la esperanza es aquel que cultiva a Dios en el fondo de cada persona. El horizonte que necesitamos para mirar con más luz y hasta para trabajar con más ilusión. La esperanza, a un cristiano, es lo que el aceite a un motor: precisamos de ella para que todo nuestro engranaje cristiano, lejos de chirriar, siga estando vivo y operativo hasta el día en el que el Señor se presente ante nosotros.
Por el contrario, el camino de la desolación, es la sombra solitaria de cada persona. La Navidad que llama a nuestra puerta, quiere de nosotros asignaturas resueltas o frutos que son consecuencia de la verdad de nuestra fe. ¡Cuánta desolación fruto del hombre que se empeña en progresar y pensar al margen de Dios! ¡Cuántas soledades consecuencias del cerrazón del ser humano cerrado a un Dios que viene humanado!
Que el Señor, en domingo de adviento, nos ayude a rectificar aquellos senderos que están un tanto retorcidos en nuestra forma de pensar, vivir o existir. Que el Señor, en este tiempo de adviento, nos ayude a reformar aquellos puntos que sean necesarios para que, cuando Él venga, podamos presentarle un edificio espiritual irrefutable, limpio, convertido y volcado totalmente a su voluntad.
(P. Javier Leoz)
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