jueves, 17 de diciembre de 2020

MEDITACIONES DE ADVIENTO - 17 DE DICIEMBRE



 Meditaciones de Adviento


Yo te he establecido para que seas luz de las naciones hasta los extremos de la tierra (Is.  42, 6).

Considera como el Eterno Padre dijo a Jesucristo en el instante de su concepción estas palabras: Hijo, yo te he dado al mundo por luz y vida de las gentes, a fin de que procures su salvación, que estimo tanto como si fuese la mía.

Es necesario, pues, que te emplees todo en beneficio de los hombres. Es por lo mismo preciso que al nacer padezcas una extremada pobreza, para que el hombre se haga rico. Es menester que seas vendido como esclavo, para que adquieras al hombre la libertad; y que como tal esclavo seas azotado y crucificado, para satisfacer a mí justicia la pena debida por el hombre.

Has de dar la vida por librar al hombre de la muerte eterna. En suma, sabe que no eres más tuyo, sino del hombre. De esta manera, Hijo mío, este se rendirá a amarme y a ser mío, viendo que le doy sin reserva a Ti mi Unigénito, y que nada más me resta que darle. 

Así amó Dios al mundo: que le dio su Unigénito. 

¡Oh amor infinito, digno solamente de un Dios infinito, quien de tal modo amó al mundo que dio su Unigénito!

A esta propuesta Jesús no se entristece, sí que se complace en ella, la acepta con amor y se regocija. Desde el primer momento de su encarnación Jesús se da también todo al hombre, y abraza con gusto cuantos dolores e ignominias debe sufrir en la tierra por amor del mismo. Estos fueron, dice san Bernardo, los montes y colinas que debía atravesar con tanta presura y fatiga; cual nos le representa la Esposa cuando dice: Ved a mi amado, que viene saltando por montes, atravesando collados (Cant. 2, 8)

Pondera aquí como el Padre Divino enviando el Hijo a ser nuestro Redentor, y poner la paz entre Dios y los hombres, se ha obligado en cierto modo a perdonarnos y amarnos por razón del pacto que hizo de recibirnos en su gracia; puesto que el Hijo ha de satisfacer por nosotros a la Divina Justicia. A su vez el Verbo Divino,  habiendo aceptado el encargo del Padre, el que (enviándolo a redimirnos) nos lo daba, se ha obligado a amarnos, no ya por nuestros méritos, sí por cumplir la piadosa voluntad del Padre.

(San Alfonso María de Ligorio)

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