Meditaciones de Adviento
Considera las cuatro fuentes de gracias, que nosotros tenemos en Jesucristo contempladas por san Bernardo. La primera fuente es de misericordia, en la que nosotros podemos lavarnos de todas las suciedades del pecado. Está fuente se formó para nosotros con lágrimas y con la sangre del Redentor; el que, como dice san Juan, nos amó y nos lavó de nuestros pecados en su sangre.
La segunda fuente es de paz y consuelo en nuestras tribulaciones, pues el mismo Jesucristo nos dice: “Invócame en el día de la tribulación y yo te consolaré.”
Quien pruebe las aguas de mi amor desdeñará para siempre las delicias del mundo, y se satisfará enteramente después, cuando entrare en el reino de los bienaventurados; pues que el agua de mi gracia le elevará de la tierra al cielo.
Así también la paz, que Dios de a las almas que le aman, no es la que ofrece el mundo en los placeres sensuales, que dejan en el alma más amargura que paz.
La que Dios da, sobrepuja a todos los deleites de los sentidos: ¡Dichosos, pues, los que desean esta fuente divina!
La tercera fuente es de devoción. ¡Oh! ¡Y cómo se hace devoto, y pronto a ejecutar las voces de Dios, y crecer siempre en la virtud, quien a menudo medita cuánto ha hecho Jesucristo por nuestro amor! El será como el árbol plantado en la corriente de las aguas.
La cuarta fuente es de amor. Quien medita los padecimientos y las ignominias de Jesucristo sufridas por nuestro amor, no es posible que deje de sentirse inflamado de aquel fuego santo que ha venido a encender en la tierra; según aquellas palabras de David: En mi meditación se inflamará el fuego.
Con lo que va dicho se verifica cumplidamente que el que se aprovecha de estas dichosas fuentes que nosotros tenemos en Jesucristo, sacará siempre de ellas aguas de gozo y de salvación.
(San Alfonso María de Ligorio)
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