El árbol y el campesino
El mal ha entrado en el mundo por la puerta del egoísmo humano, que es negación del amor y búsqueda desenfrenada del propio bienestar. Cada día puedes empezar a ser generoso en pequeños gestos. Con la práctica se te irá abriendo el corazón, descubrirás la alegría de dar y comprobarás, maravillado, que recibes mucho más de lo que das.
En el campo de un labriego había un árbol que no servía más que de refugio a los gorriones y a las chicharras ruidosas. El labrador, viendo su inutilidad, se dispuso a talarlo y descargó contra él su hacha. Los gorriones y las chicharras le rogaron que no lo quitara porque era su albergue y en él podrían seguir cantando y agradándole a él mismo. Mas sin hacerles caso, le asestó un segundo golpe, luego un tercero. Rajado el árbol, vio un panal de abejas y probó y gustó su miel, con lo que guardó el hacha, apreciando y cuidando desde entonces al árbol con gran esmero (Esopo).
Antes de buscar el beneficio personal, pregúntate, ¿qué puedo compartir hoy? En lugar de querer poseer empezarás a donar, guiado por el deseo de ayudar a satisfacer las necesidades de los otros. Cada uno tiene algo para compartir. Dinero, talento, tiempo o una simple oración. La generosidad nos pone en sintonía con nuestra semejanza divina. Ánimo, inténtalo.
* Enviado por el P. Natalio
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