Aguas de locura
Muchas veces, por temor a la soledad solemos unirnos a los demás, aun cuando nos damos cuenta que sus actitudes, sus formas de pensar, de hablar o de ser no nos son gratas, o no coinciden con las nuestras. Y así, nos entregamos a vivir la vida, copiando modelos de otras personas, sin respetar la voz interior.
Dios había prevenido al pueblo de un terremoto, que habría de tragarse las aguas de toda la tierra. Y las aguas que reemplazarían a las desaparecidas, enloquecerían al mundo entero. Tan sólo el profeta tomó en serio a Dios. Llevó hasta la cueva de su montaña grandes recipientes, para que no le faltara agua hasta el fin de su vida. Pasó mucho tiempo y bajó el profeta a ver lo ocurrido. Y era verdad: todo el mundo se había vuelto loco, y lo atacaba a él y evitaban tratarlo pues se convencieron que era él el que estaba loco. El profeta regresó a la montaña. Pero, con el tiempo la soledad se le hizo pesada y descendió de nuevo a la llanura. Pero fue rechazado por la gente. Entonces el profeta tomó su decisión: bebió del agua nueva, y fue un loco más.
Cuando dejamos la soledad, tenemos que tener ciertos cuidados: tratemos de acercarnos a quienes puedan ayudarnos a ser mejores personas. Tratemos de no ser parte de una masa y, en especial, no usemos un uniforme que nos haga perder nuestra verdadera identidad. El Señor quiere que seas luz del mundo y sal de la tierra.
* Enviado por el P. Natalio
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