LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Octubre 8
Es fácil caer en la angustia de preocuparnos en exceso por si nos ven o no nos ven, si nos estiman o no nos estiman, si no nos valoran o se olvidan de nosotros, si nos corresponden o nos dejan de corresponder.
No podemos hacer depender nuestra vida de los demás, por más que nuestra vida tenga su proyección en los demás.
Cada uno de nosotros tiene su propia conciencia y a esa conciencia le debe fidelidad; no podemos apartarnos de la ruta del bien y de la verdad, porque los que nos rodean reconozcan o dejen de reconocer nuestras aptitudes, interpreten bien o mal nuestras intenciones, acepten o rechacen nuestra colaboración.
Al fin, nosotros estamos obligados a poner nuestra acción; no estamos obligados a que los demás acepten nuestra acción.
“¿Qué hombre puede conocer la voluntad de Dios o hacerse una idea de lo que quiere el Señor?... y ¿quién habría conocido tu voluntad, si tú mismo no le hubieras dado la Sabiduría y no le hubieras enviado desde lo alto tu Santo Espíritu?” (Sab 9, 13-17). Tu devoción al Espíritu Santo, además de moverte a invocarlo al principio de todas tus obras, debe llevarte a recurrir a Él en todo momento en que necesites luz o fuerza. “Envía tu Espíritu, para darnos nueva vida y renovarás la faz de la tierra” (Sal 103,30).
* P. Alfonso Milagro
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