Texto del Evangelio (Mt 12,46-50):
En aquel tiempo, mientras Jesús estaba hablando a la muchedumbre, su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con Él. Alguien le dijo: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte». Pero Él respondió al que se lo decía: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».
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Fray Valentí SERRA i Fornell
(Barcelona, España)
Hoy recordamos a la Virgen bajo la popular advocación del Carmen. La Sagrada Escritura celebra la belleza de la montaña del Carmelo donde el profeta Elías defendió la pureza de la fe. En el fragmento evangélico de esta jornada, Jesús —el Señor— elogia indirectamente la pureza de la fe de su Madre Santísima la cual, de manera perfecta, cumplió la voluntad del Padre del cielo (cf. Mt 12,50), tanto que Ella ha llegado a ser para todas las generaciones de discípulos el modelo más perfecto de cómo escuchar y vivir fructuosamente la Palabra divina.
Esta Palabra no puede permanecer escondida, sino que ha de resplandecer e iluminar a todo el mundo. Por esto, los cristianos hemos de ser una suerte de “portalámparas” del Evangelio a través del cumplimiento fiel y asiduo de la voluntad del Padre celestial, tal como diariamente nos lo enseña a hacer nuestra Madre Santísima, quien, de modo semejante a nosotros, también tuvo que «peregrinar por los caminos de la fe» (Concilio Vaticano II).
A propósito de la fe de María y de su docilidad en el cumplimiento de la voluntad del Padre, el beato Pablo VI, en una alocución de mayo de 1967, manifestó que María «tenía la fe que suponía no la evidencia directa del conocimiento, sino la aceptación de la verdad por la Palabra de Dios que la revela». En el Reino de Dios, que Jesús ha inaugurado, el motivo de gloria o de pertenencia, no se ha de poner en el parentesco según la sangre, ya que se trata de un reino espiritual donde las relaciones de parentesco con Jesús se forjan a partir de la obediencia a su Palabra, lo cual ha de conducirnos a amar y servir a los hermanos.
¡Que Ella, María, nos confirme en nuestra vocación cristiana y nos aumente el gusto para saborear las cosas espirituales y, que bajo su guía y protección, podamos ascender a las cimas más elevadas de la montaña que es Cristo, su Hijo!
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