¿Por qué no me cambio de Iglesia?
No podría vivir sin la Eucaristía. Sería incapaz de darle sentido a mi vida sin esa relación de amor con el Santísimo Sacramento.
Por: Padre Carlos Chavarría
PRIMERA PARTE
Esta es una pregunta que me hicieron muchas veces antes de ser de sacerdote. Después creo que no se atrevían a hacérmela, pero se notaba en su mirada que la inquietud estaba a flor de piel. Después de meditar un poco, mi respuesta la podría dividir en dos partes. Las cuales, están totalmente vinculadas y la una sin la otra perdería su sentido original.
Por supuesto que en este artículo no se pueden desarrollar todos los elementos de la riqueza de nuestra fe. Primero porque aburriría a las tres personas que leen esta columna, y corro el riesgo de perder mi espacio en el periódico. Segundo, porque para expresar toda la riqueza de nuestra fe tendría que escribir una enciclopedia que debería contar con una infinidad de tomos. En definitiva, necesitaría todos los días de esta vida y parte de la vida eterna para hacer un desarrolla más o menos elemental sobre el tema. Pero como no es el caso hacer un desarrollo exhaustivo, me limitare a las dos razones por las cuales yo no cambio mi Iglesia.
La primera razón, que es la más importante y de la que depende todo, es que no podría vivir sin la Eucaristía. Sería incapaz de darle sentido a mi vida sin esa relación de amor con el Santísimo Sacramento. No podría mantener mi fidelidad si no fuera por el corazón palpitante de Jesús que se hace presente en la Eucaristía. Toda mi vida está plagada de encuentros de amor con el Santísimo Sacramento, las decisiones más importantes, los momentos de alegría y los momentos de tristeza, los he compartido con el Señor Sacramentado. Sentir que Dios está cerca, que se interesa por mí y que me espera siempre; para escucharme, consolarme y amarme; es algo que jamás podría cambiar por un par de dólares, o por sentir cosas diferentes, o simplemente porque toda mi familia o mis amigos han cambiado de religión. En definitiva, sin la presencia real del Señor en las especies Eucarísticas yo no podría vivir, es más, yo no podría “ser”.
La segunda razón, que está muy relacionada con la primera, es que amo demasiado mi libertad. Entendiendo la libertad como esa característica humana que me permite buscar mi bien y mi plenitud. Solo en la Iglesia he encontrado la posibilidad para educar y desarrollar mi libertad en plenitud. Donde la vocación de cada uno de los cristianos se desarrollo de acuerdo a su condición y sus carismas, donde la diversidad no es vista como un motivo de división sino como una fuente de riqueza. Donde se respeta el camino de santidad que el Señor ha designado para cada uno. Donde el ejercicio de la libertad siempre significa comprometerse con el otro para alcanzar la plenitud como personas. Donde no se hacen lavados de cerebro para que todos piensen lo mismo y actúen como autómatas. Donde la libertad no es vista con sospecha, sino como un gran don que Dios nos ha dado para poder participar en la comunión de su divinidad.
Ahora díganme ustedes, ¿por qué voy a cambiar todo esto?, ¿por un par de cantos bonitos?, ¿por una predicación superflua y manipulante que me hace llorar?, ¿por una sarta de mentiras fruto de un anacronismo histórico que es de una estupidez galopante?. O mejor dicho, ¿Cambiare toda la riqueza de mi fe, solo por comodidad o porque voy a ganar unos dólares más haciendo lo que no tuve valor de hacer cuando estaba del lado de la verdad?. Simplemente no cambio mi Iglesia porque no solo perdería algunas gracias, sino que me perdería a mí mismo. Por lo demás, cada uno es libre de elegir su propia condenación; o su propia salvación.
SEGUNDA PARTE:
La historia continua… Siempre he creído que las segundas partes de una película nunca son tan buenas como la primera, es más, todavía lo sigo creyendo. A excepción de algunas honrosas segundas partes, todas las demás son un poco de lo mismo. Con respecto a las segundas partes de los editoriales todavía soy más escéptico, porque pienso que al final se pierde el impacto de la palabra dicha anteriormente. Pero hoy, debido al clamor popular, voy a romper, solo por esta vez, esta norma de ideales de intelectualoide esnob.
Otro motivo por el cual yo no cambiaria mi Iglesia: es la necesidad, que como ser humano, tengo de ser perdonado. Definitivamente, debido a que reconozco mis debilidades se que tarde o temprano, a veces más temprano que tarde, termino haciendo alguna cosa que causa una ofensa a Dios, a mi mismo o a los demás. En esos momentos cuando la culpa me embarga, el remordimiento de conciencia me mata y el arrepentimiento me estruja el alma; siempre necesito que alguien me diga te perdono, ¡ánimo! Te devuelvo tu dignidad para que tengas una nueva oportunidad y puedas hacer las cosas mejor. Por supuesto, que esa nueva oportunidad solo me la puede dar Dios. Pero el Señor que nos conoce muy bien, sabe que humanamente necesitamos escuchar esas palabras, “te perdono de tus pecados… vete en paz”. Para solucionar ese problema nos regalo uno de los más maravillosos sacramentos; si, ese que están pensando: “la confesión”. En este sacramento puedo sentir la misericordia de Dios, puedo sentir su amor y, sobre todo, puedo sentir la voz del Señor que me dice te perdono y, si esto fuera poco, me da una nueva oportunidad para recomenzar. Por tanto, aunque a veces me cueste un poco confesarme, jamás cambiaria este maravilloso sacramento, por una “oración de sanación” de un “pastorcillo” gritón y trasnochado.
Otro motivo con un tinte un poco esteticista: no cambiaria mi fe por su belleza que se ha ido repujando con el pasar de los siglos. Una fe que ha producido belleza en la pintura, en la escultura, en la arquitectura, en la literatura, en la música, en el pensamiento. Una belleza que es fruto de la verdad que se trasmite y de la fe que se profesa. Una belleza que te hace trascender a los sublime y te acerca a lo infinito. Una belleza que te hace admirar la perfección y la grandeza del Creador. Una belleza de la fe que no tiene miedo de tratar de manifestar con expresiones artísticas lo que es sublime y esta más allá del mundo material. Una belleza que no se amedrenta ante lo inexplicable y que se toma en serio el Misterio de la Encarnación que hace visible lo invisible. ¿Por qué cambiaría la riqueza de dos mil años de historia humana y divina, por un garaje con sillas o por un salón de convenciones alfombrado de un hotel?
Por consiguiente, si de algo estoy orgulloso en mi vida es de mi Iglesia. Que los mediocres y los hijos del bienestar busquen su “spa” para tranquilizar sus conciencias, que no son capaces de aceptar el reto de acoger el don de la Salvación, asumiendo la responsabilidad de ser hombres libres.
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