Santidad… tarea de todos
Durante mucho tiempo pensaba que los santos eran algunos seres especiales, dotados de algunas cualidades y algunas potestades que los hacían llevar una vida muy particular. Pensaba que los santos eran, únicamente, algunos seres.
Un día me encontré con una afirmación que recalcaba el que la santidad era la vocación a la que estábamos llamados desde nuestra condición de hijos de Dios.
La Iglesia ha ido, desde tiempos inmemoriales, declarando a algunas personas como santas. No pretende, con tal declaración, hacernos saber que ellos son los únicos santos.
Cada una de las personas declaradas santas no se distinguen por su capacidad de llevar un estilo de vida extraordinario. La santidad no pasa por cosas extrañas sino por una búsqueda de fidelidad a la propuesta de Jesús. Son seres que, productos de su tiempo, han vivido para mostrarnos que se puede intentar ser coherente con Jesús.
Hay santos, de los declarados por la Iglesia, para con quienes uno siente una particular admiración. En lo personal experimento una gran admiración por Juan Bosco y su propuesta como, también, por Francisco de Asís y su coherencia.
Pero, también uno lo sabe, ha tenido la oportunidad de conocer personas que han enseñado, con su estilo de vida, que es posible vivir a Jesús. Son seres que nunca serán proclamados, oficialmente, como santos pero, evidentemente, han hecho de su vida un canto sencillo de amor a Jesús.
La santidad no es exclusividad de algunos seres especiales sino que es un algo que se vive desde un estilo de vida que intenta ser coherente.
Los santos no son seres perfectos sino seres que, como toda persona, convive con virtudes y defectos. Los santos son seres de carne y hueso y, por lo tanto, la perfección no está en ellos de otra manera que no sea una búsqueda. Pese a sus limitaciones han sabido poner sus cualidades al servicio de Jesús y ello lo han hecho estilo de vida.
Podemos encontrar seres que han desarrollado toda clase de actividad y allí mostrarnos que es posible vivir lo de Jesús.
Los santos han tenido el coraje de, amando a Jesús y su proyecto, intentar hacerlo modalidad de vida pese a descubrirse con diversas limitaciones. Son seres que sabiendo de la misericordia de Dios no dudan en intentar una coherencia de vida que les hace dignos de ser mirados para admirar.
Los santos son seres de ayer pero, también, seres de hoy. Son seres que caminan nuestra historia intentando ser útiles puesto que así son fieles a lo que Jesús espera de ellos. Son seres que saben mirar a los demás para brindarles lo que son antes que detenerse a mirarse ellos mismos y sus intereses. Son seres que reconocen sus cualidades y las hacen crecer para ser útiles a quienes necesitan de ellas.
Los santos no viven encerrados en sí mismos sino que, por fidelidad a Jesús, se encuentran en sintonía con los demás y buscan hacerles saberse personas dignas. Los santos son seres que, con alegría, comparten los valores del Reinado de Dios y buscan las maneras de que puedan hacerse realidad.
Por ello es que mirar a los santos es experimentar un desafío. Todos estamos llamados a ser santos aunque ello nos suene a utopía.
Padre Marín Ponce de León
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