Que te vea venir, Señor
El Adviento nos sensibiliza ante la venida de Cristo. Y, como todo acontecimiento importante, ha de ser preparado con vigilancia, interés y gusto.
Es un tiempo de esperanza, de salvación, de expectación y de curiosidad ante lo que está por venir. ¿Cómo vendrá? ¿Cuándo? Son interrogantes que, desde hace muchos siglos, han estado y siguen estando vigentes en el pensamiento de gran parte de la humanidad. Y es que, Jesús que viene a nuestro encuentro, bien merece un pueblo sensible y receptivo a su llegada. Un ambiente que no se vea colapsado y solapado por otras cosas u otros aspectos que son secundarios.
El Señor, su venida, no puede ser una excusa para celebrar la Navidad sin referencia a lo esencial: el Nacimiento de Cristo. Sería, entre otras cosas, un agravio al auténtico sentido cristiano de esos días que se acercan.
Jesús, vino en carne mortal; en un pesebre. Se acerca en cada acontecimiento, en los sacramentos, en la mirada de un niño, en mil detalles con los que podemos descubrir su presencia. Y, por supuesto, vendrá definitivamente al final de los tiempos. Y, también para ello y sin olvidarlo, nos preparamos.
Esto, amigos, nos infunde esperanza. La vida, y todo lo que a ella rodea, nunca será un motivo para desesperar. Cristo, porque está de nuestro lado, nos invita a levantar la cabeza. A no olvidar sus promesas. A pensar que, Dios, lo que promete cumple con todas las consecuencias. ¿Que existen mil razones para desesperar? Mira por dónde, el Adviento nos recuerda que hay una, poderosísima, para recuperar el optimismo: ¡VIENE EL SEÑOR!
Hoy, cuando damos una ojeada a la realidad del mundo (aborto, maltratos, guerras, secuestros, inundaciones, vejaciones, crisis, falta de empleo, suicidios…) nos hace pensar que, el universo, está maltrecho y sentenciado. Que algo, dentro de él, no marcha bien. Por ello mismo, porque hay circunstancias que nos preocupan, deseamos de todo corazón y lo pedimos con fe, que venga pronto el Salvador. Que salga a redimirnos. Que cambie, esta realidad tortuosa y agonizante que nos toca vivir, en un escenario de gracia y de ilusión. ¿Será posible? ¿Encontrará el Señor, cuando vuelva, un pueblo dispuesto acogerle?
Hoy, entre otras cosas, hacen falta personas que inunden muchas realidades con el sabor de la fe y de la esperanza. No podemos quedarnos en el conformismo. En exclamar “la vida es así”. Necesitamos de Alguien que salga a nuestro encuentro y que nos empuje a ser sembradores de paz y de esperanza.
La Navidad, a la vuelta de la esquina, es precisamente el reverso de este mundo. Un Dios que es garantía, salvación, felicidad, amor, entusiasmo, delicadeza, solidaridad, calma, sosiego y bondad. Sólo, aquellos que con humildad trabajen su corazón en este tiempo de Adviento, serán capaces de intuir y vivir lo que el Señor nos trae: amor de Dios hacia el hombre. Que el Señor, en medio de tantos conflictos que nos aturden, nos infunda valor, esperanza y ánimo para que, cuando venga, nos encuentre ardiendo como una lámpara y vivos como las aguas de un río. ¡A prepararse, amigos!
P. Javier Leoz
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