Aborrecer el pecado
. El esfuerzo de conversión personal que nos pide el Señor debemos ejercitarlo todos los días de nuestra vida, pero en determinada épocas y situaciones –como es la Cuaresma- recibimos especiales gracias que debemos aprovechar.
I. La liturgia de estos días nos acerca poco a poco al misterio central de la Redención. El Señor vino a traer la luz al mundo, enviado por el Padre: vino a su casa y los suyos no le recibieron (Juan 1, 11)... Así hicieron con el Señor: lo sacaron fuera de la ciudad y lo crucificaron. Los pecados de los hombres han sido la causa de la muerte de Jesucristo. Todo pecado está relacionado íntima y misteriosamente con la Pasión de Jesús. Sólo reconoceremos la maldad del pecado si, con la ayuda de la gracia, sabemos relacionarlo con el misterio de la Redención. Sólo así podremos purificar de verdad el alma y crecer en contrición de nuestras faltas y pecados. La conversión que nos pide el Señor, particularmente en esta Cuaresma, debe partir de un rechazo firme de todo pecado y de toda circunstancia que nos ponga en peligro de ofender a Dios. Y así lo haremos, por la misericordia divina, con la ayuda de la gracia.
II. El esfuerzo de conversión personal que nos pide el Señor debemos ejercitarlo todos los días de nuestra vida, pero en determinada épocas y situaciones –como es la Cuaresma- recibimos especiales gracias que debemos aprovechar. Para comprender mejor la malicia del pecado debemos contemplar lo que Jesucristo sufrió por los nuestros. El Señor nos ha llamado a la santidad, a amar con obras, y de la postura que se adopte ante el pecado venial deliberado depende el progreso de nuestra vida interior, pues los pecados veniales, cuando no se lucha por evitarlos o no hay contrición después de cometerlos, producen un gran daño en el alma, volviéndola insensible a las mociones del Espíritu Santo. Debilitan la vida de la gracia, hacen más difícil el ejercicio de las virtudes, y disponen al pecado mortal. En la lucha decidida contra todo pecado demostraremos nuestro amor al Señor. Le pedimos a Nuestra Madre su ayuda.
III. Para afrontar decididamente la lucha contra el pecado venial es preciso reconocerlo como tal, como ofensa a Dios que retrasa la unión con Él. Es preciso llamarlo por su nombre. Debemos pedir al Espíritu Santo que nos ayude a reconocer con sinceridad nuestras faltas y pecados, a tener una conciencia delicada, que pide perdón y no justifica sus errores. Fomentemos un sincero arrepentimiento de nuestros pecados y luchemos por quitar toda rutina al acercarnos al sacramento de la Misericordia divina. La Virgen, refugio de los pecadores nos ayudará a tener una conciencia delicada para amar a su Hijo y a todos los hombres, a ser sinceros en la Confesión y a arrepentirnos de nuestras pecados con prontitud.
Fuente: Colección "Hablar con Dios" por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
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