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domingo, 21 de noviembre de 2021
EL SEÑOR ME ACOMPAÑA
El Señor me acompaña
Para orar al Señor, trata de concentrarte, poniéndote ante él por un sencillo acto de fe en su presencia. Recuerda que “su bondad y su misericordia te acompañan a lo largo de tu vida” (Sal 23) y que “el Señor te guarda a su sombra, está a tu derecha” (Sal 121).
Ilumíname, Señor, para que reconozca tu presencia y para que me deje guiar por ti en medio de las oscuridades de mi vida. No dejes que me aparte de tu lado, porque sin ti mi vida pierde su rumbo. Cuando escapo de tu presencia al final todo se vuelve confuso, sin sentido. Toca mi interior con tu Espíritu, para que crea en ti con toda mi alma y confíe en tus promesas. Estarás siempre conmigo y podré salir adelante, aunque hoy no vea, aunque hoy no te sienta, aunque mi pequeñez no te reconozca. Abre mis ojos, Señor, para que te descubra siempre conmigo. Amén. (P. Fernández).
Para robustecer tu fe en el Señor que te ama y te acompaña, nada mejor que leer con atención la Biblia. Al inicio del capítulo 43 de Isaías encontramos esta perla deslumbrante: “Tú eres de gran precio ante mis ojos, porque eres valioso, y yo te amo. No temas, porque yo estoy siempre contigo”. Medítalo, y agradece al Padre que siente inmensa ternura por ti.
* Padre Natalio
LO DECISIVO - REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 21 DE NOVIEMBRE DE 2021 - SOLEMNIDAD DE CRISTO REY
Lo decisivo
El juicio contra Jesús tuvo lugar probablemente en el palacio en el que residía Pilato cuando acudía a Jerusalén. Allí se encuentran una mañana de abril del año 30 un reo indefenso llamado Jesús y el representante del poderoso sistema imperial de Roma.
El evangelio de Juan relata el dialogo entre ambos. En realidad, más que un interrogatorio, parece un discurso de Jesús para esclarecer algunos temas que interesan mucho al evangelista. En un determinado momento Jesús hace esta solemne proclamación: "Yo para esto nací y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que pertenece a la verdad, escucha mi voz".
Esta afirmación recoge un rasgo básico que define la trayectoria profética de Jesús: su voluntad de vivir en la verdad de Dios. Jesús no solo dice la verdad, sino que busca la verdad y solo la verdad de un Dios que quiere un mundo más humano para todos sus hijos.
Por eso, Jesús habla con autoridad, pero sin falsos autoritarismos. Habla con sinceridad, pero sin dogmatismos. No habla como los fanáticos, que tratan de imponer su verdad. Tampoco como los funcionarios, que la defienden por obligación, aunque no crean en ella. No se siente nunca guardián de la verdad, sino testigo.
Jesús no convierte la verdad de Dios en propaganda. No la utiliza en provecho propio sino en defensa de los pobres. No tolera la mentira o el encubrimiento de las injusticias. No soporta las manipulaciones. Jesús se convierte así en "voz de los sin voz, y voz contra los que tienen demasiada voz" (Jon Sobrino).
Esta voz es más necesaria que nunca en esta sociedad atrapada en una grave crisis económica. La ocultación de la verdad es uno de los más firmes presupuestos de la actuación de los poderes financieros y de la gestación política sometida a sus exigencias. Se nos quiere hacer vivir la crisis en la mentira.
Se hace todo lo posible para ocultar la responsabilidad de los principales causantes de la crisis y se ignora de manera perversa el sufrimiento de las víctimas más débiles e indefensas. Es urgente humanizar la crisis poniendo en el centro de atención la verdad de los que sufren y la atención prioritaria a su situación cada vez más grave.
Es la primera verdad exigible a todos si no queremos ser inhumanos. El primer dato previo a todo. No podemos acostumbrarnos a la exclusión social y la desesperanza en que están cayendo los más débiles. Quienes seguimos a Jesús hemos de escuchar su voz y salir instintivamente en defensa de los últimos. Quien es de la verdad escucha su voz.
(Padre José Antonio Pagola)
SOLEMNIDAD DE CRISTO REY: EL PAPA FRANCISCO PIDE JÓVENES QUE SEAN CONCIENCIA CRÍTICA DE LA SOCIEDAD
Solemnidad de Cristo Rey: El Papa pide jóvenes que sean conciencia crítica de la sociedad
POR MIGUEL PÉREZ PICHEL | ACI Prensa
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa}
Dos imágenes bíblicas que muestran a Cristo como Rey del Universo articularon la enseñanza del Papa Francisco en la Misa que celebró en San Pedro del Vaticano este domingo 21 de noviembre en la Solemnidad de Cristo Rey, día que la Iglesia celebra la Jornada Mundial de la Juventud en las diócesis de todo el mundo.
La primera imagen procede del Libro del Profeta Daniel y muestra a alguien parecido a “un hijo del hombre” que viene de entre las nubes del cielo a quien “se le dio el poder, la gloria y el reino” y al que “todos los pueblos, naciones y lenguas lo servían”. Su poder “es un poder eterno” y “su reino no será jamás destruido”.
Esa imagen, retomada después por el apóstol San Juan de una forma similar en el Libro del Apocalipsis se refiere, en la explicación del Papa, “a la venida gloriosa de Jesús como Señor y como el fin de la historia”.
La segunda imagen es del Evangelio, “Cristo está ante Pilato y le dice: ‘Soy rey’”. En el camino hacia la Jornada Mundial de la Juventud de 2023, que tendrá lugar en Lisboa, el Pontífice invitó a los jóvenes a “detenernos a contemplar estas imágenes de Jesús”.
Jesús que viene entre las nubes “es una imagen que habla de la venida de Cristo en la gloria al final de los tiempos. Nos hace comprender que la última palabra sobre nuestra existencia será de Jesús, no nuestra”.
Otra enseñanza se desprende de esta imagen de Jesús que viene entre las nubes, en este caso, una enseñanza que se desprende del hecho de que la visión del Profeta Daniel se produzca “en una visión nocturna”.
“Esto quiere decir que Dios viene durante la noche, entre las nubes a menudo tenebrosas que se ciernen sobre nuestra vida”, explicó el Papa Francisco. “Cada uno de nosotros conoce estos momentos. Es necesario que lo reconozcamos, que miremos más allá de la noche, que levantemos la mirada para verlo en medio de la oscuridad”.
En ese sentido, el Santo Padre invitó a los jóvenes a tener “ojos luminosos aun en medio de las tinieblas, no dejen de buscar la luz en medio de las oscuridades que llevamos en el corazón y que vemos a nuestro alrededor”.
En definitiva, pidió a los jóvenes que sueñen, porque “un joven que no es capaz de soñar…, pobre, ha envejecido antes de tiempo”.
Quien sueña “no se deja absorber por la noche, sino que enciende una llama, una luz de esperanza que anuncia el mañana. Soñad, estad despiertos, y mirad el futuro, con valentía”.
La segunda imagen destacada por el Papa en su homilía es la de Jesús ante Pilato. El Señor pronuncia sus proféticas palabras: “Yo soy Rey”.
Son palabras en las que, en opinión del Papa, “impacta su determinación, su valentía, su libertad suprema. Ha sido arrestado, llevado al pretorio, interrogado por quien puede condenarlo a muerte. En semejante circunstancia hubiera podido dejar que prevaleciera el derecho natural a defenderse, quizá buscando ‘arreglar las cosas’, pactando una solución de compromiso”.
En cambio, “Jesús no escondió la propia identidad, no camufló sus intenciones, no se aprovechó de un resquicio que Pilato le dejaba abierto para salvarlo. No. Con la valentía de la verdad respondió: ‘Soy Rey’”.
Esas palabras muestran la misión de Jesús, que vino “para proclamar con la vida que su Reino es diferente de los del mundo, que Dios no reina para aumentar su poder y aplastar a los demás, que no reina con los ejércitos y con la fuerza. Su Reino es de amor. Yo soy Rey, pero de este Reino de amor. Yo soy Rey de quien da la propia vida por la salvación de los demás”.
Esa imagen, destacó el Papa Francisco, sirve a los jóvenes para que suscite en su interior “la valentía de la verdad”. De este modo, “en la libertad de Jesús también encontramos la valentía de ir contracorriente”.
“Queridos jóvenes. Sean libres, auténticos, sean la conciencia crítica de la sociedad. No tengan miedo de criticar. Necesitamos vuestras críticas”. “Tengan pasión por la verdad, para que con sus sueños puedan decir: mi vida no es esclava de las lógicas de este mundo, porque reino con Jesús por la justicia, el amor y la paz”, concluyó el Papa Francisco.
EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 21 DE NOVIEMBRE DE 2021 - SOLEMNIDAD DE CRISTO REY
Domingo 34 del tiempo ordinario: Jesucristo, Rey del Universo (B)
Domingo 21 de noviembre de 2021
1ª Lectura (Dan 7,13-14): Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.
Salmo responsorial: 92
R/. El Señor reina, vestido de majestad.
El Señor reina, vestido de majestad, el Señor, vestido y ceñido de poder.
Así está firme el orbe y no vacila. Tu trono está firme desde siempre, y tú eres eterno.
Tus mandatos son fieles y seguros; la santidad es el adorno de tu casa, Señor, por días sin término.
2ª Lectura (Ap 1,5-8): Hermanos míos: Gracia y paz a ustedes, de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos, el soberano de los reyes de la tierra; aquel que nos amó y nos purificó de nuestros pecados con su sangre y ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Versículo antes del Evangelio (Mc 11,9.10): Aleluya. ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David! Aleluya.
Texto del Evangelio (Jn 18,33-37): En aquel tiempo, Pilato dijo a Jesús: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?». Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?». Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí». Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?». Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».
«Soy Rey. (...) Todo el que es de la verdad, escucha mi voz»
Rev. D. Frederic RÀFOLS i Vidal
(Barcelona, España)
Hoy, Jesucristo nos es presentado como Rey del Universo. Siempre me ha llamado la atención el énfasis que la Biblia da al nombre de “Rey” cuando lo aplica al Señor. «El Señor reina, vestido de majestad», hemos cantado en el Salmo 92. «Soy rey» (Jn 18,37), hemos oído en boca de Jesús mismo. «Bendito el rey que viene en nombre del Señor» (Lc 19,14), decía la gente cuando Él entraba en Jerusalén.
Ciertamente, la palabra “Rey”, aplicada a Dios y a Jesucristo, no tiene las connotaciones de la monarquía política tal como la conocemos. Pero, en cambio, sí que hay una cierta relación entre el lenguaje popular y el lenguaje bíblico respecto a la palabra “rey”. Por ejemplo, cuando una madre cuida a su bebé de pocos meses y le dice: —Tú eres el rey de la casa. ¿Qué está diciendo? Algo muy sencillo: que para ella este niñito ocupa el primer lugar, que lo es todo para ella. Cuando los jóvenes dicen que fulano es el rey del rock quieren decir que no hay nadie igual, lo mismo cuando hablan del rey del baloncesto. Entrad en el cuarto de un adolescente y veréis en la pared quiénes son sus “reyes”. Creo que estas expresiones populares se parecen más a lo que queremos decir cuando aclamamos a Dios como nuestro Rey y nos ayudan a entender la afirmación de Jesús sobre su realeza: «Mi Reino no es de este mundo» (Jn 18,36).
Para los cristianos nuestro Rey es el Señor, es decir, el centro hacia el que se dirige el sentido más profundo de nuestra vida. Al pedir en el Padrenuestro que venga a nosotros su reino, expresamos nuestro deseo de que crezca el número de personas que encuentren en Dios la fuente de la felicidad y se esfuercen por seguir el camino que Él nos ha enseñado, el camino de las bienaventuranzas. Pidámoslo de todo corazón, pues «dondequiera que esté Jesucristo, allí estará nuestra vida y nuestro reino» (San Ambrosio).
¡FELIZ SOLEMNIDAD DE CRISTO REY!
¡Feliz Solemnidad de Cristo Rey!
Redacción ACI Prensa
Hoy, domingo XXXIV del tiempo ordinario, la Iglesia Católica celebra la “Solemnidad de Cristo Rey”, o, como también se le designa, la “Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo”.
Dice el Evangelio: "Yo soy Rey. Para esto nací, para esto vine al mundo, para ser testigo de la Verdad" (Jn 18, 36-37).
Con la Solemnidad de Cristo Rey, la Iglesia Católica concluye el Año Litúrgico recordando a los fieles y al mundo entero que nada -persona o ley humana- está por encima de Dios. Cristo es Señor del tiempo y de la historia, como es Señor de todo lo creado.
Sentido de la celebración
La Solemnidad de Cristo, Rey del Universo, fue instituida por el Papa Pío XI en 1925. Con ella, la Santa Madre Iglesia quiere que volvamos los ojos a Cristo, rey bondadoso y sencillo, y nos dejemos conducir por Él, que como buen pastor guía a la porción de la Iglesia que peregrina en la tierra hacia su destino final: el Reino de Dios.
Cristo Rey convoca hoy nuevamente a instaurar su reino en la tierra, haciendo que el mundo se vaya transformando según el Plan divino de amor. Esa tarea empieza por dejar que sea Cristo quien reine en cada corazón.
No debe olvidarse, además, que la posibilidad de alcanzar el Reino de Dios ya fue ganada por Jesucristo, y que esta se preserva en la Iglesia y gracias a la Iglesia. Es decir, la victoria es siempre posible, la puerta está siempre abierta. Como garantía de ello está el Espíritu Santo, a quien Cristo encomendó conceder las gracias necesarias para lograr la santidad y transformarlo todo en Dios.
¡Feliz Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo!
¡Que viva Cristo Rey!
sábado, 20 de noviembre de 2021
EL EVANGELIO DE HOY SÁBADO 20 DE NOVIEMBRE DE 2021
Sábado 33 del tiempo ordinario
Sábado 20 de noviembre
1ª Lectura (1Mac 6,1-13): En aquellos días, el rey Antíoco recorría las provincias del norte, cuando se enteró de que en Persia había una ciudad llamada Elimaida, famosa por su riqueza en plata y oro, con un templo lleno de tesoros: escudos dorados, lorigas y armas dejadas allí por Alejandro, el de Filipo, rey de Macedonia, que había sido el primer rey de Grecia. Antíoco fue allá e intentó apoderarse de la ciudad y saquearla; pero no pudo, porque los de la ciudad, dándose cuenta de lo que pretendía, salieron a atacarle. Antíoco tuvo que huir, y emprendió el viaje de vuelta a Babilonia, apesadumbrado.
Entonces llegó a Persia un mensajero, con la noticia de que la expedición militar contra Judá había fracasado: Lisias, que había ido como caudillo de un ejército poderoso, había huido ante el enemigo; los judíos, sintiéndose fuertes con las armas y pertrechos, y el enorme botín de los campamentos saqueados, habían derribado el arca sacrílega construida sobre el altar de Jerusalén, habían levantado en torno al santuario una muralla alta como la de antes, y lo mismo en Betsur, ciudad que pertenecía al rey. Al oír este informe, el rey se asustó y se impresionó de tal forma que cayó en cama con una gran depresión, porque no le habían salido las cosas como quería. Allí pasó muchos días, cada vez más deprimido.
Pensó que se moría, llamó a todos sus grandes y les dijo: «El sueño ha huido de mis ojos; me siento abrumado de pena y me digo: ‘¡A qué tribulación he llegado, en qué violento oleaje estoy metido, yo, feliz y querido cuando era poderoso!’. Pero ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando el ajuar de plata y oro que había allí, y enviando gente que exterminase a los habitantes de Judá, sin motivo. Reconozco que por eso me han venido estas desgracias. Ya veis, muero de tristeza en tierra extranjera».
Salmo responsorial: 9
R/. Gozaré, Señor, de tu salvación.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón, proclamando todas tus maravillas; me alegro y exulto contigo y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo.
Porque mis enemigos retrocedieron, cayeron y perecieron ante tu rostro. Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío y borraste para siempre su apellido.
Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron, su pie quedó prendido en la red que escondieron. Él no olvida jamás al pobre, ni la esperanza del humilde perecerá.
Versículo antes del Evangelio (2Tim 1,10): Aleluya. Jesucristo, nuestro salvador, ha vencido la muerte y ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 20,27-40): En aquel tiempo, acercándose a Jesús algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer».
Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven».
Algunos de los escribas le dijeron: «Maestro, has hablado bien». Pues ya no se atrevían a preguntarle nada.
«No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven»
Rev. D. Ramon CORTS i Blay
(Barcelona, España)
Hoy, la Palabra de Dios nos habla del tema capital de la resurrección de los muertos. Curiosamente, como los saduceos, también nosotros no nos cansamos de formular preguntas inútiles y fuera de lugar. Queremos solucionar las cosas del más allá con los criterios de aquí abajo, cuando en el mundo que está por venir todo será diferente: «Los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido» (Lc 20,35). Partiendo de criterios equivocados llegamos a conclusiones erróneas.
Si nos amáramos más y mejor, no se nos antojaría extraño que en el cielo no haya el exclusivismo del amor que vivimos en la tierra, totalmente comprensible a causa de nuestra limitación, que nos dificulta el poder salir de nuestros círculos más próximos. Pero en el cielo nos amaremos todos y con un corazón puro, sin envidias ni recelos, y no solamente al esposo o a la esposa, a los hijos o a los de nuestra sangre, sino a todo el mundo, sin excepciones ni discriminaciones de lengua, nación, raza o cultura, ya que el «amor verdadero alcanza una gran fuerza» (San Paulino de Nola).
Nos hace un gran bien escuchar estas palabras de la Escritura que salen de los labios de Jesús. Nos hace bien, porque nos podría ocurrir que, agitados por tantas cosas que no nos dejan ni tiempo para pensar e influidos por una cultura ambiental que parece negar la vida eterna, llegáramos a estar tocados por la duda respecto a la resurrección de los muertos. Sí, nos hace un gran bien que el Señor mismo sea el que nos diga que hay un futuro más allá de la destrucción de nuestro cuerpo y de este mundo que pasa: «Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven» (Lc 20,37-38).
viernes, 19 de noviembre de 2021
¿DE DÓNDE VIENEN LAS VOCACIONES?
¿De dónde vienen las vocaciones?
Cada vocación inicia de modo diferente, personal, único. Hay, sin embargo, una raíz común: la del corazón de Dios, que prepara, que escoge, que ama, que envía.
Un elemento clave para toda vocación está en la fe, en ese regalo que viene de la gracia. Desde la fe, uno acepta a Jesucristo como Salvador del mundo, y da el paso que le permite formar parte de la Iglesia. Con ese primer paso, ya existe la base que prepara para algo especial: la vocación.
En otras palabras: sin la fe es imposible entender que un chico o una chica puedan dar sus vidas al servicio de los demás. En la fe, en cambio, cada vocación tiene sentido, porque nace desde la acción de Dios que busca a sus hijos y que invita a algunos bautizados para que se conviertan en colaboradores dedicados por completo a la tarea de anunciar el Evangelio y de servir a los hermanos.
¿Y cómo ayuda la fe a descubrir y aceptar la propia vocación? De un modo muy concreto: permite conocer mejor a Dios, acogerlo en la propia vida, amarlo como Padre, como Amigo, como Salvador. Incluso permite conocerse mejor a uno mismo, al descubrir que Dios lo ha bendecido con dones maravillosos, con una inteligencia para pensar y con un corazón para amar libremente.
Desde la fe, cada vocación madura y se concreta en un ámbito de libertad. Al hablar sobre las vocaciones sacerdotales, san Juan Pablo II escribía: “la libertad es esencial para la vocación, una libertad que en la respuesta positiva se cualifica como adhesión personal profunda, como donación de amor, o mejor como re-donación al Donador: Dios que llama, esto es, como oblación” (“Pastores dabo vobis” n. 36).
Si las vocaciones surgen en un clima de fe y de libertad, habrá vocaciones allí donde se conozca y se viva la fe, y donde se aprenda a usar la libertad de la forma más noble que puede darse en un cristiano: en el amor.
Cada familia tiene, en ese sentido, un papel muy importante en la creación de ámbitos cristianos donde puedan crecer y madurar sus hijos. Los padres ayudan a las vocaciones si saben transmitir a los hijos el don de la fe y si crean un clima espiritual en el que Dios ocupe el primer lugar, el Evangelio ilumine las decisiones, y se aprenda que el amor es el mejor camino para vivir libremente.
En conclusión, ¿de dónde vienen las vocaciones? Del corazón de Dios que habla a cada generación humana, que enciende una fe sincera en unos padres de familia y en sus hijos, que respeta la libertad de los que pueden ser llamados, y que susurra respetuosamente a algunos la pregunta: “¿quieres seguirme?”
* Fuente: Fernando Pascual / Catholic.net