lunes, 10 de agosto de 2015

IMÁGENES DE SANTA FILOMENA,




SANTA CLARA DE ASÍS, 11 DE AGOSTO


Clara de Asís, Santa
Virgen y Fundadora, 11 de agosto
Fuente: Archidiócesis de Madrid 




Fundadora de la Orden de Damas Pobres

Martirologio Romano: Memoria de santa Clara, virgen, que, como primer ejemplo de las Damas Pobres de la Orden de los Hermanos Menores, siguió a san Francisco, llevando una áspera vida en Asís, en la Umbría, pero, en cambio, rica en obras de caridad y de piedad. Enamorada de verdad por la pobreza, no consintió ser apartada de la misma ni siquiera en la extrema indigencia y enfermedad († 1253).

Breve Biografía
Nació en Asís el año 1193.  Fue conciudadana, contemporánea y discípula de San Francisco y quiso seguir el camino de austeridad señalado por él a pesar de la durísima oposición familiar.

Si retrocedemos en la historia, vemos a la puerta de la iglesia de Santa María de los Ángeles (llamada también de la Porciúncula), distante un kilómetro y medio de la ciudad de Asís, a Clara Favarone, joven de dieciocho años, perteneciente a la familia del opulento conde de Sasso Rosso.

En la noche del domingo de ramos, Clara había abandonado su casa, el palacio de sus padres, y estaba allí, en la iglesia de Santa María de los Ángeles. La aguardaban san Francisco y varios sacerdotes, con cirios encendidos, entonando el Veni Creátor Spíritus.

Dentro del templo, Clara cambia su ropa de terciopelo y brocado por el hábito que recibe de las manos de Francisco, que corta sus hermosas trenzas rubias y cubre la cabeza de la joven con un velo negro. A la mañana siguiente, familiares y amigos invaden el templo. Ruegan y amenazan. Piensan que la joven debería regresar a la casa paterna. Grita y se lamenta el padre. La madre llora y exclama: "Está embrujada". Era el 18 de marzo de 1212.

Cuando Francisco de Asís abandonó la casa de su padre, el rico comerciante Bernardone, Clara era una niña de once años. Siguió paso a paso esa vida de renunciamiento y amor al prójimo. Y con esa admiración fue creciendo el deseo de imitarlo.

Clara despertó la vocación de su hermana Inés y, con otras dieciséis jóvenes parientas, se dispuso a fundar una comunidad.

La hija de Favarone, caballero feudal de Asís, daba el ejemplo en todo. Cuidaba a los enfermos en los hospitales; dentro del convento realizaba los más humildes quehaceres. Pedía limosnas, pues esa era una de las normas de la institución. Las monjas debían vivir dependientes de la providencia divina: la limosna y el trabajo.

Corrieron los años. En el estío de 1253, en la iglesia de San Damián de Asís, el papa Inocencio IV la visitó en su lecho de muerte. Unidas las manos, tuvo fuerzas para pedirle su bendición, con la indulgencia plenaria. El Papa contestó, sollozando: "Quiera Dios, hija mía, que no necesite yo más que tú de la misericordia divina".

Lloran las monjas la agonía de Clara. Todo es silencio. Sólo un murmullo brota de los labios de la santa.

- Oh Señor, te alabo, te glorifico, por haberme creado.
Una de las monjas le preguntó:
- ¿Con quién hablas?
Ella contestó recitando el salmo.
- Preciosa es en presencia del Señor la muerte de sus santos.

Y expiró. Era el 11 de agosto de 1253. Fue canonizada dos años más tarde, el 15 de agosto de 1255, por el papa Alejandro IV, quien en la bula correspondiente declaró que ella "fue alto candelabro de santidad", a cuya luz "acudieron y acuden muchas vírgenes para encender sus lámparas".

Santa Clara fundó la Orden de Damas Pobres de San Damián (hoy llamada Orden de las hermanas pobres de Santa Clara), llamadas normalmente Clarisas, rama femenina de los franciscanos, a la que gobernó con fidelidad exquisita al espíritu franciscano hasta su muerte y desde hace siete siglos reposa en la iglesia de las clarisas de Asís.

De ella dijo su biógrafo Tomás Celano: "Clara por su nombre; más clara por su vida; clarísima por su muerte".

IMÁGENES DE SANTA CLARA DE ASÍS, 11 DE AGOSTO









































EL EVANGELIO DE HOY: LUNES 10 DE AGOSTO DEL 2015


Si el grano de trigo muere, da mucho fruto
Solemnidades y Fiestas


Juan 12, 24-26. Fiesta San Lorenzo. Es necesario dejar de ser grano, renunciar, para dar el mejor fruto. El distintivo de todo verdadero cristiano es el amor. 


Por: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net 



Te adelantamos las Reflexiones del Evangelio de la 19a. Semana del Tiempo Ordinario   del lunes 10 al domingo 16 de agosto 2015.
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Del santo Evangelio según san Juan 12, 24-26
En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: en verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará. 

Oración introductoria
Señor, ayúdame a servirte siempre y en todo. A saber vivir sostenido por tu amor, dispuesto a dejarme cribar con una confianza ilimitada en tu Providencia, por un amor apasionado y abrazado a tu cruz.

Petición
Señor, dame la generosidad para pasar mi vida sirviendo a los demás.

Meditación del Papa Francisco
Con él, sólo con su gracia, con su ayuda, también nosotros podemos vencer esta tentación de la vanidad, de la mundanidad, no sólo en las grandes ocasiones, sino también en las circunstancias ordinarias de la vida.
En esto, nos ayuda y nos conforta el ejemplo de muchos hombres y mujeres que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí mismos para servir a los demás: un familiar enfermo, un anciano solo, una persona con discapacidad, un sin techo...
Pensemos también en la humillación de los que, por mantenerse fieles al Evangelio, son discriminados y sufren las consecuencias en su propia carne. Y pensemos en nuestros hermanos y hermanas perseguidos por ser cristianos, los mártires de hoy, hay muchos. No reniegan de Jesús y soportan con dignidad insultos y ultrajes. Lo siguen por su camino. (Homilía de S.S. Francisco, 29 de marzo de 2015).
Reflexión
Jesucristo dice: "Si el grano de trigo no muere, no dará fruto". El grano que quiera seguir como grano, que le tenga miedo a la humedad, que no esté dispuesto a desaparecer como grano, ¿cómo ha de dar fruto? Si el grano muere, nacerá una nueva planta. Si es de maíz, dará muchos elotes, que tendrán muchos granos cada uno. Pero es necesario dejar de ser grano para dar todo ese fruto.

Así, Jesucristo habría de morir para darnos un gran fruto: la salvación de nuestras almas, el perdón de los pecados, la apertura nuevamente del Cielo para nosotros, la vida eterna, la gracia santificante, recobrar nuevamente la amistad con Dios. Todo ello es parte del fruto que Jesucristo dará al morir como grano de trigo en la cruz.

Luego, inmediatamente, el mismo Jesús dice: "El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna".

Estas palabras son muy importantes para un cristiano, para un verdadero seguidor de Jesucristo, para todos aquellos que quieren imitarle en sus vidas. Él nos dice que las personas que son egoístas, que piensan en su comodidad, en su bienestar, en su placer, olvidándose de los demás no obtendrán la vida eterna. Si pasarán esta vida con placer, con comodidad, cumpliéndose todos sus caprichos, pero perderán los más importante, la vida eterna. Aquél que busca lo mejor para sí mismo, que no le importa dañar a los demás, u ofenderlos, o maltratarlos con tal de lograr sus placeres no vivirá con el Señor la vida eterna. Cambia el placer que se va pronto, que dura "nada", por toda la vida eterna.

Por el contrario, quien no se interesa por los placeres, por las comodidades, por cumplir sus caprichos y egoísmos, quien piensa en los demás, se entrega por ellos y los ama, ese alcanzará lo más importante, lo que nunca ha de acabarse: la vida eterna.

Y Jesucristo que nos dice esas palabras, es el primero en darnos el ejemplo: pues Él ha de ofrecer su vida, ha de perderla, ha de morir, para darnos la vida eterna, para perdonarnos los pecados, para darnos la salvación. "El que se aborrece a sí mismo". Nuestro Señor, un verdadero ejemplo de amor por nosotros. No le importó morir, ni sufrir tanto, ni ser despreciado, abofeteado, escupido, azotado, ridiculizado, golpeado, coronado de espinas, despreciado, crucificado y ajusticiado en la cruz, con tal de buscar nuestro bien. ¡Eso es amor! ¡Eso es amar al prójimo! ¡¡Eso es vivir la ley de Dios: amar a Dios y al prójimo! Por eso nuestro Señor será capaz de decirnos: “Ámense como yo los he amado” ¡Hasta dar la vida por los demás!

Recordemos lo que decían de los primeros cristianos hace ya dos mil años: "¡Miren cómo se aman!". Los pueblos paganos quedaban maravillados por el amor con que se trataban entre sí los cristianos y el amor con que trataban a todos los demás. El verdadero cristiano ha de ser como Jesucristo: Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. ¿Acaso Jesucristo no hizo eso en la cruz por todos y cada uno de nosotros? Imitémosle.

El auténtico cristiano, el verdadero católico es quien ama al prójimo y no se preocupa de sí mismo. Tengamos cuidado de los placeres, de las comodidades, de los caprichos, de los deseos, pues lo único que hacen es convertirnos en el centro de nuestro amor: nos buscaremos a nosotros mismos.

Quien verdaderamente ama a su prójimo pensará en ellos continuamente: el esposo, en su esposa; la esposa, en el esposo; los padres, en los hijos; el ciudadano, en sus conciudadanos; el maestro, en sus alumnos;

El mundo pagano se distingue por el egoísmo. El mundo cristiano se ha de distinguir por el amor. ¿Cuál mundo estamos construyendo? ¿Soy pagano o soy cristiano? El mundo pagano termina con la muerte. El mundo cristiano empieza con la vida eterna.

Jesucristo muere en la cruz para perdonarnos los pecados, para darnos nuevamente la amistad con Dios, nos vuelve a abrir las puertas del Cielo, nos hace partícipes de la vida eterna, nos da su gracia. El Señor nos enseña: "El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna", y "Si el grano de trigo no muere, no dará fruto". El distintivo de todo verdadero cristiano es el amor.

Sabemos que por mucho tiempo que pueda vivir un hombre en la tierra, no será más que una gota en medio de la inmensidad del océano, un punto en medio de la eternidad. ¿No será preferible dejar un poco las comodidades de aquí para entrar en la eternidad por la puerta grande?

¿Cuántas veces pensamos en ella? ¿La tenemos como una realidad? ¿O sólo es algo lejano e imaginario? Los santos mártires, como San Lorenzo, nos ponen ante los ojos el valor de la vida futura. Antes de padecer los sufrimientos a los que le sometieron -ser quemado vivo- reflexionó unos instantes y optó por Cristo a pesar de todo. Porque sabía muy bien qué encontraría después de su muerte.

Propósito
Darme el tiempo para escuchar a las personas con las que convivo diariamente: oír, comprender, acompañar, sin buscar alguna ventaja personal.

Diálogo con Cristo 
Generosidad, valentía, fe, perseverancia, paciencia, tenacidad, celo apostólico y humildad son las virtudes que deben abonar la semilla de mi vida, para que dé el fruto para lo cual fue creada. Señor, dame tu gracia para dejar a un lado todo lo que me aparte de cumplir tu voluntad.

ANTE LA INSEGURIDAD ¿CÓMO REZAR CUANDO SALGO DE CASA O VIAJE?


Ante la inseguridad ¿cómo rezar cuando salgo de casa o viaje?
Llevarse a Dios a la calle, dirigirle una mirada, una sonrisa o una palabra, es buena manera de sentirse seguro por el camino.
Por: P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com 




Nos sentimos inseguros con tanta violencia y peligros que hay en las calles. En el hogar estamos bien, pero salir de casa o de viaje puede provocar aprensión a uno mismo o a los seres queridos. Yo ya sufrí un atraco en Nápoles y no es nada agradable.... Por eso hoy los familiares están en contacto permanente, enviándose continuos mensajes de texto o haciendo una llamada rápida sólo para decir: "ya llegué", "estoy atorado en el tráfico", "ya estoy en el avión, te llamo al aterrizar", "todo bien, te quiero". Más y más a la gente le gusta estar conectada, en contacto continuo.

Las dos cosas (la inseguridad y el contacto continuo) pueden ayudar a mejorar la vida de oración, sea en la rutina diaria y especialmente cuando estamos de viaje o de camino.


1. La inseguridad puede convertirse en fuente de seguridad.

Los seres humanos somos de por sí vulnerables, nadie las tiene todas consigo; Todopoderoso sólo Dios. Esta debilidad interna, estructural, que además está sometida a tantas amenazas externas mientras vamos por el camino de la vida, puede convertirse en una fortaleza. Dios le dijo a San Pablo: Te basta mi gracia, mi fuerza se manifiesta en la debilidad (2 Cor. 12,7)

Dios, que nos conoce mejor que nadie, nos compara a las ovejas. Las ovejas están siempre expuestas a extraviarse, al ataque del lobo, a la amenaza de los ladrones. Requieren la presencia continua del pastor. Y Dios quiere ser nuestro Pastor mientras vamos de camino. En el Salmo 22(23) tenemos una excelente descripción de la existencia humana y creo yo que es la mejor oración del viajero. Me refiero tanto al viaje de la vida, a nuestra peregrinación terrena, como a cualquier viaje o salida de casa. Creo que es una de esas oraciones que todos deberíamos saber de memoria y, sobre todo, poner todo el corazón a la hora de decirla:

El Señor es mi pastor, nada me falta.
En prados de hierba fresca me hace reposar,
me conduce junto a fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.

Me guía por el camino justo,
haciendo honor a su Nombre.
Aunque pase por un valle tenebroso,
ningún mal temeré,
porque Tú estás conmigo.

Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
Me preparas un banquete
en frente de mis enemigos,
perfumas con ungento mi cabeza
y mi copa rebosa.

Tu amor y tu bondad me acompañan
todos los días de mi vida;
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.

2. El hábito del contacto continuo (text messaging) puede practicarse también con Dios

El text messaging y el tweeting están de moda: mensajes cortos para entrar en contacto. Eso que hacemos entre nosotros, es lo que siempre se nos ha recomendado hacer con Dios en cualquier momento o circunstancia (jaculatorias). Una jaculatoria es como un tweet lanzado al cielo.

Jesucristo lo hacía con su Padre:

- "Padre, te doy gracias por hacerme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas" (Jn 11,41)
- "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34)
- "Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a la gente sencilla" (Mt 11,25)
- "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46)

Llevarse a Dios al trabajo, a la universidad y al supermercado, dirigirle una mirada, una sonrisa o una palabra, es buena manera de sentirse seguro por el camino y de afrontar el típico conflicto del activismo. Dios está en todas partes, lo llevamos dentro de nosotros; no está confinado a los muros de las Iglesias.

Dios está vivo, nos mira siempre, es nuestro Padre, y le gusta que sus hijos nos acordemos de Él, le demos una llamada, simplemente para decirle: "Gracias", "Te quiero", "Ayúdame", "Protégelo", "Ilumíname", "Dame paciencia", "No puedo más, dame fuerza", "Bendito seas", etc.

Al salir de casa, apenas cerrar la puerta, sentarse en el coche o mientras se espera el metro o el autobús, se puede rezar una oración espontánea para pedir a Jesucristo que nos cuide en el camino. Algo así:

Buen Pastor, salgo de (casa) viaje, acompáñame, ven conmigo.
Tú eres el Camino, llévame a mi destino.
Tú eres la Vida, que vuelva a casa sano y salvo.
En tus manos dejo a mis seres queridos, cuídalos, son tus hijos.
Saber que estamos bajo tu mirada es fuente de paz y confianza.
Que en todo momento sea testimonio de vida cristiana.
Amén.

También puede rezarse la oración al Ángel de la guarda. Recuerdo un día en que al salir de la estación de autobuses hice la señal de la cruz y un momento de oración; la persona que llevaba al lado me dijo: A mí también me gusta rezar al comenzar un viaje, pero no sé qué rezar y sólo hago la señal de la cruz. Le sugerí rezar esta oración al Ángel de la guarda:

Ángel del Señor, que eres mi custodio, puesto que la Providencia soberana me encomendó a ti, ilumíname, guárdame, rígeme y gobiérname en este día, amén. 


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A VECES NO TIENES GANAS DE ORAR AUNQUE EN EL FONDO SÍ QUIERES ¿TAMBIÉN A TI TE SUCEDE ESTO?

A veces no tienes ganas de orar aunque en el fondo sí quieres. ¿También a ti te sucede esto?
Si bien deberíamos anhelar la intimidad con Dios, los sentimientos afectan con frecuencia el estado de ánimo y la voluntad 


Por: P. Evaristo Sada LC | Fuente: Catholic.net 



Experimentamos a veces la falta de ganas para la oración, sin que ello signifique un desprecio de Dios. Y nos sucede lo mismo en otros campos de la vida.

Una cosa es no querer y otra es no tener ganas.

Si te levantas sin ganas de ir a la universidad, sin ganas de ir al trabajo o sin ganas de preparar la comida para la familia, ¿qué haces? Si quieres prepararte para tu futuro, aunque no tengas ganas vas a la universidad. Si quieres mantener a tu familia y ofrecer a tus hijos una buena educación, aunque no tengas ganas cumples con tus responsabilidades laborales. Si quieres complacer a tu esposo y a tus hijos con una buena comida y hacerles disfrutar su regreso a casa, aunque no tengas ganas te esmeras en preparar lo mejor posible los alimentos.

Una consecuencia de nuestra naturaleza caída...

Siempre estamos estirados por tendencias contrastantes, nuestra naturaleza caída así nos tiene... Y esto da mucha batalla. Si bien deberíamos anhelar la intimidad con Dios, los sentimientos afectan con frecuencia el estado de ánimo y la voluntad y nos traen como hoja seca llevada por el viento. Se requiere un trabajo permanente de purificación y de oración, de conversión continua.

El cultivo del deseo de Dios

El simple sentido del deber es insuficiente, pues tarde o temprano podemos cansarnos. Es necesario reforzarlo con el cultivo del deseo. De una forma u otra todos hemos experimentado que cuando se estimula el deseo de algo, crece el amor y se disfruta más al tener la oportunidad de alcanzarlo. Es un buen recurso sicológico.

El cultivo del deseo de Dios es un camino que aprendemos en los salmos y que es ampliamente recomendado por los santos. Grandes maestros en la materia son San Anselmo y San Agustín. En el Proslogion San Anselmo escribe: "Deseando te buscaré, buscando te desearé, deseándote te hallaré y hallándote te amaré."

En muchas oraciones del salmista descubrimos este ejercicio del deseo: "¡Qué deseables son tus moradas, Señor Dios de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo. Dichosos los que viven en tu casa, cuando atraviesan áridos valles los convierten en oasis." (Sal 83) "Mi espíritu se consume y anhela los atrios del Señor; como el gorrión que ha encontrado una casa y la golondrina un nido." (Sal 33) Y "Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro." (Sal 27,8)

Nos lo enseña también la liturgia de la Iglesia con el Adviento que estamos celebrando. El Adviento constituye un ejercicio del deseo de la venida de Cristo. El Adviento viene a ser como una cuenta regresiva del gran día en que celebramos al Dios con nosotros. Cuanto mejor lo vivamos, más valoraremos la encarnación y el nacimiento del Hijo de Dios.

¿Cómo se aviva el deseo de Dios?

Dos medios para avivar el deseo de Dios son la contemplación del amor de Dios y la consideración de Sus atributos.

La contemplación del amor de Dios nos estimula a querer corresponderle con más amor. Dios nos amó primero y lo ha hecho con infinita misericordia. Contemplar sus obras conmigo: el don de la existencia, del bautismo, de la familia, de los amigos, de los talentos personales, del perdón, del gran amor que nos ha tenido al encarnarse, morir y resucitar para salvarnos.

Considerar los atributos de Dios (omnipotencia, bondad, verdad, belleza, misericordia....) nos ayuda a descubrir y dejarnos atraer cada vez con mayor fuerza de Alguien fascinante. Para esto ayuda sobre todo el conocimiento de la Sagrada Escritura, la lectura de los Santos Padres, del Magisterio de la Iglesia, el estudio de cristología, etc.

Estimular el deseo de Dios aviva la sed espiritual y avivando la sed espiritual despierta el corazón profundo, aquel que palpita desde el centro de nuestro ser y constituye el espacio para todo encuentro y toda relación, sobreponiéndose a la pereza y a los altibajos emocionales.

Pero el cultivo del deseo no es sólo un recurso sicológico, sino ejercicio de la virtud teologal de la esperanza, como explica el Papa Benedicto XVI en la encíclica Spe Salvi, comentando a San Agustín: "Él (San Agustín) define la oración como un ejercicio del deseo. El hombre ha sido creado para una gran realidad, para Dios mismo, para ser colmado por Él. Pero su corazón es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado. «Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don]». Agustín se refiere a san Pablo, el cual dice de sí mismo que vive lanzado hacia lo que está por delante (cf. Flp 3,13). Después usa una imagen muy bella para describir este proceso de ensanchamiento y preparación del corazón humano. «Imagínate que Dios quiere llenarte de miel [símbolo de la ternura y la bondad de Dios]; si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel?» El vaso, es decir el corazón, tiene que ser antes ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor. Eso requiere esfuerzo, es doloroso, pero sólo así se logra la capacitación para lo que estamos destinados." (Spe Salvi, 33)

Una sugerencia práctica

Una sugerencia práctica para la meditación diaria es comenzar confirmándonos a nosotros mismos y confirmándole a Dios cuánto deseamos pasar un tiempo con Él: "Dios mío, gracias por permitirme también hoy estar un rato a solas contigo. Tú sabes cuánto te amo y cuánto te necesito, y sé que tú también deseas tenerme a tu lado. En la última cena lo repetiste con insistencia: permanece en mi amor. Y también dijiste: Cuánto he deseado celebrar esta pascua con vosotros. De ninguna manera era fácil para ti, esa hora era la hora de la entrega sin límites, la hora de la cruz. Yo quiero seguir tu ejemplo y agradarte siempre. Por eso, aquí me tienes. No siempre tengo ganas ni fuerzas para orar y orar bien, pero lo que sí quiero asegurarte es que deseo seguirte y alcanzarte, permanecer siempre a tu lado, cueste lo que cueste."

El contenido de este artículo puede ser reproducido total o parcialmente en internet siempre y cuando se cite su autor y fuente originales: http://www.la-oracion.com y no se haga con fines de lucro.

AHORA TÚ... AHORA YO


Ahora tú… ahora yo…



Dos hermanitos en puros harapos, provenientes de un barrio periférico, uno de cinco años y otro de diez, iban pidiendo un poco de comida por las casas de la calle que rodea la colina.  Estaban hambrientos.

"¡Vaya a trabajar y no moleste!" -se oía atrás de la puerta.
"¡Aquí no hay nada pordiosero!" -decía otro.
Las múltiples tentativas frustradas entristecían a los niños.

Por fin una señora muy atenta les dijo:
"Voy a ver si tengo algo para ustedes... ¡Pobrecitos!"  Y volvió con una latita de leche. ¡Qué fiesta!  Ambos se sentaron en la acera. 

El más pequeño le dijo al de diez años: "Tú eres el mayor, toma primero" y lo miraba con sus dientes blancos, con la boca medio abierta, relamiéndose.
Yo contemplaba la escena como tonto ¡Si vieran al mayor mirando de reojo al pequeñito...!

El mayor se lleva la lata a la boca y haciendo de cuenta que bebía, apretaba los labios para que no le entre ni una sola gota de leche.  Después, extendiéndole la lata, decía al hermano:
"Ahora es tu turno, solo un poquito".  Y el hermanito, dando un trago, exclamaba: "¡Está sabrosa!"

"Ahora yo" -dice el mayor. Y llevándose a la boca la latita, ya medio vacía, no bebía nada.  "Ahora tú".  "Ahora yo".  "Ahora tú".  "Ahora yo".

Y después de tres, cuatro, cinco o seis tragos, el menorcito, de cabello ondulado, con la camisa afuera, se acababa toda la leche... él solito. Esos "ahora tú", "ahora yo", me llenaron los ojos de lágrimas.

Y entonces, sucedió algo que me pareció extraordinario. El mayor comenzó a cantar, a danzar, a jugar fútbol con la lata vacía de la leche. Estaba radiante, con el estómago vacío, pero con el corazón rebosante de alegría. Brincaba con la naturalidad de quien no hace nada extraordinario, o aún mejor, con la naturalidad de quien está habituado a hacer cosas extraordinarias, sin darle la mayor importancia.

De aquel muchacho, podemos aprender una gran lección: Quien da, es más feliz que quien recibe. Es así como debemos amar. Sacrificándonos con tanta naturalidad, con tanta elegancia, con tanta discreción, que los demás ni siquiera puedan agradecernos el servicio que hemos prestado.

¿Cómo podrías hoy encontrar un poco de esta felicidad y hacer la vida de alguien mejor, con más "gusto de vivirla"?

¡Adelante, levántate y haz lo necesario! Cerca de nosotros puede haber un amigo que necesita de nuestro hombro, de nuestro consuelo y, quizá aún más, de un poco de nuestra paz...

¿Preparados para escuchar?  Cuando escuchamos los lamentos ajenos y consolamos el llanto de un amigo, nos volvemos más fuertes y al oír toda su historia, salimos con ella más fortalecidos, con más experiencia, porque al oír y compartir... aprendemos.

¡Que siempre demos sin demostrar nada y sin pedir nada a cambio!

EL CRUCIFIJO DE LOS BESOS


El Crucifijo de los besos
Que Cristo vaya recibiendo las muestras de tu cariño y cuando llegue el momento de la muerte sea la llave que te abra las puertas del cielo


Por: Historias de sacerdotes | Fuente: Catholic.net 




En el maletín de los Santos Óleos, el que utilizo cuando administro el sacramento de la Unción de enfermos en “mi hospital”, tengo un pequeño crucifijo que doy a besar a todos los que reciben esos auxilios espirituales en los momentos de enfermedad, pero sobre todo cuando se encuentran a las puertas de la muerte.

Poco a poco he sido consciente del valor de ese crucifijo, en él están acumulándose los besos, quizá los últimos besos de muchos buenos hombres y mujeres que mueren en cristiano. Las últimas miradas de amor a un Jesús que ha dado la vida por nosotros y desde la cruz nos ofrece la eternidad. Las últimas jaculatorias nacidas del corazón y de una fe profunda que ha movido sus vidas. El último esfuerzo por querer ser todo del Señor.

Puedo aseguraros que es emocionante ver con que cariño besan, miran e incluso aprietan entre sus manos ese pequeño crucifijo, el “crucifijo de los besos”. Estoy convencido, como el buen ladrón, con ese pequeño gesto, muchos han robado el Corazón de Cristo.

Quiero que el crucifijo me acompañe durante mi vida, pero quiero también, si Dios me lo permite, poder tenerlo entre mis manos en la hora de mi muerte, no sólo para unir mis besos, mis miradas, mis jaculatorias a la de tantos hermanos, sino también para aprovecharme de sus méritos y de su intercesión desde el cielo, confiando se acuerden de este sacerdote que les hizo presente al Salvador en el momento final de la existencia terrenal.

Te animo, hermano, hermana, a que tu también tengas tu “Cristo de los besos”, que lo lleves contigo, que lo pongas en tu mesa de trabajo o en tu mesita de noche, para que muchas veces al día y también de la noche puedas mirarlo y sentirte animado a corresponder a tanto amor. Que ese Cristo vaya recibiendo las muestras de tu cariño y cuando llegue el momento de la muerte será la llave que te abra las puertas del cielo. Ese cielo donde la Resurrección de Jesús alcanza toda su dimensión, la dimensión de la Vida Eterna para ti y para mi.

domingo, 9 de agosto de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: DOMINGO 9 DE AGOSTO DEL 2015


¿Es hora de dimitir? El que cree, tiene vida eterna
Tiempo Ordinario



Juan 6,41-51. Domingo 19o. Tiempo Ordinario B. Muchas veces renunciamos a nuestras responsabilidades y nos dejamos vencer por el desánimo. 



Por: P. Sergio A. Córdova LC | Fuente: Catholic.net 




Del santo Evangelio según san Juan 6, 41-51
Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo.» Y decían: «¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?» Jesús les respondió: «No murmuréis entre vosotros. «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» 

Oración introductoria
Jesús, dame fe para saber orar. No permitas que me dé miedo el silencio y el sosiego. Haz que opte siempre por el camino de la escucha de tu Palabra. Quiero reconocerte y adorarte en la Eucaristía.

Petición
Espíritu Santo, enséñame a reconocer tu presencia y acción en todo lo bueno que hay en mi vida.

Meditación del Papa Francisco
Si miramos a nuestro alrededor, nos damos cuenta de que existen muchas ofertas de alimento que no vienen del Señor y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo. Pero el alimento que nos nutre verdaderamente y que nos sacia es sólo el que nos da el Señor. El alimento que nos ofrece el Señor es distinto de los demás, y tal vez no nos parece tan gustoso como ciertas comidas que nos ofrece el mundo. Entonces soñamos con otras comidas, como los judíos en el desierto, que añoraban la carne y las cebollas que comían en Egipto, pero olvidaban que esos alimentos los comían en la mesa de la esclavitud. Ellos, en esos momentos de tentación, tenían memoria, pero una memoria enferma, una memoria selectiva. Una memoria esclava, no libre.
Cada uno de nosotros, hoy, puede preguntarse: ¿y yo? ¿Dónde quiero comer? ¿En qué mesa quiero alimentarme? ¿En la mesa del Señor? ¿O sueño con comer manjares gustosos, pero en la esclavitud? (Homilía de S.S. Francisco, 19 de julio de 2014).
Reflexión
Algunos medios de comunicación especularon sobre la posible dimisión del Papa Juan Pablo II debido a su edad y a su salud. Sin embargo, el Santo Padre nunca mencionó una sola palabra sobre el tema. Después de esos absurdos pronunciamientos de la prensa, el Papa expresó abiertamente su firme deseo de continuar en la misión que Cristo le había encomendado al frente de su Iglesia hasta su muerte. ¡Qué ejemplo tan maravilloso de entrega y de fidelidad heroica nos dió San Juan Pablo II! A pesar de su edad y de su quebrantada salud, siguió en pie, como un roble, conduciendo el timón de la Iglesia, sabiendo que es el mismo Señor quien la guió a través de él.

Sin embargo, muchos de nosotros, a nuestra edad y llenos de salud, sí que "dimitimos" tantas veces, presos del desaliento, la depresión y el cansancio. Dimitimos de nuestras responsabilidades y nos dejamos vencer por las crisis del desánimo. Nos asalta la tentación de la derrota y claudicamos a la primera bajo el peso de las desilusiones, las incomprensiones, los fallos, los fracasos, el ambiente mezquino, injusto y podrido que nos rodea; bajo el peso de la hipocresía, de la falsedad y de la desconfianza. Y todo se nos acumula dentro, nos nubla la vista, seca las energías de nuestro corazón y, finalmente, nos postramos en tierra y desistimos de seguir avanzando.

A nosotros nos pasa lo que le aconteció al profeta Elías. La primera lectura, del libro de los Reyes, nos cuenta que Elías, huyendo de la persecución desatada contra él por la reina Jezabel, fatigado del camino, se tira bajo una retama, se desea la muerte y luego se queda profundamente dormido. Ya no tiene ganas de nada, se siente frustrado y completamente derrotado. Ya no vale la pena continuar. ¿Para qué esforzarse más? ¿Qué sentido tiene, si nadie lo reconoce, si lo persiguen e intentan darle muerte por el bien que realiza? Basta ya. Mejor quedarse tranquilo y olvidarse de todo. Y, en medio de esta crisis mortal, se le aparece un ángel del Señor, lo despierta, le da de comer y de beber, y lo anima a seguir adelante: "Levántate y come -le dice- porque el camino es superior a tus fuerzas". Y con el vigor que le dio aquel alimento –nos narra el autor sagrado– "caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al Horeb, el monte de Dios".

Recuerdo que, cuando era niño -y después, cuando me fui haciendo menos niño- con mucha frecuencia escuchaba –y también cantaba– durante la Santa Misa aquel motete que dice: "No podemos caminar con hambre y bajo el sol, danos siempre el mismo pan, tu Cuerpo y Sangre, Señor". Y enseguida venía a mi imaginación una estampa típica del desierto. Y me fortalecía pensando en Jesús, a quien enseguida iba a recibir en la Sagrada Comunión.

Esta es la enseñanza que nos trae el evangelio de hoy: "Yo soy el pan de vida –nos dice nuestro Señor–. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre". No sólo tendrá la fuerza para caminar cuarenta días y cuarenta noches, como Elías; ni sólo tendrá la fortaleza que necesita para vencer las crisis de desánimo, de cansancio y de derrota; sino que, además, tendrá vida ETERNA. ¿Qué más podemos desear?

Pero aquí tenemos que preguntarnos: ¿Cómo recibo a nuestro Señor en la Comunión? Si lo hago con verdadera fe, devoción y amor, producirá sus frutos de vida eterna en mi alma. Pero si lo recibo de modo indigno, distraído, con el corazón tibio o mediocre... es obvio que no me aprovechará para nada. Ojalá que, de hoy en adelante, procuremos recibir a Jesús en nuestra alma como lo haría la Santísima Virgen María después de que su Hijo subió al cielo. Entonces, sólo entonces, muchas cosas cambiarán en nuestra vida.

Propósito
Visitar a Cristo Eucaristía, o hacer una comunión espiritual, para agradecerle su inmenso amor.

Diálogo con Cristo
Señor, el espejismo de las cosas del mundo me deslumbran y me impiden reconocerte y darte el lugar que te corresponde en mi vida. Gracias por este momento de oración. Confío me lleve a valorar la Eucaristía como mi lugar de luz, de esperanza, de conversión; te pido la gracia de gozar sensiblemente de tu presencia eucarística.


Preguntas o comentarios al autor    P. Sergio Cordova LC
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