miércoles, 20 de mayo de 2015

SANTIGUARSE DE MANERA CORTA Y DE MANERA FORMAL


Santiguarse de manera corta y de manera formal
Al hacer el signo de la Cruz, con nuestros dedos, de nuestra mano, invocamos la acción Redentora y Salvadora de Dios
Por: Margarita González | Fuente: Catholic.net




Al hacer el signo de la Cruz, con nuestros dedos, de nuestra mano, invocamos la acción Redentora y Salvadora de Dios.

Este gesto nos pone delante de la acción misericordiosa de Dios, que vela por sus hijos, y les quiere participar su Amor y Su Bendición.

Hacemos la señal de la Cruz de forma corta, para llamar la atención de Dios a nuestra persona, que se encuentra en un momento de acción, sea esta de inicio del día, de alguna labor, de un ministerio, de algún apostolado, de una misión, pidiéndole Su Compañía, Su Presencia, su Apoyo, Su Bendición.

La forma larga comprende el rito de santiguarse, primero en la frente, como inicio de un afán, de un inicio más perfecto, de una invocación más formal, pidiendo a Dios purifique nuestros pensamientos, para que sean los suyos los que nos enriquezcan, y nos apoyen, y proyectemos la Luz de Dios en nuestros esfuerzos  por no ensuciar nuestra Conciencia Superior.

La Señal de la Cruz en nuestros labios, nos invita a expresar con Pureza, lo que nuestra conciencia y corazón desean transmitir, siendo palabras que transmitan Paz y alegría, comunión de Amor y Bienestar hacia los demás, así como lo experimentamos hacia nosotros mismos.  Bien hablar.

La Señal de la Cruz en nuestro pecho, nos invita a reflexionar sobre lo bondadoso que es Dios, al que albergamos en nuestro corazón, y le pedimos nos fortalezca para no dar cabida a sentimientos ajenos a la Acción de Dios, como son ira, violencia, deshonor,  sentimientos que nos perjudican a nosotros mismos y a los demás.  Y así, reine en nosotros mismos y en nuestro entorno, la Paz, la alegría, la Bondad.

Así, con estas tres señales, confirmamos nuestra Fe en Dios Uno y Trino, generoso y amoroso, que completamos en la señal final, que abarca todo nuestro cuerpo y espíritu, pidiendo a Dios su Luz, su compañía, su bendición, su Paz.  Caminar por la vida con la seguridad de que amamos y somos amados por Dios, y lo experimentamos hacia los demás.  Sentimientos nobles y generosos que nos dan dignidad y hora.  Paz en nuestras familias y en la sociedad.

ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO FRENTE AL SANTÍSIMO SACRAMENTO


Oración al Espíritu Santo frente al Santísimo
Es el Espíritu Santo a quien tenemos que llamar y pedirle que siempre nos acompañe e ilumine en nuestro diario caminar.


Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net




Es jueves, Señor, y estoy frente a ti...

Voy a empezar este diálogo con una invocación al Espíritu Santo:

"Oh, Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo. Inspírame ser siempre razonable en mi pensar, acertar lo que voy a decir, cuando me convienen hablar y cuando me conviene callar, ilumíname para escribir, impúlsame para actuar, que tengo que hacer para saber perdonar procurando tu mayor gloria y bien de las alma y mi propia santificación. ¡Espíritu Santo ilumina mi entendimiento y fortalece mi voluntad!. Amén"

Yo se que esta oración te agrada porque cuando te llegó el momento de partir hacia el Padre, tu corazón de hombre supo de la pena, de lo que es una despedida... Dejabas a tu Madre que tanto amabas....la dejaste al cuidado y protección de Juan, pero...."la dejabas".... a tus queridos amigos, a las personas que te seguían fieles y que tanto estimabas.

Por eso nuestra fe, nuestra religión es única y verdadera por ser revelada cuando dijiste: - "Si me amais guardareis mis mandamientos y yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito (abogado y consejero) para que esté con vosotros para siempre. Espíritu de verdad a quién el mundo no puede recibir porque no lo ve ni le conoce. Pero vosotros le conoceis porque mora en vosotros y en vosotros está". Juan 14, 15-17.

Tu, Jesús, nos enseñaste esta gran verdad... ¡y qué poco pensamos en ella !

El Espíritu Santo que es el Espíritu de Dios, no tiene otro deseo que el que le llamemos, ¡ven Espíritu Santo! para venir en nuestra ayuda en medio de nuestras tristezas y desolaciones...

¡Qué poca fe, Señor, perdónanos!

El es una fuente de gracias y de inspiraciones para llevarnos a obrar, en todos los momentos de nuestra vida con la seguridad de poder acertar en el seguimiento de la voluntad de Dios. Es la Tercera persona de la Santísima Trinidad. Es Dios de la misma sustancia divina que el Padre y el Hijo pero al mismo tiempo una Persona distinta de las otras dos, pero solo hay un Dios.

Y ese Dios-Padre por nadie fue hecho ni creado ni engendrado. El Hijo fue engendrado y se hizo hombre y es Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo porque es el AMOR de ambos.

Y ese AMOR y ese ESPIRITU lleno de Dios es al que tenemos que llamar y pedirle que siempre nos acompañe e ilumine en nuestro diario caminar. En este diario vivir que siempre nos salen al paso diferentes alternativas y decisiones y muchas veces son tan importantes que dudamos ante ¿dónde estará lo correcto?.

Oremos.
Vivamos esta gran maravilla de Dios que desea que nos acompañe el GRAN CONSOLADOR.

Salimos y dejamos tu sacramental presencia en el Sagrario reconfortados por esta reflexión de hoy donde has puesto en nuestro corazón la fortaleza y la paz de ese tu Gran Espíritu.

¡Gracias, Jesús !

MISSIO CANÓNICA DE LOS PROFESORES DE RELIGIÓN

Missio Canónica de los profesores de religión
El profesor de religión y moral católica es, sobre todo, un creyente católico y testigo de su fe, que quiere enseñar en nombre de la Iglesia la Buena Noticia de la salvación de Dios que se ha manifestado en Cristo y su Evangelio 


Por: Mons. Casimiro López Llorente 




Queridos profesores y profesoras de Religión:

1.Estamos celebrando vuestra ‘missio canónica’. En esta celebración recibiréis el envío y el encargo para enseñar en nombre de la Iglesia la Religión y Moral católicas en los distintos niveles formativos de la escuela pública y privada. Si bien sois nombrados por la Administración educativa, vuestra tarea es un verdadero ministerio eclesial al que sois enviados por la Iglesia; participáis así en el ámbito del anuncio de la Palabra de Dios del ministerio apostólico, cuya plenitud reside en el ministerio episcopal. Como los mismos apóstoles y sus sucesores, los Obispos, también vosotros sois enviados hoy por el mismo Señor a través de mis manos al anuncio de la Buena Nueva a vuestros alumnos.

Esta celebración os debe llevar a todos a adquirir una conciencia más viva de esta vuestra condición de enviados por Cristo y por su Iglesia al mundo escolar. Y como enviados habéis de ser servidores fieles y solícitos del Señor y de su Palabra tal como nos llega a través de la tradición viva de la Iglesia, en bien de la educación integral de vuestros alumnos. Se trata de un verdadero don, recibido en último término de Dios, y una tarea, que, en palabras de San Pablo, no es otra sino evangelizar sin alardes literarios para que no se desvirtúe la cruz de Cristo (1 Cor 1, 17). Porque no sois dueños, sino servidores de la Palabra; y de quien sirve se pide que sea fiel a la tarea encomendada y solícito para que la Palabra llegue plena e íntegra al destinatario.

De nuevo quiero expresaros a los profesores de religión mi más sincero agradecimiento por la acogida del don que recibís en la ‘missio’; y os agradezco la entrega generosa que día a día demostráis en vuestros respectivos ambientes educativos. Lleváis a cabo una hermosa tarea, que ayuda a vuestros alumnos a crecer en el conocimiento de Dios, de Jesucristo y de su Evangelio, que les ayudará a dirigir sus vidas por el camino que Dios les ha señalado, confiriéndolas así sentido y unidad.

2. No sabemos todavía cómo quedará regulada la Clase de religión católica ni el estatuto de los profesores de Religión en los decretos que apliquen la LOE. No es este momento de entrar en estas cuestiones.

Hoy deseo resaltar el carácter confesional, en nuestro caso católico, que necesariamente ha de tener la enseñanza religiosa para responder al derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus convicciones religiosas y morales. Los padres, al escoger la formación religiosa y moral católica para sus hijos, depositan en la Iglesia Católica su confianza para que sus hijos reciban la formación adecuada tal y como la entiende la Iglesia católica. Depende, pues, de la autoridad de la Iglesia determinar la formación religiosa católica, sus contenidos y su pedagogía; y compete al Obispo diocesano organizarla y ejercer vigilancia (CIC. c.804).

Para ello, el Ordinario del lugar debe cuidar que los profesores de religión destaquen por su recta doctrina, por su aptitud pedagógica y por el testimonio de vida cristiana (CIC c. 804 & 2). El derecho de los padres a pedir esta enseñanza para sus hijos implica que se les garantice la idoneidad de sus profesores. Sin ello quedaría mermado el derecho de los padres a la formación religiosa y moral por la que han optado.

La formación religiosa católica, que impartís, pide que estéis identificados con lo que enseñáis. Vuestra libre opción para ser profesores de religión no puede basarse en el mero deseo de completar un horario ni tampoco en tener un puesto de trabajo seguro y remunerado. No os podéis limitar tampoco a ser meros especialistas conocedores de la materia. El profesor de religión y moral católica es, sobre todo, un creyente católico y testigo de su fe, que quiere enseñar en nombre de la Iglesia la Buena Noticia de la salvación de Dios que se ha manifestado en Cristo y su Evangelio; es un profesor que quiere transmitir la realidad viva de Dios, que posibilita la dignidad, grandeza, verdad y libertad del hombre, es decir su salvación, y que le hace protagonista en la construcción de su Reino y da sentido a su vida.

Como profesores de religión participáis de una manera específica de la misión evangelizadora de la Iglesia. La Iglesia ha sido elegida por Dios para continuar la misión de Jesucristo, que no es otra que evangelizar, hacer presente y operante a Cristo y su Evangelio, para que el Reino crezca como el grano de mostaza y transforme al hombre y a la sociedad.

Si ya por ser cristianos sois llamados y enviados a proclamar a Cristo y su Evangelio de palabra y por el testimonio de vida, como profesores de religión sois elegidos y enviados por el Obispo para enseñar en nombre suyo y de la Iglesia. En vuestra misión proclamáis con vuestra vida, con vuestra palabra y con vuestra especifica enseñanza la comunión con Dios en el seno de la Iglesia que os otorga esta dignidad de enseñar. En vuestra tarea trasmitís no sólo conocimientos sino ante todo vida, la vida que hace posible ese proyecto que da sentido, dignidad y libertad. La naturaleza misma de la formación religiosa católica y la naturaleza del profesor de religión, como cristiano católico elegido para participar en la misma misión de la Iglesia, exigen que exista coherencia entre la vida y lo que se enseña.

La enseñanza de la religión católica se imparte en nombre de la Iglesia, que envía a través del Obispo. Ello implica no sólo que sus contenidos y métodos respondan a la doctrina y moral católica, pero también que sea impartida desde una actitud y vida confesantes. El profesor de religión y moral católica no imparte su propia enseñanza ni una formación entendida a su manera sino la enseñanza católica y la formación cristiana tal como la entiende la Iglesia y la demandan los padres.

3. No se me oculta la situación harto difícil en la que debéis llevar a cabo vuestra tarea educativa. La palabra de Dios, que hemos escuchado, es fuerza en la dificultad. Dios no se cansa ni fatiga, el reanima al cansado y reconforta al débil (cf. Is 40, 27-31). ‘La debilidad de Dios es más fuerte que los hombres’, nos dice San Pablo. Porque la semilla de la Palabra siempre encuentra una tierra buena y da su fruto; la Palabra de Dios nunca vuelve vacía a Él. Las enseñanzas de Jesucristo, su vida y su persona son fuente de valores, de vida y de cultura.

La educación y maduración en la fe y vida cristiana se realiza, de otro lado, por diversos cauces, entre los que destacan la familia, la parroquia y la escuela; todos ellos, con objetivos y medios diferentes, han de ser convergentes en la acción educativa de niños, adolescentes y jóvenes. Cuando se prescinde de una de estas vías, se producen vacíos, rupturas y desajustes lamentables en el proceso de maduración y de educación en la fe.

Ante una cultura que en muchos casos presenta antivalores erigidos como nuevos ídolos o referentes vitales, el anuncio del acontecimiento de Jesucristo en la Iglesia, va contra corriente y exige una respuesta personal y comprometida. Ante los síntomas de debilitamiento de la fe, dudas y desorientación en el camino, los testigos de la Palabra, -y vosotros y vosotras estáis llamados y enviados a serlo-, deben estar a la escucha de Aquel, que los envía: El es la Palabra viva, la fuerza y la esperanza.

La enseñanza religiosa se enfrenta hoy a nuevos retos en la transmisión de la fe a las nuevas generaciones. Lo que se nos pide es que la enseñanza en la nueva evangelización no sea sólo hablar de Cristo sino en cierto modo hacerlo ver. En este sentido, la fe y la razón deben ir unidas al testimonio, a fin de que la transmisión de la fe pueda ser personalizada y vivida. Del Evangelio emerge el rostro de Cristo que hoy debemos transmitir con la humildad y disponibilidad de aquel que sabe que el hecho revelado y recibido en la comunidad de creyentes es gracia que viene del Padre.

Hoy es necesaria una propuesta de la fe que integre la fe y la vida, que dialogue con la cultura y que promueva una nueva síntesis que muestre la fuerza humanizadota de la fe. Así se comprende que el anuncio de la fe debe ir unido a la educación del ser humano, para que el mensaje de la fe pueda ser acogido en la vida, pueda generar cultura, y entre en la historia. La prioridad de la Iglesia debe centrarse, por ello, en el anuncio de Cristo. El mismo se presenta ante el corazón y la libertad de todos como una compañía humana que se puede ver, tocar y escuchar, y que nos recuerda que la vida tiene un sentido y nos llama a descubrir nuestra dignidad de hijos de Dios. La transmisión de la fe conlleva la renovación de la fe de los cristianos, redescubrir la sencillez del mensaje de la fe y conquistar la verdadera libertad cristiana en un mundo que quiere imponer sus valores.

4. Jesús nos pide como a Pedro: “Rema mar adentro, y echad las redes para pescar” (Lc 5,4). Puede que como Pedro seamos escépticos, en la situación cultural que nos encontramos. Pero, como Pedro, decimos esta tarde: “puesto que tú lo dices, echaremos las redes” (Lc 5,5). Volvamos nuestra mirada al Señor, confiemos en su palabra y en su presencia en medio de nosotros. El os dice esta tarde: “remad mar adentro” y “echad de nuevo las redes” en vuestra hermosa tarea de anunciar a Cristo y su evangelio en la escuela: Cristo y la Iglesia os llama y os envía. Frente a cansancios y temores, ante una situación religiosamente adversa o simplemente indiferente a la propuesta del Evangelio, acojamos la invitación del Señor, fiémonos de su palabra y se hará posible lo que humanamente parece impensable. Fiados de su palabra avivemos nuestra confianza en Él y retomemos el aliento necesario para el camino.

¡Que Santa María, la Virgen, que supo acoger con fe y obediencia la Palabra de Dios y transmitirla a los demás sea vuestro modelo en vuestra misión! ¡Que ella os aliente, os conforte y os proteja! Amén.

EL EVANGELIO DE HOY: MIÉRCOLES 20 DE MAYO DEL 2015


Padre, cuida en tu nombre a los que me has dado

Pascua


Juan 17, 11-19. Pascua. El amor de Cristo es eterno, está presente siempre y en todo lugar. 



Por: P. Vicente Yanes | Fuente: Catholic.net




Del santo Evangelio según san Juan 17, 11-19
Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad.

Oración introductoria
Señor, gracias por este tiempo que puedo dedicar a la oración. Aunque no soy del mundo, las cosas pasajeras ejercen una fuerte atracción, pero creo y espero en Ti, porque eres fiel a tus promesas, por eso te pido la gracia de que me reveles la verdad sobre mi vida en esta oración.

Petición
Señor, concédeme no tener en la vida otra tarea, otra ocupación, otra ilusión que ser santificado en la verdad.


Meditación del Papa Francisco
Los mártires y la comunidad cristiana tuvieron que elegir entre seguir a Jesús o al mundo. Habían escuchado la advertencia del Señor de que el mundo los odiaría por su causa; sabían el precio de ser discípulos. Para muchos, esto significó persecución y, más tarde, la fuga a las montañas, donde formaron aldeas católicas. Estaban dispuestos a grandes sacrificios y a despojarse de todo lo que pudiera apartarles de Cristo –pertenencias y tierras, prestigio y honor–, porque sabían que sólo Cristo era su verdadero tesoro.
En nuestros días, muchas veces vemos cómo el mundo cuestiona nuestra fe, y de múltiples maneras se nos pide entrar en componendas con la fe, diluir las exigencias radicales del Evangelio y acomodarnos al espíritu de nuestro tiempo. Sin embargo, los mártires nos invitan a poner a Cristo por encima de todo y a ver todo lo demás en relación con él y con su Reino eterno. Nos hacen preguntarnos si hay algo por lo que estaríamos dispuestos a morir.
Además, el ejemplo de los mártires nos enseña también la importancia de la caridad en la vida de fe. La autenticidad de su testimonio de Cristo, expresada en la aceptación de la igual dignidad de todos los bautizados, fue lo que les llevó a una forma de vida fraterna que cuestionaba las rígidas estructuras sociales de su época. Fue su negativa a separar el doble mandamiento del amor a Dios y amor al prójimo lo que les llevó a una solicitud tan fuerte por las necesidades de los hermanos. Su ejemplo tiene mucho que decirnos a nosotros, que vivimos en sociedades en las que, junto a inmensas riquezas, prospera silenciosamente la más denigrante pobreza; donde rara vez se escucha el grito de los pobres; y donde Cristo nos sigue llamando, pidiéndonos que le amemos y sirvamos tendiendo la mano a nuestros hermanos necesitados. (Homilía de S.S. Francisco, 16 de agosto de 2014).
Reflexión
Un padre de familia se ve obligado a dejar su hogar. El ejército lo necesita. Hace unos días recibió la carta, y hoy debe partir. Su esposa ya lo conocía; pero Jaime, su hijo "mayor" de 8 años, no. Ya en la calle, con su equipaje al hombro, después de darle un beso lleno de emoción a su mujer y a Nancy, su hija de dos años, se arrodilla para abrazar a su hijo. "Jaime, te pido que cuides de tu mamá y de tu hermanita. Estaré unos días fuera. Sé bueno y recuerda que eres el hombre de la casa". Con el corazón en la garganta se aleja por la calle...

Jesús, el Buen Pastor, antes de comenzar el drama de su pasión, encomendó a los suyos a quien sabía que velaría por ellos con tanto amor como Él lo había hecho: a su Padre. Padre santo, cuida a los que me diste. Voy a ti y los dejo solos, cuida de ellos.

El amor de Cristo es eterno, supera la barrera del tiempo y del espacio. Su amor está presente siempre y en todo lugar. Ésta debe ser la principal alegría de un cristiano: saberse amado por Jesús y por su Padre. Con un amor más fuerte que el odio del mundo. Este amor de Cristo es nuestra insignia, nuestro escudo y nuestra arma de lucha. No puede concebirse un cristiano que huya de la lucha, que se oculte cobardemente tras un árbol quitándose una espina cuando sus pastores y tantos hermanos son atacados por los enemigos del rebaño de Cristo.

Por eso Cristo no pidió al Padre que nos apartara del mundo y nos encerrara en un "mundo perfecto", sino que nos santificara (que nos fortaleciera con su gracia) para vencer el mal y extender su Reino.

Propósito
Hacer un examen de conciencia para ver cómo puedo dar mayor gloria a Dios con los dones que me ha dado.

Diálogo con Cristo
Señor, dejo en tus manos mis preocupaciones. Ayúdame a confiar en tu providencia, para que la revisión de mis actitudes y comportamiento, me ayude a vivir lo que creo. Sé que Tú estás conmigo, pero frecuentemente se me dificulta compartir mi fe con los demás. Dame la fortaleza para hablar de Ti y de tu amor, especialmente a mi familia.

FLORECILLAS A LA VIRGEN MARÍA: DÍA 20 DE MAYO

Flor del 20 de mayo: María Corredentora

Meditación: Llegaron los días del Calvario para el Hijo, el Cristo…y también para la Madre. Cristo se entrega, María se entrega y entrega al Cordero de Dios en oblación de amor. ¡Qué dolor!. La Madre sigue el rastro de la Santa Sangre en la calle de la amargura, el Gólgota. Busca en su Dulce Jesús la preciosa mirada del Niño que alguna vez acunaba. El Cristo, su Cristo es una sola Llaga…y la miraba…su Corazón traspasado, también Sangre derramaba al ver la tragedia Sagrada, veía los Clavos como taladraban aquellas Manos que un día la acariciaban…y aquellos Pies que tanto caminaron sanando y santificando la tierra seca fruto del pecado. Ella que escuchó Sus primeras Palabras también las últimas escuchaba…y Su última mirada…a Su Madre amada sólo Amor confesaba…Su último latido, el de su Niño que había perdido. El Padre le pidió lo que Abraham ofreció, pero Ello tomó ese cáliz y lo bebió hasta el final. Perdón María porque sola te dejamos, porque no queremos nuestro pequeño calvario, perdón por preferir sólo vivir para mí, lleno de egoísmos y de vacíos, perdón por decir que mi cruz es pesada, si tú por mí haz sido también clavada…clavada espiritualmente la Madre, clavado en Su Cruz el Hijo, y todos esos Clavos debieron ser míos.

Oración: ¡Oh María Dolorosa, Oh Madre Corredentora!. Hazme un alma piadosa que esté junto a tí en el Calvario y permíteme participar del dolor de la Cruz para ser como tú, para asemejarme al Rey, y así poderlo ver. Amén.

Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

Florecilla para este día: Meditar sobre nuestro destino de corredención junto a la Madre, que nos enseña el camino de la Cruz y nos invita a recorrerlo junto a Su Hijo, Jesús, como Ella lo hizo.

DABA SEGÚN GASTABA


Daba según gastaba



Una mujer en Bengala Occidental, cada vez que entraba en una tienda, un almacén o un cine, sacaba un  librito negro y anotaba algo en él. Alguien, por fin, le preguntó un día: 

–– “¿Lleva usted una relación de todo lo que gasta?”. 

–– “¡Oh, no! Sólo llevo una nota de lo que compro que puedo considerar como lujo: perfumes, y todas 
esas cosas”.

–– “Pero ¿para qué utiliza la lista? –le preguntó. 

–– “Pues, en realidad –contestó la mujer–, me siento tan egoísta disfrutando de tantas comodidades y  viendo que hay tantos sufrimientos en el mundo, que llevo esta lista, y siempre que quiero gastar  dinero en comodidades personales, doy una pequeña caridad a alguien que no tenga hogar o que esté enfermo”.

OLVÍDALO



Olvídalo



Las resacas que dejaron las tormentas
de este año...¡Olvídalas!

Los pasos tambaleantes, los pasos retrasados, los pasos hacia atrás...¡Olvídalos!

Las veces que pasaste ignorado, inadvertido,
lastimado... ¡Olvídalas!

Los sueños consumidos, las ilusiones
hechas cenizas, los intentos hechos polvo y el
amor hecho recuerdo... ¡Olvídalos!

Las veces que latió tu corazón y nadie se dio
cuenta, que quisiste hacer y no te dejaron, que
abriste los ojos y te cerraron los párpados...
¡Olvídalas!

Las estrelladas apagadas, los días opacos, el
tiempo en blanco, la luna dividida y las horas de
cerrazón... ¡Olvídalas!

El manto de insignificancia, de masa, de
anonimato... de rutina... ¡Olvídalo!

Las espinas largas y hondas, los secretos
angustiosos y tristes, las piedras altas e insalvables... ¡Olvídalas!

Las semillas que se te quedaron dormidas,
los vuelos que se te quedaron a ras de tierra,
las rosas que se secaron antes de tiempo...
¡Olvídalas!

La cáscara de la semilla, el lucimiento de la
vanidad, la máscara del hombre y el ropaje de la
verdad... ¡Olvídalo!

No vivas hacia atrás. 
No comiences recargado de sombras. 
No des la espalda a la luz.
No te reflejes en lo que pasaste. 
No te aferres al mismo punto de partida. 
Párate en la proa de tu barco, levanta de nuevo las velas, mira hacia lo largo y lo ancho del mar... cuando te convenzas
de su inmensidad encontrarás otro camino, y
cuando mires al cielo parecerás gaviota que
apartándose de todo encuentra el camino.

Con el pasado aprendes, con el presente
renaces y con el futuro sueñas.

Vivir empezando, es la forma de llegar. 
Lo demás... ¡Olvídalo!

¿CÓMO SABER SI ESTOY HACIENDO LA VOLUNTAD DE DIOS?


¿Cómo saber si estoy haciendo la voluntad de Dios?
La paz es uno de los signos de que estamos haciendo la Voluntad de Dios en nuestras vidas
Por: P. Jacques Philippe 




El signo principal de que estamos haciendo la voluntad de Dios es la paz. Paz que no es una simple tranquilidad psicológica porque todo va bien, sino una paz que es mucho más profunda, mucho más íntima. Esta paz se percibe y se confirma especialmente cuando estoy en presencia de Dios, en la oración. La paz del que hace la voluntad de Dios va acompañada de otros elementos: un sentimiento interior de libertad (incluso cuando la voluntad de Dios puede ser exigente, no se cumple como algo restringido o forzado, sino con una motivación personal y libre), una cierta dilatación del corazón (el corazón se hace grande en el deseo de amar a Dios más y más, en la ternura y bondad hacia el prójimo), una alegría interior.

Dicho esto, el sentimiento de paz y aquello que lo acompaña (libertad, amor, alegría) no siempre se siente intensamente, y esto es por diferentes razones. A veces vivimos tiempos de pruebas, de tentaciones, de preguntas y dudas, incluso tormentas interiores, que son normales en toda vida espiritual y que hacen que, aunque seamos fieles a Dios y hagamos su voluntad, no gocemos sensiblemente de esta paz. Pero estos tiempos de prueba son pasajeros y la paz vuelve después de un tiempo, más profunda que antes.

Hay que saber también que no siempre podemos tener la certeza absoluta de estar haciendo la voluntad de Dios. Habrá de repente tiempos de "tantear" en la vida espiritual, tiempos de búsqueda, de interrogación sobre nuestras decisiones, sin que tengamos siempre una respuesta inmediata. La respuesta llegará algún día si tenemos buena voluntad, pero se necesita tiempo. Por otra parte, Dios quiere que nos mantengamos pobres y pequeños, siempre con deseos de progresar. Si alguien tuviera permanentemente la certeza total de hacer la voluntad de Dios, podría tener el riesgo de caer en un cierto orgullo o presunción, de estar demasiado seguro de sí mismo; a veces es mejor para nosotros vivir en una cierta pobreza e incertidumbre, guardando simplemente la buena voluntad. Dios nos da siempre luz para las decisiones esenciales, pero eso no impide que haya una parte de oscuridad o de interrogación en la comprensión de su voluntad.

Otras veces puede haber razones psicológicas que hacen que, aunque estemos en la voluntad de Dios, el corazón no logre sentir paz: un temperamento escrupuloso o demasiado inquieto, un periodo de depresión o de angustia, etc.
De todo esto se derivan las siguientes consecuencias prácticas:

- Cuando estamos en una paz estable y profunda, en general es signo de que estamos en la voluntad de Dios. Pero hay que cuidar no caer en la presunción; debemos mantenernos humildes y pequeños, sabiendo que no estamos exentos de buscar comprender y cumplir cada vez mejor esta voluntad de Dios. Hay que estar siempre en búsqueda... No con inquietud y tensión, obviamente, sino con confianza y paz, deseando siempre y con fuerza avanzar.

- Si no se tiene esta paz hay que intentar comprender por qué. A veces puede significar que no estoy en la voluntad de Dios. Otras veces quiere decir que tengo demasiados escrúpulos, o que estoy en una fase de prueba o de combate espiritual. Y otras veces es el demonio quien, para inquietarme y desmotivarme, me acusa sin un motivo verdadero (en la Escritura, el demonio se llama "acusador de los hermanos").

- Cuando no logremos ver claro por nosotros mismos, es bueno pedir consejo a un orientador espiritual que pueda ayudarnos en nuestro discernimiento. Cuando nos abrimos a una persona que conoce la vida espiritual, en general es bastante fácil descubrir si la falta de paz viene de una infidelidad a Dios o de otra causa.

martes, 19 de mayo de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: MARTES 19 DE MAYO DEL 2015


Jesús pide al Padre que nos consagre en la verdad

Pascua


Juan 17, 1-11. Pascua. Jesús bien sabía que una vez que le conociéramos de verdad, no podríamos dejar de amarlo y de seguirlo. 



Por: P Juan Pablo Menéndez | Fuente: Catholic.net




Del santo Evangelio según san Juan 17, 1-11
Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado. Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. 

Oración introductoria
¡Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres! Este clamor de los ángeles también resuena en el tiempo pascual, porque Tú eres grande, Señor. Grande es tu poder. Tu sabiduría no tiene medida. Quiero alabarte y glorificarte con mi vida, especialmente en este momento de oración.

Petición
Jesús, permite que no caiga en la tentación de las distracciones ni de las preocupaciones, para centrar mi oración en Ti.

Meditación del Papa Francisco
«“¿Quién nos separará del amor de Cristo?” Con estas palabras, san Pablo nos habla de la gloria de nuestra fe en Jesús: no sólo resucitó de entre los muertos y ascendió al cielo, sino que nos ha unido a él y nos ha hecho partícipes de su vida eterna. Cristo ha vencido y su victoria es la nuestra.
[…] Con san Pablo, nos dicen que, en la muerte y resurrección de su Hijo, Dios nos ha concedido la victoria más grande de todas. En efecto, ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”.
La victoria de los mártires, su testimonio del poder del amor de Dios, sigue dando frutos en la Iglesia que sigue creciendo gracias a su sacrificio.
[…] El Evangelio de hoy contiene un mensaje importante para todos nosotros. Jesús pide al Padre que nos consagre en la verdad y nos proteja del mundo.
Es significativo, ante todo, que Jesús pida al Padre que nos consagre y proteja, pero no que nos aparte del mundo. Sabemos que él envía a sus discípulos para que sean fermento de santidad y verdad en el mundo: la sal de la tierra, la luz del mundo. En esto, los mártires nos muestran el camino. (Homilía de S.S. Francisco, 16 de agosto de 2014)
Reflexión
Si quisiéramos una síntesis de los requisitos para alcanzar la vida eterna, está aquí: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y al que tú has enviado, Jesucristo. Si conocer a Dios es el primer interés de los creyentes, conocer a Jesús debe ser el primer interés de los cristianos.

Jesús bien sabía que una vez que le conociéramos de verdad, no podríamos dejar de amarlo y de seguirlo. Porque no se puede conocer a Jesús sin caer presa de su amor. No se puede conocer a Jesús sin contagiarse de la esperanza que infunde su mensaje. No se puede conocer a Jesús sin creer en su Pasión, Muerte y Resurrección.

Alguien ha dicho que un creyente es un enamorado, uno que se ha enamorado de Dios. Si le pides que te dé razones de su amor, quizá no logre hacerlo, no porque no tenga razones o no las haya pensado, sino porque tendrá tantas que se le amontonarán en la boca y no podrán salir. Conocer a Jesús, no nos puede dejar indiferentes, como no es indiferente el hombre ante el amor de su esposa, o de su novia. El verdadero cristinano es aquel que con su vida intentará corresponderle regalándole sus buenas obras.

Por esto, Jesús encomienda los cristianos al cuidado del Padre. Él sabe que llega su hora. Pero no quiere dejarnos desamparados. Pide al Padre por aquellos que creerán en el Evangelio a lo largo de toda la historia. Por todos los que conociendo lo que Dios ha hecho por el hombre le corresponderán con una vida de auténticos discípulos: amando al prójimo, como Dios nos ha amado. A pesar de que el mundo nos ignore, nos desprecie y nos tache de ilusos e idealistas, cuando rememos contra corriente, recordemos que Jesús ha rogado por nosotros, simplemente porque somos suyos.

Propósito
Para agradecerle a Dios su amor, aceptaré con alegría y confianza las dificultades de este día.

Diálogo con Cristo
Permite que esta oración, en la que doy gloria a tu presencia en mi vida, sea mi punto de partida para tener siempre esa sed de orar que me lleve a la convivencia plena y diaria Contigo y con mis hermanos.

¿CÓMO SER SANTOS?


¿Cómo ser santos?
Fragmentos de verdad católica


Todo ser humano está llamado a la santidad, que “es plenitud de la vida cristiana y perfección de la caridad, y se realiza en la unión íntima con Cristo y, en Él, con la Santísima Trinidad.



Por: Mons. Rafaello Martinelli | Fuente: Catholic.net




¿Qué significa ser santos? 

Significa estar unidos, en Cristo, a Dios, perfecto y santo. 
“Sean por tanto perfectos como es perfecto su Padre celestial” (Mt 5, 48), nos ordena Jesucristo, Hijo de Dios. “Sí, lo que Dios quiere es su santificación.” (1 Ts 4, 3). 
¿Por qué Dios quiere nuestra santidad? 

Porque Dios nos ha creado “a su imagen y semejanza” (Gn 1, 26), y de ahí que Él mismo nos diga: “Sed santos, porque yo soy santo” (Lv11, 44). 
La santidad de Dios es el principio, la fuente de toda santidad. 
Y, aún más, en el Bautismo, Él nos hace partícipes de su naturaleza divina, adoptándonos como hijos suyos. Y por tanto quiere que sus hijos sean santos como Él es santo. 
 ¿Estamos todos llamados a la santidad? 
Todo ser humano está llamado a la santidad, que “es plenitud de la vida cristiana y perfección de la caridad, y se realiza en la unión íntima con Cristo y, en Él, con la Santísima Trinidad. El camino de santificación del cristiano, que pasa por la cruz, tendrá su cumplimiento en la resurrección final de los justos, cuando Dios sea todo en todos” (Compendio, n. 428). 
 ¿Cómo es posible llegar a ser santos? 
- El cristiano ya es santo, en virtud del Bautismo: la santidad está inseparablemente ligada a la dignidad bautismal de cada cristiano. En el agua del Bautismo de hecho hemos sido “lavados [...], santificados [...], justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor 6, 11); hemos sido hechos verdaderamente hijos de Dios y copartícipes de la naturaleza divina, y por eso realmente santos. 

- Y porque somos santos sacramentalmente (ontológicamente - en el plano de nuestro ser cristianos), es necesario que lleguemos a ser santos también moralmente, es decir en nuestro pensar, hablar y actuar de cada día, en cada momento de nuestra vida. Nos invita el Apóstol Pablo a vivir “como conviene a los santos” (Ef 5, 3), a revestirnos “como conviene a los elegidos de Dios, santos y predilectos, de sentimientos de misericordia, de bondad, de humildad, de dulzura y de paciencia” (Col 3, 12). 
Debemos con la ayuda de Dios, mantener, manifestar y perfeccionar con nuestra vida la santidad que hemos recibido en el Bautismo: Llega a ser lo que eres, he aquí el compromiso de cada uno. 
- Este compromiso se puede realizar, imitando a Jesucristo: camino, verdad y vida; modelo, autor y perfeccionador de toda santidad. Él es el camino de la santidad. Estamos por tanto llamados a seguir su ejemplo y a ser conformes a Su imagen, en todo obedientes, como Él, a la voluntad del Padre; a tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual “se despojó de su rango, tomando la condición de siervo (…) haciéndose obediente hasta la muerte” (Fil 2, 7-8), y por nosotros “de rico que era se hizo pobre” (2 Cor 8, 9). 
- La imitación de Cristo, y por lo tanto el llegar a ser santos, se hace posible por la presencia en nosotros del Espíritu Santo, quien es el alma de la multiforme santidad de la Iglesia y de cada cristiano. Es de hecho el Espíritu Santo quien nos mueve interiormente a amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas (cfr. Mc 12, 30), y a amarnos los unos a los otros como Cristo nos ha amado (cfr. Jn 13, 34). 
 ¿Cuáles son los medios para nuestra santificación? 

El primer medio y el más necesario es el Amor, que Dios ha infundido en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado (cfr. Rm 5, 5) y con el cual amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimos por amor de Él. Pero para que el amor, “como una buena semilla y fructifique, debe cada uno de los fieles oír de buena gana la Palabra de Dios y cumplir con las obras de su voluntad, con la ayuda de su gracia, participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, y en otras funciones sagradas, y aplicarse de una manera constante a la oración, a la abnegación de sí mismo, a un fraterno y solícito servicio de los demás y al ejercicio de todas las virtudes. Porque la caridad, como vínculo de la perfección y plenitud de la ley (cf. Col 3,14), gobierna todos los medios de santificación, los informa y los conduce a su fin” (Lumen Gentium, 42). 
Cada fiel es ayudado en su camino de santidad por la gracia sacramental, donada por Cristo y propia de cada Sacramento. 
 ¿Existen diversas maneras y formas de santidad? 
Ciertamente. Cada uno puede y debe llegar a ser santo según los propios dones y oficios, en las condiciones, en los deberes o circunstancias que son los de su propia vida. 

Las vías de la santidad son por tanto múltiples, y adaptadas a la vocación de cada uno. Muchos cristianos, y entre ellos muchos laicos, se han santificado en las condiciones más ordinarias de la vida. 
 ¿Por qué la Iglesia es santa? 
- La Iglesia es santa porque: 
· Dios santísimo es su autor; 
· en ella está presente Cristo, cabeza de la Iglesia, el cual se ha entregado a sí mismo por Ella, para santificarla y hacerla santificante; 
· está animada por el Espíritu Santo, que la vivifica con la Caridad y la enriquece con sus carismas; 
· en Ella es custodiada fielmente la Palabra de Dios; 
· se encuentra en Ella la plenitud de los medios de la salvación: Ella es instrumento de santificación de los hombres mediante el anuncio de la Palabra de Dios, la celebración de los Sacramentos, el ejercicio de la Caridad en la búsqueda constante del rostro de Cristo en cada hermano. La Iglesia es la casa de la santidad y la caridad de Cristo, infundida por el Espíritu Santo, es su alma;
· la santidad es la vocación de cada uno de sus miembros, la fuente secreta, la medida infalible y el fin de toda su actividad apostólica y de su impulso misionero; 
· la santidad de la Iglesia es la fuente de la santificación de sus hijos. Por esto justamente la Iglesia es llamada la madre de los santos, Aquella que genera santidad con fecunda y magnánima sobreabundancia; 
· Ella cuenta en su interior a la Virgen María: en Ella la Iglesia es ya toda santa. La Iglesia ha alcanzado ya en la santísima Virgen María la perfección que la hace sin mancha y sin arruga; 
· en la Iglesia, a lo largo de todos los siglos de su historia, ha florecido en manera increíblemente extraordinaria la santidad cristiana, sea heroica sea ordinaria, y así hemos tenido innumerables Santos; 
· ha suscitado, a través de toda su historia, infinitas obras de caridad. 
- “La santidad de la Iglesia se fomenta también de una manera especial en los múltiples consejos que el Señor propone en el Evangelio para que los observen sus discípulos, entre los que descuella el precioso don de la gracia divina que el Padre da a algunos (cf. Mt 19,11; 1 Cor 7,7) de entregarse más fácilmente sólo a Dios en la virginidad o en el celibato, sin dividir con otro su corazón (cf. 1 Cor 7,32-34). Esta perfecta continencia por el reino de los cielos siempre ha sido considerada por la Iglesia en grandísima estima, como señal y estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo” (Lumen Gentium, 42). 

- La Iglesia es santa, es verdad, pero al mismo tiempo está necesitada siempre de purificación. De hecho todos sus miembros, aquí en la tierra, se reconocen todos pecadores, siempre necesitados de conversión y de purificación. La Iglesia incluye en su seno seres humanos frágiles, que se reconocen pecadores, y por eso necesitados de pedir y recibir el perdón de Dios por sus propios pecados. 
Por eso la Iglesia sufre y hace penitencia por tales pecados, de los cuales, además, tiene el poder de sanar a sus hijos con la sangre de Cristo y el don del Espíritu. 
 ¿Por qué la Iglesia proclama santos a algunos de sus hijos? 

“Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente que esos fieles han practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los fieles proponiendo a los santos como modelos e intercesores” (CEC, n. 828). 
La Iglesia, desde sus inicios, ha siempre creído que los Apóstoles y los Mártires estén estrechamente unidos a nosotros en Cristo, los ha celebrado con particular veneración junto con la santísima Virgen María y los santos Ángeles, y ha implorado piadosamente la ayuda de su intercesión. Y a lo largo de los siglos, ha siempre ofrecido para la imitación de los fieles, a la veneración y a la invocación, a algunos hombres y mujeres, insignes por el esplendor de la caridad y de todas las otras virtudes evangélicas. 
 ¿Cuáles son las objeciones que se ponen contra los santos? 
Está quien insinúa que se trata de una estrategia expansionista de la Iglesia Católica. Para otros, la propuesta de nuevos beatos y santos, tan diversos por categoría, nacionalidad y cultura, sería sólo una operación de marketing de la santidad con finalidad de leadership del Papado en la sociedad civil actual. Está incluso quien ve en la canonización y en el culto de los santos un residuo anacrónico de triunfalismo religioso, extraño incluso al espíritu y a lo dicho por el Concilio Vaticano II, el cual ha tanto puesto en evidencia la vocación a la santidad de todos los cristianos. Quienes ponen tales objeciones no toma en cuenta el gran rol y la verdadera importancia de los santos en la Iglesia. 
¿Quiénes son los santos para la Iglesia? 
- Los santos son: 
· aquellos que contemplan ya claramente a Dios uno y trino. Ciudadanos de la Jerusalén celestial, cantan sin fin la gloria y la misericordia de Dios, habiéndose cumplido en ellos el paso pascual de este mundo al Padre; 
· discípulos del Señor. Orígenes lo afirma con decisión: “Los santos son imagen de la imagen, siendo el Hijo imagen” (La oración, 22, 4). Son el reflejo de la luz de Cristo resucitado. Como en el rostro de un niño, en el cual se acentúan particularmente los rasgos físicos de sus padres, en el rostro del santo el rostro de Cristo ha encontrado una nueva modalidad de expresión; 
· modelos de vida evangélica, de los cuales la Iglesia ha reconocido la heroicidad de sus virtudes y luego los propone a nuestra imitación. Ellos “han sido siempre fuente y origen de renovación en los momentos más difíciles de la historia de la Iglesia” (Juan Pablo ii, Christifideles laici, 16). “Ellos salvan a la Iglesia de la mediocridad, la reforman desde adentro, la apremian a ser lo que debe ser la esposa de Cristo sin mancha ni arruga (cfr Ef 5, 27)” (Juan Pablo ii, Discurso a los jóvenes de Lucca, 23 de septiembre de 1989). Y el Card. Joseph Ratzinger ha justamente afirmado que: “No son las mayorías ocasionales que se forman aquí o allá en la Iglesia las que deciden su camino y el nuestro. Ellos, los santos, son la verdadera, determinante mayoría según la cual nos orientamos. A esa nos atenemos! Ellos traducen lo divino en lo humano, lo eterno en el tiempo”; 
· testigos históricos de la llamada universal a la santidad. Fruto eminente de la redención de Cristo, son prueba y documento de que Dios, en todos los tiempos y en todos los pueblos, en las más variadas condiciones socioculturales y en los distintos estados de vida, llama a sus hijos a alcanzar la perfecta estatura de Cristo (cfr Ef 4, 13; Col 1, 28). Ellos muestran que la santidad es accesible a las multitudes, que la santidad es imitable. Con su concreción personal e histórica hacen experimentar que el Evangelio y la vida nueva en Cristo no son una utopía o un simple sistema de valores, sino un “fermento” y “sal” capaces de hacer vivir la fe cristiana dentro y desde dentro de las diferentes culturas, áreas geográficas y épocas históricas; 
· expresión de la catolicidad o universalidad de la fe cristiana y de la Iglesia que vive esa fe, la custodia y difunde. Los santos, expresión del mismo Espíritu -como dice el Evangelio- que “sopla donde quiere”, han vivido la misma fe. Tal internacionalidad confirma que la santidad no tiene confines y que ésa no está muerta en la Iglesia y, aún más, continúa a tener viva actualidad. El mundo cambia, pero los santos, aún cambiando ellos mismos con el mundo que cambia, representan siempre el mismo rostro vivo de Cristo. Ellos hacen resplandecer en el mundo un reflejo de la luz de Dios, son los testigos visibles de la santidad misteriosa y universal de la Iglesia; 
· una auténtica y constante forma de evangelización y de magisterio. La Iglesia quiere acompañar la predicación de la verdad y de los valores evangélicos con la presentación de los santos que han vivido esas verdades y esos valores en modo ejemplar; 
· mientras honran al hombre, rinden gloria a Dios, porque “la gloria de Dios es el hombre viviente” (San Ireneo de Lyon);
· son un signo de la capacidad de inculturación de la fe cristiana y de la Iglesia en la vida de los diferentes pueblos y culturas; 
· intercesores y amigos de los fieles todavía peregrinos en la tierra, porque los santos, aunque inmersos en la gloria de Dios, conocen los afanes de sus hermanos y hermanas y acompañan su camino con la oración y el patrocinio; 
· innovadores de cultura. Los santos han permitido que se crearan nuevos modelos culturales, nuevas respuestas a los problemas y a los grandes retos de los pueblos, nuevos desarrollos de humanidad en el camino de la historia. Los santos son como faros: han indicado a los seres humanos las posibilidades que los mismos seres humanos poseen. Por esto son interesantes incluso culturalmente. Un grande filósofo francés del siglo XX, HENRY BERGSON, ha hecho esta observación: “los personajes más grandes de la historia no son los conquistadores, sino los santos”. 
- Todo esto la Iglesia lo confiesa cuando, agradecida a Dios Padre, proclama: “en la vida de los santos nos ofrece un ejemplo, en la intercesión una ayuda, en la comunión de gracia un vínculo de amor fraterno” (Prefacio de la Misa).
¿Qué diferencia existe entre beatos y santos? 
- En cuanto a la certeza de que unos y otros se encuentren en el cielo, no hay entre ellos ninguna diferencia. 
- En cuanto al procedimiento: normalmente primero un cristiano es proclamado beato (beatificación), y después, sucesiva y eventualmente, es proclamado santo (canonización). 
- En cuanto a la autoridad implicada en la declaración de un beato o de un santo: es siempre el Papa quien, con un específico acto pontificio, declara a alguien beato o santo. 
- En cuanto al culto: 
· las beatificaciones tienen un culto permitido y no prescrito, limitado a una Iglesia local; 
· la canonizaciones tienen un culto extendido a toda la Iglesia, prescrito, con una sentencia definitiva. 
 ¿Son demasiados los beatos y los santos? 

Juan Pablo ii respondió a tales objeciones de esta manera: “Se dice a veces que hoy hay demasiadas beatificaciones. Pero esto, además de reflejar la realidad, que por gracia de Dios es la que es, corresponde al deseo expreso del Concilio. El Evangelio si ha difundido de tal modo y su mensaje ha puesto tales profundas raíces, que propio el gran número de beatificaciones refleja la acción del Espíritu Santo y la vitalidad que de Él brota en el campo más esencial para la Iglesia, el de la santidad. Ha sido de hecho el Concilio que ha puesto en particular relieve la llamada universal a la santidad” (Discurso de apertura al Consistorio extraordinario en preparación del Jubileo del 2000, 13-VI-1994). 
Y aún más escribe: “El más grande homenaje, que todas las Iglesias rendirán a Cristo al umbral del tercer milenio, será la demostración de la omnipotente presencia del Redentor mediante los frutos de fe, de esperanza y de caridad en hombres y mujeres de tantas lenguas y razas, que han seguido a Cristo en las diversas formas de la vocación cristiana” (Juan Pablo ii, Tertio Millenio adveniente, 37). 
 ¿Cómo llega la Iglesia a la canonización? 

El modo de proceder de la Iglesia en las causas de beatificación y de canonización se ha desarrollado siempre en el curso del tiempo con nuevas formas, a la luz incluso del progreso de las disciplinas históricas, con el fin de tener la agilidad en el modo de proceder, manteniendo sin embargo firme la seguridad de las investigaciones en una cuestión de tanta gravedad e importancia. 
Estas son las diversas etapas: 
1.                 FASE DIOCESANA:
- Cualquier persona puede solicitarle al Obispo de la diócesis, donde ha muerto el Siervo de Dios, de dar inicio a una causa de canonización. Los santos y la santidad son reconocidos, por tanto, como un movimiento desde abajo hacia lo alto. Todavía hoy, es de hecho el mismo pueblo cristiano que, reconociendo por intuición de la fe la “fama de santidad”, señala los candidatos a la canonización al propio Obispo, quien sucesivamente envía las pruebas recogidas al Dicasterio de la Santa Sede competente, la Congregación de las Causas de los santos. 
- El obispo, por instancia del Postulador y con el previo permiso de la Santa Sede, inicia el proceso, normalmente no antes de cinco años de la muerte del fiel. Le compete al Obispo el derecho de recoger las pruebas acerca de la vida, las virtudes o el martirio, los milagros realizados, y, si es el caso, el culto antiguo del Siervo de Dios, del cual se pide la canonización. Para hacer esto, el obispo recurre a la ayuda de varios expertos, los cuales, después de haber investigado escritos y documentos, e interrogado a los testigos, expresan un juicio acerca de su autenticidad y de su valor, como también acerca de la personalidad del siervo de Dios. 
- Si el Obispo retiene que la causa contiene elementos fundados, entonces nombra un Tribunal (Juez, Promotor de justicia y Notario), quien interroga los testigos y recibe de una Comisión histórica toda la documentación relacionada con la vida, las virtudes y la fama de santidad del Siervo de Dios. 
2.                 FASE PONTIFICIA:
- Terminadas las investigaciones a nivel diocesano, se transmiten todas las actas en doble copia a la Santa Sede, y más precisamente a la Congregación de los Santos, que examina los actos mismos: 
· bajo el aspecto formal (para verificar si los actos son válidos y auténticos) y;
· bajo el aspecto de mérito (para demostrar si las virtudes son probadas). 
- Al final dicha Congregación da su valoración sobre las virtudes y sobre los milagros. 

 ¿Cómo se hace el examen acerca de las virtudes? 
La Congregación de los Santos procede de esta manera: 
- En primer lugar se prepara la Positio, que es el conjunto de los actos procesales y de las actas documentales, la cual deberá ser sometida al examen de los Consultores específicos expertos en la materia, para que emitan el voto sobre su valor científico. 
- La Positio (con los votos escritos de los Consultores históricos y con las ulteriores aclaraciones del Relator, si son necesarios) será examinada por los Consultores teólogos, los cuales, junto al Promotor fidei, expresan su parecer sobre la heroicidad de las virtudes del Siervo de Dios y preparan una propia relación final, que será sometida, junto a la Positio, al juicio de los Cardenales y de los Obispos Miembros de la Congregación de los Santos.
 ¿Cómo viene considerada la heroicidad de las virtudes? 
El concepto de heroicidad de las virtudes no implica, necesariamente, que las acciones realizadas por la persona virtuosa tengan que ser asombrosas. “La heroicidad -ha explicado el Card. José Saraiva Martins, Prefecto de la Congregación de los Santos- puede muy bien consistir en el cumplimiento en modo extraordinariamente generoso y perfecto de los propios deberes cotidianos hacia Dios, hacia el prójimo y hacia sí mismos. La vida ordinaria de cada día es el lugar más común para alcanzar las más elevadas cumbres de la santidad” (Discurso del 2003). 
 ¿Es necesario también un milagro? 

Para poder proceder a la beatificación de un Siervo de Dios, la actual legislación canónica requiere también un milagro, realizado por intercesión del Siervo de Dios después de su muerte. Para la beatificación de un mártir no se requiere el milagro, por cuanto el mismo martirio, sufrido por amor de Dios, es un signo inequívoco de la vida virtuosa de un Siervo de Dios. 
Para la canonización en cambio de los mártires y de los no-mártires es necesario un nuevo milagro, realizado después de la beatificación. 
 ¿Por qué son necesarios los milagros? 
- Hay una razón histórica: desde siempre la Iglesia ha exigido “signos” que confirmen la vida virtuosa de un cristiano. 
- Hay sobretodo una razón teológica: los milagros son necesarios siempre para:
· confirmar la doctrina de la fe del Siervo de Dios; 
· garantizar el juicio sobre la heroicidad de las virtudes; 
· probar que la vida de un no-mártir no haya sido secretamente laxior (es decir, menos santa) respecto a lo que resulta de los testimonios 
 ¿Cómo se procede en el caso de los milagros? 
- Los milagros son estudiados bajo dos aspectos: 
· el científico: para probar que el evento prodigioso (la curación), sobre la base de los testimonios y la documentación médica, es inexplicable; 
· el teológico: para verificar si el evento prodigioso está connotado de preternaturalidad, es decir si es un verdadero y propio milagro. 
- Corresponde al Obispo, donde se ha realizado el evento prodigioso, hacer estudiar el milagro por un Tribunal, que debe recoger las pruebas testimoniales y médico-clínicas. 
- Después el Obispo envía las actas de dicho Tribunal a la Congregación de las Causas de los Santos, la cual las estudia tanto desde el punto de vista procesal (para acertar la valides de tales actas) como sobretodo sobre el mérito. A tal fin: 
· las actas son primero examinadas por dos peritos médicos individualmente, y luego por un órgano colegial de cinco médicos, los cuales recogen sus conclusiones (diagnosis, prognosis, terapia, modalidad de curación inexplicable desde un punto de vista médico...) en una relación; 
· viene luego preparada una “Positio” (con todas las actas diocesanas y la relación de los médicos) que es examinada por los teólogos, los cuales emitirán un parecer sobre la preternaturalidad del hecho; 
· finalmente la misma Positio, la relación de los médicos y los pareceres de los teólogos son sometidos al juicio de los Padres (Cardenales y Obispos) de la Congregación de los Santos, los cuales valorarán si el hecho prodigioso es un milagro o no. 
- El juicio de los Padres Cardenales y de los Obispos, sea sobre la heroicidad de las virtudes sea sobre el milagro, es referido, por el Cardenal Prefecto de la Congregación de los Santos, al Sumo Pontífice, al cual le compete únicamente el derecho de declarar, con un acto solemne, que se puede proceder a la beatificación o a la canonización de un cristiano y por tanto al culto público eclesiástico, a él debido. 
 ¿Cuál culto se debe dar a los beatos y a los santos? 
A los beatos y a los santos se les debe el culto de veneración, y no de adoración, siendo éste reservado únicamente a Dios. Es necesario no olvidar que el fin último de la veneración de los santos es la gloria de Dios y la santificación de cada ser humano mediante una vida plenamente conforme a la voluntad de Dios y a la imitación de las virtudes de aquellos que fueron eminentes discípulos del Señor.
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