Atención personalizada
Autor: Padre Guillermo Ortiz SJ.
Aunque el egoísmo nos distraiga mucho tiempo ocupándonos enteros solo en nuestras propias ‘cositas’ personales, tarde o temprano descubrimos que necesitamos de los otros no para usarlos o sacarles provecho, sino para interactuar, trabajar juntos, acompañarnos en las dificultades, dialogar, unir fuerzas frente a la adversidad, proyectar algo más grande que nuestra sola visión personal corta y pobre cuando es solitaria.
Desmigajado, el mundo se derrama en infinidad de fragmentos; en múltiples individualidades solitarias que no logran unirse en un proyecto común, que no encuentran la dirección de la solidaridad y la fraternidad que orienta en el sentido del bien común. Y por eso estas individualidades solitarias se chocan en infinitos desencuentros que plasman la injusticia, el dolor la miseria de este mundo roto.
Por eso ya en los primeros párrafos de esas cartas de Dios que son los libros sagrados aparece la afirmación de Dios: ‘No es bueno que el hombre esté solo’, que Jesús asumirá hasta las últimas consecuencias hasta concretar su modo de ser y de vivir en un mandato universal: ‘ámense entre ustedes así como yo los amo’.
Su ser es la plenitud de la apertura al otro, de la magnanimidad, del dar y ‘perder’ la vida en el servicio de amor.
Si pudiéramos mirar en sus entrañas, en su corazón, nos veríamos como en un espejo, bien definidos con nuestros rasgos más profundos, nuestros deseos más hondos, nuestras penas y angustias más amargas. Porque toda la ‘carne’ de Jesús de Nazaret, sus huesos, cada célula de su piel le sirven para sentirnos, para percibirnos, para escucharnos, para mirarnos, para ocuparse de nosotros.
Autor: Padre Guillermo Ortiz SJ.
Aunque el egoísmo nos distraiga mucho tiempo ocupándonos enteros solo en nuestras propias ‘cositas’ personales, tarde o temprano descubrimos que necesitamos de los otros no para usarlos o sacarles provecho, sino para interactuar, trabajar juntos, acompañarnos en las dificultades, dialogar, unir fuerzas frente a la adversidad, proyectar algo más grande que nuestra sola visión personal corta y pobre cuando es solitaria.
Desmigajado, el mundo se derrama en infinidad de fragmentos; en múltiples individualidades solitarias que no logran unirse en un proyecto común, que no encuentran la dirección de la solidaridad y la fraternidad que orienta en el sentido del bien común. Y por eso estas individualidades solitarias se chocan en infinitos desencuentros que plasman la injusticia, el dolor la miseria de este mundo roto.
Por eso ya en los primeros párrafos de esas cartas de Dios que son los libros sagrados aparece la afirmación de Dios: ‘No es bueno que el hombre esté solo’, que Jesús asumirá hasta las últimas consecuencias hasta concretar su modo de ser y de vivir en un mandato universal: ‘ámense entre ustedes así como yo los amo’.
Su ser es la plenitud de la apertura al otro, de la magnanimidad, del dar y ‘perder’ la vida en el servicio de amor.
Si pudiéramos mirar en sus entrañas, en su corazón, nos veríamos como en un espejo, bien definidos con nuestros rasgos más profundos, nuestros deseos más hondos, nuestras penas y angustias más amargas. Porque toda la ‘carne’ de Jesús de Nazaret, sus huesos, cada célula de su piel le sirven para sentirnos, para percibirnos, para escucharnos, para mirarnos, para ocuparse de nosotros.