Francisco de Asís, uno de los Santos más queridos de la Iglesia, tenía este lema, que se repetía siempre:
¡Dios mío y todas mis cosas!
Con ello venía a confesar que lo único que le interesaba en la vida,
lo único en que valía la pena pensar, lo único por que se podía aspirar
es Dios y nada más que Dios. En Dios tenía toda su riqueza, y fuera de
Dios no le decían nada todas las criaturas de este mundo, que, en tanto
valen, en cuanto nos llevan a Dios.
Este mensaje de Francisco es perenne, para todos los lugares y todos
los tiempos, para los pueblos igual que para cada persona en
particular.
En nuestros días debe ser más actual que nunca, porque aún están
coleteando en el mundo las consecuencias del ateísmo militante, y,
además, se nos echa encima un nuevo paganismo.
Hoy contamos ciertas cosas del comunismo ateo con una satisfacción
muy grande. Porque, ¡gracias a Dios!, pasaron aquellos años en que
estaba proscrita la religión, y el sólo nombrar a Dios ya era un delito
penado con la misma muerte. ¿Es posible esto?... ¡Y tan posible!
Por poner un caso nada más. En la revolución marxista española de
1936, es allanado un apartamento en busca de algún sacerdote. No se
encuentra a nadie, porque el Padre que allí había lo supo disimular tan
bien, que los milicianos se marchaban tal como habían venido. Lo malo
fue que, al despedirse, aquel hombre, de quien no sospecharon, los
despidió cortésmente con el simple y tradicional ¡Adiós!... Los rojos
entran en sospechas.
-¿Qué es eso de “adiós”?... Ahora se dice “¡Salud!”...
Y por aquel ¡adiós! educado que le salió tan espontáneo, el
Sacerdote paró ante el pelotón de fusilamiento... Repetimos, ¿es posible
que se odie así a Dios?...
Esto fue el comunismo en todas partes. En Rusia, para ir contra
Dios, se llegó a dar normas que nos parecen inconcebibles. Por ejemplo,
se ordenó que en todas las escuelas se escribiera el nombre de Dios con
minúscula. Porque Dios no era un ser divino, singular y personal, sino
un producto de la razón, una fantasía ingeniosa, un cuento pasado de
moda, una palabra común carente de sentido.
Sabemos que este hecho fue la última gota que rebasó la paciencia
del gran disidente soviético y premio Nobel de Literatura.
Descaradamente, se rebeló contra la orden gubernativa de escribir así el
nombre de Dios, mientras que había de escribirse con mayúscula el de la
policía o cualquier organismo del Estado. Las palabras de este valiente
tuvieron resonancia mundial:
Es el colmo de la mezquindad atea contra la más excelsa fuerza
creadora del universo, y ¡no me someteré a esta nueva indignidad!...
Gracias a DIOS y habremos de escribir con mayúsculas las cuatro
letras del nombre bendito, que todo ha cambiado en aquellos países
esperanzadores, en los que hoy se vuelve a adorar públicamente a Dios
como es debido. El ateísmo oficial hubo de declararse impotente frente a
la fuerza interna que el Reino de Dios desarrollaba dentro del pueblo
ruso.
Pero este fenómeno es siempre para nosotros un aviso, una invitación, una exigencia.
En la vida del hombre, y más en nuestros tiempos de tan grave
secularización, se corre el peligro de olvidar a Dios. Más, se correría
el peligro de abandonar conscientemente a Dios, si es que Dios llegara
un día a estorbar en el disfrute del mundo. Nosotros vemos el peligro
del materialismo moderno, y nos preguntamos para prevenirnos:
- ¿Quién podrá más, Dios o el materialismo que nos rodea? ¿Quién nos seducirá definitivamente, el placer o Dios?...
El grito del salmo: ¿Quién, fuera de Dios?, debe tener en la vida
del hombre resonancias fuertes y continuas. Es casi un grito de guerra.
La que se libra dentro de cada uno, cuando ve que a su alrededor
apostatan muchos del amor de Dios para darse sin freno a las cosas
perecederas.
Ni el bienestar, ni la fama, ni el amor meramente humano, ni nada ni
nadie, pueden llenar el vacío que se produce en el corazón cuando falta
Dios.
Lo único que nos llena es ese Dios que satisface nuestra sed de eternidad.
Un filósofo de la antigüedad griega, después de pasearse por todo el
mercado sin haber comprado nada, pronunció su sentencia célebre:
¡De cuántas cosas no tengo necesidad alguna! Me sobra todo. Me basta la filosofía de mi cabeza...
El hombre que se contenta con Dios, dice también: ¡No necesito nada! Con Dios tengo bastante...
Serán inmortales los versitos de Teresa de Jesús:
Quien a Dios tiene nada le falta: sólo Dios basta.
Una persona célebre en nuestros tiempos, ciega y sordomuda desde su
nacimiento, pero que llegó a una superación sorprendente, lo dijo de
manera humilde, aunque profundamente sabia y con dulce poesía:
Yo creo que Dios es para mí como el sol para el color y la fragancia
para la flor. Como la luz en las tinieblas y la voz en mi silencio.
El ¡Dios mío y todas mis cosas! franciscano, es no solamente la
aspiración de un Santo. Es, así de sencillo, la experiencia más
elemental que dicta el simple sentido común....
P. Federico Vila, Claretiano, mártir en Tarragona. Solsenitzyn. Helen Keller. Sal. 18, 32.