Mirar un poco más hacia el cielo
Hoy
celebramos la glorificación de Jesús. Dios había venido del cielo
haciéndose hombre para salvarnos, muriendo en la cruz. Ese Dios hecho
hombre, que es Jesús, había resucitado y debía volver glorificado al
cielo. Es lo que llamamos Ascensión. Para ello no necesitaba de hechos
externos ni visuales, porque su cuerpo ya no estaba en nuestra esfera
material y visible. Por eso podemos decir que desde el momento de su
resurrección, ya subió o estaba en el cielo. Pero los apóstoles sí
necesitaban algo externo, algo sensible, que les iluminara la mente y
les diera impulso en su ánimo. De ahí que Jesús, durante cierto tiempo,
les siguió adoctrinando, hasta que tuvieron esa experiencia de que Jesús
ya no iba a estar más con ellos, sino que ellos eran los que debían ir
por el mundo a enseñar los mensajes de Jesús y hacer discípulos.
Hoy
encontramos en la primera lectura de los “Hechos” la descripción que
san Lucas hace detallada del suceso. Se lee todos los años en esta
fiesta. Es posible que en parte o quizá la mayoría sea como una parábola
para indicarnos grandes enseñanzas. San Lucas es el evangelista más
instruido y que escribe mejor literariamente. Por eso termina su libro
del evangelio y comienza el de los “Hechos” con la exaltación del gran
personaje, que es Jesús.
Nos
recuerda un poco las grandes exaltaciones que en la literatura se hace
de grandes personajes, que desaparecen de modo sobrenatural, como en el
Antiguo Testamento, cuando Elías es arrebatado al cielo. Siempre lo
hacen después de unas solemnes palabras. También Jesús da su gran
mensaje, como hoy vemos al final del evangelio de san Mateo. El mensaje
es que vayan por el mundo a predicar el Evangelio, al mismo tiempo que
les trasmite el poder que Él ha recibido de su Padre y la promesa de que
nunca les abandonará.
Nosotros
en este día debemos impulsar nuestra esperanza en cuanto a nuestro
final y para el presente. Si Jesús, que es nuestra cabeza, subió y está
en el cielo, nosotros, que somos miembros de su cuerpo, esperamos
seguirle. Es lo que pedimos hoy en la principal oración de la Misa. Y
por eso debemos mirar un poco más hacia el cielo. Ciertamente que los
ángeles les dijeron a los apóstoles que no tanto miraran al cielo, sino
que pensasen en la tierra, en lo que debían hacer aquí. Pero la realidad
es que la mayoría de las personas están tan atadas a las realidades
mundanas, que no se les ocurre mirar hacia el cielo, donde está Jesús,
donde está la Virgen María con todos los santos, esperándonos con Dios
en la absoluta perfección, en el amor, la luz, la gloria, la plena
felicidad. Ese es nuestro destino: la glorificación con Cristo.
Pero
mientras llegamos allí, debemos trabajar aquí en la tierra. Debemos ser
testigos, como los apóstoles, de las enseñanzas de Jesús. Sabemos que
la principal enseñanza es el amor. Por eso, aunque pensamos en la ciudad
futura, en el cielo, no podemos descuidar el mejoramiento de todo lo
relacionado con nuestra tierra. Y por eso buscamos el bien del prójimo.
Jesús,
aunque subió al cielo, no nos abandona. En primer lugar les dijo a los
apóstoles que esperasen la efusión del Espíritu, como así fue el día de
Pentecostés. El Espíritu Santo está en nuestra alma para ayudarnos a que
seamos testigos con nuestras palabras y con el ejemplo de la vida. Pero
Jesús mismo está y estará siempre “hasta la consumación de los siglos”.
Está sobre todo en la Eucaristía.
Jesús,
al terminar su enseñanza en la tierra, proclama ante los apóstoles su
señorío recibido del Padre. Este poder lo trasmite a la Iglesia para
convocar nuevos discípulos mediante el bautismo y la enseñanza. Y
promete su permanencia espiritual. Esta asistencia suministra el coraje
necesario para superar todos los temores y tempestades y confiere un
ámbito ilimitado, que es todo el mundo, para la actuación de la
salvación.
El
triunfo de Jesús es diferente de los humanos. Cuando aquí se triunfa es
porque otros pierden. Cuando triunfa Jesús, todos salimos ganando.
Enviado por Silverio Velasco (España)