Instrumentos en las manos de Dios
Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD
I. Bergman, en su película Jueves de verano nos hace ver una escena macabra. María acaba de perder a su novio en un accidente estúpido. Ella reacciona con violencia. Blasfema: “Si Dios no se interesa por mí, yo tampoco me intereso por Él: le escupo a la cara”. Y el gesto acompañó a la palabra.
“Nadie puede explicarnos el dolor, su ilimitado alcance ni sus profundidades enigmáticas. Nadie nos puede describir ese vacío que nada lo llena” (Ruth Coughlin). El dolor es un misterio. Las preguntas se agolpan y no hay una respuesta a todo el dolor que sufre el ser humano. Uno de tantos ejemplos de sufrimiento fue el de Job, hombre bueno, pero al que le llovieron desdichas de toda clase. Él siempre respondía con gran paciencia y fe: “Desnudo salí del seno de mi madre, desnudo allá retornaré. Dios me lo dio, Dios me lo quitó. Sea bendito el nombre de Yahvé” (Job 1,2ss).
Asegura san Pablo: “Sabemos que para los que aman a Dios todo sucede para su bien” (Rm 8,28). Así lo experimentó él y así lo han vivido todos los que se han adentrado en el misterio de la fe. “Amar y sufrir es, a la larga, la única forma de vivir con dignidad” (G. Marañón). La fe y el amor llenan de sentido cualquier sufrimiento.
En 1998 el cardenal de Milán publicó un libro con este título En qué creen los que no creen. En el lugar del simposio se leía en letras grandes esta verdad proclamada por un obispo español: “Los seres humanos pueden dejar de creer en Dios, Dios no deja de creer en los seres humanos”.
Es necesario desterrar las falsas imágenes de Dios, para que, en los momentos más difíciles podamos encontrar luz en la fe y consuelo en la esperanza. “El Dios en quien creo no nos manda el problema, sino que nos manda la fuerza para sobrellevar el problema” (H. S. Kushner). Y Dios consuela, da fuerzas, renueva la esperanza, es “el Padre siempre misericordioso, el Dios del que viene todo consuelo, el que conforta en toda tribulación” (2 Co 1,3-4). Los que esperan en Yahvé sentirán que se les renuevan sus fuerzas y que les crecen alas como de águilas (Is 40,31).
“Amemos nuestras cruces. Son todas de oro, si se ven con los ojos del amor”, decía Isabel de la Trinidad. En medio del dolor, la gente que lo acepta, descubre su valor y mira el futuro con esperanza.
El cardenal de Chicago, Joseph Bernardin, dos semanas antes de fallecer de cáncer escribió en su libro El regalo de la Paz: “Lo que quisiera dejarles es una simple oración: que todos encuentren lo que yo he encontrado, ese regalo especial que Dios nos da a todos, el regalo de la paz. Cuando estamos en paz, nos sentimos libres para ser más plenamente quienes somos, aún en los peores momentos. Nos vaciamos y así Dios puede trabajar dentro de nosotros más profundamente. Nos convertimos en instrumentos en las manos de Dios”.
I. Bergman, en su película Jueves de verano nos hace ver una escena macabra. María acaba de perder a su novio en un accidente estúpido. Ella reacciona con violencia. Blasfema: “Si Dios no se interesa por mí, yo tampoco me intereso por Él: le escupo a la cara”. Y el gesto acompañó a la palabra.
“Nadie puede explicarnos el dolor, su ilimitado alcance ni sus profundidades enigmáticas. Nadie nos puede describir ese vacío que nada lo llena” (Ruth Coughlin). El dolor es un misterio. Las preguntas se agolpan y no hay una respuesta a todo el dolor que sufre el ser humano. Uno de tantos ejemplos de sufrimiento fue el de Job, hombre bueno, pero al que le llovieron desdichas de toda clase. Él siempre respondía con gran paciencia y fe: “Desnudo salí del seno de mi madre, desnudo allá retornaré. Dios me lo dio, Dios me lo quitó. Sea bendito el nombre de Yahvé” (Job 1,2ss).
Asegura san Pablo: “Sabemos que para los que aman a Dios todo sucede para su bien” (Rm 8,28). Así lo experimentó él y así lo han vivido todos los que se han adentrado en el misterio de la fe. “Amar y sufrir es, a la larga, la única forma de vivir con dignidad” (G. Marañón). La fe y el amor llenan de sentido cualquier sufrimiento.
En 1998 el cardenal de Milán publicó un libro con este título En qué creen los que no creen. En el lugar del simposio se leía en letras grandes esta verdad proclamada por un obispo español: “Los seres humanos pueden dejar de creer en Dios, Dios no deja de creer en los seres humanos”.
Es necesario desterrar las falsas imágenes de Dios, para que, en los momentos más difíciles podamos encontrar luz en la fe y consuelo en la esperanza. “El Dios en quien creo no nos manda el problema, sino que nos manda la fuerza para sobrellevar el problema” (H. S. Kushner). Y Dios consuela, da fuerzas, renueva la esperanza, es “el Padre siempre misericordioso, el Dios del que viene todo consuelo, el que conforta en toda tribulación” (2 Co 1,3-4). Los que esperan en Yahvé sentirán que se les renuevan sus fuerzas y que les crecen alas como de águilas (Is 40,31).
“Amemos nuestras cruces. Son todas de oro, si se ven con los ojos del amor”, decía Isabel de la Trinidad. En medio del dolor, la gente que lo acepta, descubre su valor y mira el futuro con esperanza.
El cardenal de Chicago, Joseph Bernardin, dos semanas antes de fallecer de cáncer escribió en su libro El regalo de la Paz: “Lo que quisiera dejarles es una simple oración: que todos encuentren lo que yo he encontrado, ese regalo especial que Dios nos da a todos, el regalo de la paz. Cuando estamos en paz, nos sentimos libres para ser más plenamente quienes somos, aún en los peores momentos. Nos vaciamos y así Dios puede trabajar dentro de nosotros más profundamente. Nos convertimos en instrumentos en las manos de Dios”.
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