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sábado, 26 de noviembre de 2022
miércoles, 23 de noviembre de 2022
ADVIENTO 2022: ESQUEMA DEL ADVIENTO PARA LOS CUATRO DOMINGOS
Adviento 2022: Esquema del Adviento
Inicia con las vísperas del domingo más cercano al 30 de Noviembre y termina antes de las vísperas de la Navidad. Los domingos de este tiempo se llaman 1°, 2°, 3° y 4° de Adviento. Los días del 16 al 24 de diciembre (la Novena de Navidad) tienden a preparar más específicamente las fiestas de la Navidad.
El tiempo de Adviento tiene una duración de cuatro semanas. Este año 2021, comienza el domingo 27 de noviembre, y se prolonga hasta el 18 de diciembre. Podemos distinguir dos periodos. En el primero de ellos, aparece con mayor relieve el aspecto escatológico y se nos orienta hacia la espera de la venida gloriosa de Cristo. Las lecturas de la misa invitan a vivir la esperanza en la venida del Señor en todos sus aspectos: su venida al final de los tiempos, su venida ahora, cada día, y su venida hace dos mil años.
En el segundo periodo se orienta más directamente a la preparación de la Navidad. Su nos invita a vivir con más alegría, porque estamos cerca del cumplimiento de lo que Dios había prometido. Los evangelios de estos días nos preparan ya directamente para el nacimiento de Jesús.
En orden a hacer sensible esta doble preparación de espera, la liturgia suprime durante el Adviento una serie de elementos festivos. De esta forma, en la misa ya no rezamos el Gloria, se reduce la música con instrumentos, los adornos festivos, las vestiduras son de color morado, el decorado de la Iglesia es más sobrio, etc. Todo esto es una manera de expresar tangiblemente que, mientras dura nuestro peregrinar, nos falta algo para que nuestro gozo sea completo. Y es que quien espera es porque le falta algo. Cuando el Señor se haga presente en medio de su pueblo, habrá llegado la Iglesia a su fiesta completa, significada por solemnidad de la fiesta de la Navidad.
Tenemos cuatro semanas en las que Domingo a Domingo nos vamos preparando para la venida del Señor. La primera de las semanas de adviento está centrada en la venida del Señor al final de los tiempos. La liturgia nos invita a estar en vela, manteniendo una especial actitud de conversión. La segunda semana nos invita, por medio del Bautista a «preparar los caminos del Señor»; esto es, a mantener una actitud de permanente conversión. Jesús sigue llamándonos, pues la conversión es un camino que se recorre durante toda la vida. La tercera semana preanuncia ya la alegría mesiánica, pues ya está cada vez más cerca el día de la venida del Señor. Finalmente, la cuarta semana ya nos habla del advenimiento del Hijo de Dios al mundo. María es figura, central, y su espera es modelo estímulo de nuestra espera.
En cuanto a las lecturas de las misas dominicales, las primeras lecturas son tomadas de Isaías y de los demás profetas que anuncian la Reconciliación de Dios y, la venida del Mesías. En los tres primeros domingos se recogen las grandes esperanzas de Israel y en el cuarto, las promesas más directas del nacimiento de Dios. Los salmos responsoriales cantan la salvación de Dios que viene; son plegarias pidiendo su venida y su gracia. Las segundas lecturas son textos de San Pablo o las demás cartas apostólicas, que exhortan a vivir en espera de la venida del Señor.
El color de los ornamentos del altar y la vestidura del sacerdote es el morado, igual que en Cuaresma, que simboliza austeridad y penitencia. Son cuatro los temas que se presentan durante el Adviento:
Primer Domingo: 27 de noviembre
La vigilancia en espera de la venida del Señor. Durante esta primer semana las lecturas bíblicas y la predicación son una invitación con las palabras del Evangelio: "Velen y estén preparados, que no saben cuándo llegará el momento". Es importante que, como familia nos hagamos un propósito que nos permita avanzar en el camino hacia la Navidad; ¿qué te parece si nos proponemos revisar nuestras relaciones familiares? Como resultado deberemos buscar el perdón de quienes hemos ofendido y darlo a quienes nos hayan ofendido para comenzar el Adviento viviendo en un ambiente de armonía y amor familiar. Desde luego, esto deberá ser extensivo también a los demás grupos de personas con los que nos relacionamos diariamente, como la escuela, el trabajo, los vecinos, etc. Esta semana, en familia al igual que en cada comunidad parroquial, encenderemos la primer vela de la Corona de Adviento, color morada, como signo de vigilancia y deseos de conversión.
Segundo Domingo: 4 de diciembre
La conversión, nota predominante de la predicación de Juan Bautista. Durante la segunda semana, la liturgia nos invita a reflexionar con la exhortación del profeta Juan Bautista: "Preparen el camino, Jesús llega" y, ¿qué mejor manera de prepararlo que buscando ahora la reconciliación con Dios? En la semana anterior nos reconciliamos con las personas que nos rodean; como siguiente paso, la Iglesia nos invita a acudir al Sacramento de la Reconciliación (Confesión) que nos devuelve la amistad con Dios que habíamos perdido por el pecado. Encenderemos la segunda vela morada de la Corona de Adviento, como signo del proceso de conversión que estamos viviendo.
Durante esta semana puedes buscar en los diferentes templos que tienes cerca, los horarios de confesiones disponibles, para que cuando llegue la Navidad, estés bien preparado interiormente, uniéndote a Jesús y a los hermanos en la Eucaristía.
Tercer Domingo: 11 de diciembre
El testimonio, que María, la Madre del Señor, vive, sirviendo y ayudando al prójimo. La liturgia de Adviento nos invita a recordar la figura de María, que se prepara para ser la Madre de Jesús y que además está dispuesta a ayudar y servir a quien la necesita. El evangelio nos relata la visita de la Virgen a su prima Isabel y nos invita a repetir como ella: "Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?.
Sabemos que María está siempre acompañando a sus hijos en la Iglesia, por lo que nos disponemos a vivir esta tercer semana de Adviento, meditando acerca del papel que la Virgen María desempeñó. Te proponemos que fomentes la devoción a María, rezando el Rosario en familia, uno de los elementos de las tradicionales posadas. Encendemos como signo de espera gozosa, la tercer vela, color rosa, de la Corona de Adviento.
Cuarto Domingo: 18 de diciembre
El anuncio del nacimiento de Jesús hecho a José y a María. Las lecturas bíblicas y la predicación, dirigen su mirada a la disposición de la Virgen María, ante el anuncio del nacimiento de su Hijo y nos invitan a "Aprender de María y aceptar a Cristo que es la Luz del Mundo". Como ya está tan próxima la Navidad, nos hemos reconciliado con Dios y con nuestros hermanos; ahora nos queda solamente esperar la gran fiesta. Como familia debemos vivir la armonía, la fraternidad y la alegría que esta cercana celebración representa. Todos los preparativos para la fiesta debieran vivirse en este ambiente, con el firme propósito de aceptar a Jesús en los corazones, las familias y las comunidades. Encendemos la cuarta vela color morada, de la Corona de Adviento.
domingo, 20 de noviembre de 2022
ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAISO - VIVA CRISTO REY!!!
“Estarás conmigo en el paraíso”
Al término del año litúrgico, el evangelio nos propone una escena sacada de la Pasión según san Lucas: Jesús muere en la cruz. He aquí al Rey universal que ha aceptado libremente el castigo más cruel que el hombre pueda imaginar. Mientras que la crueldad disloca sus huesos y desgarra su carne asesinada, Cristo Rey cumple con toda lucidez su misión de Salvador.
El contraste entre él y el rey David no puede estar más marcado. Mientras que este último tomó el poder político y militar en todo su pueblo, Jesús, solo, suspendido muere con los pobres, los pecadores y los marginados. No tiene en nada el esplendor de Luis XIV. Sin embargo, una inscripción impuesta por Pilato, en un gesto de desprecio altanero no hace nada más que subrayar su título de Rey.
¿Cuál es esta realeza? Cristo es eternamente vencedor, pero su victoria se realiza con el don de su propia vida. Observemos que el verbo “salvar” aparece cuatro veces en el curso de la narración. Es la esencia de nuestra fe: Cristo ha derramado su sangre, ha muerto crucificado para la salvación del mundo.
Contemplamos este misterio cuando una voz viene a romper el silencio: un crucificado no creyente, retorcido por el dolor, añade su desprecio a las vejaciones de los soldados y a sus jefes. Expresa el rechazo de una sección de la humanidad. El que no ha comprendido nada, ironiza: “¡Sálvate a ti mismo, y con nosotros!”
Del otro lado, otro crucificado, también dolorido y con tanta rabia como él, proclama la evidencia de la salvación de Dios. Le replica en nombre de una multitud de discípulos: “Para nosotros, es justo. Pero él no ha hecho nada malo”.
Formula la oración que le gusta decir a todo peregrino que va a Jerusalén a los pies de la cruz: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a inaugurar tu Reino”. Aquí, el Rey soberano ejerce sus plenos poderes: “¡Que así sea!” Le da la paz con Dios, con nosotros mismos y entre nosotros, y con el universo. Abre finalmente la puerta de la asamblea de los elegidos de Dios, en su paraíso.
(P. Felipe Santos SDB)
HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA SOLEMNIDAD DE CRISTO REY 2022
Homilía del Papa Francisco en la Solemnidad de Cristo Rey
Redacción ACI Prensa
Crédito: Daniel Ibáñez/ACI Prensa
A continuación, la homilía completa del Papa Francisco en la Misa de la Solemnidad de Cristo Rey que ha presidido desde la catedral de Asti, pueblo del norte de Italia.
Vimos a este joven, Stefano, pidiendo recibir el ministerio de acólito en su camino hacia el sacerdocio. Hay que rezar por él, para que siga en su vocación y sea fiel; pero también hay que rezar por esta Iglesia de Asti, para que el Señor envíe vocaciones sacerdotales, porque como veis, la mayoría son viejos, como yo: necesitamos sacerdotes jóvenes, como algunos de los que hay aquí, que son muy buenos. Pidamos al Señor que bendiga esta tierra.
Y de estas tierras partió mi padre para emigrar a Argentina; y en estas tierras, apreciadas por los buenos productos de la tierra y sobre todo por la genuina laboriosidad de la gente, vine a reencontrar el sabor de mis raíces. Pero hoy es de nuevo el Evangelio el que nos devuelve a las raíces de la fe. Se encuentran en la tierra árida del Calvario, donde la semilla de Jesús, al morir, hizo brotar la esperanza: plantada en el corazón de la tierra, nos abrió el camino del Cielo; con su muerte nos dio la vida eterna; a través del madero de la cruz nos trajo los frutos de la salvación. Miremos, pues, a Él, miremos al Crucificado.
En la cruz sólo aparece una frase: "Es el Rey de los judíos" (Lc 23,38). Este es el título: Rey. Sin embargo, cuando miramos a Jesús, nuestra idea de un rey se trastoca. Intentemos imaginar visualmente a un rey: pensaremos en un hombre fuerte sentado en un trono con preciosas insignias, un cetro en sus manos y anillos brillantes entre sus dedos, mientras pronuncia palabras solemnes a sus súbditos.
Esta es, a grandes rasgos, la imagen que tenemos en la cabeza. Pero mirando a Jesús, vemos que es todo lo contrario. No está sentado en un cómodo trono, sino colgado de una horca; el Dios que "derriba a los poderosos de sus tronos" (Lc 1:52) trabaja como un siervo puesto en la cruz por los poderosos; adornado sólo con clavos y espinas, despojado de todo pero rico en amor, desde el trono de la cruz ya no enseña a las multitudes con palabras, ya no levanta la mano para enseñar. Hace más: no señala con el dedo a nadie, sino que abre los brazos a todos. Así se manifiesta nuestro Rey: con los brazos abiertos, un brasa aduerte.
Sólo entrando en su abrazo lo entendemos: comprendemos que Dios llegó hasta donde llegó, hasta la paradoja de la cruz, precisamente para abrazar todo lo nuestro, incluso lo que estaba más lejos de Él: nuestra muerte -abrazó nuestra muerte-, nuestro dolor, nuestra pobreza, nuestra fragilidad y nuestra miseria. Y Él abrazó todo esto. Se dejó insultar y burlar, para que en cada humillación ninguno de nosotros estuviera solo; se dejó despojar, para que nadie se sintiera despojado de su dignidad; subió a la cruz, para que en cada crucificado de la historia estuviera la presencia de Dios.
Aquí está nuestro Rey, Rey de cada uno de nosotros, Rey del universo porque ha cruzado las fronteras más lejanas de lo humano, ha entrado en los agujeros negros del odio, en los agujeros negros del abandono para iluminar cada vida y abrazar cada realidad. Hermanos, hermanas, ¡este es el Rey que celebramos hoy! No es fácil entenderlo, pero es nuestro Rey. Y la pregunta que hay que hacerse es: ¿es este Rey del universo el Rey de mi existencia? ¿Creo en Él? ¿Cómo puedo celebrarlo como Señor de todas las cosas si no se convierte también en el Señor de mi vida? Y vosotros, que iniciáis hoy este camino hacia el sacerdocio, no olvidéis que éste es vuestro modelo: no os aferréis a los honores, no. Este es tu modelo; si no crees que puedas ser un sacerdote como este rey, mejor detente ahí.
Vuelve a fijar tus ojos, sin embargo, en Jesús Crucificado. Ya ves, no observa tu vida un momento y ya está, no te echa una mirada fugaz como solemos hacer con Él, sino que se queda ahí, para brasa aduerte, para decirte en silencio que nada de ti le es ajeno, que quiere abrazarte, levantarte, salvarte tal y como eres, con tu historia, tus miserias, tus pecados. Pero Señor, ¿es verdad? Con mis miserias, ¿me quieres así? Cada uno en este momento piensa en su propia pobreza: "Pero, ¿me amas con estas pobrezas espirituales que tengo, con estas limitaciones?"
Y Él sonríe y nos hace ver que nos ama y que ha dado su vida por nosotros. Pensamos un poco en nuestras limitaciones, incluso en las cosas buenas: Él nos ama tal como somos, tal como somos ahora. Él nos da la posibilidad de reinar en la vida, si te entregas a su amor manso que te propone pero nunca se impone -el amor de Dios nunca se impone- a su amor que siempre te perdona. Muchas veces nos cansamos de perdonar a la gente y hacemos la cruz, hacemos el entierro social. Nunca se cansa de perdonar, nunca, nunca: siempre te pone en pie, siempre te devuelve la dignidad real. Sí, ¿de dónde viene la salvación? De dejarnos amar por Él, porque sólo así nos liberamos de la esclavitud de nuestro ego, del miedo a estar solos, de pensar que no podemos hacerle frente.
Hermanos, hermanas, pongámonos a menudo ante el Crucificado, dejémonos amar, porque esa brasa aduerte también nos abre el paraíso, como al "buen ladrón". Escuchemos dirigida a nosotros esa frase, la única que Jesús dice hoy desde la cruz: "Conmigo estaréis en el paraíso" (Lc 23,43). Esto es lo que Dios quiere y desea decirnos, a todos nosotros, cada vez que nos dejamos mirar por Él. Y entonces comprendemos que no tenemos un Dios desconocido que está allá arriba en los cielos, poderoso y distante, no: un Dios cercano, la cercanía es el estilo de Dios: cercanía, con ternura y misericordia. Este es el estilo de Dios. No tiene otro estilo. Cerrar, misericordioso y tierno. Tierna y compasiva, cuyos brazos abiertos reconfortan y acarician. ¡Contempla a nuestro Rey!
Hermanos, hermanas, habiéndolo contemplado, ¿qué podemos hacer? El Evangelio de hoy nos propone dos caminos. Ante Jesús están los que actúan como espectadores y los que se involucran. Los espectadores son muchos, la mayoría. Observan, es un espectáculo ver morir en la cruz. De hecho -dice el texto- "el pueblo estaba mirando" (v. 35). No eran malas personas, muchos eran creyentes, pero a la vista del Crucificado se quedan como espectadores: no dan un paso adelante hacia Jesús, sino que lo miran de lejos, curiosos e indiferentes, sin interesarse realmente, sin preguntarse qué podrían hacer. Puede que hayan comentado: "Pero mira esto...", puede que hayan expresado juicios y opiniones: "Pero es inocente, mira esto así...", puede que alguien se haya quejado, pero todos se quedaron con las manos cruzadas, con los brazos cruzados.
Pero incluso cerca de la cruz hay espectadores: los dirigentes del pueblo, que quieren presenciar el espectáculo sangriento del final glorioso de Cristo; los soldados, que esperan que la ejecución termine pronto, para poder volver a casa; uno de los malhechores, que descarga su ira sobre Jesús. Se burlan, insultan, se desahogan.
Y todos estos curiosos comparten un estribillo, que el texto relata tres veces: "¡Si eres rey, sálvate a ti mismo!" (cf. vv. 35.37.39) ¡Lo insultan así, lo desafían! Sálvate a ti mismo, exactamente lo contrario de lo que hace Jesús, que no piensa en sí mismo, sino en salvarlos a ellos, que lo insultan. Pero salvarse contagia: desde los dirigentes hasta los soldados y el pueblo, la ola de maldad llega a casi todos. Pero pensamos que el mal es contagioso, nos contagia: como cuando cogemos una enfermedad infecciosa, nos contagia inmediatamente y esas personas hablan de Jesús pero no sintonizan ni un momento con Jesús.
Mantienen la distancia y hablan. Es el contagio letal de la indiferencia. Una fea enfermedad, la indiferencia. "Esto no me toca, no me toca". Indiferencia hacia Jesús e indiferencia también hacia los enfermos, hacia los pobres, hacia los miserables de la tierra. Me gusta preguntar a la gente, y os pregunto a cada uno de vosotros; sé que cada uno de vosotros da limosna a los pobres, y os pregunto: "Cuando dais limosna a los pobres, ¿les miráis a los ojos? ¿Eres capaz de mirar a los ojos a ese pobre hombre o mujer que te pide limosna? Cuando das limosna a los pobres, ¿tiras la moneda o tocas su mano? ¿Eres capaz de tocar una miseria humana?" Cada uno se da a sí mismo la respuesta de hoy. Esas personas eran indiferentes. Esas personas hablan de Jesús pero no sintonizan con él.
Y ese es el contagio letal de la indiferencia: crea distancias con la miseria. La ola del mal siempre se extiende así: empieza por distanciarse, por mirar sin hacer nada, por no preocuparse, luego uno sólo piensa en lo que le interesa y se acostumbra a apartarse. Esto también es un riesgo para nuestra fe, que se marchita si se queda en una teoría que no se convierte en práctica, si no hay implicación, si no nos implicamos. Entonces nos convertimos en cristianos de agua de rosas -como he oído en casa- que dicen creer en Dios y querer la paz, pero no rezan y no se preocupan por el prójimo, y además, no les interesa Dios, ni la paz. Estos cristianos sólo de palabras, ¡superficiales!
Esta era la ola del mal, que estaba allí en el Calvario. Pero también existe la beneficiosa ola del bien. Entre tantos curiosos, uno se involucra, concretamente el "buen ladrón". Los demás se ríen del Señor, él les habla y les llama por su nombre: 'Jesús'; muchos le echan la bronca, él confiesa sus errores a Cristo; muchos le dicen 'sálvate', él reza: 'Jesús, acuérdate de mí' (v. 42). Sólo se lo pide al Señor. Hermosa oración esta.
Si cada uno de nosotros lo recita cada día, es un hermoso camino: el camino de la santidad: "Jesús, acuérdate de mí". Así, un malhechor se convierte en el primer santo: se acerca a Jesús por un momento y el Señor lo mantiene con él para siempre. Ahora, el Evangelio habla del buen ladrón para nosotros, para invitarnos a superar el mal dejando de ser espectadores.
Por favor, esto es peor que hacer el mal, la indiferencia. ¿Por dónde empezar? De la confianza, de llamar a Dios por su nombre, como hizo el buen ladrón, que al final de su vida redescubre la confianza valiente de los niños, que confían, piden, insisten. Y en confianza admite sus errores, llora, pero no sobre sí mismo, sino ante el Señor. Y nosotros, ¿tenemos esta confianza, llevamos a Jesús lo que tenemos dentro, o nos disfrazamos ante Dios, quizás con un poco de sacralidad e incienso? Por favor, no hagas espiritualidad de maquillaje: eso es aburrido.
Ante Dios: agua y jabón, solamente, sin maquillaje, pero el alma tal como es. Y de ahí viene la salvación. El que practica la confianza, como este buen ladrón, aprende la intercesión, aprende a llevar a Dios lo que ve, los sufrimientos del mundo, la gente que encuentra; para decirle, como el buen ladrón, "¡Recuerda, Señor!". No estamos en el mundo sólo para salvarnos a nosotros mismos, no: sino para llevar a nuestros hermanos y hermanas al abrazo del Rey. Interceder, recordar al Señor, abre las puertas del cielo. Pero, cuando rezamos, ¿intercedemos? "Acuérdate Señor, acuérdate de mí, acuérdate de mi familia, acuérdate de este problema, acuérdate, acuérdate...." Conseguir la atención del Señor.
Hermanos, hermanas, hoy nuestro Rey desde la cruz nos mira un brasa aduerte. Depende de nosotros elegir si somos espectadores o nos involucramos. ¿Soy un espectador o quiero participar? Vemos las crisis de hoy, la disminución de la fe, la falta de participación.... ¿Qué hacemos? ¿Nos limitamos a teorizar, a criticar, o nos arremangamos, tomamos la vida en nuestras manos, pasamos del "si" de las excusas al "sí" de la oración y el servicio?
Todos pensamos que sabemos lo que está mal en la sociedad, todos; hablamos todos los días de lo que está mal en el mundo y también en la Iglesia: tantas cosas están mal en la Iglesia. ¿Pero entonces hacemos algo? ¿Nos ensuciamos las manos como nuestro Dios clavado en el madero, o nos quedamos con las manos en los bolsillos y observamos?
Hoy, mientras Jesús, despojado en la cruz, quita todo velo sobre Dios y destruye toda falsa imagen de su realeza, miremos hacia Él, para encontrar el valor de mirarnos a nosotros mismos, para recorrer los caminos de la confianza y la intercesión, para hacernos siervos para reinar con Él. "Acuérdate Señor, acuérdate": Recemos esta oración más a menudo. Gracias.