domingo, 20 de marzo de 2016

EL EVANGELIO DE HOY: DOMINGO 20 DE MARZO DEL 2016 - DOMINGO DE RAMOS


Día litúrgico: Domingo de Ramos (C)


Texto del Evangelio (Lc 22,14—23,56): Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos, y les dijo: «He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios». Y tomando una copa, dio gracias y dijo: «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios». 

Y tomando pan, dio gracias; lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con la copa diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros. Pero mirad: la mano del que me entrega está con la mía en la mesa. Porque el Hijo del Hombre se va según lo establecido; pero ¡ay de ése que lo entrega!».

Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso. Los discípulos se pusieron a disputar sobre quién de ellos debía ser tenido como el primero. Jesús les dijo: «Los reyes de los gentiles los dominan y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que gobierne, como el que sirve. Porque, ¿quién es más, el que está en la mesa o el que sirve?, ¿verdad que el que está en la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el Reino como me lo transmitió mi Padre a mí: comeréis y beberéis a mi mesa en mi Reino, y os sentaréis en tronos para regir a las doce tribus de Israel».

Y añadió: «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos». Él le contestó: «Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a, la cárcel y a la muerte». Jesús le replicó: «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas negado conocerme». 

Y dijo a todos: «Cuando os envié sin bolsa ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?». Contestaron: «Nada». Él añadió: «Pero ahora, el que tenga bolsa que la coja, y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada que venda su manto y compre una. Porque os aseguro que tiene que cumplirse en mí lo que está escrito: ‘Fue contado con los malhechores’. Lo que se refiere a mí toca a su fin». Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». Él les contestó: «Basta».

Y salió Jesús como de costumbre al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: «Orad, para no caer en la tentación». Él se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra y arrodillado, oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». Y se le apareció un ángel del cielo que lo animaba. En medio de su angustia oraba con más insistencia. Y le bajaba el sudor a goterones, como de sangre, hasta el suelo. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la pena, y les dijo: «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación».

Todavía estaba hablando, cuando aparece gente: y los guiaba el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?». Al darse cuenta los que estaban con él de lo que iba a pasar, dijeron: «Señor, ¿herimos con la espada?». Y uno de ellos hirió al criado del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino diciendo: «Dejadlo, basta». Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra Él: «¿Habéis salido con espadas y palos a la caza de un bandido? A diario estaba en el templo con vosotros, y no me echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas».

Ellos lo prendieron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó entre ellos. Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y le dijo: «También éste estaba con Él». Pero él lo negó diciendo: «No lo conozco, mujer». Poco después lo vio otro y le dijo: «Tú también eres uno de ellos». Pedro replicó: «Hombre, no lo soy». Pasada cosa de una hora, otro insistía: «Sin duda, también éste estaba con Él, porque es galileo». Pedro contestó: «Hombre, no sé de qué hablas». Y estaba todavía hablando cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces». Y, saliendo afuera, lloró amargamente. 

Y los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de Él dándole golpes. Y, tapándole la cara, le preguntaban: «Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?». Y proferían contra Él otros muchos insultos. 

Cuando se hizo de día, se reunió el senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y letrados, y, haciéndole comparecer ante su Sanedrín, le dijeron: «Si tú eres el Mesías, dínoslo». Él les contestó: «Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto no me vais a responder. Desde ahora el Hijo del Hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso». Dijeron todos: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?». Él les contestó: «Vosotros lo decís, yo lo soy». Ellos dijeron: «¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca».

El senado del pueblo o sea, sumos sacerdotes y letrados, se levantaron y llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo: «Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que Él es el Mesías rey». Pilato preguntó a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Él le contestó: «Tú lo dices». Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: «No encuentro ninguna culpa en este hombre». Ellos insistían con más fuerza diciendo: «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí». Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días. 

Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de Él y esperaba verlo hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero Él no le contestó ni palabra. Estaban allí los sumos sacerdotes y los letrados acusándolo con ahínco. Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de Él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal. 

Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo: «Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo le he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa diciendo: «¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás». A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Él les dijo por tercera vez: «Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en Él. ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré». Ellos se le echaban encima pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío. Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio. 

Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, qué volvía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por Él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: ‘Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado’. Entonces empezarán a decirles a los montes: ‘Desplomaos sobre nosotros’, y a las colinas: ‘Sepultadnos’; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?».

Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con Él. Y cuando llegaron al lugar llamado "La Calavera", lo crucificaron allí, a Él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte. El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si Él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de Él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos».

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro le increpaba: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso». 

Era ya eso de mediodía y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y dicho esto, expiró.

El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios diciendo: «Realmente, este hombre era justo». Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvían dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando. 

Un hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y honrado (que no había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos), que era natural de Arimatea y que aguardaba el Reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la Preparación y rayaba el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás a examinar el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la vuelta prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.

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«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»
Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM 
(Barcelona, España)
Hoy leemos el relato de la pasión según san Lucas. En este evangelista, los ramos gozosos de la entrada en Jerusalén y el relato de la pasión están en relación mutua, aunque el primer paso suene a triunfo y el segundo a humillación.

Jesús llega a Jerusalén como rey mesiánico, humilde y pacífico, en actitud de servicio y no como un rey temporal que usa y abusa de su poder. La cruz es el trono desde donde reina (no le falta la corona real), amando y perdonando. En efecto, el Evangelio de Lucas se puede resumir diciendo que revela el amor de Jesús manifestado en la misericordia y el perdón.

Este perdón y esta misericordia se muestran durante toda la vida de Jesús, pero de una manera eminente se hacen sentir cuando Jesús es clavado en la cruz. ¡Qué significativas resultan las tres palabras que, desde la cruz, escuchamos hoy de los labios de Jesús!:

—Él ama y perdona incluso a sus verdugos: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

—Al ladrón de su derecha, que le pide un recuerdo en el Reino, también lo perdona y lo salva: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43).

—Jesús perdona y ama sobre todo en el momento supremo de su entrega, cuando exclama: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).

Ésta es la última lección del Maestro desde la cruz: la misericordia y el perdón, frutos del amor. ¡A nosotros nos cuesta tanto perdonar! Pero si hacemos la experiencia del amor de Jesús que nos excusa, nos perdona y nos salva, no nos costará tanto mirar a todos con una ternura que perdona con amor, y absuelve sin mezquindad.

San Francisco lo expresa en su Cántico de las Criaturas: «Alabado seas, oh Señor, por aquellos que perdonan por tu amor».

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«¡Bendito el que viene en nombre del Señor! (Lc 19,38)»
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)


Hoy, la Misa comienza con la bendición de las palmas y la procesión de ingreso en el templo. Así, el Domingo de Ramos rememora la entrada "triunfal" de Cristo-Rey en la Ciudad Santa, pocos días antes de su Pasión. Es su última y definitiva subida a Jerusalén: este ascenso terminará en la Cruz. Pocos días antes, el Maestro resucitó a Lázaro y en la ciudad había una gran expectación.

Hoy Jesús se nos presenta en su condición de Rey. Esta vez sí que Él permite que las gentes le aclamen como Rey. El Viernes Santo confirmará su condición real ante Poncio Pilatos, máxima autoridad civil del lugar. Pero su reinado no es mundano. Así se lo hizo saber al gobernador, y así nos lo enseña hoy. 

En efecto, Él es Rey de los pobres: llega «montado sobre un borrico», tal como había anunciado el profeta Zacarías (Za 9,9). «No llega en una suntuosa carroza real, ni a caballo, como los grandes del mundo, sino en un asno prestado» (Benedicto XVI). Y es que Dios siempre actuó con suavidad: cuando llegó al mundo (un establo, un pesebre, unos pañales); cuando se "marchó" del mundo (un asno, una cruz, un sepulcro). Todo con suma delicadeza, como para no asustarnos ni incomodar nuestra libertad.

Con este Rey se «anunciará la paz a las naciones» y «serán rotos los arcos de guerra» (Za 9,10). Sí, Cristo convertirá la cruz en "arco roto": la Cruz ya no servirá como instrumento de tortura, burla y ejecución, sino como trono desde el cual reinar dando la vida por los demás.

Finalmente, las multitudes le reciben aclamándole: «¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!» (Lc 19,38). Aquel día debieron ser algunos miles; en el siglo XXI somos muchos millones las voces que «de mar a mar, hasta los confines de la tierra» (Za 9,10) le entonamos en el "Sanctus" de la misa: «Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo».

UNA REFLEXIÓN PARA EL DOMINGO DE RAMOS


Reflexión para el Domingo de Ramos
Con el Domingo de Ramos iniciamos la Semana Santa, es hora de completar la conversión personal a la que Jesús nos invita en cada Cuaresma.


Por: Hna. Francisca Sierra Gómez | Fuente: Alforjas de Pastoral 




No podemos empezar esta reflexión sin dirigirnos directamente a Jesús, y lo vamos a hacer ya: "Jesús, quiero pedirte luz, sentimientos, sensibilidad para comprender lo que pasaste cuando entraste triunfalmente en Jerusalén. Hoy quiero comprender el porqué de lo que hiciste y el porqué de tu llanto. Por eso te pido que sepa estar atenta y no perderme ningún momento de esta escena".

Leamos con muchísima atención, lo que nos narra el Evangelio de Lucas, en el capítulo 19, versículo 29-44, y en el capítulo 13,34-35:

Dicho esto, caminaba delante de ellos subiendo a Jerusalén. Cuando ya estaba cerca de Betfagé y Betania, junto al Monte llamado de los Olivos, envió a dos discípulos diciendo: "Id a la aldea de enfrente. Al entrar, encontraréis un borriquillo atado sobre el que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Si alguno os pregunta por qué lo desatáis, le diréis así: "El Señor lo necesita". Los enviados fueron y lo encontraron tal como les había dicho. Mientras desataban el borriquillo, sus dueños les dijeron: "¿Por qué desatáis al borriquillo?". Ellos replicaron: "El Señor lo necesita". Y lo llevaron a Jesús. Y echando sus mantos sobre el borriquillo, montaron a Jesús. Mientras Él avanzaba, extendían sus mantos por el camino. Cerca ya de la bajada del Monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todos los prodigios que habían visto, exclamando: "¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!". Algunos fariseos de entre la multitud le dijeron: "¡Maestro, reprende a tus discípulos!". Él respondió: "Os digo que si éstos callan, gritarán las piedras". Al acercarse y ver la ciudad, lloró sobre ella diciendo: "Si supieras también tú en este día lo que te lleva a la paz... Pero ahora está oculto a tus ojos, porque vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de un vallado, te cercarán y te estrecharán por todas partes, y te aplastarán contra el suelo, a ti y a tus hijos que estén dentro de ti. Y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de la visita que se te ha hecho.

Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados... ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como el ave a sus polluelos bajo las alas, y no quisisteis! Pues sabed que vuestra casa va a quedar desierta. Pero os digo que no me veréis hasta que llegue el día en que digáis "Bendito el que viene en nombre del Señor".
Faltan cinco días para celebrar la Pascua y Jesús, que está en Betania, decide hacer su entrada triunfal en la ciudad de Jerusalén. Prepara toda la comitiva y se dirigen hasta esta ciudad. Y cuando ya ha salido de Betania y se hallan enfrente de Betfagé, entonces ocurre un momento histórico y sorprendente: Jesús le dice a sus discípulos que vayan a la aldea que está enfrente, que cojan allí el pollino que está atado, que lo traigan; y cuando lo han traído ya, Él se monta sobre el pollino y empieza la comitiva hacia Jerusalén. Todo está perfecto. Cuando va entrando, toda la multitud que le ve entrar así, comienza a gritar: "¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna! ¡Hosanna al hijo de David!". Pero Jesús, al ver la ciudad, al ver todo lo que ha pasado en ella, todo lo que ha hecho en ella, todo el bien que ha hecho, todo lo que ha querido para ella... lloró. Y ese llanto fue como una espada de dolor en su corazón. Los sacerdotes, los escribas que ven toda esta multitud, critican a los discípulos y les reprenden: "¿Por qué hacen eso? ¿Por qué este tumulto?". Pero Jesús, una vez más se da cuenta de que no le reciben, de que no le quieren, y se vuelve otra vez a la aldea de Betania.

¡Qué escena tan sentimental y tan conmovedora! En plena oración con Jesús, vamos a sentir lo que Él sentía en estos momentos... En primer lugar, vemos un Jesús deseoso de ya llegar a su Pasión. Y como todos esperan una entrada triunfal, Él les va a manifestar cómo es su triunfo, cómo es su Reino. Y se monta sobre un pollino. Un pollino: este animal que era usado como el símbolo de la paz, de la mansedumbre, de la humildad. ¡Y qué suerte tuvo este borriquillo! -yo me pregunto muchas veces-, ¡qué suerte tuvo este borriquito que tuvo en él y se montó en él Jesús, y lo tuvo por trono! Me recuerda ese salmo 72 que dice: "Como un borriquito soy yo delante de ti, / pero estaré siempre a tu lado / porque Tú me has tomado de tu diestra". Qué salmo... y qué bonito, ¿no?... ver a Jesús también así. ¡Y qué suerte si yo pudiera llevar a Jesús en mi trono!

Y continuamos y vemos a Jesús que, al divisar la ciudad de Jerusalén, y ver toda esa multitud que realmente sale y le aclama y le dice: "¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene!" -los niños, con palmas, con todo-, vio la falsedad de toda esta multitud. Qué forma de aclamarle: "¡Hosanna!", cuando a los pocos días: "¡Crucifícale! ¡Crucifícale!". Y me hace pensar muchas veces en mi propia historia, que tan pronto estoy aclamando, como estoy haciendo daño. Y esto le duele a Jesús. Es la historia de mi vida, es la historia de la misericordia de Dios sobre mí. Y cuando Jesús ve y divisa Jerusalén, cuando Jesús divisa mi vida, llora y me dice: "¡Jerusalén, Jerusalén, Jerusalén... cuántas veces he querido recogerte! ¿Cuántas veces te he querido cubrir como el ave o la gallina cubre a sus hijos debajo de sus alas, y tú no has querido?". ¡Cuánta rebeldía, Señor! La historia de mi vida se compone de todo esto... ¡Cuántas veces, Jesús, has pasado por mi vida y te has hecho el encontradizo! ¡Cuántas gracias ordinarias y extraordinarias he tenido en mi vida, y no me he dado cuenta! Y Tú, al verme, lloras y me dices: "Si te dieras cuenta... si tuvieras un corazón sensible... si tuvieras unos ojos abiertos para ver cómo Yo estoy actuando en tu vida...". Pero yo también te digo hoy: "Sé que mi historia, Jesús, es una historia de amor contigo, y que tu misericordia cubre todo..."

Hoy me quedo triste y viendo cómo Jesús llora y se lamenta. Dice el texto del Evangelio que cuando llegó cerca, al ver la ciudad, lloró por ella. Y lloró y se lamentó en alta voz. Y vio la desgracia que le ocurría y sollozó: "¡Ay de ti...!". El llanto tuyo, Jesús, me impacta. ¿Llorarás mucho sobre mi vida actual? ¿Llorarás al verme? ¿Te daré tanta pena?... Pero no, Jesús, yo no me quiero quedar ahí. Quiero saber que Tú me quieres, que entro en tu misericordia, que entro en tu amor. Y quiero ser, como decía antes, ese humilde borriquito. Que sólo sirva para eso, nada más: sólo sirva para llevarte. Y que ahí, con esas características, sencillamente, humildemente, pueda tenerte sobre mí.

Todo el texto de hoy, con un empiece de una semana de Pasión, me lleva a verte a ti, a sentirte, a quererte, a comprenderte. ¡Qué grande eres, Señor! Me figuro la escena, y estoy ahí... y veo la multitud que alaba, que grita, con palmas, los niños... Y te veo a ti, triste, acongojado, lamentándote, sollozando y diciendo: "¡Qué pena! Si se dieran cuenta de lo que está pasando en su vida... ¡Qué pena!". Y Tú también me miras a mí y me dices lo mismo: "Si te dieras cuenta de algo..., si te dieras cuenta de todo el amor que te tengo, si te dieras cuenta de cómo estoy trabajando tu vida y de cuántas gracias y de cuántos momentos y de cuántas actitudes estoy dándote y regalándote!".

En este encuentro nos quedamos así, pensando y encontrándonos con la mirada de Jesús: Jesús mira a Jerusalén, Jesús me mira a mí. Y en silencio, ahí, en la profundidad del amor, comprendemos el llanto de Jesús, el amor enorme, y lo que me dice: que me dé cuenta, que me despierte, que no grite "¡Hosanna!" y al rato "¡Crucifícale!". Y que le puedo crucificar continuamente, con mis palabras, con mis gestos, con mis acciones.

Señor, no quiero verte llorar sobre mi vida, y quiero ser humilde, buena, obediente, fiel. Haz, Señor, que mi vida no sea un llanto para ti, sino que sea una continua alabanza de tu amor y una continua alegría. Y que pueda decir "¡Hosanna, Jesús, porque me quieres! ¡Hosanna, porque me perdonas! ¡Hosanna, porque Tú eres mi Rey!". Y yo, como humilde borriquito, te llevaré en mi trono, Señor. Gracias.

EL DOMINGO DE RAMOS... LOS ESTADOS DE ÁNIMO DE JESÚS


El Domingo de Ramos...estado de ánimo de Jesús
La Pasión de Jesús. El primer día de la semana se pone Jesús en marcha hacia Jerusalén.


Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net 




El comienzo
El primer día de la semana se pone Jesús en marcha hacia Jerusalén. "Caminaba delante de ellos" (Lc). Debían ser entre cincuenta y cien personas, contando hombres y mujeres, los que formaban la peregrinación. El primer kilómetro de subida transcurrió en silencio por parte de Jesús y con una progresiva animación de todos. Animados, pero vigilantes. No quieren que se dé un ataque por parte de los enemigos de Jesús. Están dispuestos a defenderle. Jesús calla, pues sabe bien lo que valen esas valentías, y cómo se va a necesitar mucho más en aquella batalla tan distinta de las que suelen suceder entre los hombres.

Al llegar a la cumbre de la pequeña pendiente de Betania hacia Jerusalén ocurre un hecho significativo. Se paran y habla Jesús, "al llegar a Betfagé, junto al Monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: Id a esa aldea que veis enfrente y encontraréis en seguida un asna atada, con su pollino al lado; desatadlos y traédmelos. Si alguien os dijera algo, respondedle que el Señor los necesita, y al momento los soltará. Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por medio del Profeta: ´Decid a la hija de Sión: He aquí que viene a tu Rey con mansedumbre, sentado sobre un asno, sobre un borrico, hijo de burra de carga"(Mt).

Los símbolos
Muchas cosas está diciendo Jesús con ese gesto. Diez siglos antes entró en la ciudad construida por David su hijo Salomón montado en un borrico. Las gentes de la ciudad aclamaron al hijo de David con gritos de hossana. Por otra parte la profecía de Zacarías dice que el Rey de Israel va a entrar en la ciudad del monte Sión montado en un pollino como rey de paz. El hecho de que sea un pollino, y no su madre, muestra lo novedad de los tiempos. La borrica simboliza al antiguo Israel, el pueblo de la Antigua Alianza. El pollino aún no montado por nadie es la montura real y mansa del rey de la nueva alianza. El lenguaje de los símbolos es claro para gentes acostumbradas a leer en ellos. Jesús monta y se reanuda lentamente el camino, que ya es descenso hacia Jerusalén.

La comitiva
"Los discípulos marcharon e hicieron como Jesús les había ordenado. Trajeron el asno y el pollino, pusieron sobre ellos los mantos y le hicieron montar encima". La comitiva crece. Era costumbre entre las gentes reunidas para la Pascua recibir con gritos y cánticos a los nuevos grupos que llegaban. Los acompañantes de Jesús también lo hacen. La figura de Jesús destaca en el conjunto. Las gentes se preguntan quién es el recién llegado. Los que le conocen lo dicen. Era conocido de muchos sus milagros en todas partes y su anuncio del reino de Dios. La resurrección de Lázaro ya había corrido de boca en boca. Muchos venían de Galilea o de otros lugares más frecuentados por el Señor. En aquellos momentos residían en Jerusalén unas cincuenta mil personas, a las que se añadía en campamentos alrededor de la ciudad cuatro veces más de peregrinos. El monte de los olivos estaba muy lleno de gente. De pronto, comienza un entusiasmo que va creciendo y "una gran multitud extendió sus propios mantos por el camino; otros cortaban ramas de árboles y las echaban por el camino; las multitudes que iban delante y detrás de él, clamaban diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!"(Mt). Es posible que en la mente de muchos, también de los discípulos, estuviese la idea de que por fin se decidía a manifestar claramente su mesianidad y su realeza. Se entusiasman, ponen su mantos a los pies del borriquillo, toman ramas agitándolas, y gritan contentos. Con el alboroto se corre más la voz. Y Jesús acepta la alabanza. En otras ocasiones había rechazado los entusiasmos del pueblo; ahora los quiere, es más: da pie a que se den. Está declarándose rey ante el pueblo en la misma Jerusalén.

La alabanza a Jesús como hijo de David se extiende al cielo en alabanza a Dios: "Hossanna en las alturas". Dios ha tenido misericordia del pueblo y les envía un liberador, un rey de paz y de justicia. ¡Alabado sea Dios!

En el camino
Avanza el grupo entre aclamaciones y le siguen muchos, que se arraciman en torno a Jesús. El avance es lento. La ciudad está a la vista. Entre el monte de los olivos y Jerusalén está el torrente de Cedrón. La vista es magnífica. Enfrente la mole grandiosa del Templo; al norte la torre Antonia donde está la guarnición romana dominando la ciudad; al lado opuesto el palacio de Herodes defendido por tres torres casi inexpugnables; en torno la doble muralla, que protegía la ciudad, palacios deslumbrantes en el monte Sión y casas apiñadas con callejas estrechas. El Templo domina todo con sus murallas ciclópeas, (una auténtica maravilla) con sus puertas monumentales, torres y enormes explanadas, y cubierto de plata y mármol, como una montaña de nieve llena de luz aquella mañana de primavera. Un grito de admiración sale de los peregrinos cuando se comienza a ver el Templo.

Jesús llora
Ante este espectáculo Jesús se detiene, fija su vista en la ciudad y en el Templo, y, ante la sorpresa de todos, llora diciendo: "¡Si conocieras también tú en este día lo que te lleva a la paz!; sin embargo, ahora está oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti en que no solo te rodearán tus enemigos con vallas, y te cercarán y te estrecharán por todas partes, sino que te aplastarán contra el suelo a ti y a tus hijos que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de la visita que se te ha hecho"(Lc). Pocos días antes, había llorado Jesús ante la tumba de su amigo Lázaro, porque lo amaba. Ahora llora porque ama a la ciudad Santa, ama a los hombres y a la patria donde ha nacido. Pero ve la realidad, ve la ruina que va a caer sobre ella. En el año 70, después de una rebelión promovida por los celotas, los romanos, guiados por Tito, la cercarán, y pondrán precisamente sus fortificaciones en el monte de los olivos. La batalla fue terrible y el Templo será destruido por completo. En el año 135 ante una nueva rebelión encabezada por Bar Kochba, el emperador Claudio mandó la total destrucción de la ciudad hasta los cimientos, y mandó construir en su lugar una ciudad romana que llamó Aelia Capitolina. Jesús sabe que estos hechos serán duros y terribles. Serán un castigo por la dureza de corazón que va a manifestar especialmente estos días, en que no ha sabido reconocer la paz que viene del cielo. Los que le rodean le aclaman, pero Él sabe bien el valor de lo que tiene delante de los ojos.

Los fariseos
En aquellos momentos "Algunos fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. Él les respondió: Os digo que si éstos callan gritarán las piedras"(Lc). Aquellos hombres no pueden aguantar las aclamaciones a Jesús. Quizá, piensan, se produzca ya el movimiento de masas tan temido, y que Jesús pase de su apostolado con pequeños grupos a uno de masas, llegando a arrastrar a toda la población. Sabemos el odio de muchos de ellos a Jesús y la negación de su mesianidad y de su filiación divina. Más adelante dirán entre sí: "Veis que no adelantamos nada. Todo el mundo se va detrás de Él"(Jn). Las aclamaciones siguen en el Templo a la indignación de los fariseos se unen los escribas y los saduceos. Es de notar que en el Templo los hosanna los decían sobre todo los niños, por eso se quejan al Señor: "¿No oyes lo que dicen éstos? Jesús les contestó: Sí. ¿No habéis leído nunca que de la boca de los pequeñitos y de los niños de pecho te has hecho alabar?"(Mt). Lo alaban como Rey descendiente de David, como había sido vaticinado. Aquellos hombres rechazan su testimonio.

Jesús llega a la ciudad, cura a enfermos y enseña
Jesús entró en la ciudad por la puerta Dorada, cerca del Templo. Allí "se le acercaron unos ciegos y cojos y los curó"(Mt). Después de esto "enseñaba a diario en el Templo y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, con los jefes del pueblo, querían matarlo. Pero no veían cómo lo realizarían, porque todo el pueblo estaba pendiente de sus labios" (Lc). No podían provocar una revuelta. Pero una vez más Jesús tampoco aprovecha su éxito para conseguir una meta política. Habría podido aprovechar las aclamaciones de la multitud y con gentes dispuestas a todo, que las tenía, hacer grupos de activistas, tomar el poder y hacer valer su ley, superando los abusos religiosos y económicos de los poderosos. Pero no lo hace así, sigue con la predicación, deja que se serenen los ánimos, y al caer la tarde, después de examinarlo todo, vuelve a Betania con los Doce y los demás. A los ojos de algunos parece que no explota el éxito de su aclamación como rey, y de hecho, no actúa como un aspirante a un reinado humano.

Llega la hora de la glorificación
Aquella tarde sucedió algo que llenó de entusiasmo a Jesús y nos revela su mente en aquél día. Se trata de unos gentiles que quieren ver a Jesús. "Entre los que subieron a adorar a Dios en la fiesta había algunos griegos; éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaban diciendo: Señor, queremos ve

r a Jesús. Fue Felipe y se lo dijo a Andrés, y Andrés y Felipe fueron y se lo dijeron a Jesús. Jesús les contestó: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre"(Jn). Se alegra Jesús con los primeros frutos de fe en aquellos que vivían lejos del pueblo elegido. Pero lo central en su pensamiento y su corazón es la cercanía de su muerte y la gloria del Padre. Por eso dice: "En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna. Si alguien me sirve que me siga, y donde yo estoy allí estará también mi servidor; si alguien me sirve, el Padre le honrará". Grano de trigo que muere, fecundidad tras el morir, ser el siervo de Yavé que lleva sobre sí los pecados y la muerte, fecundidad unida al sacrificio.

El estado de ánimo de Jesús
¿Y cual era el estado de ánimo de Jesús? Él mismo lo dice: "Ahora mi alma está turbada". Sentimiento de dolor, de angustia, de preocupación, de conciencia de lo que va suceder. Hay lucha en su interior. Pero se crece ante esta turbación de su alma; "y ¿qué diré?: ¿Padre, líbrame de esta hora?". No quiere la liberación del dolor, quiere la liberación del pecado. Sabe que éste es el momento crucial de la entrega y el sentido de su vocación. Sabe que es el mediador único, el sacerdote de la nueva alianza, y añade: "sí; para eso vine a esta hora. ¡Padre, glorifica tu nombre!". Es un grito que sale del alma, es una oración externa de lo que bulle intensamente en su interior. Quiere la gloria del Padre por encima de todo. Y entonces el Padre responde, y "vino una voz del cielo: Lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré"(Jn). La gloria con que había de glorificar al Hijo es su unión total; la gloria que vendrá será la nueva vida resucitada.

El juicio de este mundo
"La multitud que estaba presente, decía: Ha sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha hablado. Jesús respondió: Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo va a ser arrojado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Decía esto señalando de qué muerte iba a morir"(Jn). La cruz se anuncia cada vez más clara en sus palabras: el pecado y el diablo van a ser vencidos del único modo que ellos no pueden deformar: con la humildad y el amor. "La multitud le replicó: Nosotros hemos oído en la Ley que el Cristo permanece para siempre; entonces, ¿cómo dices tú: Es necesario que sea levantado el Hijo del Hombre? ¿Quién es este Hijo del Hombre?". Muerte y vida parecen inconciliables. El Cristo vive para siempre, pero quiere pasar por la muerte; éste va a ser el hecho central de aquellos momentos. Aceptar esto va ser el centro de la fe; el eje para acceder a la inteligencia de Dios mismo y de su enviado Jesucristo. "Jesús les dijo: Todavía por un poco de tiempo está la luz entre vosotros. Caminad mientras tenéis la luz, para que las tinieblas no os sorprendan; pues el que camina en tinieblas no sabe a dónde va. Mientras tenéis la luz, creed en la luz para que seáis hijos de la luz. Jesús les dijo estas cosas, se marchó y se ocultó de ellos"(Jn). Las tinieblas lo llenarán todo dentro de poco. No deben confiar sólo en sus propias luces, deben crecer en la fe, entrar en la sabiduría de Dios, en la sabiduría de la cruz. La falta de visión sobrenatural llevará a no entender nada y huir de aquel amor total.

Jesús calla
Acaba el día y Jesús desanda el camino de Jerusalén a Betania. El silencio llena los corazones. Alegría por los hosannas, pero sorpresa por la vuelta silenciosa. Jesús calla. Durante aquella noche seguirá hablándoles del sentido de todo lo que está pasando, para que entiendan. Pero entender no era fácil. Va a ocurrir aquellos días el misterio más grande de la historia, el misterio de un amor de verdad.

PAPA FRANCISCO EN DOMINGO DE RAMOS: RENUNCIEMOS AL EGOÍSMO, AL PODER Y A LA FAMA








Papa Francisco en Domingo de Ramos: Renunciemos al egoísmo, al poder y a la fama
Por Alvaro de Juana



 (ACI).- En la homilía del Domingo de Ramos, el Papa Francisco ofreció un consejo para seguir el camino de Jesús: la humildad y la renunciar al egoísmo, el poder y la fama.

“El camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo. Podemos aprender este camino deteniéndonos en estos días a mirar el Crucifijo, la ‘catedra de Dios’, para aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama”.

“Estamos atraídos por las miles vanas ilusiones del aparentar, olvidándonos de que el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene; con su humillación, Jesús nos invita a purificar nuestra vida. Volvamos a él la mirada, pidamos la gracia de entender algo de su anonadación por nosotros; reconozcámoslo Señor de nuestra vida y respondamos a su amor infinito con un poco de amor concreto”, concluyó.


Al inicio de la homilía, el Pontífice afirmó que “hemos hecho nuestro aquel entusiasmo, agitando las palmas y los ramos de olivo hemos expresado la alabanza y el gozo, el deseo de recibir a Jesús que viene a nosotros”.

“Del mismo modo que entró en Jerusalén, desea también entrar en nuestras ciudades y en nuestras vidas. Así como lo ha hecho en el Evangelio, cabalgando sobre un simple pollino, viene a nosotros humildemente, pero viene «’en el nombre del Señor’: con el poder de su amor divino perdona nuestros pecados y nos reconcilia con el Padre y con nosotros mismos”. 

Francisco aseguró que en aquel entonces “nada pudo detener el entusiasmo por la entrada de Jesús” y pidió “que nada nos impida encontrar en él la fuente de nuestra alegría, de la alegría auténtica, que permanece y da paz; porque sólo Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza”.

“Sin embargo, la Liturgia de hoy nos enseña que el Señor no nos ha salvado con una entrada triunfal o mediante milagros poderosos”, señaló a continuación.

A su vez, Francisco recordó que “Jesús se despojó de sí mismo: renunció a la gloria de Hijo de Dios y se convirtió en Hijo del hombre, para ser en todo solidario con nosotros pecadores, él que no conoce el pecado”. Pero “no solamente esto: ha vivido entre nosotros en una condición de esclavo”.

Así pues, “nos ha enseñado con el ejemplo que nosotros tenemos necesidad de ser alcanzados por su amor, que se vuelca sobre nosotros; no puede ser de otra manera, no podemos amar sin dejarnos amar antes por él, sin experimentar su sorprendente ternura y sin aceptar que el amor verdadero consiste en el servicio concreto”.

“Humillado en el espíritu con burlas, insultos y salivazos; sufre en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los latigazos y la corona de espinas desfiguran su aspecto haciéndolo irreconocible. Sufre también la infamia y la condena inicua de las autoridades, religiosas y políticas: es hecho pecado y reconocido injusto”.

El Obispo de Roma aseguró también que Jesús, “para ser en todo solidario con nosotros, experimenta también en la cruz el misterioso abandono del Padre”.

“Pienso en tanta gente, tantos marginados, tantos refugiados, tantos prófugos… tantos que no quieren asumir la responsabilidad de su destino”, agregó.

“Suspendido en el patíbulo, además del escarnio, afronta también la última tentación: la provocación a bajar de la cruz, a vencer el mal con la fuerza, y a mostrar el rostro de un Dios potente e invencible. Jesús en cambio, precisamente aquí, en el culmen del anonadamiento, revela el rostro auténtico de Dios, que es misericordia”.

Por tanto, “si el misterio del mal es abismal, infinita es la realidad del Amor que lo ha atravesado, llegando hasta el sepulcro y los infiernos, asumiendo todo nuestro dolor para redimirlo, llevando luz donde hay tinieblas, vida donde hay muerte, amor donde hay odio”.

El Santo Padre explicó también que “Él renunció a sí mismo por nosotros” y exclamó: “¡Cuánto nos cuesta a nosotros renunciar a alguna cosa por él y por los otros!”. 

LA ENTRADA TRIUNFAL - DOMINGO DE RAMOS


Una entrada triunfal
Acompañemos a Jesús y ...no lo abandonemos apenas se hagan sentir los vientos de la contrariedad que se avecina. 


Por: Marcelino de Andrés y Juan Pablo Ledesma | Fuente: Catholic.net 




Todos hemos sido testigos (al menos por televisión) de alguna entrada triunfal. No sé. Por ejemplo, en el mundo del deporte, cuando cualquier selección nacional o competidor individual, del deporte que sea, vuelve a casa ostentando algún trofeo significativo.

En ocasiones como esas, los triunfadores se ven recibidos muchas veces por grandes masas que les envuelven en aplausos y ovaciones. Cosa laudable, ciertamente. Es un modo de reconocer y premiar su esfuerzo y el buen papel que han hecho en representación del propio país.

Esto ha ocurrido a lo largo de los siglos y sigue ocurriendo en nuestros días. Y no sólo en el deporte, sino también en el ámbito político y social, en el mundo del espectáculo, en el campo religioso. Grandes líderes, poderosos estadistas o militares y otros personajes famosos han ido prolongando hasta nuestros días la cadena de las entradas triunfales que adorna la historia de la humanidad.

Paradójicamente muchas de esas entradas triunfales esconden y conllevan contradicciones significativas. Cuántos individuos que se encontraban armando un barullo enorme con sus gritos eufóricos de bienvenida y felicitación, a los pocos días están poniendo pinto y mandando poco menos que a la tumba a uno o a varios de esos mismos jugadores, al constatar ahora sus errores en el terreno de juego.

Cuántos, contagiados de nuevo por la masa, se vuelven de repente contra sus líderes o ídolos blandiendo con furia actitudes y sentimientos radicalmente opuestos a aquellos con los que acogieron su entrada gloriosa poco antes.

Esto acaece hoy y acaeció hace 21 siglos. La historia se repite. Sí. Hace dos mil años alguien protagonizó una entrada triunfal imponente. A juzgar por las crónicas fidedignas que conservamos, debió ser algo apoteósico. Fue en Jerusalén. Allí por el año 33 de nuestra era. Jesús de Nazaret, gran profeta en palabras y en obras, montado sobre un pollino, entraba triunfalmente en la gran urbe, en la ciudad santa. Nada menos.

Por lo que cuentan los testigos oculares la algarabía fue mayúscula. Uno de ellos, Mateo, comenta que una gran muchedumbre empezó a rodearlo y a gritar profecías mesiánicas y a extender sus propios mantos y ramaje de los árboles, a modo de alfombra, por donde iba pasando. Y esto era sólo el inicio...

El tumulto engordaba visiblemente segundo tras segundo. Fue corriéndose la voz a un ritmo de vértigo. La gente empezó a enterarse de que llegaba aquel a quien se atribuían milagros y curaciones fuera de serie; aquel que había resucitado muertos, limpiado leprosos, devuelto la vista a ciegos y el habla a mudos; aquel que había dado de comer a miles con unos cuantos panes y dos peces.

Y el revuelo siguió avanzando incontenible como pólvora encendida. Hasta tal punto que, como asegura el mismo Mateo -que estuvo allí-, al entrar a Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. Toda, hasta los muros de sus casas y las piedras de sus calles parecían inquietarse como queriendo también ponerse a pegar gritos.

Tal debió ser la conmoción general que algunos fariseos (enemigos del gran Profeta) le instaron a que reprendiese y silenciase a sus seguidores. A lo que el mismo Jesús respondió: os aseguro que si estos callan, gritarán las piedras. Total, que hasta sus mismos enemigos (los del equipo contrario), no pudieron menos que recriminarse unos a otros: ¿veis cómo no adelantáis nada?, todo el mundo se ha ido tras él. Esto último lo cuenta Juan que lo vivió y sin perderse detalle...

Vamos, que la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén parecería haber sido un éxito rotundo y aplastante a más no poder.

Pero la paradójica contradicción que ha acompañado a tantas entradas triunfales, marcó asimismo la Jesús de Nazaret. Sí, a Jesús, verdadero Mesías, le tocó a su vez comprobar que el fervor contagioso que se apoderó de la masa aquel día, no llegó al corazón de muchos; se quedó en la piel y se esfumó como neblina pasajera. Jesús, verdadero Rey, también constató cómo bastantes de los que extendieron sus mantos por aquel camino ante el paso de su cabalgadura, lo hicieron horas después, con igual reverencia, ante el paso de sus efectivos reyes: el dinero o el placer. El, verdadero Hijo de Dios, tuvo que encajar en su ánimo el despiadado golpe de aquellos gritos desaforados ¡crucificale!, ¡crucifícale!, escupidos por las mismas bocas que hace unos días le cubrían de vivas y Hosannas. Amarga paradoja. Sin duda.

Queridos cristianos, estamos por conmemorar, un año más, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén con la celebración del Domingo de Ramos. Nosotros, los que nos decimos cristianos, ¿porqué no hacemos que esa historia no se repita en lo que tiene de contradicción, de incoherencia y de traición por parte de los seguidores de Cristo?

Sí, entremos con El en Jerusalén. Gritemos, con fe y amor sinceros, sonoros "vivas" y "Hosannas" a nuestro Rey y Señor. Renovemos la ilusión y entusiasmo en la vivencia valiente de nuestra pertenencia a su Reino, a su Iglesia.

No lo abandonemos apenas se hagan sentir los vientos de la contrariedad que se avecina. Resistamos fuertes en la confianza y el amor. No lo traicionemos ante la sombra de la condena y de la cruz. Acompañémosle como fieles e incondicionales también el Jueves y el Viernes Santo y lleguemos con Él hasta el Domingo de Resurrección.

En fin, permanezcamos a su lado toda la vida hasta el día glorioso de nuestra propia y definitiva entrada triunfal con Él en el cielo.

CAMINEMOS ESTE DOMINGO DE RAMOS JUNTO A CRISTO Y AL PAPA FRANCISCO


sábado, 19 de marzo de 2016

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS: SÁBADO 19 DE MARZO DEL 2016


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Marzo 19


Un fracaso no es una vida fracasada; quizás sean necesarios muchos fracasos para que la vida sea un éxito y quizás la ausencia de fracasos sea lo que constituya una vida fracasada.
Porque una vida fracasada es no hacer nunca nada para no exponerse al fracaso. Si nunca haces nada nunca fracasarás; pero si nunca fracasas, quizás sea porque nunca haces nada; y no hacer nada, ¿no es una vida fracasada?
Si no quieres equivocarte, si no quieres ser criticado, no hagas nada; pero si no haces nada, ya estás equivocado; y si no haces nada, podrán criticarte, y en este caso con razón.
Muchos éxitos, comenzaron con fracasos; muchos fracasos tuvieron como positivo el haber intentado el éxito; y, desde un fracaso, siempre queda tiempo para una victoria definitiva.
Siempre debemos atribuir a Dios la victoria y los éxitos; los fracasos se deberán a nuestra flaqueza y miseria. “Tuya, Señor, es la grandeza, la fuerza, la gloria, el esplendor y la majestad, porque tuyo es cuanto hay en el cielo y en la tierra… es tu mano la que todo engrandece y todo sostiene” (1 Cr 29,11-12)


* P. Alfonso Milagro

EL EVANGELIO DE HOY: SÁBADO 19 DE MARZO DEL 2016 - FESTIVIDAD DE SAN JOSÉ

Tu padre y yo te hemos estado buscando
Solemnidades y Fiestas


Lucas 2, 41-51. Solemnidad de San José. San José creyó, y, porque creyó, fue el primero en adorar Aquel Niño que trajo la salvación al mundo entero 


Por: Catholic.net | Fuente: Catholic.net 



Del santo Evangelio según san Lucas 2, 41-51
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén para las festividades de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, fueron a la fiesta, según la costumbre. Pasados aquellos días, se volvieron, pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo supieran. Creyendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino; entonces lo buscaron, y al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca. Al tercer día lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas. Al verlo, sus padres se quedaron atónitos y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué te has portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando, llenos de angustia". Él les respondió: "¿Por qué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?" Ellos no entendieron la respuesta que les dio. Entonces volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad.

Oración introductoria
Oh Dios, Padre bueno, no dejes que me desanime ante los problemas y angustias de la vida. Haz que aprenda de la Sagrada Familia a peregrinar en el claroscuro de la fe. Que la fe sea lo que me ilumine en los momentos de dificultad y lo que me fortalezca en los momentos de dolor.

Petición
Señor, revive mi la fe en Jesucristo «para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana» que encuentre hoy.

Meditación del Papa Francisco
Al final de aquella peregrinación, Jesús volvió a Nazaret y vivía sujeto a sus padres”. Esta imagen tiene también una buena enseñanza para nuestras familias. En efecto, la peregrinación no termina cuando se ha llegado a la meta del santuario, sino cuando se regresa a casa y se reanuda la vida de cada día, poniendo en práctica los frutos espirituales de la experiencia vivida. Sabemos lo que hizo Jesús aquella vez. En lugar de volver a casa con los suyos, se había quedado en el Templo de Jerusalén, causando una gran pena a María y José, que no lo encontraban. Por su “aventura”, probablemente también Jesús tuvo que pedir disculpas a sus padres. El Evangelio no lo dice, pero creo que lo podemos suponer. La pregunta de María, además, manifiesta un cierto reproche, mostrando claramente la preocupación y angustia, suya y de José. Al regresar a casa, Jesús se unió estrechamente a ellos, para demostrar todo su afecto y obediencia. Estos momentos, que con el Señor se transforman en oportunidad de crecimiento, en ocasión para pedir perdón y recibirlo y de demostrar amor y obediencia, también forman parte de la peregrinación de la familia.
Que en este Año de la Misericordia, toda familia cristiana sea un lugar privilegiado para esta peregrinación en el que se experimenta la alegría del perdón. El perdón es la esencia del amor, que sabe comprender el error y poner remedio. Pobres de nosotros si Dios no nos perdonase. En el seno de la familia es donde se nos educa al perdón, porque se tiene la certeza de ser comprendidos y apoyados, no obstante los errores que se puedan cometer.
No perdamos la confianza en la familia. (Homilía de S.S. Francisco, 27 de diciembre de 2015).
Reflexión
Los designios de Dios son siempre maravillosos y, en ocasiones, incomprensibles para nuestra pobre mente.

La dificultad de José no era banal. Estaba turbado porque no alcanzaba a percibir con claridad la voluntad de Dios. Hay momentos en la vida en los cuales no estamos seguros de cómo debemos actuar para permanecer en la justicia. En estos momentos de incerteza nos parece que Dios fuese lejano: no sentimos su voz y no encontramos una salida.

En realidad Dios no está nunca lejos. Al contrario, está muy cerca. Como sucedió a José, si somos fieles, Él se hará presente con su palabra de consuelo: ¡No temas!

Lo más importante es saber actuar según lo que Él nos dice, a ejemplo de José, también cuando no alcanzamos a comprenderlo todo. Dios es fiel. De José no nos ha llegado a nosotros una sola palabra. En el evangelio él debe tan sólo obedecer bajo la sombra de la fe. Su fe normal, cotidiana, escondida, enfrentada a miles de dificultades, nos debe dar el ejemplo de la firmeza y fortaleza en la fe

A nuestros oídos llega nuevamente la voz del ángel del Señor: "No temas". No temas recibir a María, no temas recibir a Jesús, al Dios hecho niño. Emmanuel, Dios con nosotros. Dios que se hace hombre y viene a nacer en el corazón de cada hombre para traerle la salvación. El Amor de Dios que se hace carne.

San José no dudó en poner en obras las palabras del ángel, pues era hombre de corazón justo que no sabía negarle nada a Dios. San José creyó, y, porque creyó, fue el primero en adorar Aquel Niño que trajo la salvación al mundo entero, la paz, el amor, la felicidad.

No temas. No temas abrir tu corazón al Niño Jesús. Prepara en tu corazón. Él no pide más. Simplemente un pequeño lugar. Lo único que quiere es amar y ser amado.

Emmanuel, Dios con nosotros. Dios en tu corazón, el Amor en tu corazón, la salvación en tu corazón. No temas.

Propósito
Pedir hoy, en una oración especial, la intercesión de san José para imitar su sencillez y humildad para cumplir la voluntad de Dios.

Diálogo con Cristo
Señor, Tú que viviste treinta años oculto en Nazaret, viviendo bajo la custodia de María y de José, ayúdame a imitarte en tu obediencia pronta, alegre y heroica. Que san José, a quien celebramos hoy, patrono de la Iglesia universal, de la familia y de la buena muerte, interceda por mí para que sepa imitar el respeto, el apoyo y el servicio que él vivió y dio a los demás.


¿CUÁL ES EL SENTIDO VERDADERO DE LAS PALMAS DE DOMINGO DE RAMOS?

¿Cuál es el sentido verdadero de las palmas de Domingo de Ramos?


 (ACI).- Este domingo millones de católicos alrededor del mundo acuden a las iglesias para iniciar la celebración de la Semana Santa con el Domingo de Ramos, recordando la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén cuando fue recibido por sus discípulos y la población con palmas y ramos de olivo.

¿Cuál es el verdadero sentido de estas palmas una vez bendecidas?

Luego de ser bendecidas muchos fieles suelen colocarlas en algún lugar privilegiado del hogar y las utilizan como un sacramental, es decir, como “signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia” (CIC 1667).

“Sin embargo muchas personas acostumbran colocar las palmas benditas detrás de la puerta como amuletos, las utilizan con fines curativos o para mantener alejados a los malos espíritus o a los rateros, lo cual es una superstición”, advierte el Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (SIAME).

Esta creencia, según esta institución, es errónea debido a que “el verdadero sentido de las palmas en nuestro hogar es tener presente que Jesús es nuestro rey y que debemos siempre darle la bienvenida en nuestro hogar”.

Una vez haya culminado la Semana Santa, se sugiere llevarlas “a la iglesia para que sean quemadas y emplear su ceniza precisamente en el ‘Miércoles de Ceniza’, principio de la próxima Cuaresma”, concluye el SIAME.

Se estima que existen 2600 especies de palmas pero la planta que produce las hojas que se usan el Domingo de Ramos solo puede sobrevivir en climas tropicales o subtropicales.

Antiguamente, por razones geográficas, muchas iglesias no podían conseguirlas así que las sustituían por otra planta local como el olivo o el sauce.

En los lugares donde no se pueden encontrar palmas o están en peligro de extinción, como es el caso de Colombia o Ecuador con las “palmas de cera”, se pueden utilizar ramas de olivo, saúco, abeto o de otros árboles.

En el "Caeremoniale Episcoporum", libro que contiene los ritos y ceremonias latinas de la Iglesia Católica, se sugiere que en estos casos, al menos se le adjunten a las ramas de olivo flores o cruces hechas de palma.



A continuación, una oración para colocar las palmas benditas en casa:

Bendice, Señor, nuestro hogar.

Que tu Hijo Jesús y la Virgen María reinen en él.
Danos paz, amor y respeto,
para que respetándonos y amándonos
los sepamos honrar en nuestra vida familiar,
sé Tú, el Rey en nuestro hogar.

Amén.

SAN JOSÉ, EL SANTO DE LA SIMPLICIDAD, DEL SENTIDO COMÚN, DE LA SENCILLEZ Y DEL SILENCIO


San José, el santo de la simplicidad, del sentido común, de la sencillez y del silencio
Celebremos el encuentro cariñoso, afectuoso y generoso de este hombre, que Dios llamó a vivir de una manera sencilla.


Por: P Idar Hidalgo | Fuente: Catholic.net 




José, como padre del recién nacido, le circuncida al octavo día y le impone el nombre de Jesús, que era un derecho inherente a la misión del padre.

José es quien transmite a Cristo su ascendencia y genealogía y con ello la descendencia de Abraham y la de David junto a las promesas del reino mesiánico y eterno. (cf Rm 1,3; 2 Tm 2,8; Ap 22,16).

Hablar o escribir sobre San José suele ser algo paradójico, ya que por un lado resulta ser algo muy simple, y por la misma simplicidad muchas veces se nos complica.

Pero San José es el santo de la simplicidad, el santo del sentido común, el santo de la sencillez, el santo del silencio. Y se podría seguir enumerando los calificativos de su santidad y todos sus atributos, y no se trata de hacer eso en esta pequeña meditación, sino que reflexionemos sobre la fiesta de San José y celebremos el encuentro cariñoso, afectuoso y generoso, de este hombre que Dios llamó a vivir de una manera sencilla y su respuesta total a la realización del proyecto de salvación de Dios.

Para hablar de San José, es necesario hablar del silencio, pues es el santo del silencio, porque desde ahí supo contemplar el misterio del plan de Dios y porque solo en el silencio se encuentra lo que se ama. Solo en el silencio amoroso es desde donde se puede contemplar el misterio más trascendente de la redención, de un Dios que por amor se ha hecho hombre como nosotros.

Bien podemos decir que San José es el santo modelo de la fe, porque supo esperar contra toda desesperanza, por la fe aceptó a María y por la fe aceptó ser padre en esta tierra de Jesús hecho niño.

Llama la atención que no escribió nada, no se tiene referencia que haya dicho algo, simplemente obedeció con gran docilidad. Siempre a la escucha de la voz de Dios, siempre dispuesto a obedecer a Dios, a pesar de que, más de una vez, las cosas que se le mandaban no eran fáciles de aceptar.

La simplicidad de vida, el sentido común vivido con amor, haciendo ordinarias las cosas más extraordinarias… y viviendo extraordinariamente lo ordinario, porque todo lo vivió en referencia al Padre.

Hoy que hemos avanzado en el conocimiento de las ciencias naturales o en las ciencias humanas, parece que hemos perdido el sentido común también en la vida espiritual y nos cuestionamos cómo hemos de vivir el Evangelio, como se puede tener certeza de que estoy obrando bien, y llegamos a reducir la vida del Evangelio con portarse bien… y nos olvidamos que lo importante es amar y como consecuencia del amor está el portarse bien.

Sentido común en la vida espiritual es vivir con docilidad la Voluntad del Padre, es vivir con corazón agradecido por las bendiciones que de Dios hemos recibido, es ser concientes de la misión personal que se nos ha encomendado y ser fieles a ese llamamiento.

Ser cristiano con sentido común, es vivir la fe sin buscar protagonismos, vivir nuestra esperanza con la confianza de las promesas que se nos han hecho y vivir cada instante de vida en el amor, sabedores que solo el amor hace eterno el instante.

Ser cristiano con sentido común, es vivir la simplicidad de vida con la madurez del realismo, que se traduce en esa conciencia de que se es capaz de amar y de ser amado. Para hacer de cada acción, de cada instante, el punto de llegada y el punto de partida de la realización de la promesa.

San José es Patrono de la Iglesia Universal porque a él se le encomendó el cuidado de Jesús hecho hombre y el cuidado de la Virgen María, y es patrono de todos los bautizados porque cuida desde el cielo por cada uno de nosotros que le hemos sido confiados.

Si bien es cierto que a Cristo se llega por María, por San José nos acercamos a contemplar el misterio de la Iglesia que a él se le ha encomendado.

Es la presencia de San José en la Iglesia de Dios, destacada por San Mateo, como varón justo, Esposo verdadero de María y Padre singular y virginal de Jesús.

Pío IX lo declaró Patrono de la Iglesia Universal el 8 de diciembre de 1870; aunque la fiesta fue suprimida más tarde. Actualmente le recordamos y celebramos el 19 de marzo.

ORACIÓN A SAN JOSÉ


ORACIÓN A SAN JOSÉ 



¡Glorioso Patriarca San José!, animado de una gran confianza en vuestro gran valor, a Vos acudo para que seáis mi protector durante los días de mi destierro en este valle de lágrimas.

Vuestra altísima dignidad de Padre adoptivo de mi amante Jesús hace que nada se os niegue de cuanto pidáis en el cielo.

Sed mi abogado, especialmente en la hora de mi muerte, y alcanzadme la gracia de que mi alma, cuando se desprenda de la carne, vaya a descansar en las manos del Señor. Amén.

UN MOMENTO DE SILENCIO... COMO SAN JOSÉ


Un momento de silencio... como San José
Nada nos dijo pero con su ejemplo nos lo dijo todo. Más que el más brillante de los discursos fue su testimonio callado y lleno de amor.


Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net 




Así como hay dolor y alegría, así como hay inquietud y paz; así el hombre tiene en su vida dos cauces por donde transcurre su existencia: La palabra y el silencio.

La palabra, del latín parábola, es la facultad natural de hablar. Solo el hombre disfruta de la palabra. La palabra expresa las ideas que llevamos en nuestra mente y es el mejor conducto para decir lo que sentimos. Hablar es expresar el pensamiento por medio de palabras. Es algo que hacemos momento tras momento y no nos damos cuenta de que es un constante milagro. Hablar, decir lo que sentimos, comunicar todos nuestros anhelos y esperanzas o poder descargar nuestro corazón atribulado, cuando las penas nos alcanzan, a los que nos escuchan.

Nuestra era es la era de la comunicación y de la información. Pero la palabra tiene también su parte contraria: El silencio.

Nuestro vivir transcurre entre estos cauces: la palabra y el silencio. O hablamos o estamos en silencio.

Cuando hablamos "a voces" la fuerza se nos va por la boca... hablamos y hablamos y muchas veces nos arrepentimos de haber hablado tanto... Sin embargo el hablar es algo muy hermoso que nos hace sentir vivos, animosos y nos gusta que nos escuchen.

El silencio es un tesoro de infinito valor. Cuando estamos en silencio somos más auténticos, somos lo que somos realmente.

El silencio es algo vital en nuestra existencia para encontrarnos con nosotros mismos. Es poder darle forma y respuesta a las preguntas que van amalgamando nuestro vivir. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Y va a ser en ese silencio donde vamos a encontrar las respuestas, no en el bullicio, en el ajetreo, en el nerviosismo, la música ruidosa, en el "acelere" de la vida inquieta y conflictiva porque es en el silencio y por el silencio donde se escucha la voz de Dios pues bien dicen que "Dios habla quedito"

Meditando en estas cosas pienso en José el carpintero de Nazaret. El hombre a quien se le encomendó la protección y el cuidado de los personajes más grandes de la Historia Sagrada y no nos dejó el recuerdo de una sola palabra suya. Nada nos dijo pero con su ejemplo nos lo dijo todo. Más que el más brillante de los discursos fue su testimonio callado y lleno de amor.

San José, el santo que le dicen: "Abogado de la buena muerte". Porque... ¿A quién no le gustaría morir entre los brazos de Jesús y de María como él murió?

José tuvo una entrega total. Una vida consagrada al trabajo, un desvelo, un cuidado amoroso para estos dos seres que estaban bajo su tutela y supo, como cualquier hombre bueno y padre de familia, del sudor en la frente y el cansancio en las largas jornadas en su taller de carpintería y supo del dolor en el exilio de una tierra extranjera y supo en sus noches calladas y de vigilia del orar a Dios mirando el suave dormir de Jesús y de María, pidiendo fuerzas para cuidar y proteger a aquellos amadísimos seres que tan confiadamente se le entregaban. No tuvo que hablar.

No hay palabras que superen ese silencio de amor y cumplimiento del deber. Ahí está todo. Ahí está Dios. En las pequeñas cosas de todos los días, en la humildad del trabajo cotidiano.

El no fue poderoso, él no tuvo un puesto importante en el Sanedrín, él... supo cumplir su misión y su silencio fue su mayor grandeza.

Las almas grandes no lo van gritando por las plazas y caminos, se quedan en silencio para poder hablar con Dios y Dios sonríe cuando las mira.

Que podamos tener cada día, aunque sean cinco minutos de silencio, para oír la voz de Dios.

FELIZ FIESTA DE SAN JOSÉ!! MODELO DE PADRE Y ESPOSO, 19 DE MARZO


¡Feliz Fiesta de San José, modelo de padre y esposo!
Por Abel Camasca


 (ACI).- San José es quien tuvo el privilegio de ser esposo de María, de criar al Hijo de Dios y de ser la cabeza de la Sagrada Familia. Es patrón de la Iglesia Universal, de una infinidad de comunidades religiosas y de la buena muerte. La fiesta del santo más cercano a Jesús y María se celebra el 19 de marzo.

"José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt. 1, 20-21), le dijo el ángel  en sueños al “justo” San José.

San José es conocido como el “Santo del silencio” porque no se conoce palabra pronunciada por él, pero sí sus obras, su fe y amor que influenciaron en Jesús y en su santo matrimonio.

Cuenta la tradición que doce jóvenes pretendían casarse con María y que cada uno llevaba un bastón de madera muy seca en la mano. De pronto, cuando la Virgen debía escoger entre todos ellos, el bastón de José milagrosamente floreció. Por eso se le pinta con un bastón florecido.


Junto a María, San José también tuvo que sufrir que no los quisieran recibir en Belén, que el amor de su vida diera a la luz en un establo y el tener que huir a Egipto, como si fueran delincuentes, para que Herodes no mate al niño. Pero supo afrontar todo esto confiando en la Providencia de Dios.

Con su oficio de carpintero no pudo comprar los mejores regalos para su hijo Jesús o que recibiera la mejor educación, pero el tiempo que le dedicó para atenderlo y enseñarle su profesión fueron más que suficiente para que el Señor conociera el cariño de un papá, que también es capaz de dejarlo todo por ir en busca del hijo extraviado.

Se conoce a San José como Patrono de la buena muerte porque tuvo la dicha de morir acompañado y consolado de Jesús y María. Fue declarado Patrono de la Iglesia Universal por el Papa Pío IX en 1847.

Una de las que más propagó la devoción a San José fue Santa Teresa de Ávila, que fue curada por intercesión del papá de Jesús en la tierra de una terrible enfermedad que la tenía casi paralizada y que era considerada incurable. La Santa le rezó con fe a San José y obtuvo la curación. Luego solía repetir:
"Otros santos parece que tienen especial poder para solucionar ciertos problemas. Pero a San José le ha concedido Dios un gran poder para ayudar en todo".

Hacia el final de su vida, la Santa carmelita resaltó: “durante 40 años, cada año en la fiesta de San José le he pedido alguna gracia o favor especial, y no me ha fallado ni una sola vez. Yo les digo a los que me escuchan que hagan el ensayo de rezar con fe a este gran santo, y verán que grandes frutos van a conseguir".
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