Si crees que no sirve, prueba
Como tantas cosas en la vida, no se puede saborear ni ver los resultados hasta que no se toma en serio.
Por: P. Eusebio Gómez Navarro OCD | Fuente: Catholic.net
Un monje, se encontró una piedra preciosa y se la regaló a un viajero. Éste después de algún tiempo volvió donde el monje, le devolvió la joya y le suplicó: “Ahora te ruego que me des algo de mucho más valor que esta joya, valiosa como es. Dame, por favor, lo que te permitió dármela a mí”.
En la oración encontramos luz y fuerza para descubrir los tesoros y para regalarlos. En la oración encontramos fuerza para gastar y entregar la vida.
San Juan de la Cruz afirma que “quien huye de la oración, huye de todo lo bueno” (Dichos de luz, 185 ).
Santa Teresa supo por experiencia los resultados de la oración. Sin ella no encontraba la vida, ni camino, ni paz ni alegría. Es puerta y camino para ir a Dios. “La oración es principio para alcanzar todas las virtudes y cosas (en la) que nos va la vida comenzarla todos los cristianos” ( C 16, 3 ). Y en otro lugar: “Para ir a Dios, creedme, y no os engañe nadie en mostraros otro camino sino el de la oración” ( C 21, 6 ).
La oración nos lleva a amar y respetar a la tierra y a los otros. “Simplemente, estoy convencido de que sólo la persona de oración puede evitar que estas realidades buenas lleguen a ser ídolos malos. Sólo ella puede orientarlos al respeto del ser humano y al respeto de la tierra. De ahí la utilidad social y hasta cósmica de lo que aparentemente es la inutilidad misma. La oración es una reserva de silencio donde rehacer las energías; el silencio es armonía y plenitud. El hombre de oración es como el árbol. Influye en el ambiente”(Barreau).
La oración sirve para crecer, alcanzar virtudes, para sufrir, para arrancar los vicios. Así se expresa san Buenaventura:
“Si quieres sufrir con paciencia las adversidades y miserias de esta vida, sé hombre de oración.
Si quieres alcanzar virtud y fortaleza para vencer las tentaciones del enemigo, sé hombre de oración.
Si quieres mortificar tu propia voluntad con todas sus aficiones y deseos, sé hombre de oración.
Si quieres vivir alegremente, y caminar con suavidad por el camino de la penitencia y del trabajo, sé hombre de oración.
Si quieres alejar de tu ánima las moscas importunas de los vanos pensamientos y cuidados, sé hombre de oración...
Finalmente, si quieres desarraigar del ánima todos los vicios y plantar en su lugar las plantas de las virtudes, sé hombre de oración. Porque en ella se recibe unción y gracias del Espíritu Santo, la cual enseña al hombre todas las cosas”.
¡Cuánto bien ha hecho la oración!, ¡Cómo ha cambiado a las personas!. “¡Oh cuántas danzas ha hecho la poderosa mano de Dios con este suave y eficaz y celestial remedio de la oración! ¡Oh con cuánta facilidad ha hecho dejar los deleites mundanos y convertidlos en divinos!
¡Cuán frecuentemente ha hecho soltar de las manos rentas, estados, dignidades y señoríos que el hombre tenía pegado a su corazón!” (Diego de Guzmán).
La oración nos ayuda en nuestro caminar, por el día y por la noche, mientras duran lo días de esta vida intranquila, hasta que las sombras desaparezcan. Y en ésta búsqueda se pide la realización del encuentro. “Señor, concede a todos los que Te buscan, que Te encuentren, y a todos los que ya Te han encontrado, que Te busquen de nuevo, hasta que todo nuestro buscar y encontrar sea cumplido en tu presencia” (Hermann Bezzel).
La oración brota desde una necesidad, desde un deseo, desde una frustración. Así se expresaba Cervantes en el Quijote: “Abrid camino, señores míos, dejadme volver a mi antigua libertad; dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente. Yo no nací para ser gobernador, ni para defender ínsulas, ni ciudades de los enemigos que quisieran acometerlas.
Mejor se me entiende a mí de arar y cavar, podar y ensarmentar las viñas, que de leyes ni de defender provincias ni reinos. Bien se está San Pedro en Roma: quiero decir que bien se está cada uno usando el oficio para que fue nacido.
Vuestras mercedes se queden con Dios, y queden con Dios, y digan al Duque mi señor que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano: quiero decir, que sin blanca entré en este gobierno, y sin ella salgo, bien al revés de cómo suelen salir los gobernadores de otras ínsulas”.
La oración, como tantas cosas en la vida, no se puede saborear ni ver los resultados hasta que no se toma en serio. Por eso quien dude de su eficacia, que la pruebe.