Fundador de la Compañía de Jesús (Jesuitas)
Martirologio Romano: Memoria
 de san Ignacio de Loyola, presbítero, quien, nacido en el País Vasco, 
en España, pasó la primera parte de su vida en la corte como paje del 
contador mayor hasta que, herido gravemente, se convirtió. Completó los 
estudios teológicos en París y conquistó sus primeros compañeros, con 
los que más tarde fundaría en Roma la Compañía de Jesús, ciudad en la 
que ejerció un fructuoso ministerio escribiendo varias obras y formando a
 sus discípulos, todo para mayor gloria de Dios (1556).
San Ignacio de Loyola supo transmitir a los demás su entusiasmo y amor por defender la causa de Cristo. 
Un poco de historia
Nació y fue bautizado como Iñigo en 1491, en el Castillo de Loyola, 
España. De padres nobles, era el más chico de ocho hijos. Quedó huérfano
 y fue educado en la Corte de la nobleza española,  donde le instruyeron
 en los buenos modales y en la fortaleza de espíritu.
Quiso ser militar. Sin embargo,  a los 31 años en una batalla, cayó 
herido de ambas piernas por una bala de cañón. Fue trasladado a Loyola 
para su curación y soportó valientemente las operaciones y el dolor. 
Estuvo a punto de morir y  terminó perdiendo una pierna, por lo que 
quedó cojo para el resto de su vida.
Durante su recuperación, quiso leer  novelas de caballería, que le 
gustaban mucho. Pero en el castillo, los únicos dos libros que habían 
eran: Vida de Cristo y Vidas de los Santos. Sin mucho interés,  comenzó a
 leer y le gustaron tanto que pasaba días enteros leyéndolos sin parar. 
Se encendió en deseos de imitar las hazañas de los Santos y de estar al 
servicio de Cristo. Pensaba: “Si esos hombres estaban hechos del mismo 
barro que yo, también yo puedo hacer lo que ellos hicieron”. 
Una noche, Ignacio tuvo una visión que lo consoló mucho:  la Madre 
de Dios, rodeada de luz, llevando en los brazos a su Hijo, Jesús.
Iñigo pasó por una etapa de dudas acerca de su vocación. Con el 
tiempo se dio cuenta que los pensamientos que procedían de Dios lo 
dejaban lleno de consuelo, paz y tranquilidad. En cambio, los 
pensamientos del mundo le daban cierto deleite, pero lo dejaban vacío. 
Decidió seguir el ejemplo de los santos y empezó a hacer penitencia por 
sus pecados para entregarse a Dios.
A los 32 años, salió de Loyola con el propósito de ir peregrinando 
hasta Jerusalén. Se detuvo en el Santuario de Montserrat, en España. Ahí
 decidió llevar vida de oración y de penitencia después de hacer una 
confesión general. Vivió durante casi un año retirado en una cueva de 
los alrededores, orando.
Tuvo un período de aridez y empezó a escribir sus primeras 
experiencias espirituales. Éstas le sirvieron para su famoso libro sobre
 “Ejercicios Espirituales”. Finalmente, salió de esta sequedad 
espiritual y pasó al profundo goce espiritual,  siendo un gran místico.
Logró llegar a Tierra Santa a los 33 años y a su regreso a España, 
comenzó a estudiar. Se dio cuenta que, para ayudar a las almas, eran 
necesarios los estudios.
Convirtió a muchos pecadores. Fue encarcelado dos veces por 
predicar, pero en ambas ocasiones recuperó su libertad. Él consideraba 
la prisión y el sufrimiento como pruebas que Dios le mandaba para 
purificarse y santificarse.
A los 38 años se trasladó a Francia, donde siguió estudiando siete 
años más. Pedía limosna a los comerciantes españoles para poder mantener
 sus estudios, así como a sus amigos. Ahí animó a muchos de sus 
compañeros universitarios a practicar con mayor fervor la vida 
cristiana. En esta época, 1534, se unieron a Ignacio 6 estudiantes de 
teología. Motivados por lo que decía San Ignacio, hicieron con él voto 
de castidad, pobreza y vida apostólica, en una sencilla ceremonia.
San Ignacio mantuvo la fe de sus seguidores a través de 
conversaciones personales y con el cumplimiento de unas sencillas reglas
 de vida. Poco después, tuvo que interrumpir sus estudios por motivos de
 salud y regresó a España, pero sin hospedarse en el Castillo de Loyola.
Dos años más tarde, se reunió con sus compañeros que se encontraban 
en Venecia y se trasladaron a Roma para ofrecer sus servicios al Papa.  
Decidieron llamar a su asociación la Compañía de Jesús, porque estaban 
decididos a luchar contra el vicio y el error bajo el estandarte de 
Cristo. Paulo II convirtió a dos de ellos  profesores de la Universidad.
 A Ignacio, le pidió  predicar los Ejercicios Espirituales y catequizar 
al pueblo. Los demás compañeros trabajaban con ellos.
Ignacio de Loyola, de acuerdo con sus compañeros, resolvió  formar 
una congregación religiosa que fue aprobada por el Papa en 1540. 
Añadieron a los votos de castidad y pobreza, el de la obediencia, con el
 que se comprometían a obedecer a un superior general, quien a su vez, 
estaría sujeto al Papa.
La Compañía de Jesús tuvo un papel muy importante en contrarrestar  
los efectos de la Reforma religiosa encabezada por el protestante Martín
 Lutero y con su esfuerzo y predicación, volvió a ganar muchas almas 
para la única y verdadera Iglesia de Cristo. 
Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, dirigiendo la congregación
 y dedicado a la educación de la juventud y del clero, fundando colegios
 y universidades de muy alta calidad académica. 
Para San Ignacio, toda su felicidad consistía en trabajar por Dios y
 sufrir por su causa. El espíritu “militar” de Ignacio y de la Compañía 
de Jesús se refleja en su voto de obediencia al Papa, máximo jefe de los
 jesuítas.
Su libro de “Ejercicios Espirituales” se sigue utilizando en la actualidad por diferentes agrupaciones religiosas.
San Ignacio murió repentinamente, el 31 de julio de 1556. Fue 
beatificado el 27 de julio de 1609 por Pablo V, y canonizado en 1622 por
 Gregorio XV.
¿Qué nos enseña su vida?
A ser fuertes ante los problemas de la vida.
A saber desprendernos de las riquezas.
A amar a Dios sobre todas las cosas.
A saber transmitir a los demás el entusiasmo por seguir a Cristo. 
A vivir la virtud de la caridad ya que él siempre se preocupaba por los demás.
A perseverar en nuestro amor a Dios. 
A ser siempre fieles y obedientes al Papa, representante de Cristo en la Tierra.
Oración
Virgen María, ayúdanos a demostrar en nuestra vida de católicos 
convencidos, una profunda obediencia a la Iglesia y al Papa, tal como 
San Ignacio nos lo enseñó con su vida de servicio a los demás.
Amén.
Para profundizar más en la vida de San Ignacio de Loyola consulta: 
Corazones.org