¡Que no decaiga el ánimo!
Siempre que escuchamos este evangelio de San Lucas nos debiera de sacudir en lo más hondo de las entrañas esa pregunta, que al final de la parábola del juez injusto, te hace, me hace y nos hace Jesús: “Cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará Fe sobre la tierra?
De sobra sabemos que Dios es grande y bueno. Que no hay límites en su corazón. Que, como buen Padre que es, nos concede a tiempo y a destiempo aquello que necesitamos para vivir o seguir como hijos en el camino de la fe. Pero ¿sabemos si la oración es grande en nosotros? ¿Si el motor de nuestra actividad humana y eclesial está sustentado en una relación de “tú a tú” con Dios o si, por el contrario, ese compromiso del día a día, ha caído en un puro activismo dejando caer el peso y toda su fuerza en nuestras habilidades, carismas, carácter, temperamento y aptitudes?
La crisis que estamos padeciendo en nuestra Iglesia y en nuestras parroquias, en nuestra vida de cristianos y en nuestros seminarios semivacíos, en nuestra felicidad y en nuestra forma de vivir se debe en gran parte a que nuestra oración es escasa, mediocre y débil. Muchos cristianos no saben marcar ni cómo conectar con ese número de la oración. Otros, hace tiempo que lo dieron de baja en su agenda telefónica. A otros, nadie se ha preocupado de hacerles sentir y ver el valor de una relación íntima y personal con Dios para que llegasen a conocer aquella experiencia que Santa Teresa de Jesús nos retrataba; “oración no es otra cosa sino tratar de amistad con quien sabemos que nos ama”.
Hemos de cambiar un poco el “chip” en nuestro pastoreo, en el modo de entender y llevar a cabo proyectos, cursos, dinámicas, departamentos, delegaciones, catequesis y otras actividades evangelizadoras. Es el momento, y el Evangelio de hoy nos lo urge más que nunca, de ser como esa insistente mujer que ante el juez injusto exponía una y otra vez sus necesidades con el convencimiento de que tarde o temprano se saldría con la suya. ¿De qué manera?: desde la confianza, constancia, esperanza y creyendo que Dios, siempre justo, permanece al otro lado disfrutando y escuchando nuestra plegaria.
Hoy, gracias a Dios, los misioneros –por miles entregados a su misión en diferentes continentes– siguen haciendo presente lo que nosotros, con más comodidad, vivimos en nuestras parroquias, comunidades, pueblos y ciudades. Hoy, ante el Señor, no puede faltar nuestra oración –insistente y confiada– para que, una de las caras más bonitas de la Iglesia Católica (los misioneros) sigan contando con los medios suficientes, espirituales y materiales, en su labor evangelizadora.
Si Dios nos ha dado tanto... ¡Qué menos que en este día compartamos algo! Si Dios nos ha bendecido con una economía estable... ¡Qué menos que pongamos, poco o mucho, como ayuda a nuestros misioneros!
Hoy, en el día del Domund, seguimos creyendo, apoyando y orgullosos de tantos hombres y mujeres que, creyendo en lo que predican, hacen y promueven, llevan el anuncio del Evangelio a tantos lugares de la tierra. Que nuestra oración, junto con nuestro donativo, sea muestra de que seguimos siendo dichosos por creer.
Padre Javier Leoz
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