domingo, 17 de enero de 2016

LAS FLORES HABLAN



Las flores hablan



Cuentan de Ignacio de Loyola en su vejez que al pasearse por el jardín de su residencia romana, acariciaba con su bastón las florecillas, y les decía suavemente: “Callad, callad, que ya os entiendo”.

Sabía su lenguaje. Entendía lo que querían decirle. También nosotros comprendemos enseguida el diálogo imaginario. Pero hay una diferencia. Para nosotros es una anécdota edificante de una narración hagiográfica. Para su santo protagonista, era una experiencia. Él pronunciaba su sentimiento íntimo con la punta de su bastón, y oía la respuesta floral con realismo palpable. Casi le gritaban tanto las flores, que tenía que pedirle que se callasen. Las oía bien.

Había sido guerrero y cortesano. Fue ya mayor cuando acudió a las aulas. No estaba la poesía entre las disciplinas de su juventud. Nunca fue artesano del lenguaje y el estilo. Pero era místico profundo de trato familiar con Dios y sus criaturas, y la vista de una humilde flor bastaba para llevarlo al instante a la presencia de quien la formó. Entendía el lenguaje de pétalos, perfumes y colores. Era un enamorado.

Menos nos sorprende su reacción en el jardín cuando recordamos lo que al principio de su carrera espiritual dejó escrito en los Ejercicios que han guiado a generaciones en el camino de encontrar a Dios. Allí, al acabar treinta días de contemplación asidua en purificación del alma, seguimiento de Cristo y búsqueda de la divina voluntad, describe la última experiencia con la que despide al candidato a las alturas y lo entrena para el resto de su vida. Esto es lo que le dice:

“Mirar cómo Dios habita en las criaturas, en los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres dando entender; y así en mí dándome ser, animando, sensando, y haciéndome entender, así mismo haciendo templo de mí siendo criado a la similitud e imagen de su divina majestad.

Considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas las cosas criadas sobre el haz de la tierra. Así como en los cielos, elementos, plantas, frutos, ganados…, cando ser, conservando, vegetando y sensando.

Mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba, así como la mi medida potencia de la suma e infinita de arriba, y así justicia, bondad, piedad, misericordia..., así como del sol descienden los rayos, y de la fuente las aguas.”(Contemplación para alcanzar amor)

Siguen las creaturas siendo sagradas. Dios está en ellas, “trabaja” en ellas, vive en ellas como vive en mí, y todo lo que existe desciende de su ser como del sol los rayos o de la fuente las aguas. Presencia divina en entornos terrenos. Parentesco de cielo y tierra. Intimidad del Creador con sus criaturas. Todo nos habla de él, porque él está en todo.

“Callad, callad, que ya os entiendo.” Las flores hablan.
* Carlos G. Vallés S.J.

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