martes, 6 de marzo de 2018

IMÁGENES DE SAN JOSÉ









EL PERDÓN QUE TANTO NECESITAS


El perdón que tanto necesitas




Corría el día 7 de Mayo del año 1986, María tenía escasos 30 días de haber nacido en un país centro americano: El Salvador. Por su corta edad ignoraba todo lo que sucedía a su alrededor.

Ese día su madre, una joven de 19 años de edad, la transportaba hacia un hospital para hacer su debido chequeo de salud. Al llegar ella, como todas las pacientes que esperaban su turno con su bebé en brazos, tomó asiento a la espera de ser atendida. Pasaban los minutos, la bebé se desesperó y comenzó a llorar.

De pronto una mujer desconocida, de aspecto joven, se mostró amigable con ella y se ofreció a llevar la niña afuera para consolarla, ella accedió y la entregó en sus brazos.

Pasaron cinco minutos y la mujer que se ofreció a ayudarle no regresó. La madre comenzó a sospechar que algo estaba mal y salió a buscarla. Para su gran sorpresa descubrió que aquella mujer con su pequeña bebé habían desaparecido. El llanto y desconsuelo comenzaron a invadir su corazón, ella había sido una más de las víctimas del tráfico de menores en su país, bajo la sombra de la guerra civil que sucedía en esa década.

Como toda madre no pudo reponerse de la pérdida de su niña. Pasaron años y nunca se perdonó el hecho, culpándose, día tras día, por su ignorancia.

A 30 años del suceso, aconteció lo que menos se esperaba. En un medio de comunicación local se relataba la historia de una joven de nacionalidad francesa pero origen salvadoreño que había regresado en búsqueda de su madre, ya que como ella describía, sus padres adoptivos le habían relatado de sus orígenes salvadoreños. Justamente ese día uno de sus hermanos se encontraba viendo el reportaje televisivo y por las características que detallaban concluyó que era la bebé que habían robado de los brazos de su madre.

La madre con su hija se reencontraron nuevamente. Una mezcla de llanto y alegría invadió el momento. Aquella madre, después de aclarar a su hija lo que sucedió hace 30 años, recibió el perdón y la paz que por tanto tiempo había necesitado.

Al igual que aquella madre, tú puedes haber cometido errores que te hacen sentir cada día miserable y triste. Pero debes saber que el perdón es la mejor medicina que puedes recibir.

“Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros y perdónense mutuamente, así como Dios los perdono a ustedes en Cristo.”    Efesios 4:32 (NVI)

Dios ofrece su perdón incontables veces al ser humano, muchas veces lo tomamos como algo insignificante o irrelevante. Pero cuando tenemos el perdón nuestra alma vive en paz y la tristeza desaparece. Deja que el perdón eterno de Dios llene tu alma y te enseñará también a perdonar a los demás como él nos ha perdonado de nuestros pecados.

Y entonces recibirás la verdadera paz en tu corazón.




Fuente: Huellas Divinas

EL SANTO DE LA DULZURA


El santo de la dulzura




Con frecuencia Dios, por sus profetas, invitó a Israel a revisar su estilo de vida para hacer los necesarios reajustes que exigía la alianza solemnemente pactada. La Palabra de Dios sigue invitándonos a cambiar para bien, y nos motiva con sabiduría a dar pasos de superación espiritual. San Francisco de Sales modeló su temperamento para imitar a Jesús manso y humilde.

A pesar de que es considerado como el “santo de la dulzura”, san Francisco de Sales tuvo que luchar toda su vida contra su temperamento, propenso a la ira. En una ocasión tuvo que reprender a un joven que maltrataba a su madre. Ese día dijo a un amigo: «He temido perder en un cuarto de hora la poca dulzura que he trabajado en conseguir desde hace 22 años». El santo murió a los 56 años de edad. Cuando se le hizo la autopsia se comprobó que tenía en la vesícula 33 piedrecitas, señal de los heroicos esfuerzos que había hecho durante toda su vida para dominar su temperamento inclinado a la cólera, y llegar a ser el santo de la dulzura.

Jesús es el modelo perfecto del hombre nuevo. Dios nuestro Padre nos invita a transformarnos en él, haciendo nuestros sus sentimientos y actitudes. Para lograrlo nada mejor que meditar e interiorizar sus palabras y ejemplos cada día, con el Evangelio en la mano. Ojalá que como san Pablo puedas decir “Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí”.



* Enviado por el P. Natalio

LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS, 6 DE MARZO


LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS
6 de marzo




En la vida de hogar se presentan no pocas ocasiones en las que el dolor amenaza los espíritus.

El sufrimiento, la cruz, es el medio a través del cual el cristiano trasmite la salvación, tanto a sus hermanos, dentro del Pueblo mesiánico de Dios, como más allá de éste a todos los hombres, en cuanto Cristo, que está presente en toda cruz, obra allí salvíficamente.

Consecuentemente la cruz de cada bautizado es una participación de la cruz de Cristo y por ello el mismo Cristo está obrando salvíficamente en cada cristiano crucificado, en cada paciente, en cada moribundo, en cada enfermo. Por tanto, toda cruz llevada por amor  al Señor, se convierte en una fuente de salvación, sin que podamos decir jamás hasta dónde fluyen las aguas de la salvación.




* P. Alfonso Milagro

SAN JOSÉ, CUSTODIO DE JESÚS Y DE SU CUERPO, LA IGLESIA


San José, custodio de Jesús y de su Cuerpo, la Iglesia
San José custodia y protege el cuerpo místico de Jesucristo, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo.


Por: José María Iraburu | Fuente: Infocatolica.com 




San José, custodio amante,
de Jesús y de María,
enséñame a vivir siempre
en tan dulce compañía.
Sé mi maestro y mi guía
en la vida de oración;
dame paciencia, alegría
y humildad de corazón.
No me falte en este día
tu amorosa protección,
ni en mi última agonía
tu piadosa intercesión.
Esta preciosa oración a San José me la dio hace bastantes años en una estampa una religiosa carmelita, que como todas las del Carmelo había heredado de Santa Teresa de Jesús una devoción muy grande al glorioso patriarca San José. Dios le pague el precioso regalo que me hizo. Llevo siempre esa oración en el Breviario, para rezarla todos los días.

* * *

La exhortación apostólicaRedemptoris Custos, de San Juan Pablo II (15-VIII-1989) es uno de los más grandes documentos que el Magisterio apostólica nos ha dado sobre San José. En el día de su solemnidad litúrgica quiero recordarla, tomando de ella aquellos textos en los que, continuando una larga tradición, enseña cómo San José, habiendo sido elegido por Dios para custodiar la vida de Jesús, recibió al mismo tiempo la misión de custodiar la vida del Cuerpo de Jesús, que es la Iglesia.

El texto que sigue recoge, pues, algunos fragmentos de la Redemptoris Custos.

* * *

1. «Llamado a ser el Custodio del Redentor, “José… hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer” (Mt 1,24). Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que San José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo [San Ireneo], también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo.

8. «San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente “ministro de la salvación” [San Juan Crisóstomo]. Su paternidad se ha expresado concretamente “al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la encarnación y a la misión redentora que está unida a él; al haber hecho uso de la autoridad legal, que le correspondía sobre la Sagrada Familia, para hacerle don total de sí, de su vida y de su trabajo; al haber convertido su vocación humana al amor doméstico con la oblación sobrehumana de sí, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías, que crece en su casa“ [Pablo VI, 19-III-1966].

«La liturgia, al recordar que han sido confiados “a la fiel custodia de San José los primeros misterios de la salvación de los hombres” [Or. colecta de la Misa], precisa también que “Dios le ha puesto al cuidado de su familia, como siervo fiel y prudente, para que custodiara como padre a su Hijo unigénito” [Prefacio de la Misa]. León XIII subraya la sublimidad de esta misión: “El se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a su propio padre” [1889,Quamquam pluries].

28. «En tiempos difíciles para la Iglesia, [el Beatto] Pío IX, queriendo ponerla bajo la especial protección del santo patriarca José, lo declaró “Patrono de la Iglesia Católica” [1870, decr. Quemadmodum Deus]. El Pontífice sabía que no se trataba de un gesto peregrino, pues, a causa de la excelsa dignidad concedida por Dios a este su siervo fiel, “la Iglesia, después de la Virgen Santa, su esposa, tuvo siempre en gran honor y colmó de alabanzas al bienaventurado José, y a él recurrió sin cesar en las angustias”.

«¿Cuáles son los motivos para tal confianza? […] José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia (…). Es, por tanto,conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces tuteló santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo” [León XIII,Quamquam pluries].


31. […] «También hoy tenemos muchos motivos para orar [a San José] con las mismas palabras de León XIII: “Aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios… Asístenos propicio desde el cielo en esta lucha contra el poder de las tinieblas …; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad” [Quamquam pluries, in fine]. También hoy existen suficientes motivos para encomendar a todos los hombres a San José.

32. «Que San José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

Amén, amén, amén.

PAPA FRANCISCO: QUIERES QUE DIOS PERDONE TUS PECADOS?


¿Quieres que Dios perdone tus pecados? El Papa recuerda esta condición
Redacción ACI Prensa
 Foto: Vatican Media





El Papa Francisco recordó, en la homilía de la Misa celebrada en la Casa Santa Marta este martes 6 de marzo, que Dios siempre perdona los pecados cuando se acude al sacramento de la penitencia, sin embargo, señaló esta condición para que ese perdón sea efectivo: “Para ser perdonado debes perdonar a los demás”.

En la homilía, el Santo Padre reflexionó sobre el perdón. Para ello, recurrió a la primera lectura del día, del Libro de Daniel, en la que se narra cómo Azarías, en medio de las llamas a las que fue arrojado por no haber renegado de Dios, profesa la grandeza del Señor: “No nos abandones para siempre (…), hoy estamos humillados en toda la tierra por causa de nuestros pecados”.

Francisco destacó que Azarías acusa a su propio pueblo de los males que padece: “Acusarnos a nosotros mismos es el primer paso hacia el perdón”.

“Acusarse a sí mismos es parte de la sabiduría cristiana; no acusar a los demás, no… A uno mismo. Yo he pecado. Y cuando nosotros nos acercamos al sacramento de la penitencia debemos tener esto en mente: Dios es grande y nos ha dado muchas cosas, pero lamentablemente he pecado, he ofendido al Señor y pido la salvación”.

En este punto, el Pontífice contó la anécdota de una mujer que en el confesionario contaba los pecados de la suegra, tratando de justificarse, hasta que el sacerdote le dijo: ‘Muy bien, y ahora confiesa tus pecados’.

Confesar los pecados “agrada al Señor, porque el Señor recibe el corazón contrito, porque, como Azarías, ‘no hay confusión para los que en ti confían’, el corazón contrito que dice la verdad al Señor: ‘He hecho esto, Señor. He pecado contra ti’. El Señor les tapa la boca, como el padre al hijo pródigo, no lo deja hablar. Su amor lo cubre. Lo perdona todo”.

Por ello, el Papa Francisco invitó a no avergonzarse en el confesionario a la hora de decir los pecados, porque el Señor nos perdona siempre, aunque hay una condición: “El perdón de Dios es fuerte en nosotros siempre que nosotros perdonemos a los demás”.

“Esto no es fácil –subrayó–, porque el rencor anida en nuestro corazón, y siempre queda esa amargura. En muchas ocasiones llevamos en nosotros un elenco de cosas que me han hecho: ‘Y este me ha hecho aquello, me ha hecho aquello y me ha hecho esto…’”.

Por ello, en conclusión, advirtió contra la esclavitud del odio: “Estas son las dos cosas que nos ayudarán a comprender el camino del perdón: ‘Tú eres grande Señor, pero por desgracia, he pecado’, y ‘sí, te perdono setenta veces siete, a condición de que tú perdones a los demás’”.


Lectura comentada por el Papa Francisco:

Daniel 3:25, 34-43
25 Y Azarías, de pie en medio del fuego, tomó la palabra y oró así:
34 ¡Oh, no nos abandones para siempre, - por amor de tu nombre - no repudies tu alianza,
35 no nos retires tu misericordia, por Abraham tu amado, por Isaac tu siervo, por Israel tu santo,
36 a quienes tú prometiste multiplicar su linaje como las estrellas del cielo y como la arena de la orilla del mar!
37 Señor, que somos más pequeños que todas las naciones, que hoy estamos humillados en toda la tierra, por causa de nuestros pecados;
38 ya no hay, en esta hora, príncipe, profeta ni caudillo, holocausto, sacrificio, oblación ni incienso ni lugar donde ofrecerte las primicias,
39 y hallar gracia a tus ojos. Mas con alma contrita y espíritu humillado te seamos aceptos, como con holocaustos de carneros y toros, y con millares de corderos pingües;
40 tal sea hoy nuestro sacrificio ante ti, y te agrade que plenamente te sigamos, porque no hay confusión para los que en ti confían.
41 Y ahora te seguimos de todo corazón, te tememos y buscamos tu rostro. No nos dejes en la confusión,
42 trátanos conforme a tu bondad y según la abundancia de tu misericordia.
43 Líbranos según tus maravillas, y da, Señor, gloria a tu nombre.

FALLECE SOR CONSOLATA, LA PRIMERA RELIGIOSA DEL HOSPITAL DEL PADRE PÍO DE PIETRELCINA


Fallece Sor Consolata, la primera religiosa del hospital del Padre Pío
POR ANDREA GAGLIARDUCCI | ACI Prensa
Foto: Captura de video Teleradio Padre Pío





Sirvió en el hospital del Padre Pío por veinte años antes de ingresar a la clausura para “prepararse a la Santa Muerte”. Sor Consolata di Santo nació en 1916 y murió el pasado 2 de marzo a los 101 años, llevando consigo el recuerdo de los años que trabajó junto al fraile capuchino y la alegría de haber podido besar por una vez los estigmas, sin que estuviesen protegidos por los guantes que solía usar el sacerdote.

Nacida en 1916 en Sant’Eramo al Colle, era la última de diez hijos, todos consagrados a Dios. La madre, antes de morir y recibiendo la extremaunción, había pedido esta gracia.

Así, la futura religiosa entró al convento en 1936, entre las Hermanas Apóstoles del Sagrado Corazón de Jesús, que el Padre Pío había elegido para prestar servicio entre los enfermos del hospital “Casa Sollievo della Sofferenza”, por él querido.

Sor Consolata llegó a San Giovanni Rotondo en septiembre de 1955, seis meses antes de la inauguración del hospital, junto a la superiora provincial y a otra hermana, después de haber vivido una situación difícil en Toscana.

En el primer encuentro, el Padre Pío se asomó “con una sonrisa bellísima y un tono bromista”, narró en una ocasión la religiosa a Teleradio Padre Pío. Les había dicho a las tres hermanas que no se preocuparan porque llegarían otras religiosas. Seis meses después ya eran 15 las religiosas trabajando en la “Casa Sollievo della Sofferenza”.

Su servicio al hospital se prolongó de 1955 a 1975, trabajando al lado del santo italiano, asistiendo siempre a la Misa de las cinco de la mañana; y fue después de una confesión que pidió al Padre Pío poder besar las heridas de las manos sin los guantes.

El santo respondió: “Delante de toda esta gente”. Y al día siguiente la mandó llamar y le permitió besar los estigmas.

En 1975, a los 59 años de edad, dejó el servicio en el hospital y entró a la clausura, entre las clarisas capuchinas, para “hacer una santa muerte”, porque pensaba que moriría en dos o tres años. Sin embargo, pasaron muchos más.

Así, Son Consolata murió el pasado 2 de marzo, poco tiempo después del fallecimiento del P. Eusebio Notte –ocurrido el 5 de febrero–, y que fue asistente del Padre Pío entre 1961 y 1965.



Traducido y adaptado por Eduardo Berdejo. Publicado originalmente en ACIStampa.

DIOS PIDE EL SACRIFICIO DE NUESTRO CORAZÓN


Dios pide el sacrificio de nuestro corazón
Martes tercera semana Cuaresma. ¿De qué nos sirve sacrificar nuestras cosas si no nos sacrificamos nosotros?


Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net 




“El que en Ti confía no queda defraudado”.

Esta oración del Antiguo Testamento podría resumir la actitud de quien comprende dónde está la esencia fundamental del hombre, dónde está lo que verdaderamente el hombre tiene que llevar a su Creador: un corazón contrito y humillado, como auténtico y único sacrificio, como verdadero sacrificio. ¿De qué nos sirve sacrificar nuestras cosas si no nos sacrificamos nosotros? ¿De qué nos sirve ofrecer nuestras cosas si no nos ofrecemos nosotros? El mensaje de la Escritura es, en este sentido, sumamente claro: es fundamental, básico e ineludible que nosotros nos atrevamos a poner nuestro corazón en Dios nuestro Señor.

“Ahora te seguiremos de todo corazón”. Quizá estas palabras podrían ser también una expresión de lo que hay en nuestro corazón en estos momentos: Padre, quiero seguirte de todo corazón. Son tantas las veces en las que no te he seguido, son tantas las veces en las que no te he escuchado, son tantos los momentos en los que he preferido ser menos generoso; pero ahora, te quiero seguir de todo corazón, ahora quiero respetarte y quiero encontrarte.

Ésta es la gran inquietud que debe brotar en el alma de todos y cada uno de nosotros: Te respetamos y queremos encontrarte. Si éste fuese nuestro corazón hoy, podríamos tener la certeza de que estamos volviéndonos al Señor, de que estamos regresando al Señor y de que lo estamos haciendo con autenticidad, sin posibilidad de ser defraudados.

¿Es así nuestro corazón el día de hoy? ¿Hay verdaderamente en nuestro corazón el anhelo, el deseo de volvernos a Dios? Si lo hubiese, ¡cuántas gracias tendríamos que dar al Señor!, porque Él permite que nuestra vida se encuentre con Él, porque Él permite que nuestra vida regrese a Él. Y si no lo hubiese, si encontrásemos nuestro corazón frío, temeroso, débil, ¿qué es lo que podríamos hacer? La oración continúa y dice: “Trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia”.

También el Señor es consciente de que a veces en el corazón del hombre puede haber un quebranto, una duda, un interrogante. Y es consciente de que, en el corazón humano, tiene que haber un espacio para la misericordia y la clemencia de Dios. Dejemos entrar esta clemencia y esta misericordia en nuestra alma; hagamos de esta Cuaresma el cambio, la transformación, los días de nuestra decisión por Cristo. No permitamos que nuestra vida siga corriendo engañada en sí misma.

Sin embargo, Dios está pidiendo el sacrificio de nuestro corazón: “Un sacrificio de carneros y toros, un millar de corderos cebados”. El reto de responder a ese Dios que nos llama por nuestro nombre, el reto de respoder a ese Dios que nos invita a seguirlo en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra vocación cristiana puede ser, a veces, un reto muy pesado; sin embargo, ahí está Dios nuestro Señor dispuesto a prestarnos el suplemento de fuerza, el suplemento de generosidad, el suplemento de entrega y el suplemento de fidelidad que quizá a nosotros nos pudiese faltar en nuestro corazón.

Si nos sentimos flaquear, si no somos capaces, Señor, de encontrarnos contigo, de estar a tu lado, de resistir tu paso, de ir al ritmo que Tú nos estás pidiendo, hagamos la oración tan hermosa de la primera lectura: “Trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia”. Si tengo miedo de soltar mi corazón, si tengo miedo de pagar alguna deuda que hay en mi alma... “Trátame según tu clemencia y tu abundante misericordia”. Si todavía en mi interior no hay esa firme decisión de seguirte , tal y cómo Tú me lo pides, con el rostro concreto por el cual Tú me quieres llamar... “Trátame según tu clemencia y tu abundante misericordia”.

Que ésta sea la actitud de nuestra alma, que éste sea el auténtico sacrificio que ofrecemos a Dios nuestro Señor. A Él no le interesan nuestras cosas, le interesamos nosotros; no busca nuestras cosas, nos busca a nosotros. Somos, cada uno de nosotros, el objeto particular de la predilección de Dios nuestro Señor.

Que en esta Cuaresma seamos capaces de abrir nuestro corazón, como auténtico sacrificio, en la presencia de Dios. O, que por lo menos, se fortalezca en nuestro interior la firme decisión de dar al Señor lo que quizá hasta ahora hemos reservado para nosotros. Quitar ese miedo, esa inquietud, esa falta total de disponibilidad que, a lo mejor, hasta estos momentos teníamos exclusivamente en nuestras manos.

Que la Eucaristía se convierta para nosotros en una poderosa intercesión ante Dios Padre por medio de su Hijo Jesucristo, para que en este tiempo de Cuaresma logremos renovarnos y transformarnos verdaderamente. Que nos permita abrir nuestra mente a nuestro Señor, con un corazón dispuesto a lanzarse en esa obra hermosísima de la santificación que Dios nos pide a cada uno de nosotros.

EL EVANGELIO DE HOY MARTES 6 MARZO 2018


Lecturas de hoy Martes de la 3ª semana de Cuaresma
Hoy, martes, 6 de marzo de 2018


Primera lectura
Lectura de la profecia de Daniel (3,25.34-43):

EN aquellos días, Azarías, puesto en pie, oró de esta forma; alzó la voz en medio del fuego y dijo:
«Por el honor de tu nombre,
no nos desampares para siempre,
no rompas tu alianza,
no apartes de nosotros tu misericordia.
Por Abrahán, tu amigo; por Isaac, tu siervo;
por Israel, tu consagrado;
a quienes prometiste multiplicar su descendencia
como las estrellas del cielo,
como la arena de las playas marinas.
Pero ahora, Señor, somos el más pequeño
de todos los pueblos;
hoy estamos humillados por toda la tierra
a causa de nuestros pecados.
En este momento no tenemos príncipes,
ni profetas, ni jefes;
ni holocausto, ni sacrificios,
ni ofrendas, ni incienso;
ni un sitio donde ofrecerte primicias,
para alcanzar misericordia.
Por eso, acepta nuestro corazón contrito
y nuestro espíritu humilde,
como un holocausto de carneros y toros
o una multitud de corderos cebados.
Que este sea hoy nuestro sacrificio,
y que sea agradable en tu presencia:
porque los que en ti confían
no quedan defraudados.
Ahora te seguimos de todo corazón,
te respetamos, y buscamos tu rostro;
no nos defraudes, Señor;
trátanos según tu piedad,
según tu gran misericordia.
Líbranos con tu poder maravilloso
y da gloria a tu nombre, Señor».

Palabra de Dios


Salmo
Sal 24,4-5ab.6.7bc.8-9

R/. Recuerda, Señor, tu ternura

V/. Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R/.

V/. Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R/.

V/. El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R/.


Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,21-35):

EN aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo:
“Págame lo que me debes”.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”.
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

Palabra del Señor




Comentario al Evangelio de hoy martes, 6 de marzo de 2018
Jaime Aceña, cmf


Queridos hermanos:

En nuestra convivencia hay situaciones extremas, desde el "tú por tu camino y yo por el mío, no quiero saber más de ti, ni quiero relacionarme contigo" hasta el "perdono, pero no olvido"; entremedias está la cortesía que es lo más superficial de la caridad porque la relación fraterna no ha sido sanada a fondo.

¿Qué hacer con los pecadores?; ¿qué hacer con los que ofenden a otros?; ¿qué hacer con quien me ofende?. La parábola de hoy expresa la raíz más honda de la vida comunitaria. El rey de la parábola representa a Dios y en ella se comparan dos deudas, dos agravios muy desiguales.

El primer siervo tiene una deuda enorme con el rey; este se la perdona. Pero el siervo no perdona a un compañero una deuda mucho menor.

"El Señor indignado, lo entregó a los verdugos...lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano".

Las tensiones entre nosotros surgen porque olvidamos el perdón que el Padre siempre nos da y que convierte en una fiesta cuando volvemos a casa. Si experimento la misericordia de Dios no puedo andar calculando si debo perdonar y acoger al hermano que me ha ofendido. Si he pedido perdón desde lo profundo de mi ofensa, consciente del agravio que he causado al proyecto de Dios, a mis hermanos y a mí mismo, brota la alegría de volver a empezar de cero y puedo llegar a ser "Padre Pródigo" del que me ha ofendido (Noween).

Perdono al hermano porque antes me ha perdonado el Padre. Este manantial de perdón llega a mi horizonte cada día y hace posible mi regreso porque bebo en la certeza de que el Padre me espera...Y cuando nos alcanzamos a ver, corre, me abraza, me viste con ropa nueva y hace una fiesta porque estoy vivo. Siempre es así mi regreso.

Es tal la liberación que experimento con el beso del Padre que su abrazo hace posible que yo perdone siempre: "perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". El perdón que el Padre me da engloba mi perdón al hermano. Y así es siempre: "setenta veces siete".

Fraternalmente:

Jaime Aceña Cuadrado, cmf 
jacenacu.yahoo.es

FELIZ MARTES





lunes, 5 de marzo de 2018

QUIÉN ES UN SACERDOTE?


¿Quién es un sacerdote?
7 caracteristicas de un hombre de Dios según San Alberto Hurtado


Por: H. Edgar Henríquez Carrasco | Fuente: Catholic-link.com 




San Alberto Hurtado, un sacerdote chileno, fue un hombre de convicciones, firme en la fe y en su vocación. Su historia de vida no está exenta de luchas y sacrificios por alcanzar la santidad en una sociedad corrompida por el dinero y el éxito profesional. Era un hombre de oración. Siempre se acercaba a Jesús sacramentado para contarle sus penas y alegrías. Así fue como, poco a poco, se fue dejando permear por el amor de Cristo hasta el punto de entregarle su vida en el rostro de los más pobres. Antes de morir, en su última predicación, nos dejó un hermoso texto en el cual encontramos algunas características del sacerdote escritas por él mismo. Aquí les dejo de manera breve las palabras de este gran santo, dirigidas sobre todo para quienes buscan hacer la voluntad de Dios a través de la vocación a la vida consagrada.

El sacerdote…

1. "¡No es un ángel!"
Eso está más que claro. A veces vivimos en la cultura de la exigencia. Queremos que todo sea perfecto en las personas. Pero, ¡todos tenemos flaquezas! Exigimos del sacerdote alegría 100%, disponibilidad 24/7, entrega total, etc.  El sacerdote es una persona como nosotros, que siente pena y alegría, que se cansa, que lucha por combatir sus imperfecciones. No es un ángel. También trabaja en mejorar sus defectos, en cambiar las cosas negativas que hay en él, en crecer humana y espiritualmente. Es bueno esperar mucho de un sacerdote, pero debemos saber que también es un hombre. Respetarlo como es, aceptarlo con sus dones e imperfecciones. Ayudarlo, colaborar con él. Dice San Alberto Hurtado que "… es un mediador entre Dios y el pueblo en lo que concierne a las realidades divinas". Fácil sería que fuese un santo, listo para irse al cielo, pero no es así, tiene imperfecciones como tú y yo. Lo bueno es que trabaja arduamente por mejorar y superarse, sabe que este es el camino hacia la perfección.

"(… ) otras tantas veces me ha dicho: “Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad”. “Y me complazco en soportar por Cristo debilidades, injurias, necesidades, persecuciones y angustias, porque cuando me siento débil, entonces es cuando soy fuerte”" (2 Corintios 12, 9-10).

2. "Experimenta hambre, frío, peso de la edad…"
Es una dura realidad, aunque muchos no lo crean. El prejuicio general es que al sacerdote no le falta nada, vive como rey, pero los que tenemos contacto con muchos sacerdotes sabemos que la realidad dice algo diferente. Son muchos los sacerdotes que pasan hambre y frío en el mundo. A muchos les falta el pan, el agua, o las condiciones básicas de higiene. Piensen en los lugares inhóspitos donde la Iglesia llega: África, India, Camboya, zonas apartadas de Brasil, Bolivia, Egipto, Siria, Indonesia, etc. Siempre pensamos en países occidentalizados, pero. ¿dónde están aquellos que viven en zonas apartadas y en constante conflicto? Ellos dan su vida a causa del Evangelio y muy pocos lo valoran. Al llegar la vejez siguen en su ministerio, fieles a la llamada de Dios. Sacerdotes viejitos caminan aún por las calles dejando el buen olor de Cristo. A veces viven solos, sin nadie más que la casa parroquial. Y, ¿se quejan? ¡Jamás! Valoremos como católicos al sacerdote recordando a nuestros hermanos que viven en malas condiciones de vida y siguen luchando por construir el Reino de Dios en la tierra.

"Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepárate para la prueba; orienta bien tu corazón, mantente firme, y en tiempo de adversidad no te inquietes. únete a Él y no te aleje… acepta lo que te venga, y sé paciente en dolores y humillaciones… Confía en Él pues vendrá en tu ayuda…" (Eclesiástico 2, 1-4.6).

 3. "Carga pasiones, y la del pecado"
Ya hablamos que el sacerdote también es humano y tiene imperfecciones, y por supuesto carga con ellas. Pero no es una carga agobiante porque tiene presente las palabras de Jesús: "mi yugo es suave y mi carga ligera". Todos cargamos nuestra propia cruz. Una cruz de infidelidades y pecados. A veces podemos encontrar a sacerdotes que son propensos a la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula o la pereza. Son conscientes de su debilidad y trabajan en ello. Pero no pensemos que es algo agobiante, Dios cuando llama da la gracia para vivir conforme a la vocación que hemos recibido de él mismo. El sacerdote es feliz en su vocación, pero esto no quita que también peque. Es el primero que confía en la efectividad del sacramento que Cristo mismo imparte a través de él: la confesión. Sí, se confiesa también. Acude como un buen católico a otro sacerdote para confesarse y pedir la gracia de Dios, la reconciliación con el Padre. Así pues, el sacerdote predica y practica.

"Ahora, en cambio, liberados del pecado y convertidos en siervos de Dios, tienen como fruto la plena consagración a él y como resultado final la vida eterna. En efecto, el pago del pecado es la muerte, mientras que Dios nos ofrece como don la vida eterna por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor" (Romanos 6, 22-23).


4. "Su santidad, si se puede hablar de ella, es en marcha: un esfuerzo, un combate"
Todos buscamos la santidad de vida. El sacerdote también. Para ellos la santidad es el camino que abre las puertas a la comunión con los demás. Si uno ve a un sacerdote santo, le dan ganas de ser santo también. Es una cadena, un santo engendra a otro santo, porque el ejemplo arrastra. Aquella santidad sacerdotal está en marcha, como bien dice San Alberto, o sea que es una lucha constante. El combate espiritual es para todos parejo, no en igual medida ciertamente, pero para todos es una lucha. Día a día. Es un combate que requiere esfuerzo personal. Darlo todo en la cancha, como se dice. Abrir el corazón y decirle al Señor: "Éste soy yo, Señor. Tú me conoces bien, sabes qué hay aquí dentro, te pido me ayudes a dejarme iluminar por tí, a enfocarme más en el amor que tú me tienes desde la eternidad". Si el sacerdote lucha y anima al Pueblo de Dios a luchar contra sus pasiones, contra el mal, es porque tiene claro las palabras del Salmo 50, 19: "Dios quiere el sacrificio de un espíritu contrito, un corazón contrito y humillado, Tú Señor, no lo desprecias".

"Nuestra lucha no es contra adversarios de carne y hueso… sino contra los que dominan este mundo de tinieblas… Por eso deben empuñar las armas que Dios les ofrece, para que puedan resistir en los momentos adversos y superar todas las dificultades sin ceder terreno" (Efesios 6, 12-13).


5. "Viene de Dios, pero sacado de entre nosotros"
Antes de ser sacerdote era un hombre común y corriente que vivía entre nosotros, estudiaba con nosotros, trabajaba con nosotros. Jugábamos con ellos, les conocimos de niños. Pero un buen día Dios los llamó a dejarlo todo, a cargar su cruz y a seguirlo a dónde Él fuera. El sacerdote tiene una historia de vida, tiene familia, sueños, sentimientos, etc. Es como nosotros, también sufre y se alegra. Dios le ha sacado de entre nosotros para invitarle a entregarse a Él y a los demás con un amor universal. Quizá ya no en su propia ciudad, en otros casos bastante lejos de su país, pero el sacerdote no olvida su origen, no debe olvidarlo. También extraña a su familia, sufre cuando ellos sufren; pero en todo esto sabe que allí está el Señor que le ha llamado y ha prometido darle el ciento por uno, cuidando de su familia, otorgándole día a día la fuerza necesaria para perseverar en el camino sacerdotal.

"Todo sacerdote, en efecto, es tomado de entre los hombres y puesto al servicio de Dios en favor de los hombres… Está en grado de ser comprensivo con los ignorantes y los extraviados, ya que él también está lleno de flaquezas…" (Hebreos 5, 1-2).

6. "Cuando él ora, oramos con él"
Todos los domingos en la “Oración Universal”, "el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres" (Ordenación Gral. del Misal Romano 45). El carácter intercesor está muy arraigado en el corazón de la Iglesia y sobre todo en el corazón sacerdotal. Podemos decir, con certeza, que cuando el sacerdote ora, todos oramos con él. Piensen cuántas misas a diario se celebran en el mundo, y en todas ellas está presente la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo. ¡Y todos los bautizados formamos parte de este Cuerpo! Que no nos quepa la menor duda de que todos los sacerdotes del mundo a diario nos encomiendan en la Santa Misa, pidiendo por la conversión de los pecadores y la salvación del mundo entero.

"Te ruego ante todo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y todos los que tienen autoridad, para que podamos gozar de una vida tranquila y apacible, plenamente religiosa y digna. Esto es bueno y grato a los ojos de Dios… que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Timoteo 2, 14).

7. "No es un superhombre"
No es un superhéroe ni un superhombre, pero ¡vaya que ayuda! Nos trae todos los días a Jesús en la Eucaristía, ¡lo tiene en sus manos! Además, acerca a muchos al Evangelio y al camino recto, sale en busca de la oveja perdida y la trae de vuelta al rebaño, perdona los pecados en nombre de Dios, lleva luz donde hay oscuridad, ayuda a que la semilla de la fe crezca en nuestros corazones, nos guía, nos ama, nos corrige e instruye. El sacerdote no será un superhombre, pero es un auténtico hermano, un buen amigo, un gran padre y un fiel hijo de la Iglesia. Nunca olvidemos pedirle al Señor por nuestros hermanos sacerdotes de todo el mundo para que les ilumine el camino, les de perseverancia y un corazón sacerdotal auténtico, en fin, que les haga instrumentos de su amor y misericordia en medio del mundo de hoy.

"No me eligieron ustedes a mí; fui yo quien los elegí a ustedes. Y los he destinado para que vayan y den fruto abundante y duradero… como no pertenecen al mundo, porque yo los elegí y los saqué de él, por eso el mundo los odia. Recuerden que dije: “Ningún siervo es superior a su señor”"(Juan 15, 16.19-20).

Podemos concluir con las mismas palabras de San Alberto Hurtado:

"Los cristianos sabemos que hay un solo sacerdote (Cristo) en quien reside la plenitud del sacerdocio. Pero Él sabe que nosotros necesitamos signos palpables y ¿qué signos más palpables que las personas humanas?. Y por eso, Él que se dejó ver y tocar por los habitantes de Palestina, ha querido continuarse en todos los puntos del espacio y del tiempo por sacerdotes, hombres sujetos a un hombre; a quienes los cristianos miren como los ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios".

La frases han sido sacadas de: La última homilía del Padre Hurtado en las bodas de plata sacerdotales de don Manuel Larraín. Publicado por Fundación Padre Hurtado. Santiago, Chile. 2004.

IMÁGENES DE TARJETAS DE DIOS TE BENDIGA











EL CULTO AL DINERO


El culto al dinero




“No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”

Hay algo alarmante en nuestra sociedad que nunca denunciaremos bastante. Vivimos en una civilización que tiene como eje de pensamiento y criterio de actuación la secreta convicción de que lo importante y decisivo no es lo que uno es sino lo que uno tiene. Se ha dicho que el dinero es «el símbolo e ídolo de nuestra civilización» (Miguel Delibes). Y de hecho, son mayoría los que le rinden su ser y le sacrifican toda su vida.

J. Galbraith, el gran teórico del capitalismo moderno, describe así el poder del dinero en su obra «La sociedad de la abundancia». El dinero «trae consigo tres ventajas fundamentales: primero, el goce del poder que presta al hombre; segundo, la posesión real de todas las cosas que pueden comprarse con dinero; tercero, el prestigio o respeto de que goza el rico gracias a su riqueza».

Cuántas personas, sin atreverse a confesarlo, saben que en su vida, en un grado u otro, lo decisivo, lo importante y definitivo, es ganar dinero, adquirir un bienestar material, lograr un prestigio económico.

Aquí está sin duda, una de las quiebras más graves de nuestra civilización. El hombre occidental se ha hecho en buena parte materialista y, a pesar de sus grandes proclamas sobre la libertad, la justicia o la solidaridad, apenas cree en otra cosa que no sea el dinero.

Y, sin embargo, hay poca gente feliz. Con dinero se puede montar un piso agradable, pero no crear un hogar cálido. Con dinero se puede comprar una cama cómoda, pero no un sueño tranquilo. Con dinero se pueden adquirir nuevas relaciones, pero no despertar una verdadera amistad. Con dinero se puede comprar placer pero no felicidad. Pero, los creyentes hemos de recordar algo más. El dinero abre todas las puertas, pero nunca abre la puerta de nuestro corazón a Dios.

No estamos acostumbrados los cristianos a la imagen violenta de un Mesías fustigando a las gentes. Y, sin embargo, ésa es la reacción de Jesús al encontrarse con hombres que, incluso en el templo, no saben buscar otra cosa que no sea su propio negocio.

El templo deja de ser lugar de encuentro con el Padre cuando nuestra vida es un mercado donde sólo se rinde culto al dinero. Y no puede haber una relación filial con Dios Padre cuando nuestras relaciones con los demás están mediatizadas sólo por intereses de dinero. Imposible entender algo del amor, la ternura y la acogida de Dios cuando uno solo vive buscando bienestar. No se puede servir a Dios y al Dinero.



© P. José Antonio Pagola

RARA FLOR EN EL PRECIPICIO


Rara flor en el precipicio




Confiar en Dios es depositar toda nuestra fe en él. Dejarle el cuidado de tus cosas. Permitirle disponer de tu futuro, porque sabes que te ama más que tú mismo. Reposar en él “como un niño en brazos de su madre” (salmo 131). Y confiar sobre todo en las pruebas, cuando las cosas resultan incomprensibles.

Unos  científicos exploraban un rincón desconocido de los Alpes, en busca de nuevas especies de flores. Un día notaron con sus binoculares una flor muy rara y bella, de gran valor para la ciencia. Pero la flor se hallaba en un profundo precipicio. Sólo sostenido de una cuerda se podía bajar por el despeñadero. Un muchacho curioso observaba la escena. Los científicos le propusieron pagarle bien si se dejaba bajar por el despeñadero, para cortar la flor que había en el fondo. El muchacho miró el peligroso precipicio, y luego dijo: “Regreso en un minuto”. Al poco rato volvió seguido de un hombre de pelo canoso, se acercó al botánico y le dijo: "Bajaré por el despeñadero, y les traeré la flor, si este hombre sostiene la cuerda. Es mi papá". Si alguna otra persona sostiene la cuerda, no me atreveré.

“No temas, yo estoy contigo”, es un maravilloso tema bíblico que puedes profundizar en el libro de Josué, capítulo 1, 1-10. Allí Dios una y otra vez repite al héroe, antes de su gesta guerrera en la tierra que mana leche y miel: “Sé valiente, no temas, porque yo estaré siempre contigo, adonde quiera que vayas”. Que estas palabras fortalezcan tu confianza.




* Enviado por el P. Natalio
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