Un Minuto Mariano
La Santísima Virgen enseña que el Santo Rosario es una oración particularmente querida a su corazón tan humilde en apariencia, pero tan llena de su fruto sobrenatural.
Autor: Ma. Susana Ratero | Fuente: Catholic.net Con María, y una barca que se aleja | |
Cuando sientas que las olas del dolor, de la cruz... o cualquier otra, te separe del Maestro, corre con tu corazón a los pies de María. | |
Leo el Evangelio según San Marcos (6,30-34). Lo leo, Madrecita, refugiada en tu Corazón, pues por experiencia he aprendido que es el mejor sitio para escuchar a tu Hijo, para aprender sus enseñanzas y sacar el mayor fruto en mi propia vida. Así pues, mirando tu pequeña imagen de Luján, el corazón se va a aquella casa, donde Jesús está con sus discípulos y “los que iban y venían eran muchos y no les quedaba tiempo ni para comer”… Me acompañas, dulce Madre, me tomas de la mano y me sientas muy cerquita del Maestro, para escuchar su Palabra… Cada palabra, cada mirada de Él, es bálsamo exquisito para mi alma dolorida. En un momento, al ver tanta gente, Jesús les dice a los discípulos: “Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco”. Se despide de nosotras y se aleja. - ¿Adónde va, Madre? ¿Podemos seguirle? Me tomas de la mano y me conduces a la orilla del lago, justo a tiempo para ver al Maestro y los discípulos subir a una barca y alejarse. Una honda pena me llena el alma. Jesús se aleja… se va… o lo que es peor, no puedo seguirle. Y las olas del lago marcan la distancia con acompasado canto en la orilla. - Madre ¿Qué hago ahora? - Aprende, hija, aprende. Mira las aguas ¿Qué ves? Sin comprenderte aun y sin pensar un poco más allá de lo que tengo a la vista, te digo sorprendida: - Pues… agua, Madre… el agua es… solo agua… - No si la miras con el alma, hija. Vamos, atrévete, te sorprenderás. Y de tu mano dejo a mi alma mirar con sus ojos. Y el agua ya no es agua. Las olas no son olas, sino que son… son todos mis miedos, mis olvidos, mis excusas, mis pecados. Todo lo que no me permite seguir a Jesús por donde va. Y mi alma gime en una pregunta: - Madre ¿Qué hago? ¿Cómo paso por encima de todo esto? ¿Cómo torno en puente estas aguas turbulentas? Me abrazas suavemente y me acaricias el cabello. Siente mi corazón inmensa paz. Siente mi alma que aun no se acabaron los caminos. - No es un puente el único camino para llegar, hija. Además, en la barca se van las herramientas que necesitas para construirlo. No, no puedes hacer un puente. - ¿No hay esperanza, entonces, Madre? - Siempre la hay, querida hija, siempre…Mira a tu alrededor. Allí noto que “les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos” - ¿Rodear el lago, Madre? ¿Ir por tierra siguiendo al que va por las aguas? ¿Cómo llegaré? Es demasiado lejos… no podré, Maria, lo siento… - ¡Vaya, que pronto bajas los brazos! - Es… que conozco mis fuerzas y sé que no podré. - Bien dices, hija. Conoces “tus” fuerzas, pero ¡Te aseguro que desconoces las mías! - No te comprendo, Madre. Y estiras tu mano segura hacia la mía, vacilante. Tu mano es segura, brillante, purísima ¿Cómo negarme a tomarla? Y la aprieto con todas mis fuerzas. - ¿Lista?-me dices sonriente- Prepárate, hija mía, prepara tu alma para el milagro. Y, antes que alguna pregunta turbase tan delicado momento, comienzas a correr por la orilla. Me llevas. Siento los pies ágiles y el corazón liviano. Conoces todos los atajos, todos los secretos del camino. La gente corre a esperar a Jesús y noto que, de tu Mano, voy más rápido. Y compruebo que eres el camino más corto, perfecto, fácil y seguro para llegar a Jesucristo. Estamos a pocos metros de la barca. Jesús nos ve llegar. Tu, espléndida, yo, jadeante, asombrada, feliz… Las demás personas nos miran con asombro pues no comprenden cómo hemos llegado antes que ellos. Recupero el aliento mientras Jesús se nos acerca. Te abraza. Le hablas de mí. El Maestro me mira y se compadece. Las palabras se me han volado… no hacen falta. Él conoce bien cada dolor, cada espina de mi corazón, cada pecado cometido. El Maestro, entonces, se dispone a enseñarnos. Te sientas a mi lado, Madre, y das a mi alma el mejor de los consejos, el que repites a cada devoto tuyo: ”Haz todo lo que Él te diga” El alma se va serenando. Apoyo mi cabeza en tu hombro mientras le escucho. Cuando Jesús hace unos segundos de silencio, tú te apresuras a explicarme lo que no entendí. Ya cae la noche, el sol se ha escondido por completo en la ventana de la parroquia. Ya no estoy sentada a la orilla del lago sino en el banco… pero aún siento Tu Mano entre las mías… Al mirarlas, veo con alegría que aun sostienen el Rosario, rezado antes de Misa… Te había pedido abrazar al Maestro cuando terminase de hablar, pero temí no poder hacerlo por tanta gente que había a su alrededor. Pero recordé tus palabras: “¡Tu no conoces mis fuerzas!”. Y me diste el regalo del abrazo con Jesús. No a la orilla del lago, sino en la Eucaristía. Un abrazo de Corazón a corazón. Un abrazo lleno de palabras, de lágrimas, de caricias, de alivio para el alma. Ahora sé que muchas veces sentiré que Jesús se aleja y unas olas de dolor, de olvido y hasta de pereza intentarán separarme de Él. Sé, Madre, que entonces deberé tomar tu Mano y correr contigo, porque Tú conoces todos los caminos para llegar a Él… todos los atajos, todos los secretos. Amigo mío, amiga mía que lees este sencillo relato. Cuando sientas que las olas del dolor, del olvido, la indiferencia… o cualquier otra, te separe del Maestro, corre con tu corazón a los pies de María. Pídele te dé su Mano para seguir a Jesús. Ella es el camino más corto, fácil, seguro y perfecto para llegar al más ansiado de los destinos: El Corazón de Jesús. NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna. |
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Autor: H. Cristian González | Fuente: Catholic.net Cristo da su paz a los discípulos | |
Juan 14, 27-31. Pascua. En Cristo está nuestra paz, y con Él a nuestro lado, ¿qué nos puede turbar? | |
Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: "Me voy y volveré a vosotros." Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado. Oración introductoria Señor, mi corazón está hecho para vivir en paz y Tú eres la única, autentica, abundante y gratuita fuente de paz. Nada, ni el mundo, ni los problemas ni las dificultades pueden arrebatármela. Lléname de tu paz para poder difundirla en los demás. Petición Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, dame tu paz. Meditación del Papa Dios no pasa nunca y todos existimos en virtud de su amor. Existimos porque él nos ama, porque él nos ha pensado y nos ha llamado a la vida. Existimos en los pensamientos y en el amor de Dios. Existimos en toda nuestra realidad, no sólo en nuestra "sombra". Nuestra serenidad, nuestra esperanza, nuestra paz se fundan precisamente en esto: en Dios, en su pensamiento y en su amor; no sobrevive sólo una "sombra" de nosotros mismos, sino que en él, en su amor creador, somos conservados e introducidos con toda nuestra vida, con todo nuestro ser, en la eternidad. Es su amor lo que vence la muerte y nos da la eternidad, y es este amor lo que llamamos "cielo": Dios es tan grande que tiene sitio también para nosotros. Y el hombre Jesús, que es al mismo tiempo Dios, es para nosotros la garantía de que ser-hombre y ser-Dios pueden existir y vivir eternamente uno en el otro.Benedicto XVI, 15 de agosto de 2010. Reflexión Cristo se está despidiendo. Se acerca su pasión, morirá en la cruz por nosotros, y nos quiere dar las recomendaciones finales, nos quiere dejar las lecciones que él considera más importantes. Primero nos da su paz, y nos dice que no se turbe nuestro corazón porque "me voy pero volveré" y en otro pasaje: "yo estoy y estaré con ustedes, todos los días, hasta el final del mundo..." En él está nuestra paz, es más, él es nuestra paz, y con él a nuestro lado, ¿qué nos puede turbar? Sólo nos podemos preocupar por aquello que afecte nuestra amistad con Él o nuestra salvación eterna, lo demás no es esencial. Sólo Dios, sólo Él. Las últimas dos líneas de este pasaje son las más importantes: "...llega el príncipe de este mundo. No tiene ningún poder sobre mí, pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según me ha ordenado". Dicho en palabras más claras, Cristo está diciendo que el demonio no tiene poder sobre Él, pero que va a morir en la cruz libremente porque quiere que aprendamos, que sepamos que lo más importante es amar a Dios, y amar es cumplir sus mandamientos, es obedecerle. Adán y Eva pecaron desobedeciendo, Cristo nos redimió obedeciendo, y obedeciendo por amor. Propósito Pedir al Espíritu Santo que me haga testigo y misionero fiel del amor y de la paz. Diálogo con Cristo Tu cercanía, Señor, en esta oración es causa de una paz y alegría inmensa, porque me siento amado, acompañado, sostenido. ¿Cómo agradecer tanto amor? Sí, lo sé, la paz y la alegría, cuando eres Tú la fuente, son expansivas, necesariamente y sin mérito propio, hacen también la diferencia en la vida de los demás. Qué don tan grande, ¡gracias! |
Autor: P. Evaristo Sada LC | Fuente: la-oracion.com Para rezar...un cirio encendido | |
Arroja fuera de ti las preocupaciones, aparta de ti tus inquietudes. Dedícate un rato a Dios y descansa un momento en su presencia. | |
Esta es mi rutina todas las mañanas al comenzar la meditación: Entro a mi habitación, cierro la puerta y las persianas, apago las luces, enciendo un cirio, lo pongo frente al crucifijo, me arrodillo o me siento, y en un ambiente de completo silencio voy a la profundidad del corazón: "Cuando ores, entra en tu alcoba, y cerrada tu puerta ora a tu Padre que está en lo secreto." Mt 6,6 Busco la calma, callo todo aquello que no me lleva al encuentro conmigo mismo y con Dios. El silencio es la frecuencia para el encuentro con Dios. Debe reinar el silencio para escuchar a Dios, sobre todo silencio en el corazón. El silencio requerido para la meditación debe ser no sólo de ruidos exteriores, también y sobre todo de los ruidos interiores que provocan la imaginación, la memoria y las emociones. Para este momento San Anselmo escribe: "Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él." (San Anselmo) Jesús buscó siempre el silencio. El silencio del corazón de María el día de la anunciación, el silencio de la cueva de Belén, el silencio de la casita humilde en Nazaret, el silencio del desierto al comenzar la vida pública, el silencio de las noches de oración, el silencio del huerto de los olivos, el silencio de la cruz, del sábado santo y de la resurrección. Hoy está en el silencio del Sagrario y te espera en el silencio de tu corazón. Quiere que en él encuentres un silencio sonoro: la irrupción del mismo Espíritu que se hizo presente en la comunidad de los apóstoles y se posó sobre cada uno de ellos cuando estaban en oración (Hechos 1,14; 2,1) El silencio es la puerta de acceso al corazón. El silencio y la soledad son preparación para el encuentro con Dios; el encuentro con Dios es comunión y plenitud. Primero es ausencia de interferencias, luego es el ambiente propicio para la escucha, luego la unión de corazones: un silencio fascinante, fecundo, revelador. Veo con toda calma la llama del cirio: humilde, serena, ardiente, luminosa. Cierro los ojos y con la mirada interior, la de la fe, traigo a la memoria la llama que el Espíritu Santo encendió en lo más profundo de mi corazón el día de mi Bautismo. Esa llama que arde en lo más profundo de mi ser es la presencia de Dios vivo. "¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" 1 Cor 3,16 "Di, pues, alma mía, di a Dios: -Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro.- Y ahora, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte." (San Anselmo) El silencio ahora es atención amorosa a la presencia oculta de Dios en el corazón: "Olvido de lo creado, memoria del Creador, atención a lo interior, estarse amando al amado." (Suma de perfección, San Juan de la Cruz) Ya en la presencia de Dios, permaneces en sus brazos: "callado y tranquilo, como un niño recién amamantado en brazos de su madre." (Sal 131) Y entonces te quedas envuelto en la presencia de Aquél en quien "vivimos, nos movemos y existimos" (He 17, 28) |
Autor: José Fernández de Mesa | Fuente: Catholic.net Muestranos al Padre | |
Juan 14, 7-14. Pascua. Tenemos a Jesús que nos llevará con el Padre, que es la revelación del rostro humano de Dios. | |
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto. Le dice Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Le dice Jesús: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré. Oración introductoria Dios Padre, te pido por intercesión de tu Hijo Jesucristo, que me des la sabiduría y la fortaleza para dejar que el Espíritu Santo actúe en mí, para que esta oración sea un diálogo personal con tu Hijo Jesucristo, que me quiere decir lo mucho que me amas. Petición Señor, aumenta mi fe para vivir siempre como hijo tuyo. Meditación del Papa En efecto, nadie ha visto a Dios tal como es en sí mismo. Y, sin embargo, Dios no es del todo invisible para nosotros, no ha quedado fuera de nuestro alcance. Dios nos ha amado primero, dice la citada Carta de Juan, y este amor de Dios ha aparecido entre nosotros, se ha hecho visible, pues "Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él". Dios se ha hecho visible: en Jesús podemos ver al Padre. [...] El encuentro con las manifestaciones visibles del amor de Dios puede suscitar en nosotros el sentimiento de alegría, que nace de la experiencia de ser amados. Pero dicho encuentro implica también nuestra voluntad y nuestro entendimiento. El reconocimiento del Dios viviente es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. No obstante, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por "concluido" y completado; se transforma en el curso de la vida, madura y, precisamente por ello, permanece fiel a sí mismo. (Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est, n. 17).2011. Reflexión El testimonio de Jesús sobre su relación íntima y espontánea con el Padre aumenta la profundidad de la experiencia de Dios en cada uno de sus discípulos. Felipe expresa los deseos de los apóstoles: "Muéstranos al Padre y nos basta". Antes de continuar conviene señalar la fuerza del ejemplo y la palabra de quien está verdaderamente enamorado de Dios. Jesús, con el tiempo, ha dejado crecer en los apóstoles la aspiración de conocer al Padre. La pregunta de Felipe lleva a Jesús a revelarnos su identidad profunda como Dios. No tenemos necesidad de que el Padre se manifieste. Tenemos a Jesús que está en el Padre, que es la revelación del rostro humano de Dios. No sólo nos revela el ideal, sino que nos enseña que unidos a Él haremos lo que Él hace, e incluso obras mayores. Basta pedir en su nombre y se nos concederá. Acrecentemos y pidamos a Dios en este período pascual que aumente nuestra fe en sus misterios. Que sea ésta una época de crecimiento en nuestra vida espiritual. Propósito Orar para pedir la gracia de demostrar mi gratitud a Dios por su infinito amor, Diálogo con Cristo Gracias, Señor, porque no sólo me has hecho miembro de tu familia, sino que me permites tener una relación íntima con Jesucristo. La transformación de mi vida, en clave del amor, nunca la podré lograr sin tu gracia, sin la acción del Espíritu Santo en mi vida, por eso hoy te quiero ofrecer el propósito de orar, de orar mucho, para ser dócil a tu gracia. |
Autor: El paraíso de Nazaret | Fuente: El paraíso de Nazaret María, la Virgen trabajadora | |
Las manos de María tenían la belleza que se refleja cuando han trabajado, consolado, se han tendido abiertas a los demás. | |
Desde que nuestros primeros padres tuvieron la desgracia de pecar, toda su parentela hemos tenido que cargar con las consecuencias. Una de ellas fue precisamente aquel: "comerás el pan con el sudor de tu frente". Todos quedamos sometidos a la ley de trabajo y la fatiga. Pero resulta que no todos los humanos han nacido con el pecado original. Hay dos excepciones: Jesús y María. Y en justicia, ninguno de los dos tenía que haberse ganado el pan con el sudor de su frente. Sin embargo, ambos prefirieron no reclamar para sí ese privilegio. Decidieron someterse al trabajo y al cansancio que conlleva. Y vaya si trabajaron y se agotaron durante su vida... Así es, María fue muy trabajadora. Lo atestiguan claramente sus manos. Las manos de María. Manos de una ama de casa. La primera en levantarse y la última al acostarse. Manos de mujer a la que -como suele decirse- "le faltaban manos" para todos los quehaceres propios (y también ajenos); y a la que se le quedaba corto el día con sus 24 horas por todo lo que metía en él. Manos repletas de tantas cosas grandes y pequeñas, muy pequeñas, de las que depende la felicidad y el bienestar de un hogar, de un barrio, de un pueblo. María, seguramente, no tenía demasiado tiempo para andar cuidándose y arreglandose las manos. (Cuánto tiempo dedican hoy algunas mujeres a arreglarse las manos...) Cuánto tiempo gastamos nosotros en preocuparnos nada más que de nosotros mismos. Y cuántas cosas dejamos de hacer por eso. Se nos van de las manos tantas posibilidades por no haber sido capaces de mover ni un dedo... No me apena afirmar que las manos de María no eran tan bonitas como otras. Pero sí eran mucho más bellas. Las manos de María tenían toda esa belleza que se refleja en las manos que han trabajado, que han consolado, que se han tendido abiertas a los demás sin tregua ni medida. Las manos de María lucían toda esa belleza más espiritual que transpiran las manos de una esposa y de una madre que trabaja con ellas. Esa belleza que poseen las manos femeninas que han hecho, precisamente por trabajar, el sacrificio de parecer menos bonitas. Sí, sin duda eran las manos de una verdadera Reina, de una auténtica Señora; que ahora se elevaban hasta acariciar al mismo Dios y, poco después, andaban entre los pucheros, la ropa sucia, o dándole a la escoba y al trapeador... Admirable contraste: de traer entre manos lo más elevado y puro (el Hijo mismo de Dios), a estar arreglando las cosas rotas, sucias y sencillas de los hombres. Manos hechas al trabajo, al agua fría del lavandero del pueblo, a la limpieza de la casa, a lijar y mover maderas ayudando a José... Pero manos que nunca perdieron por eso su finura encantadora. Manos, por tanto, laboriosas, aplicadas, usadas... Pero sin dejar de ser bellas, tiernas y delicadas. Que sabían también lavar y peinar y acariciar a un Niño que era Dios, su Hijo. Manos abiertas y disponibles a las necesidades de todos; de los vecinos, de los enfermos, de los marginados de su sencilla aldea de Nazaret. Manos que tocaron muchas puertas para ofrecer ayuda, y muchas llagas para curarlas y vendarlas. Manos discretas, llenas de bondad generosa y callada. Nunca su derecha no supo lo que hacía su izquierda. Por eso esa labor en favor de los otros valía el doble, pues lo hacía oculto. Manos por las que pasaban otras realidades además de las materiales. Por las manos de María pasaban diariamente quintales de gracias de Dios para otras almas. Manos que daban gloria a Dios en cada trabajo sencillo y humilde. Manos que siguen trabajando sin descanso y a través de las cuales nos llegan copiosas todas las gracias de Dios para cada uno de nosotros. Y nuestras manos, las manos de sus hijos, ¿cómo están nuestras manos? ¿Las usamos, las empleamos para la gloria de Dios? "¿Nos manchamos las manos?" Es decir, ¿trabajamos, nos esforzamos, nos metemos a fondo en todo lo que tenemos que hacer cada día? ¿Nos manchamos las manos en el trabajo? ¿Nos las manchamos en los propios estudios? ¿Nos las manchamos en obras de caridad y misericordia para con los necesitados? O quizá se nos puede aplicar eso de que "tiene las manos tan limpias, que no tiene manos". Sí, nuestras manos, que son nuestros talentos, nuestras cualidades, los denarios que Dios nos ha entregado para negociar con ellos, para ponerlos a producir para el bien y provecho de los demás. A lo mejor los tenemos sin estrenar, nuevecitos, enterrados bajo tierra, bien envueltos en un pañuelo. Pero, sin dar gloria a Dios, sin ganar méritos, sin producir fruto para nadie. Ahí están, bien sepultados, a ver si florecen por generación espontánea... Es una lástima que muchas veces no nos parezcamos más a nuestra Madre María, la Virgen de las manos trabajadoras. Nosotros, tantas veces, en vez de "ensuciarnos las manos", nos las lavamos. Nos "lavamos las manos" ante nuestros deberes y responsabilidades personales como hombres y como cristianos. Le sacamos el bulto. Nos desentendemos. Y tristemente, lavándonos las manos, nos ensuciamos la conciencia. Abramos los ojos a todo lo que podemos hacer en casa y fuera de ella también. No seamos fáciles en pensar que no hay tiempo para más cosas. No nos engañemos, cuando se tienen muchas cosas que meter en él, el día tiene cien bolsillos. Sólo el que se los busca los encuentra. El trabajo digno y humano no mata, no. Lo que sí mata es la ociosidad y la pereza. El trabajo es salud y vida que se dona a los demás. Bien lo sabe María, siempre trabajadora y dispuesta a hacer más por los demás con una sonrisa envidiable. Bien lo saben tantos hombres y mujeres que minuto a minuto desgastan con alegría su vida y sus manos en un trabajo fecundo mucho más allá de las fronteras del propio egoísmo. Qué diverso sería nuestro mundo si cada uno de nosotros fuésemos más como María, la Virgen trabajadora. Ojalá que nunca olvidemos que no podemos matar el tiempo, sin herir la eternidad. La nuestra y también la de otros... |