martes, 21 de diciembre de 2010

CONSTRUIR UN MUNDO NUEVO


Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
Construir un mundo nuevo
Adviento. No permitamos que pase una Navidad más sin que en nuestro corazón se realice este camino de arrepentimiento y fe.




“No cometerá maldades ni dirá mentiras; no hallará en su boca una lengua embustera. Permanecerán tranquilos y descansarán sin que nadie los moleste”.

El profeta Sofonías nos habla de un nuevo mundo, de una nueva humanidad que el Señor va a realizar. Este sueño de la nueva humanidad es una ilusión que el hombre ha tenido siempre muy dentro de su corazón. En especial es el anhelo de todos los hombres de nuestro tiempo, quizá porque como nunca antes, hemos podido ver la cantidad de miserias de las que el ser humano es capaz: el hambre, la guerra, la injusticia, la opulencia. Todos hemos estado buscando un mundo nuevo; éste ha sido el signo que ha abanderado prácticamente a todas las ideologías modernas: las filosofías de tipo comunista, las de tipo existencialista, las de tipo personalista.

Sin embargo, esta sed de un cambio choca una y otra vez con una misma realidad: la miseria y el egoísmo del hombre, que sólo nos llevan a la desesperación y a la desilusión. Basta ver la prensa para poder decir: ¿No tendríamos más motivos para desilusionarnos que para animarnos por la búsqueda de este mundo nuevo? Y así vemos cómo muchas personas que toman el camino de conseguir o buscar un mundo nuevo, el que acaban por seguir es el de la separación, del aislamiento, de la indiferencia. ¿Acaso la condición humana está reñida con la posibilidad de un mundo sin envidias, sin engaños, sin mentiras? ¿Dónde está este mundo? ¿Existe en alguna parte?

Cristo, en el Evangelio, nos habla de dos tipos de personas. Unos, los que se creen justos, que piensan que tienen todas las soluciones en las manos, pero que son invitados a trabajar en la viña de Dios y no van. Otros, los que caen, los que tienen debilidades y miserias, pero que se arrepienten y van. Éstos últimos, ayudados con la gracia de Dios, son los que construyen un mundo nuevo. Y son capaces de hacerlo porque han sabido encontrar el lugar donde está este mundo nuevo: en el propio corazón redimido por Cristo. Ahí está el mundo nuevo que Cristo nos da; ahí está la nueva humanidad que el Señor viene a realizar. Y lo hace de una forma muy especial a través de su Carne y su Sangre. Cristo Hombre, y al mismo tiempo Dios, se convierte para nosotros en la garantía de que ese mundo nuevo se puede construir en el corazón del ser humano.

Obviamente que este mundo nuevo no va a ser simplemente circunstancias de tipo social externo, sino que esas circunstancias sociales van a ser la consecuencia de este mundo nuevo. El mundo nuevo no va a ser algo que se produce por fuera con el trabajo de los hombres, sino que sólo es posible producirlo con la conversión de los corazones, que es el principal mensaje de Adviento: el hombre que espera a Dios en su corazón.

El día 24 de Diciembre por la noche, cuando la Iglesia celebre la liturgia de la Misa de Navidad, Cristo no va a aparecer de nuevo en un pesebre adorado por pastores, sin embargo, Jesús sí tiene que venir de nuevo a cada uno de nuestros corazones, porque es ahí donde Él quiere nacer.

El reto que el Adviento y la Navidad nos plantean es el dar a Cristo la posibilidad auténtica de que nazca en nuestro interior, aunque veamos a nuestro alrededor las cosas iguales o peores, a pesar de que en nuestro interior existan sentimientos de desánimo, de obscuridad o de desaliento. Que Cristo nazca en nuestros corazones es permitir en nuestra vida un mundo nuevo, y realizar este sueño está en nuestras manos.

Dirá Jesús en el Evangelio de San Mateo: “[...] ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él”. Es decir, la clave está en arrepentirse y en creer. Únicamente un alma arrepentida, un corazón con fe puede recibir a Cristo en Navidad. Cuando nos decidimos a poner nuestra vida en Cristo, lo que implica arrepentirse, cambiar y creer en el Señor, puede Él nacer en nuestro corazón. No olvidemos que lograrlo depende de nuestra libertad, de que escuchemos y sigamos la voz de Dios, independientemente de las circunstancias interiores y exteriores que haya en mi persona o en mi ambiente. Lo importante es ir a trabajar a la Viña, arrepintiéndose y creyendo en Dios.

No permitamos que pase una Navidad más sin que en nuestro corazón se realice este camino de arrepentimiento y fe en Nuestro Señor. El año que viene Dios nos dará otras luces, otros caminos, otras circunstancias, pero en este momento tenemos que poner con mucha sinceridad ante Jesucristo todo lo que han sido para nosotros estos 12 meses, todo el trabajo que en la Viña hemos ido realizando, el camino que cada uno llevó a cabo: sus situaciones personales, sus dudas, sus luchas, así como también sus triunfos y los momentos en los que la alegría resonaba en su corazón, para que el Señor pueda tomarlos y construir con ellos el mundo nuevo que todos anhelamos.

domingo, 19 de diciembre de 2010

LA SEÑAL DE LA CRUZ

Señal de la cruz
Autor:  Padre Justo López Melús




Una hermosa oración encierra el profundo simbolismo de la señal de la cruz:

«Señor, yo hago con frecuencia la señal de la cruz, pero no he comprendido todo su sentido. No había pensado que hago sobre mí, no un signo de disminución, no un signo menos, sino un signo más, un gran signo de adición. ¡Ah, Señor!, yo no me achico al hacerme discípulo tuyo, no pierdo nada al seguirte. Al contrario, añado a mis aspiraciones humanas un valor infinito: el valor de tu Redención y de tu Gracia.

«Me parece que con este signo me supero extraordinariamente. Rompo el molde de mis minúsculas aspiraciones. Esa línea horizontal que trazo de un hombro al otro tiende a prolongarse indefinidamente para abrazar a todo el horizonte. La línea vertical, de la frente al pecho, parece unir el cielo con la tierra.

«Señor, este signo indica claramente cuál es mi misión: conquistar todo el universo —y a mí mismo ante todo— para unirlo todo, por medio de Ti, al Padre. Reunir a tu alrededor, Señor, a la creación entera, para que puedas ofrecerla al Padre. Yo me siento engrandecido, Señor, al trazar sobre mí la señal de la cruz. Porque me siento asociado a la obra de la redención, supliendo en mi carne lo que me has reservado de tu pasión (Col. 1, 24).

«Por tanto, te prometo hacerla desde ahora con más respeto. Quiero marcar con ella fuertemente mi frente, mi pecho, mis hombros, para que todos mis pensamientos, mis afectos y mi actividad queden enteramente consagrados a Ti. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, amén».

OH... SEÑOR

Oh... Señor

Oh!...Señor,
Que difícil es el camino hasta ti...cuando aprendí a escalar...me enseñaste a bajar.
Cuando aprendí a reír... me enseñaste a llorar.
Cuando aprendí a hablar... me enseñaste a callar.
Si alguna vez odié... me enseñaste a amar.
¡Sabes...! me cuesta mucho seguirte... hay veces que mis brazos tienden a bajar.
Pero Tú, en tu inmensa sabiduría.. me muestras a alguien...
Para volver a empezar.

OCHO PRINCIPIOS DE LA FELICIDAD


Ochos principios de la felicidad
 Johann Wolfgang Goethe

SUFICIENTE FE para reconocer la realidad de la presencia de Dios.

SUFICIENTE ESPERANZA para apartar la preocupación del porvenir.

SUFICIENTE CARIDAD para reconocer el bien en casa del vecino.

SUFICIENTE PACIENCIA para trabajar hasta el término de tus tareas.

SUFICIENTE VALOR para confesar tus faltas y corregirlas.

SUFICIENTE SALUD para que el trabajo sea un placer.

SUFICIENTES FUERZAS para afrontar las dificultades y vencerlas.

SUFICIENTES INGRESOS para asegurar la satisfacción de tus necesidades.

sábado, 18 de diciembre de 2010

YO SOY ASÍ

Yo soy así
Una fórmula fácil con la cual podemos expresar cosas diferentes


Yo soy así
Resulta una fórmula fácil: “soy así, y no busques cambiarme ni esperes que yo mismo quiera cambiar”.

Es una fórmula con la cual podemos expresar cosas diferentes. Entre ellas, nos fijamos en dos. La primera: estamos contentos con nuestro modo de ser y de actuar. La segunda: suponemos que no podemos dejar de ser lo que somos aunque lo deseemos, aunque sintamos cierto desagrado por la “personalidad” que nos caracteriza.

Que hay personas contentas con su modo de ser es innegable. Hay quienes reaccionan de maneras más o menos definidas y piensan que su modo de vivir y de comportarse es el mejor para ellas. Quizá consideren que sus actos no son siempre ejemplares, pero piensan que son los más adecuados a su personalidad, a su historia, a sus antecedentes familiares, al ambiente en el que viven.

En este primer caso, sin embargo, es fácil descubrir peligros sumamente graves. Pensemos, por ejemplo, en quien vive contento en un grupo de tipo mafioso. Si piensa que ese estilo de vida le beneficia, si se siente a gusto en el mismo, si dice “así nací y así viviré mientras no me atrape la policía”, continuará en un estilo de vida inmoral y peligroso. El “yo soy así” hace que viva encadenado en el mundo del mal.

Gracias a Dios, también hay personas que están a gusto por acoger y llevar a la práctica comportamientos buenos y sanos. Quien dice “yo soy así” porque quiere conservar su estilo de vida honesto (en la familia, con los amigos, en el trabajo), aunque le ofrezcan alternativas atrayentes pero peligrosas, está simplemente confirmando una opción sana, que vale la pena mantener en el tiempo.

El segundo caso es más complejo. Se trata de personas que dicen “yo soy así” no porque estén contentas con su estilo de vida, sino porque han llegado a convencerse de que les resulta imposible cambiar, aunque lo desearían.

Pensemos en quien ha adquirido el hábito del tabaco hasta niveles dañinos para su salud, o en quien abusa de bebidas alcohólicas, o en quien es incapaz de mantener sus promesas y compromisos. Cada una de estas situaciones es distinta, pero el denominador común que encontramos en un grupo amplio de personas es que reconocen que les gustaría dejar esos estilos de vida, al mismo tiempo que dicen que no son capaces de lograr lo que desean.

El “yo soy así” de estas personas tal vez es sincero y real. Hay situaciones psicológicas que impiden dar un paso hacia estilos de vida que, esperamos, sean mejores. Pero otras veces el “yo soy así” es un sinónimo de pereza, de apatía, de una rendición fácil ante lo que se posee, aunque uno llegue a sentir pena por verse atrapado en comportamientos que le dañan o dañan a otros.

Fuera de los casos de enfermedades mentales que requieren la ayuda de especialistas, el “yo soy así” de la pereza puede ser superado simplemente con esa voluntad que todos tenemos pero que no siempre sabemos “desempolvar” en las distintas situaciones de la vida.

Si, además, reconocemos que existe un mundo superior, el de lo divino, y que Dios mismo está interesado en darnos una mano y en guiarnos hacia horizontes de vida más solidarios, más justos, más buenos, entonces seremos capaces de pensar y de decir algo nuevo: “sí, hasta ahora he sido así, he vivido de modo equivocado. Pero quiero, y deseo, y pido ayuda, para que de ahora en adelante mi vida avance por derroteros que anhelo profundamente y que me llevarán a comportamientos y estilos de vida más sanos, más nobles, más amigables, más bellos”.

EL SILENCIO DE SAN JOSÉ

Autor: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net
El silencio de san José 
Dejémonos "contagiar" por este silencio. Nos es muy necesario, en un mundo ruidoso, que no favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios. 
 

En estos últimos días del Adviento, la liturgia nos invita a contemplar de modo especial a la Virgen María y a san José, que vivieron con intensidad única el tiempo de la espera y de la preparación del nacimiento de Jesús. Hoy deseo dirigir mi mirada a la figura de san José. (......)
Desde luego, la función de san José no puede reducirse a un aspecto legal. Es modelo del hombre "justo" (Mt 1, 19), que en perfecta sintonía con su esposa acoge al Hijo de Dios hecho hombre y vela por su crecimiento humano. Por eso, en los días que preceden a la Navidad, es muy oportuno entablar una especie de coloquio espiritual con san José, para que él nos ayude a vivir en plenitud este gran misterio de la fe.

El amado Papa Juan Pablo II, que era muy devoto de san José, nos ha dejado una admirable meditación dedicada a él en la exhortación apostólica Redemptoris Custos, "Custodio del Redentor". Entre los muchos aspectos que pone de relieve, pondera en especial el silencio de san José. Su silencio estaba impregnado de contemplación del misterio de Dios, con una actitud de total disponibilidad a la voluntad divina. En otras palabras, el silencio de san José no manifiesta un vacío interior, sino, al contrario, la plenitud de fe que lleva en su corazón y que guía todos sus pensamientos y todos sus actos.

Un silencio gracias al cual san José, al unísono con María, guarda la palabra de Dios, conocida a través de las sagradas Escrituras, confrontándola continuamente con los acontecimientos de la vida de Jesús; un silencio entretejido de oración constante, oración de bendición del Señor, de adoración de su santísima voluntad y de confianza sin reservas en su providencia.

No se exagera si se piensa que, precisamente de su "padre" José, Jesús aprendió, en el plano humano, la fuerte interioridad que es presupuesto de la auténtica justicia, la "justicia superior", que él un día enseñará a sus discípulos (cf. Mt 5, 20).

Dejémonos "contagiar" por el silencio de san José. Nos es muy necesario, en un mundo a menudo demasiado ruidoso, que no favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios. En este tiempo de preparación para la Navidad cultivemos el recogimiento interior, para acoger y tener siempre a Jesús en nuestra vida.

Meditación del Ángelus. Domingo 18 de diciembre de 2005

miércoles, 15 de diciembre de 2010

NADA TE PERTENECE


Nada te pertenece..




Cuanto tienes en este momento, lo has recibido de tus antecesores. Lo que tú has hecho – y muy bien, por cierto- es transformar cuanto has heredado. Esta es tu riqueza y tu aportación al mundo en el que te desenvuelves felizmente.


Tu generación, sea la que sea, posee una preciosa misión en la vida: cambiar y mejorar la preexistente.
Hace dos mil y pico de años fueron pronunciadas estas palabras:”Bienaventurados los limpios de corazón”. Te suenan y las sabes de memoria.


Pero posiblemente, con tu vida transida de mil preocupaciones, no has caído en la cuenta de su hondo significado, y sobre todo de su riqueza cuando la vives a niveles profundos en el mar de corazón.
Puede que hayas heredado casas, campos, dineros, coches, electrodomésticos, pisos...Sin embargo, la felicidad de tu corazón limpio es tarea tuya personal.

Cuando quieres mantenerte alegre, dichoso, relajado...sientes la necesidad de hacer una purificación y una obra transformadora de tu intimidad, de aquellos secretos que nadie sabe excepto tú mismo y Dios.
En la medida en que mantengas en tu corazón la sencillez, la transparencia y la limpieza, en esa misma medida irá naciendo cada día en ti una fuente que mana agua hasta la misma vida eterna.

Ser una persona de corazón limpio, te lleva a sentirte feliz ante as imágenes que estás viendo; jubiloso ante la música que escuchan tus oídos; y pensativo y dichoso interiormente ante la voz amiga que te habla a tu propia interioridad. Hay gente que tiene el corazón manchado porque todo lo ensucian. No saben emocionarse ante estas imágenes: no saben gustar cada momento con fruición.
¡Vive hoy feliz!



Padre Felipe Santos Campaña SDB

martes, 14 de diciembre de 2010

DECÁLOGO DEL ADVIENTO

DECÁLOGO DEL ADVIENTO


1.- Reconoce tu pobreza y tu vacío.

2.- Reconoce tu debilidad: tú solo no puedes alcanzar lo que tanto deseas.

3.- No te acomodes a tu pequeñez: lucha por crecer siempre más, estírate, transciéndete.

4.- No te distraigas, no te entretengas, vive con el alma de puntillas.

5.- Sé persona de grandes deseos: no te conformes con las migajas de la  mesa de la esperanza.

6.- Grita, suplica, llora, ora. Apacionate, crece en el deseo, crece en el amor. El amor engendra deseo y el deseo enciende el amor.

7.- Paciencia y perseverancia. Todo tiene su tiempo para madurar y todo  se debe preparar. No seas caprichoso ni ansioso. La esperanza aquilata y capacita.

8.- No duermas. Vigila. No dejes que tu lámpara se apague.
9.- También la fe ha de estar despierta.

10.- Atento a cualquier signo, voz y pisada. Los ojos y los oídos bien abiertos, no vaya a pasar de largo.

¿Puede nacer mi hijo en tu casa? ¿ Me abrirás la puerta? ¿Me abrirás tu corazón? 


JUZGAR A MI PRÓJIMO


Juzgar a mi prójimo




Uno de los monjes del monasterio de Sceta cometió una falta grave, y llamaron al ermitaño más sabio para que se ocupara de juzgarlo.
El ermitaño se negó, pero insistieron tanto que terminó por aceptar. Antes, sin embargo, tomó un balde y lo perforó en varias partes; después, lo llenó de arena y se encaminó para el convento. El superior, al verlo entrar, le preguntó qué era aquello.
-Vine a juzgar a mi prójimo –dijo el ermitaño. –Mis pecados se van escurriendo detrás de mí, como la arena se escurre de este balde. Pero, como no miro para atrás, y no me doy cuenta de mis propios pecados, ¡aquí estoy para juzgar a mi prójimo!
Los monjes, en ese mismo momento, desistieron del castigo.

AL GUSTO DE DIOS

Al gusto de Dios.

Una enferma llevaba cuarenta años en la cama. Ella llama a la enfermedad “don de Dios”, “delicia” y “tesoro”. Cuando el sacerdote visitante le dice que debe ser duro ejercitarse tanto en la paciencia, responde: “Es dulce, es suave, lo da el Amado”.
No le pide nunca a Dios que le quite los dolores. Su norma es “al gusto de Dios, no al propio”. Se siente como un riachuelo oculto por el matorral, que puede fecundar la tierra.

lunes, 13 de diciembre de 2010

SAN JOSÉ Y LA NAVIDAD

San José y la Navidad



Señor Jesús, José, ese hombre justo y noble, recto y digno, sensible y respetuoso, hombre de corazón grande, aceptó ser tu custodio, tu protector, tu guardián.
Cuidó de María, la protegió, la ayudó para que Tú pudieras nacer sin problemas, fue él quien proveía las cosas para que Tú crecieras en el vientre de tu Madre, fue él quien se preocupaba de tí y de María, tu Virgen-Madre.
Fue él quien con su trabajo de carpintero conseguía lo que necesitaba María para alimentarla, para que pudieras crecer sano y fuerte.
Fue José quien aceptó cambiar sus planes de vivir con tu Madre, y aceptó ser tu padre dándote el nombre, haciéndote su hijo y así descendiente de David.
Señor, viendo a José como supo hacer tu voluntad, te pedimos que nosotros, podamos tener las mismas actitudes y sentimientos de José. Que vivamos como Tú nos pides.
Ayuda Señor a los padres de familia a ser cada vez más cariñosos y cercanos a sus hijos, a ser mejores esposos, más atentos y cuidadosos con sus esposas, que sean no sólo los que traigan el pan a la casa sino que sean los hombres de Dios, fieles y serviciales, hombres que den su vida cuidando, protegiendo y ayudando a su familia como lo hizo José.
Que en esta Navidad la familia esté más unida, que se quieran más, como vivieron ustedes en Nazaret.
Señor bendice a cada familia por intercesión de José y María-Virgen.

Que así sea.

ORACIÓN AL ANGEL DE LA GUARDA

SE UN BUEN AMIGO

Sé un buen amigo...

Sé un buen amigo. No es preciso que seas perfecto. Basta con que seas profundamente humano, que tengas sentimientos de persona y un gran corazón, que sepas hablar y callar oportunamente; y sobre todo, que sepas escuchar.
Escuchar es interesarse vivamente en el otro.
Comparte tus secretos con el amigo y guarda los suyos con lealtad inquebrantable.
Aprende a escuchar a tu amigo cuando te señale tus fallas, sin sentir resquemores por ello y reconoce que te presta un servicio con su sinceridad.
Escuchar es interesarse vivamente por el otro.


Tiberio López

AMOR


Amor


Palabra sublime
que hace vibrar corazones,
el encierra lo profundo,
lo sublime y armonioso.

Hermoso e inmenso amor
de madre, esposo e hijo,
hermano, amiga y demás,

Amor a la humanidad,
a Dios en el alto cielo,
a la tierra que nos da
su savia para nutrirnos
y nos cubre cuando al irnos
hacia otro mundo mejor
glorificando al Señor
Padre nuestro en las alturas,
sobre nuestra sepultura
alguien nos deja una flor
eso, eso también es AMOR

Yolanda Corzo

SANTA LUCÍA - 13 DE DICIEMBRE

Santa Lucía.
Su fiesta se celebra el 13 de diciembre 

Sufrió el martirio durante la persecución de Diocleciano, en la ciudad siciliana de Siracusa, el 13 diciembre de 304. De Santa Lucía no poseemos datos históricamente seguros. Las actas que conservamos de su martirio son apócrifas y en ellas se refleja todo el encanto popular que supo vestir de leyenda la vida de una mártir venerada en toda la Iglesia antigua. Esta Passio que debió de redactarse en el siglo V ó el VI y de la que tenemos una versión griega y otra latina, pertenece al tipo de leyendas hagiográficas que tienen por finalidad exaltar la grandeza de la virginidad cristiana, conservando siempre un cierto núcleo de verdad histórica.

Vida
Según la Passio, Lucía nació en Siracusa de padres ricos y nobles, que lo eran aún más por su fe cristiana.
En esta fe educaron a su hija. El padre debió de morir pronto, siendo ella muy niña aún. La madre, Eutiquia, quedó al cuidado de su única hija y cuando alcanzó la edad necesaria la prometió en matrimonio a un joven pagano.
Quiere la leyenda subrayar que Lucía no fue partidaria de este compromiso matrimonial, porque el impulso de la gracia la había llevado a consagrar perpetuamente su virginidad a Jesucristo.
Habiendo enfermado Eutiquia, madre e hija acudieron al sepulcro de la venerada Santa Agueda, en Catania, donde las curaciones milagrosas eran frecuentes, pidiendo con fe la curación.
Fue entonces cuando Lucía cayó en una especie de sueño y se le apareció Santa Agueda que con rostro sereno y alegre le dijo: «Lucía, hermana querida, ¿por qué me pides a mí lo que tú misma puedes obtener en favor de tu madre?
Has de saber que por tu fe ha conseguido la curación, y así como Jesucristo ha hecho por mí famosa la ciudad de Catania, igualmente por ti hará célebre la ciudad de Siracusa, porque en tu virginal corazón le has preparado una agradable mansión».
Vuelta en sí Lucía manifestó a su madre la visión que acababa de tener. Eutiquia, conmovida por la curación que había sentido operarse en su cuerpo, aceptó la propuesta que le hizo su hija: entregar a los pobres de Cristo la dote que pensaba darle a ella. De retorno a casa empezaron a distribuir sus riquezas entre los pobres. Esta prodigalidad irritó al joven prometido de Lucía, que la delató ante el juez Pascasio como cristiana.
Llevada ante el tribunal, se confesó cristiana y ni las amenazas ni los halagos pudieron inducirla a llevar a cabo cualquier gesto que pudiera interpretarse como culto a los ídolos. A los razonamientos del juez, Lucía contestaba con otros más brillantes, de tal modo que éste ya exasperado la amenazó diciendo: «Se acabarán tus palabras, cuando pasemos a los tormentos». «A los siervos de Dios, contestó Lucía no les pueden faltar las palabras, pues el Señor Jesucristo les ha dicho: Cuando seáis llevados ante gobernadores y reyes, no os preocupéis de cómo o qué habéis de decir, porque se os dará en aquel momento lo que habéis de decir; pues no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre quien hablará en vosotros» (Mt 10,18 ss.). Nuevamente volvió a interrogar Pascasio: « ¿Acaso está en ti el Espíritu Santo?», y la santa le contestó: «Los que viven piadosa y castamente son templos del Espíritu Santo».
«Pues yo te haré llevar a un lugar infame para que el Espíritu Santo te deje», fue la respuesta del juez.
A estas amenazadoras palabras, Lucía contestó: «Si ordenas que sea violada por la fuerza, mi castidad será honrada con doble corona».
Quizá en este breve diálogo se dé el núcleo histórico que luego adornó la leyenda. En las actas auténticas que poseemos de otros mártires no suele faltar este diálogo entre el juez y el reo, que era recogido por los taquígrafos oficiales.
La Passio continúa refiriendo cómo el juez mandó a los soldados que llevaran a Lucía a un lupanar; pero una fuerza especial la mantenía en su sitio, sin que pudieran moverla de allí. Luego fue revestida de pez y materias inflamables, prendiéndola fuego; pero éste no dañó su cuerpo virginal. Exasperado Pascasio ante la resistencia de la joven y viendo que no conseguía su propósito, ordenó traspasar su garganta con una espada. El cuerpo de Lucía fue enterrado en Siracusa y bien pronto su sepulcro llegó a ser meta de peregrinaciones y lugar de prodigios.

LAS RELIQUIAS DE SANTA LUCIA
Este es otro de los problemas planteados en torno a la mártir siracusana.
Desgraciadamente vemos que la tradición, más que aportar luz y suplir la falta de datos seguros, dificulta aún más el problema, dando dos versiones distintas acerca de su destino a través de los siglos.
Una de éstas afirma que las reliquias de Lucía estuvieron en Siracusa hasta el s. VIII.; de allí fueron trasladadas a Corfino, en los Abruzos, y por concesión de Otón I pasaron a Metz.
En 1042 un brazo de Lucía llegó al monasterio de Luitboug por donación del emperador Enrique III. Para la otra versión, el traslado fue en 822 a Constantinopla y luego a Venecia, tras la ocupación de aquélla por los cruzados. Colocadas en el monasterio de San Jorge, pasarían luego a la iglesia dedicada a la santa.

EL CULTO A SANTA LUCIA
 El más antiguo testimonio es la inscripción auténtica de fines del siglo IV en la catacumba de SAN Giovanni de Siracusa. Dice así: «Euskia... murió en la fiesta de mi Santa Lucía...».
El Sacramentarium Gelasianum y el Gregorianum señalan su fiesta el 13 de diciembre. En igual fecha la conmemora el Martyrologium Hieronymianum.
En el siglo VI existía en Roma un monasterio, además del de Siracusa, consagrado a su memoria. Honorio I (625-638) le consagró una iglesia.
Su nombre con el de Santa Águeda fue introducido en el canon de la misa, quizá por San Gregorio Magno.
La iconografía representa a Lucía llevando en un platillo sus propios ojos. No hay ningún dato histórico o legendario que fundamente este hecho.
Quizá surgió por su nombre, que significa luz o luminosidad y los ojos serían el símbolo de la luz.
Por la misma razón debió de ser invocada en las enfermedades de los ojos y considerada como protectora de la vista. Su fiesta se celebra el 13 de Diciembre.


FIDEL G. CUÉLLAR. (G.E.R.)

domingo, 12 de diciembre de 2010

ORACIÓN A LA VIRGEN DE GUADALUPE

ORACIÓN A LA VIRGEN DE GUADALUPE

ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE

VIRGEN DE GUADALUPE, RUEGA POR NOSOTROS

CON MARÍA DE GUADALUPE

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Con María de Guadalupe
Lucas 1, 39-48. Solemnidad de la Virgen de Guadalupe. María nos espera a todos, como a hijos. Estaremos muy cerca de Dios si sabemos conservar, el amor a la Virgen del Tepeyac.

Lucas 1, 39-48
En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno. Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz exclamó: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor. "Entonces dijo María: "Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava".


Reflexión

En el cruce de un camino, en lo alto de una iglesia, en la puerta de la casa, dentro de un coche, en un cuarto, en la pantalla de una computadora, se encuentra la imagen de la Virgen.
De modo especial, encontramos su retrato guadalupano. El milagro de las apariciones en el Tepeyac nos recuerda lo que la Iglesia ha meditado durante siglos: que María está al lado de todos los creyentes, que no nos deja solos, que somos sus hijos, aunque a veces no nos portemos de verdad como cristianos.

María, la Madre de Jesús, nos acompaña, nos sonríe, nos alienta en todos los lugares, en cualquier tiempo del año. En el momento del dolor y de la prueba, allí está Ella. En las alegrías y las esperanzas, allí está Ella. En un encuentro de familia, en la reunión de los amigos, en el trabajo o en la escuela, no puede faltar Ella. En el momento de la agonía, cuando llega la hora de recoger el equipaje para presentarnos ante Dios, María nos asiste y nos da fuerzas como la mejor de las madres. María es Madre: no puede olvidar a ninguno de sus hijos. Podremos ser malos, podremos vivir como vagabundos, podremos tal vez olvidar o renegar de nuestro nombre de cristianos. Ella continúa con su amor: espera que el rebelde, tarde o temprano, cansado o herido, vuelva a casa. Nos prepara la acogida de la esperanza y del amor: no quiere que le demos explicaciones. Le basta el vernos allí, de nuevo, en familia.

La Iglesia en México, en América, en el mundo entero, tendrá siempre presente un cerro en el que la Virgen nos alentó con su cariño: “¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?” Son palabras que nos unen directamente al Calvario, cuando Cristo, el crucificado, le dijo a María: “He ahí a tu hijo”. Son palabras que nos alivian en las mil aventuras de la vida, en los peligros, en las pruebas, en los fracasos.
María nos espera a todos, como a hijos. México estará muy cerca de Dios si sabe conservar, en la fe de cada mexicano, su amor a la Virgen, Nuestra Señora del Tepeyac. Cuando rompamos las fronteras de la muerte y encontremos al Dios de la justicia y del perdón, sentiremos en lo más profundo del corazón el cariño de María de Guadalupe. Un amor fiel, un amor fresco, un amor de Madre, en el tiempo y en la eternidad.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...