martes, 25 de diciembre de 2018

LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS, 25 DE DICIEMBRE - NATIVIDAD DEL SEÑOR


LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS
25 de Diciembre




Carta a Jesús de Nazaret: "Querido Jesús, mi hermano y mi amigo; ya estás en Nazaret, al calorcito del hogar humilde de tus padres. Pero, ¿sabes cómo naciste? Era de noche, casi las 24 horas. Las estrellas brillaban en el cielo, como lágrimas de plata. La luna estaba allí también blanca, redonda, pura. Allí estaban estrellas y luna, como testigos de tu llegada; hacía mucho frío, pues en aquella región donde tú naciste, en el día de tu nacimiento es lo más crudo del invierno.

Pero...¿sabes dónde naciste? Naciste en un establo, en una cueva de animales. Sí, no hagas gestos de extrañeza. Tu mamá, María, tuvo que pasar la noche allí, porque nadie le quiso dar albergue en esa noche. Ya ves, son cosas de la vida y te tocó a ti. 

Y eso que te pasó a ti, está pasando ahora mismo a muchos que tampoco tienen ni siquiera dónde nacer, porque  sus papás son muy pobres.

Tú temblabas de frío, como hoy muchos otros tiemblan.

Pero al rato, yo no sé cómo ni de dónde, unos cuantos pastores estuvieron a tu lado. Llevaban un sencillo obsequio para tu mamá María y para ti. mientras tanto tú llorabas; es que debían hacerte daño las pajas punzantes del pesebre en el que reposabas. Además tenías frío.

Gracias a que un buey y una mula, mirándote quieto, sin comprender tus temidos, te daban calor húmedo con su aliento cariñoso.

Así pasaste la noche; entre gemidos y lágrimas; hasta el amanecer, que no sé qué hizo entonces mamá María -seguro que te buscó una casa entre los parientes- para que pudieras descansar algo menos molesto. 

Bueno, ya te dije cómo viniste a este mundo, cómo naciste; ahora te dejo con tu mamá María, al calor de tu hogar; pero te pido, Señor, que no te olvides de los que no tienen ni hogar, ni calor, ni mamá; porque eso... debes ser muy triste.

Adiós, un beso de cariño y respeto".


P. Alfonso Milagro

Y EL HIJO SE HIZO HOMBRE EN LA NAVIDAD


Y el Hijo se hizo hombre en Navidad
¡Gracias, Señor, por venir en forma humana a sacarme de la tormenta!


Por: Padre Lucas Prados | Fuente: adelantelafe.com 




Érase una vez un hombre que no creía en Dios. Su mujer, en cambio, era creyente y criaba a sus hijos en la fe en Dios y en la práctica de las virtudes cristianas. Una Nochebuena, la esposa se disponía a llevar a los hijos a la Misa del Gallo de la iglesia más cercana al campo donde vivían. Le pidió al marido que los acompañara, pues estaba empezando a nevar y hacía mucho frío, pero él se negó.

-¡Qué tonterías! -arguyó-. ¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender a la Tierra adoptando la forma de hombre? ¡Qué ridiculez!

Los niños y la esposa se marcharon. Pocos minutos después, el viento comenzó  a soplar con mayor intensidad y se desató una tormenta muy fuerte de nieve. El marido, que se había quedado sentado junto a la chimenea fumándose una pipa, oyó que algo había golpeado la ventana. Un minuto después oyó un segundo golpe. Cuando empezó a amainar la tormenta de nieve, salió para averiguar lo que había golpeado la ventana.

Como el frío era muy intenso, se cubrió el cuerpo con un buen abrigo y se puso un gorro de lana y guantes antes de salir de la casa. Nada más abrir la puerta, oyó el graznido de una bandada de gansos no muy lejos de donde ellos vivían. Atraído por lo extraño del suceso y la poca frecuencia con la que estas aves se dejaban ver por esa zona, se dispuso a averiguar de dónde habían salido. Aterido por el frío, pero movido más por la curiosidad, se fue acercando poco a poco hacía el origen de donde procedía toda esa algarabía. Llegando a un campo cercano, descubrió una bandada de gansos salvajes que habían sido sorprendidos por la tormenta de nieve y no habían podido seguir. Daban aletazos y volaban bajo en círculos, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo. El agricultor dedujo que un par de aquellas aves habían sido las que chocaron contra su ventana. Sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos.

-Sería ideal que se quedaran en el granero –pensó-. Ahí estarán al abrigo y a salvo durante la noche mientras pasa la tormenta.

Dirigiéndose al establo, abrió las puertas de par en par. Luego, observó y aguardó, con la esperanza de que las aves advirtieran que estaba abierto y entraran. El hombre intentó llamar la atención de las aves, pero solo consiguió asustarlas y que se alejaran más. Entró a la casa y salió con algo de pan. Lo fue partiendo en pedazos y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los gansos no entendieron.

Después de varios intentos y movido también por el fuerte frío que hacía, nuestro hombre empezó a sentir frustración. Corrió tras ellos tratando de ahuyentarlos en dirección al granero; pero lo único que consiguió fue asustarlos más. Reflexionando por unos instantes, cayó en la cuenta de que las aves no seguirían a un ser humano.

–Si yo fuera uno de ellos, entonces sí que podría salvarlos -dijo en voz alta.

Entró al establo, agarró un ganso doméstico de su propiedad y lo llevó en brazos, paseándolo entre sus congéneres salvajes. A continuación, lo soltó. Su ganso voló entre los demás y se fue directamente al interior del establo. Una por una, las otras aves lo siguieron hasta que todas estuvieron a salvo.

El campesino se quedó en silencio por un momento, mientras las palabras que había pronunciado hacía unos instantes aún le resonaban en la cabeza. Reflexionó luego en lo que le había dicho a su mujer aquel día.

De pronto, todo empezó a cobrar sentido. Entendió que eso era precisamente lo que había hecho Dios. Hizo que Su Hijo se volviera como nosotros a fin de indicarnos el camino y salvarnos. Llegó a la conclusión de que ese había sido ni más ni menos el objeto de la Navidad. De pronto comprendió el sentido de la Navidad y por qué había venido Cristo a la Tierra. Junto con aquella tormenta pasajera, se disiparon años de incredulidad.

Hincándose de rodillas en la nieve, elevó su primera plegaria:

-“¡Gracias, Señor, por venir en forma humana a sacarme de la tormenta!

Y mientras hacía esa sencilla, pero conmovida oración, el sonido lejano de las campanas de la torre de la Iglesia repicaban para la Misa de Nochebuena; el viento había amainado y las primeras estrellas de la noche comenzaban a titilar anunciando el nacimiento del Mesías.

Aunque desde el punto de vista teológico las razones de la Encarnación de Jesucristo fueron muchas más, incluso más profundas, el haberse hecho hombre para ser modelo de vida para nosotros fue una de ellas. Los gansos salvajes se salvaron por seguir a aquél que el campesino les había puesto como guía.

Dios se vale de muchos modos para llamar nuestra atención, despertar nuestra fe y volvernos al buen camino. ¡Ojalá que este sencillo cuento de Navidad te haya ayudado a ti también para ponerte a salvo, y te haya dado suficientes razones para, en medio de la fuerte tormenta que nos rodea, encontrar un cobijo seguro junto a Él. ¡Feliz Navidad!

NAVIDAD: ALGUIEN QUE ME ESPERA CON CARIÑO


Navidad: alguien que me espera con cariño
Sí, todos estamos invitados a acudir ante un Niño en la cuna que nos espera, que nos conoce, que nos necesita.


Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net 




Produce una gozosa paz en el alma saber que alguien nos espera, nos ama, nos busca. Significa que nuestra vida tiene sentido, que somos importantes para otro, que no vivimos simplemente por inercia, que hay una meta hermosa por la que vale la pena nuestro esfuerzo.

Al dirigir sus palabras de felicitación en la Navidad del año 1965, el entonces Papa Pablo VI imaginaba cómo desde la cuna de Belén se producía una llamada universal: “¡Venid, venid todos!”. Hablaba con el calor de un padre que se dirige a sus hijos: “¡Venid, que sois esperados! ¡Venid, que sois conocidos! ¡Venid, que hay algo maravillosamente bueno preparado para vosotros! ¡Venid!”.

Sí, todos estamos invitados a acudir ante un Niño en la cuna que nos espera, que nos conoce, que nos necesita. Descubrimos entonces que la vida tiene un sentido hermoso, magnífico: Dios ha puesto su tienda entre nosotros para buscar a cada uno de sus hijos.

¿También me espera a mí si he sucumbido ante el pecado, si he dejado crecer el egoísmo, si me he cegado por la codicia, si he pactado con los desórdenes de la carne? Sí, también a mí, y quizá precisamente con más anhelos. Jesús Niño es ya, entre sus movimientos infantiles, un gran médico ansioso por curar heridas y devolver esperanzas.

En cada Navidad la llamada se repite. Han pasado años y siglos desde el anuncio de los ángeles a los pastores: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor” (Lc 2,11). Pero no ha pasado la actualidad de esa invitación. Cada generación humana, también la nuestra, necesita acudir a quien, de verdad, puede salvarnos del mayor de los males: el pecado.

El mundo moderno está sumergido en prisas y en angustias. Muchos no alcanzan a escuchar la llamada. A pesar de todo, la Voz sencilla de un Niño sigue resonando entre nosotros. Los oídos atentos, los corazones despiertos, alcanzan a escuchar un murmullo humilde, una invitación constante y respetuosa.

Es entonces cuando puedo descubrir que Alguien me espera con cariño. Llega el momento de ponerme en camino hacia la gruta. En ella encontraré a un Niño enamorado, a su Madre buena, y a tantos hombres y mujeres que han acogido la gran noticia: Dios nos ama. Sí: ¡venid, venid todos!

EL PAPA FRANCISCO PIDE UNA SOLUCIÓN A LOS CONFLICTOS DEL MUNDO BASAD EN LA FRATERNIDAD


El Papa pide una solución a los conflictos del mundo basada en la fraternidad
Redacción ACI Prensa
Foto: Captura de Youtube



En el mensaje previo a la Bendición “Urbi et Orbi” (a la ciudad de Roma y al mundo) de este día de Navidad de 2018, el Papa Francisco pidió una Navidad fraterna que ponga fin a los diferentes conflictos que afligen a numerosos pueblos y naciones.

Ante una Plaza de San Pedro llena de fieles, peregrinos y turistas, el Pontífice, desde la logia de la Basílica Vaticana, reservada para las grandes ocasiones, citó algunos de los principales conflictos y crisis que se desarrollan en la actualidad en el mundo: el conflicto palestino-israelí, la guerra en Siria, la guerra en Yemen, el hambre en África, las tensiones en la Península coreana, la división social en Venezuela, la guerra en Ucrania y la violencia en Nicaragua.

Asimismo, el Papa dirigió “un recuerdo particular a nuestros hermanos y hermanas que celebran la Natividad del Señor en contextos difíciles, por no decir hostiles, especialmente allí donde la comunidad cristiana es una minoría, a menudo vulnerable o no considerada. Que el Señor les conceda, a ellos y a todas las comunidades minoritarias, vivir en paz y que vean reconocidos sus propios derechos, sobre todo a la libertad religiosa”.

El Papa explicó que la fraternidad es el mensaje universal de la Navidad, porque el Niño nacido de la Virgen María “nos dice que Dios es Padre bueno y nosotros somos todos hermanos. Esta verdad está en la base de la visión cristiana de la humanidad”.

“Sin la fraternidad que Jesucristo nos ha dado, nuestros esfuerzos por un mundo más justo no llegarían muy lejos, e incluso los mejores proyectos corren el riesgo de convertirse en estructuras sin espíritu”.

Por eso, “mi deseo de feliz Navidad es un deseo de fraternidad. Fraternidad entre personas de toda nación y cultura. Fraternidad entre personas con ideas diferentes, pero capaces de respetarse y de escuchar al otro. Fraternidad entre personas de diversas religiones. Jesús ha venido a revelar el rostro de Dios a todos aquellos que lo buscan”.

Así, “con su encarnación, el Hijo de Dios nos indica que la salvación pasa a través del amor, la acogida y el respeto de nuestra pobre humanidad, que todos compartimos en una gran variedad de etnias, de lenguas, de culturas…, pero todos hermanos en humanidad”.

Por lo tanto, destacó Francisco, “nuestras diferencias no son un daño o un peligro, son una riqueza”.

A continuación, el texto completo del mensaje “Urbi et Orbi” del Papa Francisco:


Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Navidad!

A vosotros, fieles de Roma, a vosotros, peregrinos, y a todos los que estáis conectados desde todas las partes del mundo, renuevo el gozoso anuncio de Belén: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2,14).

Como los pastores, que fueron los primeros en llegar a la gruta, contemplamos asombrados la señal que Dios nos ha dado: «Un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). En silencio, nos arrodillamos y adoramos.

¿Y qué nos dice este Niño, que nos ha nacido de la Virgen María? ¿Cuál es el mensaje universal de la Navidad? Nos dice que Dios es Padre bueno y nosotros somos todos hermanos.

Esta verdad está en la base de la visión cristiana de la humanidad. Sin la fraternidad que Jesucristo nos ha dado, nuestros esfuerzos por un mundo más justo no llegarían muy lejos, e incluso los mejores proyectos corren el riesgo de convertirse en estructuras sin espíritu.

Por eso, mi deseo de feliz Navidad es un deseo de fraternidad.

Fraternidad entre personas de toda nación y cultura.

Fraternidad entre personas con ideas diferentes, pero capaces de respetarse y de escuchar al otro.

Fraternidad entre personas de diversas religiones. Jesús ha venido a revelar el rostro de Dios a todos aquellos que lo buscan.

Y el rostro de Dios se ha manifestado en un rostro humano concreto. No apareció como un ángel, sino como un hombre, nacido en un tiempo y un lugar. Así, con su encarnación, el Hijo de Dios nos indica que la salvación pasa a través del amor, la acogida y el respeto de nuestra pobre humanidad, que todos compartimos en una gran variedad de etnias, de lenguas, de culturas…, pero todos hermanos en humanidad.

Entonces, nuestras diferencias no son un daño o un peligro, son una riqueza. Como para un artista que quiere hacer un mosaico: es mejor tener a disposición teselas de muchos colores, antes que de pocos.

La experiencia de la familia nos lo enseña: siendo hermanos y hermanas, somos distintos unos de otros, y no siempre estamos de acuerdo, pero hay un vínculo indisoluble que nos une, y el amor de los padres nos ayuda a querernos. Lo mismo vale para la familia humana, pero aquí Dios es el “padre”, el fundamento y la fuerza de nuestra fraternidad.

Que en esta Navidad redescubramos los nexos de fraternidad que nos unen como seres humanos y vinculan a todos los pueblos. Que haga posible que israelíes y palestinos retomen el diálogo y emprendan un camino de paz que ponga fin a un conflicto que ―desde hace más de setenta años― lacera la Tierra elegida por el Señor para mostrar su rostro de amor.

Que el Niño Jesús permita a la amada y martirizada Siria que vuelva a encontrar la fraternidad después de largos años de guerra. Que la Comunidad internacional se esfuerce firmemente por hallar una solución política que deje de lado las divisiones y los intereses creados para que el pueblo sirio, especialmente quienes tuvieron que dejar las propias tierras y buscar refugio en otro lugar, pueda volver a vivir en paz en su patria.

Pienso en Yemen, con la esperanza de que la tregua alcanzada por mediación de la Comunidad internacional pueda aliviar finalmente a tantos niños y a las poblaciones, exhaustos por la guerra y el hambre.

Pienso también en África, donde millones de personas están refugiadas o desplazadas y necesitan asistencia humanitaria y seguridad alimentaria. Que el divino Niño, Rey de la paz, acalle las armas y haga surgir un nuevo amanecer de fraternidad en todo el continente, y bendiga los esfuerzos de quienes se comprometen por promover caminos de reconciliación a nivel político y social.

Que la Navidad fortalezca los vínculos fraternos que unen la Península coreana y permita que se continúe el camino de acercamiento puesto en marcha, y que se alcancen soluciones compartidas que aseguren a todos el desarrollo y el bienestar.

Que este tiempo de bendición le permita a Venezuela encontrar de nuevo la concordia y que todos los miembros de la sociedad trabajen fraternalmente por el desarrollo del país, ayudando a los sectores más débiles de la población.

Que el Señor que nace dé consuelo a la amada Ucrania, ansiosa por reconquistar una paz duradera que tarda en llegar. Solo con la paz, respetuosa de los derechos de toda nación, el país puede recuperarse de los sufrimientos padecidos y reestablecer condiciones dignas para los propios ciudadanos. Me siento cercano a las comunidades cristianas de esa región, y pido que se puedan tejer relaciones de fraternidad y amistad.

Que delante del Niño Jesús, los habitantes de la querida Nicaragua se redescubran hermanos, para que no prevalezcan las divisiones y las discordias, sino que todos se esfuercen por favorecer la reconciliación y por construir juntos el futuro del país.

Deseo recordar a los pueblos que sufren las colonizaciones ideológicas, culturales y económicas viendo lacerada su libertad y su identidad, y que sufren por el hambre y la falta de servicios educativos y sanitarios.

Dirijo un recuerdo particular a nuestros hermanos y hermanas que celebran la Natividad del Señor en contextos difíciles, por no decir hostiles, especialmente allí donde la comunidad cristiana es una minoría, a menudo vulnerable o no considerada. Que el Señor les conceda ―a ellos y a todas las comunidades minoritarias― vivir en paz y que vean reconocidos sus propios derechos, sobre todo a la libertad religiosa.

Que el Niño pequeño y con frío que contemplamos hoy en el pesebre proteja a todos los niños de la tierra y a toda persona frágil, indefensa y descartada. Que todos podamos recibir paz y consuelo por el nacimiento del Salvador y, sintiéndonos amados por el único Padre celestial, reencontrarnos y vivir como hermanos.

HOY SE INICIA LA OCTAVA DE NAVIDAD, CELEBRAMOS EL NACIMIENTO DE JESÚS 8 DÍAS SEGUIDOS


Hoy se inicia la Octava de Navidad, celebramos el nacimiento de Jesús 8 días seguidos
Redacción ACI Prensa





Como es tradición en la Iglesia, la noche del 24 de diciembre se empieza a celebrar de manera solemne la Natividad del Señor y luego siguen ocho días llamados “Octava de Navidad”, que comienza el 25 de diciembre y concluye el 1 de enero, en los que igualmente se festeja el nacimiento del Niño Dios.

La celebración de la “Octava” tiene sus raíces en el Antiguo Testamento, en el que los judíos festejaban las grandes fiestas por ocho días. Asimismo, tal como se lee en el Génesis (17, 9-14), hace muchos siglos Dios hizo una alianza con Abraham y su descendencia cuyo signo es la circuncisión al octavo día después del nacimiento.

Jesús mismo, como todo judío, también fue circuncidado al octavo día y resucitó el “día después del séptimo día de la semana”. Es así que la Octava (ocho días) sigue siendo una tradición muy importante en la Iglesia y por ello se ha establecido sólo dos en el calendario litúrgico: la “Octava de Navidad” y la “Octava de Pascua”.

En la Octava de Navidad también se celebran las siguientes fiestas importantes:

26 de diciembre: San Esteban es el primer mártir del cristianismo y representa a todos los que murieron por Cristo voluntariamente.

27 de diciembre: San Juan Evangelista es el joven y valiente apóstol que permaneció al pie de la cruz con la Virgen María. Es considerado el “discípulo amado” y representa a los que estuvieron dispuestos a morir por Cristo, pero no los mataron.

28 de diciembre: Los Santos inocentes representan a los que murieron por Cristo sin saberlo y a los millones de bebés que mueren hoy día con el aborto.

Domingo después de Navidad: La Sagrada Familia es modelo para todas las familias y símbolo de la unión de la Santísima Trinidad. Este año cae domingo 30 de diciembre.

1 de enero: María Madre de Dios. Todos los títulos atribuidos a la Virgen María tienen su raíz en este dogma de fe.

EL EVANGELIO DE HOY MARTES 25 DE DICIEMBRE 2018, LA NATIVIDAD DEL SEÑOR

 

Lecturas de hoy Natividad del Señor
Hoy, martes, 25 de diciembre de 2018


Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (52,7-10):

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es rey!» Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.

Palabra de Dios


Salmo
Sal 97,1.2-3ab.3cd-4.5-6

R/. Los confines de la tierra han contemplado 
la victoria de nuestro Dios

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.

Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R/.


Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos (1,1-6):

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado», o: «Yo seré para él un padre, y el será para mí un hijo»? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios.»

Palabra de Dios


Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (1,1-18):

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo."» Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor





Comentario al Evangelio de hoy martes, 25 de diciembre de 2018
 José María Vegas, cmf
Entre nosotros

Estamos celebrando el nacimiento de Jesús, la encarnación del Hijo de Dios, la venida del Dios-con-nosotros (Emmanuel). Pero es importante que nos preguntemos y tratemos de entender quién es este Dios que ha nacido en carne mortal.

Juan, el águila de Patmos, que comienza su evangelio mirando al sol, a la luz indefectible que es Dios, nos recuerda que este Dios en el que creemos y que ha nacido en Belén no es “un dios cualquiera”, de los muchos que pululan por ahí, pretendiendo un título (el de Dios) que no les corresponde. El Dios al que contemplamos anoche es el creador de todas las cosas, de todo sin excepción: de modo que sólo hay un Dios y por tanto, en lo que respecta a la creación, somos libres, podemos mantenernos en pie y no debemos inclinarnos ante nada de lo que habita este mundo: en él nada es divino, todo es criatura del único Dios que está por encima de todo, y sólo ante Él hemos de postrarnos en actitud de adoración. Dios, que todo lo ha creado con su Palabra poderosa, está, pues, por encima de todas las cosas, y el universo entero e inmenso no es capaz de contenerlo. No hay ni ideas, ni conceptos, ni sistemas religiosos que puedan expresar adecuadamente lo que es Dios y dónde podemos encontrarlo. Mirando al sol con ojos de águila, Juan nos indica que tenemos que aceptar esta limitación nuestra, y debemos renunciar a todo intento de poseer y manipular a Dios.

Pero esto no significa que debamos resignarnos a la pura ignorancia, ni que Dios se niegue a comunicarse con nosotros. No quiere decir que Dios nos ha creado arrojándonos al mundo y, después, se ha desentendido de nosotros. Juan nos lo está diciendo: el Dios eterno lo ha hecho todo por medio de su Palabra. Y si esta Palabra estaba junto a Dios desde el principio y era Dios, es que Dios mismo es comunicación, relación. Lo es dentro de sí: Dios es interna comunicación y perfecta comunión en la distinción de las personas. La perfecta unión en la diferencia en que consiste el Dios trinitario, aunque nuestra mente no alcanza a entender el misterio, nos permite comprender que Dios es Amor; no sólo que Dios ama (que también), sino que Él es en su esencia íntima Amor. Y esa comunicación interna quiere comunicarse fuera de Él: ya la creación es el primer acto de comunicación y revelación. Pero, además, el Dios Palabra, se nos dice, quiere establecer un diálogo. ¿Cómo? ¿Cómo se comunicará el Dios, al que el universo inmenso no puede contener, con nosotros, que habitamos una minúscula mota de ese universo inabarcable? Y ¿cómo podrá hacerlo sin infundirnos temor, a causa de su enorme grandeza y poder?

Recordemos, ante todo, que el poder de Dios es un poder benéfico, dador de ser y de vida, que crea el universo y lo sostiene con su palabra poderosa. En esto se distingue del poder humano, que se mide, normalmente, por su capacidad de destrucción. Dios viene con su poder, pero no amenazando, asustando, amedrentando. Por eso, antes de su aparición definitiva, ha preparado el encuentro hablándonos de “muchas maneras”, ya por medio de la misma creación (que proclama la gloria de Dios: cf. Sal 18A) ya, sobre todo, por medio de los profetas. No por casualidad, entre el misterio inefable del Dios creador y Palabra, y el misterio de su encarnación, aparece Juan Bautista, el último y el más grande de los profetas, que no sólo anuncia la venida de Cristo, sino que lo señala ya presente entre los hombres. Así, poco a poco, disipando las causas de temor, Dios ha venido finalmente a visitarnos en persona. Y no podía hacerlo de otro modo que haciéndose Él mismo pequeño, abajándose, poniéndose a nuestra altura: la Palabra, esa misma Palabra poderosa por la que todo se hizo y que todo lo sostiene, se ha hecho carne, y habita entre nosotros.

Al hacerse carne, se ha hecho visible y cercano, podemos verlo y tocarlo. Pero se ha hecho también débil y vulnerable: se arriesga a que, al verlo, lo despreciemos y que, al poderlo tocar, lo hagamos para golpearlo, incluso matarlo. En ese “hacerse carne” Juan ya nos está avisando sobre su muerte en la cruz. Y es que, al asumir el riesgo de la encarnación, renunciando a imponerse con fuerza y poder, el Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, ha aceptado la posibilidad de que no lo conozcamos y no lo acojamos. 
Sólo hay un modo de conocerlo y acogerlo: la fe y, en consecuencia, el amor. Cuando damos el paso de la fe y aceptamos el riesgo del amor (renunciando al poder destructivo del mal), al acogerlo nos hacemos semejantes a Él, y Él nos hace partícipes de su poder, de ese poder inmenso, por el que todo se hizo, pero que es un poder benéfico: el poder de ser hijos de Dios, de nacer de nuevo, no de sangre ni de carne, sino de un amor superior y fontal, del mismo Dios. Es verdad que es este un poder paradójico que nos lleva a participar de su mismo destino: el de dar la vida por nuestros hermanos. A veces, como tantos cristianos hoy, en la verdadera cruz del martirio; la mayoría de las veces en el testimonio del amor vivido día a día, con frecuencia en medio de fuertes oposiciones.

Pero con este poder alcanzamos la libertad: no nos sometemos a la ley mosaica, sino a la gracia y la verdad de Jesucristo. En esto consiste ser hijos en el Hijo: ser libres de los falsos dioses, tener la fuerza y la dignidad de no inclinarnos ante ningún poder de este mundo. De esta manera, nos hacemos también, como Juan el Bautista, profetas que hablan de muchas maneras pero transmitiendo un único mensaje: que Jesús es el Mesías, el que existía desde toda la eternidad. Y de esta manera, preparando y abriendo el camino a Jesús para muchos, realizamos en nosotros la profecía de Isaías: nos convertimos verdaderamente en mensajeros que anuncian la paz, que traen la Buena Nueva, que pregonan la victoria salvífica de Cristo resucitado, vencedor del pecado y de la muerte.

Saludos cordiales, 
José M. Vegas CMF

¡FELIZ NAVIDAD!












lunes, 24 de diciembre de 2018

IMÁGENES DE TARJETAS DE FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO NUEVO 2019














PAPA FRANCISCO EN LA MISA DE NAVIDAD: ES CRISTO MI ALIMENTO O LOS BIENES MATERIALES?


Papa Francisco en la Misa de Navidad: ¿Es Cristo mi alimento o los bienes materiales?
Redacción ACI Prensa
 Foto: Captura de video (Vatican News)




En Belén Dios se hizo pequeño “para ser nuestro alimento” y así el hombre pudiera “renacer en el amor y romper la espiral de la avidez y la codicia”, afirmó el Papa Francisco este 24 de diciembre en la Misa por la Solemnidad de la Natividad del Señor que celebró en la Basílica de San Pedro.

El Santo Padre presidió la Misa por la Solemnidad de la Natividad del Señor y fue concelebrada con cardenales, obispos y sacerdotes. La Eucaristía fue precedida por el canto de la Kalenda, que es el canto del anuncio de Navidad.

Asimismo, un grupo de niños presentó unas ofrendas florales, entre los que estaban dos menores panameños de 6 y 10 años de edad.

En su homilía el Pontífice recordó que Belén significa “casa del pan”. Dios, señaló, “sabe que necesitamos alimentarnos para vivir. Pero sabe también que los alimentos del mundo no sacian el corazón”.

Francisco explicó que con el pecado original “el hombre se convierte en ávido y voraz”, deseoso de acumular cosas como si fuera el sentido de la vida. “Una insaciable codicia atraviesa la historia humana, hasta las paradojas de hoy, cuando unos pocos banquetean espléndidamente y muchos no tienen pan para vivir”, indicó.


Sin embargo, señaló, con su nacimiento en un pesebre en Belén “Dios se hace pequeño para ser nuestro alimento. Nutriéndonos de Él, Pan de Vida, podemos renacer en el amor y romper la espiral de la avidez y la codicia”.

“Ante el pesebre, comprendemos que lo que alimenta la vida no son los bienes, sino el amor; no es la voracidad, sino la caridad; no es la abundancia ostentosa, sino la sencillez que se ha de preservar”, afirmó.

Francisco explicó que desde el pesebre hasta el cenáculo Cristo “se ha ofrecido a nosotros todos los días” y lo sigue haciendo hoy en la Eucaristía, pues “llama a nuestra puerta para entrar y cenar con nosotros”. “En Navidad recibimos en la tierra a Jesús, Pan del cielo: es un alimento que no caduca nunca, sino que nos permite saborear ya desde ahora la vida eterna”, afirmó.

En ese sentido, el Papa invitó a los fieles a preguntarse “¿cuál es el alimento de mi vida, del que no puedo prescindir?, ¿es el Señor o es otro? (…). ¿Necesito verdaderamente tantas cosas, tantas recetas complicadas para vivir? ¿Soy capaz de prescindir de tantos complementos superfluos, para elegir una vida más sencilla?”.

“Jesús es el Pan del camino. No le gustan las digestiones pesadas, largas y sedentarias, sino que nos pide levantarnos rápidamente de la mesa para servir, como panes partidos por los demás. Preguntémonos: En Navidad, ¿parto mi pan con el que no lo tiene?”, preguntó.

Asimismo, el Papa invitó a seguir el ejemplo de los pastores que fueron a adorar al Niño tras el anuncio del ángel, que los llamó a no temer. “Resuena muchas veces en el Evangelio este ‘no temáis’: parece el estribillo de Dios que busca al hombre”, indicó.

Además, los pastores de Belén enseñan “cómo ir al encuentro del Señor. Ellos velan por la noche: no duermen, sino que hacen lo que Jesús tantas veces nos pedirá: velar. Permanecen vigilantes, esperan despiertos en la oscuridad, y Dios ‘los envolvió de claridad’. Esto vale también para nosotros”.


Sin embargo, explicó que al Señor no se le puede esperar “en el sofá, durmiendo”. Recordó que los pastores fueron a la gruta corriendo, “dejan el rebaño sin custodia, se arriesgan por Dios. Y después de haber visto a Jesús, aunque no eran expertos en el hablar, salen a anunciarlo”.

“Esperar despiertos, ir, arriesgar, comunicar la belleza: son gestos de amor. El buen Pastor, que en Navidad viene para dar la vida a las ovejas, en Pascua le preguntará a Pedro, y en él a todos nosotros, la cuestión final: ‘¿Me amas?’. De la respuesta dependerá el futuro del rebaño. Esta noche estamos llamados a responder, a decirle también nosotros: ‘Te amo’. La respuesta de cada uno es esencial para todo el rebaño”, señaló.

Francisco indicó que así como entonces, el camino también “es en subida: se debe superar la cima del egoísmo, es necesario no resbalar en los barrancos de la mundanidad y del consumismo”.

“Quiero llegar a Belén, Señor, porque es allí donde me esperas. Y darme cuenta de que tú, recostado en un pesebre, eres el pan de mi vida”, expresó el Papa.

Al final de la Misa el Papa fue acompañado por el grupo de niños para colocar la imagen del Niño Jesús en el pesebre elaborado dentro de la basílica vaticana.

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA MISA DE LA SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR 2018


Homilía del Papa Francisco en la Misa de la Solemnidad de la Natividad del Señor
Redacción ACI Prensa
 Foto: Captura de video (Vatican News)





El Papa Francisco celebró este 24 de diciembre en la Basílica de San Pedro la Misa por la Solemnidad de la Natividad del Señor, en la que recordó que en Belén Dios se hizo pequeño para ser alimento de los hombres y así hacerlos “renacer en el amor y romper la espiral de la avidez y la codicia” ocasionada por el pecado original.

A continuación la homilía del Papa Francisco:

José, con María su esposa, subió "a la ciudad de David, que se llama Belén". Esta noche, también nosotros subimos a Belén para descubrir el misterio de la Navidad.


1. Belén: el nombre significa casa del pan. En esta “casa” el Señor convoca hoy a la humanidad. Él sabe que necesitamos alimentarnos para vivir. Pero sabe también que los alimentos del mundo no sacian el corazón. En la Escritura, el pecado original de la humanidad está asociado precisamente con tomar alimento: "tomó de su fruto y comió", dice el libro del Génesis. Tomó y comió. El hombre se convierte en ávido y voraz. Parece que el tener, el acumular cosas es para muchos el sentido de la vida. Una insaciable codicia atraviesa la historia humana, hasta las paradojas de hoy, cuando unos pocos banquetean espléndidamente y muchos no tienen pan para vivir.

Belén es el punto de inflexión para cambiar el curso de la historia. Allí, Dios, en la casa del pan, nace en un pesebre. Como si nos dijera: Aquí estoy para vosotros, como vuestro alimento. No toma, sino que ofrece el alimento; no da algo, sino que se da él mismo. En Belén descubrimos que Dios no es alguien que toma la vida, sino aquel que da la vida. Al hombre, acostumbrado desde los orígenes a tomar y comer, Jesús le dice: "Tomad, comed: esto es mi cuerpo". El cuerpecito del Niño de Belén propone un modelo de vida nuevo: no devorar y acaparar, sino compartir y dar. Dios se hace pequeño para ser nuestro alimento. Nutriéndonos de él, Pan de Vida, podemos renacer en el amor y romper la espiral de la avidez y la codicia. Desde la “casa del pan”, Jesús lleva de nuevo al hombre a casa, para que se convierta en un familiar de su Dios y en un hermano de su prójimo. Ante el pesebre, comprendemos que lo que alimenta la vida no son los bienes, sino el amor; no es la voracidad, sino la caridad; no es la abundancia ostentosa, sino la sencillez que se ha de preservar.

El Señor sabe que necesitamos alimentarnos todos los días. Por eso se ha ofrecido a nosotros todos los días de su vida, desde el pesebre de Belén al cenáculo de Jerusalén. Y todavía hoy, en el altar, se hace pan partido para nosotros: llama a nuestra puerta para entrar y cenar con nosotros. En Navidad recibimos en la tierra a Jesús, Pan del cielo: es un alimento que no caduca nunca, sino que nos permite saborear ya desde ahora la vida eterna.

En Belén descubrimos que la vida de Dios corre por las venas de la humanidad. Si la acogemos, la historia cambia a partir de cada uno de nosotros. Porque cuando Jesús cambia el corazón, el centro de la vida ya no es mi yo hambriento y egoísta, sino él, que nace y vive por amor. Al estar llamados esta noche a subir a Belén, casa del pan, preguntémonos: ¿Cuál es el alimento de mi vida, del que no puedo prescindir?, ¿es el Señor o es otro? Después, entrando en la gruta, individuando en la tierna pobreza del Niño una nueva fragancia de vida, la de la sencillez, preguntémonos: ¿Necesito verdaderamente tantas cosas, tantas recetas complicadas para vivir? ¿Soy capaz de prescindir de tantos complementos superfluos, para elegir una vida más sencilla? En Belén, junto a Jesús, vemos gente que ha caminado, como María, José y los pastores. Jesús es el Pan del camino. No le gustan las digestiones pesadas, largas y sedentarias, sino que nos pide levantarnos rápidamente de la mesa para servir, como panes partidos por los demás. Preguntémonos: En Navidad, ¿parto mi pan con el que no lo tiene?

2. Después de Belén casa de pan, reflexionemos sobre Belén ciudad de David. Allí David, que era un joven pastor, fue elegido por Dios para ser pastor y guía de su pueblo. En Navidad, en la ciudad de David, los que acogen a Jesús son precisamente los pastores. En aquella noche —dice el Evangelio— "se llenaron de gran temor", pero el ángel les dijo: "No temáis". Resuena muchas veces en el Evangelio este no temáis: parece el estribillo de Dios que busca al hombre. Porque el hombre, desde los orígenes, también a causa del pecado, tiene miedo de Dios: "me dio miedo [...] y me escondí", dice Adán después del pecado. Belén es el remedio al miedo, porque a pesar del “no” del hombre, allí Dios dice siempre “sí”: será para siempre Dios con nosotros. Y para que su presencia no inspire miedo, se hace un niño tierno. No temáis: no se lo dice a los santos, sino a los pastores, gente sencilla que en aquel tiempo no se distinguía precisamente por la finura y la devoción. El Hijo de David nace entre pastores para decirnos que nadie estará jamás solo; tenemos un Pastor que vence nuestros miedos y nos ama a todos, sin excepción.


Los pastores de Belén nos dicen también cómo ir al encuentro del Señor. Ellos velan por la noche: no duermen, sino que hacen lo que Jesús tantas veces nos pedirá: velar. Permanecen vigilantes, esperan despiertos en la oscuridad, y Dios "los envolvió de claridad". Esto vale también para nosotros. Nuestra vida puede ser una espera, que también en las noches de los problemas se confía al Señor y lo desea; entonces recibirá su luz. Pero también puede ser una pretensión, en la que cuentan solo las propias fuerzas y los propios medios; sin embargo, en este caso el corazón permanece cerrado a la luz de Dios. Al Señor le gusta que lo esperen y no es posible esperarlo en el sofá, durmiendo. De hecho, los pastores se mueven: "fueron corriendo", dice el texto. No se quedan quietos como quien cree que ha llegado a la meta y no necesita nada, sino que van, dejan el rebaño sin custodia, se arriesgan por Dios. Y después de haber visto a Jesús, aunque no eran expertos en el hablar, salen a anunciarlo, tanto que «todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores».

Esperar despiertos, ir, arriesgar, comunicar la belleza: son gestos de amor. El buen Pastor, que en Navidad viene para dar la vida a las ovejas, en Pascua le preguntará a Pedro, y en él a todos nosotros, la cuestión final: "¿Me amas?". De la respuesta dependerá el futuro del rebaño. Esta noche estamos llamados a responder, a decirle también nosotros: “Te amo”. La respuesta de cada uno es esencial para todo el rebaño.

"Vayamos, pues, a Belén": así lo dijeron y lo hicieron los pastores. También nosotros, Señor, queremos ir a Belén. El camino, también hoy, es en subida: se debe superar la cima del egoísmo, es necesario no resbalar en los barrancos de la mundanidad y del consumismo. Quiero llegar a Belén, Señor, porque es allí donde me esperas. Y darme cuenta de que tú, recostado en un pesebre, eres el pan de mi vida. Necesito la fragancia tierna de tu amor para ser, yo también, pan partido para el mundo. Tómame sobre tus hombros, buen Pastor: si me amas, yo también podré amar y tomar de la mano a los hermanos. Entonces será Navidad, cuando podré decirte: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”.

TODO NIÑO QUIERE SER HOMBRE...


LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS, 24 DE DICIEMBRE


LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS
24 de Diciembre




Mañana es Navidad. Cristo se nos presenta como Niño; por eso Navidad es la fiesta de los niños: de los que son niños, porque tienen pocos años y de los que, a pesar de sus muchos años, conservan su corazón de niños.

Y el corazón de un niño es un corazón sin malicia, sin doblez, sin tinieblas, sin malas intenciones, sin deseos torcidos.

Por eso, no sospeches nunca, no atribuyas maldad a los errores del prójimo, no seas tú malicioso, pues el malicioso todo lo ve mal, en todo ve mal y a todos los juzga mal.

Sé noble, sencillo de corazón, recto de voluntad: piensa que todos son buenos, al menos que todos quieren serlo, y se esfuerzan por serlo. Al fin y al cabo, será mejor que te equivoques por pensar bien y no por pensar mal.


P. Alfonso Milagro
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