No le demos el gusto al diablo
El pasado miércoles, al recibir la ceniza, nos dábamos cuenta que sin Dios no somos nada, sólo polvo. Se nos invitaba a recuperar la vitalidad de nuestra fe. A comenzar este camino cuaresmal (que tiene como objetivo la Pascua) utilizando todos los medios a nuestro alcance:
- Oración
- Penitencia
- Caridad
- Ayuno
La Cuaresma, para desgracia nuestra, ya no es lo que era. Mejor dicho; los católicos no nos tomamos tan en serio este tiempo de preparación a la Pascua como, por ejemplo, lo hacían los primeros cristianos. ¡Estamos tan acostumbrados a creer! Lo cierto es que, una Pascua sin previa y profunda preparación, corre el riesgo de quedarse en una simple fiesta de primavera. ¿Queremos eso? ¿Es eso para lo que Dios vino al mundo y dejará que su Hijo muera en la cruz? Qué bueno sería, en primer lugar, que nos planteásemos un pequeño programa. Si Cristo va hacer tanto por nosotros, ¿qué estamos dispuestos nosotros a hacer por Él?
- Escuchemos su Palabra. Veremos cómo entonces, el Señor, nos sorprende. Siempre tiene algo bueno y nuevo que decirnos.
- Necesitamos de estos desiertos, de estos encuentros para luego hacer frente a la vida. Lo mismo hacía Jesús; antes de presentarse en público se retiraba a orar tal y como hoy, por ejemplo, lo contemplamos en lucha permanente contra las tentaciones del diablo.
- Camino de la Pascua: sería positivo que nos preguntásemos cómo está nuestra oración. ¿No se encontrará un poco en crisis? Cuando decimos que hay crisis de fe ¿no será que en el fondo hay problema de oración? Cuando sostenemos que hay dificultades de los padres con los hijos ¿no será también que, en el fondo, hay ausencia de comunicación de los hijos con los padres?
La Cuaresma es un tiempo privilegiado para la oración. ¿Quién no se deja impresionar cuando se coloca frente a un crucificado? La oración es esencial para entender y comprender la voluntad de Dios. Y si no la entendemos ni la comprendemos es porque, muchas veces, somos alérgicos a esos desiertos de la oración, el silencio, la reflexión o la lectura asidua de la Palabra de Dios.
También nosotros, como el mismo Señor, nos encontramos constantemente en una lucha encarnizada contra el mal. ¡Son tantas las promesas que se nos hace si abandonamos a Dios! ¿Pero se nos dará algo a cambio? ¿No nos quedaremos sin nada? ¿No tendremos que pedir perdón –a la larga o la corta– a ese Dios que, siendo todo, lo dejamos a un lado por nada?
En este tiempo de Cuaresma, como diría San Ignacio de Loyola, dos caudillos salen a nuestro encuentro: Jesús y Satanás. ¿Con cuál nos quedamos? ¿A quién servimos?
- La oración va directa a Dios. La ausencia de ella nos convierte en miembros serviles del diablo
- La austeridad nos acerca al Padre. La opulencia y la ostentación hacen sonreír al maligno
- La caridad y el amor agradan al Señor. La tacañería y el individualismo consolidan el reino del diablo
- La Eucaristía nos lleva a Cristo. El vacío y el sinsentido del domingo hacen bailar a Satanás.
Que el Señor nos conceda tres gracias especiales en este tiempo de ascensión a la Pascua:
a) Ante la tentación del materialismo, el saber defender el “ser” antes que el “tener”. Cuántos hermanos nuestros viven en situaciones de dificultades y de desencanto porque no han sabido medir ni controlar su avaricia
b) Ante el incentivo de la vanidad hay que adorar al Único que se lo merece: a Dios. La vanagloria, los aplausos y el engreimiento son fiebres que se pasan en cuatro días ¿Qué queda luego? Las secuelas de las grandes soledades.
c) Ante la incitación del poder, el dominio de uno mismo. El poder en la vida de un cristiano es el servir con generosidad y el ofrecer sin esperar nada a cambio.
Que el Señor, en este tiempo cuaresmal, nos ayude a meditar sobre aquellas tentaciones que nos producen ansiedad, infelicidad, inseguridad o abandono de la fe.
(P. Javier Leoz)
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