El ingrediente secreto de Marta
Cada vez que Ben pasaba por la cocina, se irritaba. Era por aquel pequeño envase de metal que se encontraba en la repisa, encima de la estufa de Marta. Es probable que no lo hubiera irritado o que ni siquiera hubiera notado su presencia si Marta no le hubiese dicho en repetidas ocasiones que nunca debía tocarlo.
La razón, decía, es que contenía una "hierba secreta" de su madre, y como no había manera de reponerla, se preocupaba si Ben u otra persona lo levantaba y miraba en su interior, porque podrían dejarlo caer accidentalmente y esparcir su valioso contenido.
En realidad, el envase no tenía nada especial. Por su antigüedad, gran parte de sus colores originales, rojo y oro, se habían desvanecido. Podía saberse por dónde lo habían asido una y otra vez cuando lo levantaban y retiraban su apretada tapa.
No sólo los dedos de Marta lo habían asido así, sino los de su madre y los de su abuela. Marta no estaba segura, pero quizás incluso su bisabuela había usado el mismo envase y su "hierba secreta".
Lo único que Ben sabía a ciencia cierta era que, poco después de la boda con Marta, su madre le había traído el envase y le había dicho que usara su contenido tan amorosamente como ella lo había utilizado.
Y lo hizo, fielmente. Ben nunca vio que Marta cocinara un plato sin tomar el envase de la repisa y espolvorear un poquitín de "hierba secreta" sobre los ingredientes.
Incluso cuando horneaba tortas y galletas, veía que les añadía una pizca de esa hierba antes de introducirlas en el horno.
Cualquiera que fuese su contenido, era seguro que surtía efecto, pues Ben creía que Marta era la mejor cocinera del mundo. Y no era el único en opinar así: todos los que alguna vez comían en su casa, alababan extraordinariamente su arte culinario.
Pero, ¿por qué no permitía que Ben tocara aquel pequeño envase? ¿Sería verdad que temía que su contenido se esparciera? ¿Y cómo era aquella "hierba secreta"?
Era tan fina que, cuando Marta la espolvoreaba sobre la comida que estaba preparando, Ben no podía determinar su textura. Era obvio que tenía que utilizar muy poca, pues no tenía cómo llenar de nuevo el envase.
De alguna manera, Marta consiguió que durara más que los treinta años que llevaba de matrimonio hasta entonces. Nunca dejó de producir el maravilloso efecto de hacer agua la boca.
Ben sentía cada vez más su tentación de mirar el contenido de aquel envase, así fuese una sola vez, pero nunca llégó a hacerlo.
Un día, Marta enfermó. Ben la llevó al hospital, donde tuvo que permanecer toda la noche. Cuando regresó a casa, se sintió muy solo. Marta nunca había pasado la noche afuera.
Cuando se aproximaba la hora de cenar, se preguntó qué haría: a Marta le agradaba tanto cocinar que él nunca se preocupó por aprender a hacerlo.
Cuando entró a la cocina para ver qué había en el refrigerador, el envase de la repisa apareció de inmediato ante sus ojos. Se sintió atraído hacia él como un imán.
Apartó de inmediato la vista, pero una mortificante curiosidad lo hizo regresar. ¿Qué había en aquel envase? ¿Por qué no debía tocarlo? ¿Como era la "hierba secreta"? ¿Cuánto quedaba?
Ben apartó la vista de nuevo y levantó la tapa de un molde para torta que estaba sobre el mostrador de la cocina. Ahhh... quedaba más de la mitad de una de aquellas tortas deliciosas de Marta.
Cortó un buen trozo, se sentó a la mesa de la cocina y no había terminado el primer bocado cuando sus ojos regresaron al envase. ¿Qué mal podría hacer mirando en su interior? ¿Por qué tanto secreto con aquel envase?
Tomó otro bocado mientras se debatía consigo mismo... ¿debía hacerlo o no? Cinco grandes mordiscos después todavía estaba pensando en ello, mientras miraba fijamente el envase. Por último, no pudo resistir.
Atravesó lentamente la cocina, y con el mayor cuidado, tomó el envase de la repisa, temiendo ¡horror de horrores! esparcir el contenido mientras le echaba un vistazo.
Colocó el envase sobre el mesón, y con mucho cuidado levantó la tapa. ¡Casi temía mirar en su interior! Cuando pudo ver bien, sus ojos se abrieron desmesuradamente... el envase estaba vacío, con excepción de un pequeño trozo de papel doblado en el fondo.
Ben trató de alcanzarlo; su mano grande y tosca luchaba por entrar. Lo tomó con cuidado por una esquina, lo retiró y lo abrió lentamente bajo la lámpara de la cocina.
Contenía una pequeña nota garabateada y Ben reconoció de inmediato la escritura de su suegra. Decía sencillamente: "Marta, a todo lo que hagas, añádele una pizca de amor".
Ben tragó saliva, colocó la nota y el envase en su lugar y regresó en silencio a terminar su torta. Ahora sí comprendía por qué era tan deliciosa.
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