El secreto del éxito
Jesús abre un nuevo horizonte a la pregunta por el éxito en la vida: Sin mí no podéis hacer nada (Jn 15, 5).
Por: Alejandro Ortega Trillo | Fuente: Catholic.net
Los “secretos del éxito” son un tópico de la literatura actual. Una búsqueda rápida en internet arroja 11,600,000 resultados, y títulos como: “Los diez secretos del éxito, “Los siete secretos del éxito”, “Los veintiún secretos del éxito”, “Secretos del éxito en ocho palabras”. Las listas típicas suelen incluir: optimismo, autoestima, inteligencia, enfoque, asertividad, tenacidad, innovación, fama, relaciones y buena suerte.
De acuerdo con la mentalidad pragmática contemporánea, muchos autores muestran cómo alcanzar el éxito sin examinar qué contiene este concepto. Sobreentienden que el éxito consiste en alcanzar las propias metas. Quizá no se equivocan. Pero no todas las metas valen igualmente la pena. Algunas ni siquiera corresponden a la dignidad de la persona humana, cuyo instinto de realización se sitúa más en la línea del ser que del hacer y del tener. Lo confirma el hecho de que no pocas personas exitosas en obras y haberes sienten en las profundidades del alma enormes vacíos e insatisfacciones.
Jesús abre un nuevo horizonte a la pregunta por el éxito en la vida: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). La frase, aunque formulada negativamente, no podía ser más positiva. Jesús da la máxima relevancia a la vida. La comprende a fondo y la transforma en vida plena y fecunda: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). “Vida en abundancia” no significa vida próspera; ni, mucho menos, vida sin límites ni cortapisas. Significa “vida unida a Jesús”, porque Él es la Vida.
Sin Él, como fuente y motivación de nuestro obrar, todo se seca, todo se marchita, todo se queda en fruto aparente, incluso bastardo: la oración se reduce a un momento de reflexión, concentración o ejercicio mental; la espiritualidad se confunde con una búsqueda interior del propio yo; y la caridad no rebasa el nivel de la filantropía, con frecuencia animada por el reconocimiento social.
¡Qué diferente es la vida unida a Jesús! Todo, hasta lo más sencillo, gana significado, fecundidad y relevancia. En este sentido, quizá la vida más exitosa y abundante sea aquella que se consume cada día dando algún fruto, por modesto que sea, a Dios y a los demás con pureza de intención.
La unión con Jesús se realiza través de la oración, las virtudes teologales –fe, esperanza y caridad–, los sacramentos y la vivencia amorosa de sus mandamientos. Como se ve, medios no faltan. Pero la vida diaria, con tanto trajín y distracción, tiende a impedir el flujo de esa savia divina que llamamos “gracia”, y cuya virtualidad nos permitiría repetir siempre, ante cualquier situación, la atrevida frase de san Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Fil. 4, 13).
Por otra parte, bien lo sabemos, ninguna vida exitosa es ajena a las caídas, los reveses y las lágrimas. Jesús dijo que su Padre “poda” al sarmiento que da fruto, “para que dé más fruto” (Jn 15, 2). Toda poda es dolorosa pero eficaz, porque quita lo que sobra, lo que estorba, lo que dispersa la savia del alma para concentrarla en aquellas ramas de la vida que estás destinadas a dar más y mejor fruto. En este sentido, Jesús mismo fue modelo de la poda más fecunda que ha existido. Colgado del árbol de la cruz, Jesús gritó: “todo está cumplido”. No era un perdedor quien así se expresaba, sino el hombre más exitoso de la historia.
Santa Faustina Kowalska, por revelación del mismo Cristo, mandó hacer la imagen de la Divina Misericordia con la inscripción: “Jesús, en ti confío”. Ésta fue, en cierto modo, el corolario de su biografía, que culminó en la madurez cristiana –la santidad– y fue también, en términos profanos, el secreto del éxito en su vida.
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