El Misterio más grande
Un misterio que no se resuelve con la cabeza, sino que se vive y palpita en el corazón
Por: Jesuita Guillermo Ortiz | Fuente: es.radiovaticana.va
Es un misterio. Pero misterio de amor grande, santo, inmortal. Un misterio que no se resuelve con la cabeza, sino que se vive y palpita en el corazón.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, repetimos como síntesis de la fe, y son palabras vivas del corazón. Hay un padre, un hijo y hay amor; nos revelan que Dios no es solo, individual, aislado, distante, sino que Dios es familia, personas diferentes completamente, el Padre y el Hijo, pero unidos en un abrazo de amor herido y a la vez invencible, poderoso. Dios es comunión de Amor en la diversidad de las personas, hasta tal punto que el Amor es la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu santo. Y el amor no es estático, el amor mueve, crea, da sentido, direcciona, sana, libera, vivifica. Dios Amor es Vida en plenitud.
Cuando nombramos a Dios haciendo el signo de la cruz sobre nosotros, revivimos, actualizamos el abrazo de la Trinidad con sus bendiciones, dones, beneficios y milagros del Amor divino con vos y conmigo: El Padre amante nos da a su Hijo amado, para que Jesús resucitado nos abrace, nos ilumine y encienda con este amor; para que nos reúna, nos una, nos cure del mal y nos llene con la fuerza poderosa del Espíritu de Vida plena en el Amor.
Hago el signo de la cruz sobre mí y los míos. Lo repito pensando y sintiendo que Dios nos abraza en su amor a mí y a vos, porque por el bautismo somos hijos suyos en el Hijo amado. Y cuando rezamos, cuando participamos de los sacramentos y servimos al hermano, respiramos la misma Vida plena en el Amor que respiran el Padre y el Hijo.
Hago el signo de la cruz pensando y sintiendo: el Dios altísimo, nuestro Padre que nos mira, nos quiere y nos cuida, nos dio a su Hijo con un cuerpo como el mío y el tuyo, para que nos abrace y nos una a Dios y entre nosotros con el Espíritu de Amor santo, en tantas bendiciones y gracias. Tengo este signo de la Trinidad, de la Cruz, impreso en el cuerpo, por la cruz que el sacerdote me hizo con el santo crisma en el bautismo.
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