EL AYUNO EN LA CUARESMA
El ayuno fortifica el espíritu, mortificando la carne y su sensualidad; eleva el alma a Dios; abate la concupiscencia, dando fuerza para vencer y amortiguar sus pasiones y dispone el corazón para que no busque otra cosa distinta de agradar a Dios en todos.
El ayuno purifica el alma, eleva el espíritu, sujeta la carne al espíritu, da al corazón contrición y humildad, aplaca los ardores del placer y enciende la luz de la castidad.
El ayuno significa un dominio sobre nosotros mismos, ser exigentes en las relaciones con nosotros mismos, estar prontos a renunciar a las cosas y no solo a los manjares sino también a los goces y placeres diversos que nos perjudican.
El ayuno riguroso es penitencia gratísima a Dios sin poner en riesgo nuestra salud.
Es alimento del alma y del espíritu, la vida de los Ángeles, la muerte del pecado, la extinción de las culpas, el remedio de la salud, la raíz de la gracia, el fundamento de la castidad.
La abstinencia y la mortificación del cuerpo son excelentes virtudes, cuando al mismo tiempo nos abstenemos de los vicios y pecados.
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