Día Sexto
AMOR
DEL PADRE PÍO A LA VIRGEN MARÍA.
Reflexión: Desde niño el padre Pío tuvo siempre una tierna, afectuosa y
confiada devoción a la Virgen María.
Cuando
sacerdote se consagró totalmente a ella y la consideró “Dulcísima Madre de los
sacerdotes, mediadora y dispensadora de todas las gracias”.
Cuando
pasaba ante una imagen de la Virgen, decía: “Te saludo, María, saluda a Jesús de
mi parte”.
Festejaba el mes de mayo con mucho fervor. Decía: El mes de mayo para mí
es el mes de las gracias. Quisiera tener una voz poderosa para invitar a todos
los pecadores del mundo a amar a la Virgen.
Su
amor a la Virgen era muy grande –cuenta un
sacerdote-. Recuerdo que una vez le pedimos al padre Pío, en la fiesta de
la Asunción, que nos diera un pensamiento sobre la fiesta. Se le iluminó el
rostro y sollozando dijo: “Hijos míos, amemos a la Virgen, ella es nuestra
Madre”. Se emocionó y se puso a llorar. También nosotros nos pusimos a llorar,
confundidos ante tanto amor.
Llamaba el rosario su arma preferida. Lo llevaba enrollado en la mano o
en el brazo, como si fuera un arma siempre empuñada.
Su
devoción a la Virgen era concreta y profunda, que lo llevaba a Cristo. La Virgen
Dolorosa lo llevaba al misterio de la cruz, a embriagarse en los padecimientos
de Jesús.
La
Virgen lo introdujo también en el misterio eucarístico. Escribió: ¡Pobre
madrecita, cuánto me quiere! ¡Con qué cariño me ha acompañado esta mañana hasta
el altar! Me ha parecido que ella no tuviera ni siquiera en quién pensar sino
sólo en mí, al llenarme el corazón de santos afectos.
Oremos: Dios omnipotente y eterno, que has hecho grandes maravillas en la
Virgen María, madre de tu Hijo y madre nuestra, por intercesión de san Pío de
Pietrelcina, renueva en nosotros las maravillas del Espíritu para que podamos
bendecir eternamente tu nombre. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.
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