Autor: Fernando Pascual
| Fuente: Catholic.net Ríos, vientos y encinas
Lo importante es que no nos arrastren las aguas, no nos
lleve el viento, no se nos pudran las raíces.
Ríos, vientos y
encinas
Hay autores que comparan
la vida con los ríos. Para otros la vida se puede comparar con el viento. El río
da la sensación de permanencia: el agua siempre corre por el mismo cauce. El
viento es algo tan indeterminado que no sabemos cuándo iniciará y de dónde y
hacia dónde se moverá.
Nuestra vida corre veloz, va de un
lado para otro. En momentos se asemeja a una montaña tranquila: todo ocupa su
lugar, nada da muestras de querer cambiar. Otros instantes somos arrastrados de
un sitio para otro, hasta el punto que creemos que en cualquier momento se va a
romper nuestro frágil equilibrio interior y saltará en mil pedazos el cristal
que dibuja nuestra imagen ante los demás y ante nosotros mismos.
Conviene no olvidar, sin embargo, que
en el continuo cambio del viento también hay algo que permanece. El viento es
siempre aire. Aire que se mueve, pero aire... Nuestra vida zarandeada por el
viento del tiempo, es siempre vida. Pero hace falta algo para que sea vida
plenamente: la estabilidad.
Hay dos modos de dar estabilidad a
una existencia humana. Uno es el compromiso. Otro es el amor. O, si juntamos las
dos cosas, sólo adquirimos estabilidad cuando nos comprometemos en el amor, o
cuando amamos hasta llegar a compromisos sinceros.
En un mundo en el que todo pasa con
velocidad creciente, en el que hoy dos jóvenes dicen amarse y mañana ni se
saludan cuando se cruzan por la calle, en el que dos adultos inician el proceso
de divorcio para separar unas vidas que un día fueron amor hasta la muerte... el
que alguien pueda amar hasta un compromiso total hace que se encienda un faro de
luz que llena de esperanza.
Si se admite que hay un parecido
entre la vida y el viento, también podemos intentar comparar nuestro vivir con
la encina. Cada amor comprometido arraiga la existencia de un hombre o de una
mujer hasta convertirlos en algo que dura. La encina está allí, a merced del
viento, de la lluvia, del granizo o de la contaminación. La encina grita al
cielo que durará mientras sea lo que es, mientras pueda seguir luchando, día a
día, contra la sequía, contra el abandono, contra el hacha que le roba algunas
ramas para alimentar el fuego de un hogar.
Lo hermoso es poder llegar a un
compromiso precisamente cuando uno sabe que puede tomarlo o dejarlo, pero que
una vez tomado ese compromiso marcará toda una vida. Así debería ser cualquier
matrimonio, así debería ser cualquier amistad, así debería ser cualquier
profesión que implique un servicio a la sociedad (y, en el fondo, cualquier
trabajador es una fuente de bien para los demás).
El hecho de que el compromiso sea
algo hermoso no quita el que sea también difícil. Pero lo que vale cuesta. No
sólo cuando se trata de comprar un diamante. La amistad, el amor verdadero, el
compromiso de entrega a los demás, no se puede comprar con todo el oro del
mundo. Los corazones no se venden sin permiso, aunque haya quien venda su
corazón por un puñado de placer.
Ríos, vientos, encinas. Son imágenes
de algo tan complejo como el vivir. Son elementos naturales que no pueden
representar bien lo que significa ser hombre y ser mujer en un mundo en cambios
continuos. Lo importante es que no nos arrastren las aguas, no nos lleve el
viento, no se nos pudran las raíces. Un amor comprometido y fresco puede vencer
cualquier dificultad. Y puede tocar la eternidad ya en este mundo.
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