Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD
En un jardín, donde todo era alegría, había un árbol profundamente triste a causa de un problema que tenía: No sabía quién era. Escuchaba al manzano, a la rosa y otras plantas lo fácil que era ser como cada uno de ellos era. Él lo intentaba, pero sólo lograba sentirse cada vez más frustrado. Hasta que un día llegó un ave y le dijo: “No te preocupes, tu problema es el de muchos: quieres ser como otros. Dedícate a ser tú mismo”. Así lo hizo, y descubrió que era un roble fuerte, cuyo destino era crecer grande y majestuoso.
Una pareja de inmigrantes llegó a hablar conmigo hace dos años. Como a muchos de sus compatriotas, les había tocado salir abruptamente de su país, a causa de la guerrilla, dejando abandonado lo que tenían. Lo que me llamó la atención fue el hecho de haberme dicho que ayudando a otros querían ayudarse a sí mismos.
Motivado por el tipo de enfoque que daban al conocimiento y manejo de la interioridad, comenté con ellos los diferentes temas sobre los cuales habían estado trabajando. Hablamos sobre la manera de afrontar las dificultades, las decisiones que hay que tomar en momentos de crisis, la importancia de emprender un viaje interior para transformarse a sí mismo, los procesos que se daban y otra serie de aspectos que debían tenerse en consideración.
Los momentos de dificultad deben ser tomados como oportunidades de crecimiento y como pruebas que Dios nos pone para prepararnos para nuevos caminos o cosas mejores. Ante situaciones difíciles, la persona debe aprender a sobreponerse, debe luchar para que el entendimiento no se llene de oscuridad y no se pierda el ánimo; y hay que estar dispuesto a aceptar los designios de Dios y asumir los cambios que la vida misma va proporcionando.
Se requiere mucha fortaleza interior para afrontar las crisis concentrándose en la búsqueda de soluciones positivas. Pero esas soluciones positivas no se pueden ni se van a encontrar fuera de uno mismo; toca buscarlas dentro, en la interioridad, allá donde habita el alma y reside la fuerza del espíritu. Hay que llegar al interior de cada uno y mirarse a sí mismo para aprender el sentido de la vida, observando y descubriendo toda la riqueza del espíritu que nos anima. Es preciso saber escuchar para poder entender y hablar. Se requiere abrir el corazón para que el amor pueda habitar en nosotros y en el silencio interior podamos escuchar la Palabra de Dios.
Dentro de nosotros está todo lo que somos. Se encuentran también, de alguna forma, todas las personas y acontecimientos que han pasado por nuestra mente a través de toda la vida. Hay que ir al encuentro de todo lo que hay dentro para identificarlo, evaluarlo, radicarlo en nuestro interior si es un objeto de bien o desalojarlo si es un objeto de mal. Hay que rescatar la autoconfianza, consolidar la fe y hallar nuestra propia identidad. Es imprescindible que aprendamos a iluminarnos a nosotros mismos, a andar con determinación a comprometernos en un verdadero proceso de transformación interior en el que la fuerza del espíritu nos permita encontrar nuestro mejor sentido.
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