ABRIR CORAZONES
Un día hallándose de paso en Nueva York, Dominique Lapierre lee en un periódico la noticia sorprendente: “La Madre Teresa de Calcuta ha abierto, en pleno corazón de las calles más calientes de Manhatan, un hogar para acoger las víctimas del sida sin recursos. Seis hermanas atienden a presidiarios de Sing, toxicómanos negros de Harlem, visitantes asiduos de los lupanares “gay” cercanos”.
Siempre me entusiasma el ver personas que dedican su vida a atender a los más necesitados: pobres, enfermos, ancianos... Un día se encontraron con el Dios de la vida desde los gritos de cólera, desde los sollozos de la rebeldía de los cuerpos deshechos. Entonces decidieron entregar su vida para ser fuerza de una vida que se iba secando por falta de savia.
Cuando el ser humano da cabida a Dios en su corazón, éste no puede por menos de abrirse al de los otros seres humanos. Sin haber mirado de cerca a Dios, puede pasar desapercibido todo el dolor de los que desde niños, han sufrido la falta de ternura, de amor y de pan. Muchos que nacen en esta escuela se entrenan en un duro aprendizaje, caldo de cultivo para todas las desgracias.
Dios quiere que vivamos como hermanos, hijos del mismo Padre. La realidad es bien distinta y bien distante de sus deseos. El mundo se desangra por las guerras, por la falta de justicia social. No reina la ley del amor, sino del odio, del rencor. El más fuerte impone las reglas del juego. El 80% de las riquezas del mundo están en manos de un 20%.
¿Qué hacer para tomar conciencia de que necesitamos cambiar? Es fundamental la educación. Los niños y jóvenes deben aprender por ósmosis a amar, a compartir, a ser los constructores de una sociedad más humana y más divina. La escuela es importante para este aprendizaje, pero el hogar es imprescindible.
Algunas escuelas y familias aprovechan el tiempo de vacaciones para que los jóvenes puedan acercarse al mundo de los pobres, para tocar puertas y abrir corazones. Algunos hablan de misionar y ser misionados al mismo tiempo. Puede ayudarnos el testimonio de una adolescente, que traigo aquí algunas de sus reflexiones. Dice así:
Desde la primera casa que entré me di cuenta de que no habíamos venido a misionar, sino a ser misionados. Bajo lluvia y frío tocamos todas las puertas, y con cada una que se abría, también se abría una más en nuestro corazón, tanto así que terminamos todos con los corazones abiertos a la entrega.
Cuando vine a misionar no esperaba nada más que aventurarme un poco al frío, pero me equivoqué. Viví la realidad de un modo totalmente. Viví lo que es aprender a amarse como una familia, aprendí lo que es un hogar. Vi de cerca una casita hecha con unas cuantas ramas, sin agua; vi a un bebé recién nacido temblar de frío y a los chicos que caminaban descalzos, pero andaban contentos porque tenían una familia.
Aunque no haya nacido aquí, con esta gente quiero llorar y reír. Estas familias, también son mi familia, porque no es sólo familia los de la misma sangre, sino todos los que se les quiere, se les escucha y se sabe que son hermanos.
Mientras hablaba en la capilla lloré de emoción, desde lo más profundo de mi alma lloré porque me tenía que ir y ver que había alcanzado un sueño. Mas las misiones no habían terminado, simplemente acababan de empezar a abrir los ojos y el corazón a Dios y a los otros.
Fr.Eusebio Gómez Navarro O.C.D
Un día hallándose de paso en Nueva York, Dominique Lapierre lee en un periódico la noticia sorprendente: “La Madre Teresa de Calcuta ha abierto, en pleno corazón de las calles más calientes de Manhatan, un hogar para acoger las víctimas del sida sin recursos. Seis hermanas atienden a presidiarios de Sing, toxicómanos negros de Harlem, visitantes asiduos de los lupanares “gay” cercanos”.
Siempre me entusiasma el ver personas que dedican su vida a atender a los más necesitados: pobres, enfermos, ancianos... Un día se encontraron con el Dios de la vida desde los gritos de cólera, desde los sollozos de la rebeldía de los cuerpos deshechos. Entonces decidieron entregar su vida para ser fuerza de una vida que se iba secando por falta de savia.
Cuando el ser humano da cabida a Dios en su corazón, éste no puede por menos de abrirse al de los otros seres humanos. Sin haber mirado de cerca a Dios, puede pasar desapercibido todo el dolor de los que desde niños, han sufrido la falta de ternura, de amor y de pan. Muchos que nacen en esta escuela se entrenan en un duro aprendizaje, caldo de cultivo para todas las desgracias.
Dios quiere que vivamos como hermanos, hijos del mismo Padre. La realidad es bien distinta y bien distante de sus deseos. El mundo se desangra por las guerras, por la falta de justicia social. No reina la ley del amor, sino del odio, del rencor. El más fuerte impone las reglas del juego. El 80% de las riquezas del mundo están en manos de un 20%.
¿Qué hacer para tomar conciencia de que necesitamos cambiar? Es fundamental la educación. Los niños y jóvenes deben aprender por ósmosis a amar, a compartir, a ser los constructores de una sociedad más humana y más divina. La escuela es importante para este aprendizaje, pero el hogar es imprescindible.
Algunas escuelas y familias aprovechan el tiempo de vacaciones para que los jóvenes puedan acercarse al mundo de los pobres, para tocar puertas y abrir corazones. Algunos hablan de misionar y ser misionados al mismo tiempo. Puede ayudarnos el testimonio de una adolescente, que traigo aquí algunas de sus reflexiones. Dice así:
Desde la primera casa que entré me di cuenta de que no habíamos venido a misionar, sino a ser misionados. Bajo lluvia y frío tocamos todas las puertas, y con cada una que se abría, también se abría una más en nuestro corazón, tanto así que terminamos todos con los corazones abiertos a la entrega.
Cuando vine a misionar no esperaba nada más que aventurarme un poco al frío, pero me equivoqué. Viví la realidad de un modo totalmente. Viví lo que es aprender a amarse como una familia, aprendí lo que es un hogar. Vi de cerca una casita hecha con unas cuantas ramas, sin agua; vi a un bebé recién nacido temblar de frío y a los chicos que caminaban descalzos, pero andaban contentos porque tenían una familia.
Aunque no haya nacido aquí, con esta gente quiero llorar y reír. Estas familias, también son mi familia, porque no es sólo familia los de la misma sangre, sino todos los que se les quiere, se les escucha y se sabe que son hermanos.
Mientras hablaba en la capilla lloré de emoción, desde lo más profundo de mi alma lloré porque me tenía que ir y ver que había alcanzado un sueño. Mas las misiones no habían terminado, simplemente acababan de empezar a abrir los ojos y el corazón a Dios y a los otros.
Fr.Eusebio Gómez Navarro O.C.D