Una vocación que puede ser la de tu hijo
La vocación sacerdotal, un llamado al diálogo con Cristo que debe ser apoyado con amor por la familia
Por: Card. Juan Sandoval Iñiguez | Fuente: 27 de marzo de 2001
El seminario es la institución más importante de una diócesis. Es el corazón de la diócesis, es la niña de los ojos del obispo, porque en el seminario está la esperanza. Las comunidades cristianas crecerán si hay pastores y si los pastores son santos, según el corazón de Dios. Sin sacerdotes no hay Eucaristía, no hay el perdón de los pecados por el sacramento de la reconciliación y no hay organización estable y permanente de la Iglesia.
El seminario es una obra mucho muy importante. A nosotros, los obispos, se nos ha dicho, una y otra vez, que debemos cuidar más que todo en la diócesis el seminario. El obispo debe ser un padre cercano, un amigo de los formadores que los alienta en su trabajo, alguien que está dispuesto a sacrificarlo todo por el bien del seminario. Se nos pide a los obispos que nos dediquemos a la formación de los futuros sacerdotes, a los mejores sacerdotes, que tal vez podrían hacer mucho fruto en otros campos del apostolado de la Iglesia. Pero deben ir al seminario aquellos sacerdotes más virtuosos y capacitados para llevar adelante la obra de la formación sacerdotal.
Quisiera decir una palabra a los formadores, una palabra de comprensión y de aliento y de cariño de parte de sus obispos, interpretando, yo que fui formador y que ahora soy obispo, los sentimientos que ellos pueden tener. El trabajo de los formadores en el seminario es un trabajo valiosísimo para la Iglesia de Dios. Es un trabajo eminentemente pastoral, porque se trata de formar a los pastores del pueblo de Dios. Es un trabajo que tiene prioridad y que requiere que los formadores en el seminario se dediquen a tiempo completo, con todo su corazón, con todo su amor y con todo su entusiasmo, dentro, no fuera del seminario, a acompañar a los alumnos, para conocerlos uno por uno, como el Buen Pastor conoce a sus ovejas y para poder dar el día que se requiera un testimonio fundado, objetivo, seguro, de su idoneidad.
Quisiera decirles a los formadores que sientan que nuestro Señor Dios los ha llamado a un trabajo excepcionalmente importante, que tal vez no tenga muchas compensaciones humanas, como las puede tener el ministerio en las parroquias, pero que es de primera importancia para la diócesis y para la edificación del Reino de Dios. Que estén de corazón en el seminario, que se dediquen a la formación de los alumnos en la ciencia y en la virtud y que todo esto sea acompañado con el buen ejemplo.
Los sacerdotes en el seminario tendrán eficacia en su formación, labor de formadores, si a la formación acompañan el ejemplo de su vida.
A ustedes, queridos alumnos, quisiera decirles aquí, delante del pueblo de Dios, que se entreguen a Nuestro Señor Jesucristo, que hagan con El un compromiso personal, o como dice el Papa en su Carta a la Iglesia en América, hagan el encuentro personal y vivo con Jesucristo, el Señor. El es el que los ha llamado a trabajar en su viña, El los ha distinguido a ustedes con una vocación que tiene, como ya saben, raíces eternas. Desde que Dios es Dios, pensó en ustedes y pensó invitarlos a trabajar en la viña.
Es el Señor quien nos ha elegido y con El tenemos un compromiso de respuesta generosa. En el seminario no se trata de pasar años. Esos se pasan fácilmente. La vida nos va empujando. Se trata de formarse, es decir, de adelantar en la configuración con Jesucristo nuestro Señor, Buen Pastor. Y de copiar en nuestras vidas las actitudes, los sentimientos, las virtudes de Nuestro Señor Jesucristo, la obediencia al Padre Celestial, para poder decirle en todo momento al Padre Dios que se haga su voluntad en nuestras vidas, la humildad, que reconoce los defectos propios y pide la Gracia de Dios para la obra que los encomienda, la caridad ardiente al pueblo de Dios para servirlo y la laboriosidad y el olvido de sí mismo en el trabajo apostólico.
Decídanse pronto a servir a Nuestro Señor Dios. No pasen los años del seminario en la indefinición. Los años de la indefinición son años perdidos, porque no se entregan a Cristo, ni copian en El ni en ustedes las virtudes del Señor. Mantengan todos los días de la vida el diálogo de la vocación, porque la vocación es un diálogo permanente con Cristo nuestro Señor. El que los llamó los trajo de su casa a través de su piadosa madre, del catequista, de la catequista, del maestro, los llamó y ustedes le dijeron que sí. Y ahora que están en el seminario, el diálogo de la vocación sigue adelante, el Señor los llama todos los días al amor, a la entrega, a la generosidad, y ustedes le van respondiendo y mientras más le responden, más les llama Dios. Y cuando dejan de responderle y se hace costumbre no responderle al Señor, en las cosas pequeñas y ordinarias de todos los días, el Señor va silenciando y apagando su voz, hasta que un día puede darse que el Señor deje de llamar y deje que el hombre se aparte de El y frustre su destino. Si el Señor los llamó a su servicio, esa es su felicidad, esa es su realización, ese es su destino: servir al Señor con íntegra vida y con íntegro corazón y tiempo, consagrados para el Señor.
Es muy importante también que el pueblo de Dios sepa apreciar debidamente el Sacerdocio de Cristo y la vida consagrada, que lo sepan apreciar.
Y esto lo digo por una experiencia de muchos años, donde al contacto con los seminaristas me di cuenta de las distintas actitudes de las familias. Hay en las familias cristianas de nuestro México actitudes muy diversas con respecto a la vocación. Hay quienes estiman mucho tener un hijo, un hermano, un pariente sacerdote. Lo quieren de corazón, lo desean, y lo piden a Dios y apoyan y ayudan. Hay familias indiferentes, que les da lo mismo si hay un sacerdote en su familia o si no los hay. Y hay familias que se dicen cristianas, pero se oponen a la vocación de sus hijos, porque llamándose familias cristianas tienen vidas puramente temporales, o sea, que no ven más allá hacia la eternidad ni hacia la voluntad de Dios y lo único que piensan es en este mundo y en que su hijo consiga una carrera y un título, en el cual pueda hacerse rico. Y en términos así, sencillos y ordinarios, le dicen al hijo: "¿Para qué te metes de cura? Ahí no vas a ganar nada". Todo el interés está en la ventaja temporal en este mundo. Eso no es ser creyente, eso no es ser cristiano. Y hay familias que se oponen cerradamente a la vocación de sus hijos. Si va a ser seminarista, le dicen: "conmigo no cuentes". Y si va a ser monja, la desconocen y la apartan del afecto y del trato de la familia, porque no les interesa aquello, olvidándose de que los hijos no son propiedad de la familia. El dueño es el Señor. El destino de los hijos en definitiva lo fija el Señor Dios Todopoderoso. El es el que fija el destino y el que da la vocación, y la familia debe, cuando es creyente y temerosa de Dios, tratar de conocer la voluntad de Dios y secundarla amorosamente.
La vocación es un don de Dios y hay que creer, si deveras tenemos fe, que el Señor tiene un destino para cada quien, una vocación para cada uno y la puede tener para sus hijos. Y cuando se manifiesta el designio de Dios sobre alguno de tu familia, no te opongas, porque te vas a enfrentar con el juicio del Señor. ¿Cómo puede ser católico y cristiano uno que contradice la vocación de sus hijos? Y ustedes, familias cristianas, sepan que la vocación viene de Dios, viene por caminos muy ordinarios. Eternamente Dios escogió a alguien y en el tiempo lo llama y se vale de cualquier cosa para llamar: de una buena madre, de un buen catequista, de un buen maestro, de un buen sacerdote, etcétera, se vale el Señor para llamar. Pero siempre la llamada es del Señor.
Texto parcial de la homilía que pronunciada por el Cardenal Juan Sandoval Iñiguez, arzobispo de Guadalajara, durante la misa de clausura por la celebración del 250 aniversario de la fundación del Seminario Conciliar de Yucatán.