María es Adviento
Seguimos desgranando los días del Adviento, este camino interior de tono reflexivo que nos lleva hacia la Navidad, y en el cual preparamos nuestro corazón de la mejor manera para recibir al Niño que viene al mundo nada menos que para salvarnos del pecado y de la muerte. La Liturgia nos acompaña con lecturas de Isaías o rememorando a Juan el Bautista, para motivarnos y elevarnos espiritualmente en esa búsqueda de Jesús.
Y es llamativo contemplar cómo en medio de estas semanas de Adviento, se insertan dos grandes celebraciones de la Santísima Virgen: el día 8 de diciembre la Inmaculada Concepción de María Santísima, y el día 12 la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe. Ambas fechas nos muestran a María partícipe del Adviento. Señalan la fuerte presencia de la Madre en este tiempo litúrgico que nos conduce a Navidad.
Y eso no nos tiene que sorprender, ya que María es la Madre del Salvador, es la joven mujer pura e inmaculada que Dios eligió para Madre de su Hijo. La misma jovencita de Nazareth que dio su sí incondicional, lleno de amor, lleno de fe, lleno de entrega humilde y generosa. Así pues, María participa del Adviento desde la expectativa de su Hijo por nacer. Y es, por lo tanto, protagonista central de este tiempo litúrgico que vivimos pues ella alumbrará al Niño que nacerá en el pesebre de Belén.
María es Adviento… porque es la Madre de Jesús. De la misma manera que a lo largo de su vida terrena será también la Madre del amor, la Madre del dolor, la Madre de la agonía, la Madre de la Resurrección. Y hoy desde el cielo es Madre de la humanidad y Reina del Universo.
Aprendamos a invocarla, con particular devoción en estos días. Pidámosle que nos ayude a prepararnos para recibir de la mejor manera a Jesús. Que cada corazón sea un pesebre donde hagamos sitio con amor a ese Niño que hace dos mil años llegó al mundo y el mundo no lo recibió… no había lugar para él.
Faltan poco menos de diez días para Navidad. Tiempo suficiente para ir armando cada día, con pequeños gestos de fe y esperanza, nuestro “pesebre interior” cálido y lleno de amor, para decirle con alegría “¡Ven a mí, Jesús!”.
Felipe

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