La Soledad
Autor: Padre José Alcázar Godoy
Cierto día, le dijo una joven a su soledad: "¿No podrías buscarme un compañero que aliente mi corazón y comparta mis afectos?".
La soledad le contestó: "Ah, ¿un joven como tú que también esté solo y necesite alguien para compartir tus deseos? Me parece que no va a ser una tarea fácil, pero voy a intentarlo con el muchacho que vive en la otra ladera del valle.
Habitaba allí un joven solitario que añoraba comunicar los secretos de su corazón. En sus monólogos decía: "Soledad, enemiga mía, ¿serías capaz de proporcionarme un corazón a mi lado a quien comunicar cuanto llena el mío?".
La soledad contestó: "¿No te basta con mi compañía?".
Pero el joven dijo: “Todo lo que te cuento lo sepulta tu silencio. Nunca hallo
consuelo. Yo necesito un corazón vivo que me escuche, me sonría y me ame".
Entonces la soledad añadió: "No es una tarea fácil; sin embargo, lo intentaré con la joven que habita en la otra vertiente de la montaña".
Unos días después, la soledad los presentó. Se conocieron y acordaron reunirse cada atardecer para intercambiar las inquietudes que albergaban sus corazones.
Al encontrarse, siempre hablan a la vez, sin parar y sin escucharse; ella le da a a él su eterna soledad; y él, a ella, la suya. Mientras tanto, la soledad susurra a cada uno: “¡Permaneceré a tu lado mientras no escuches el secreto del otro!”.
Han pasado muchos años y los jóvenes son mayores. Cada atardecer se reúnen en la ladera del valle, trayendo cada uno de la mano a su soledad.
Autor: Padre José Alcázar Godoy
Cierto día, le dijo una joven a su soledad: "¿No podrías buscarme un compañero que aliente mi corazón y comparta mis afectos?".
La soledad le contestó: "Ah, ¿un joven como tú que también esté solo y necesite alguien para compartir tus deseos? Me parece que no va a ser una tarea fácil, pero voy a intentarlo con el muchacho que vive en la otra ladera del valle.
Habitaba allí un joven solitario que añoraba comunicar los secretos de su corazón. En sus monólogos decía: "Soledad, enemiga mía, ¿serías capaz de proporcionarme un corazón a mi lado a quien comunicar cuanto llena el mío?".
La soledad contestó: "¿No te basta con mi compañía?".
Pero el joven dijo: “Todo lo que te cuento lo sepulta tu silencio. Nunca hallo
consuelo. Yo necesito un corazón vivo que me escuche, me sonría y me ame".
Entonces la soledad añadió: "No es una tarea fácil; sin embargo, lo intentaré con la joven que habita en la otra vertiente de la montaña".
Unos días después, la soledad los presentó. Se conocieron y acordaron reunirse cada atardecer para intercambiar las inquietudes que albergaban sus corazones.
Al encontrarse, siempre hablan a la vez, sin parar y sin escucharse; ella le da a a él su eterna soledad; y él, a ella, la suya. Mientras tanto, la soledad susurra a cada uno: “¡Permaneceré a tu lado mientras no escuches el secreto del otro!”.
Han pasado muchos años y los jóvenes son mayores. Cada atardecer se reúnen en la ladera del valle, trayendo cada uno de la mano a su soledad.
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