No todo vale
Jesús va caminando hacia
Jerusalén. Su marcha no es la de un peregrino que sube al templo para cumplir
sus deberes religiosos. Según el Evangelio de Lucas, Jesús recorre ciudades y
aldeas “enseñando”. Hay algo que necesita comunicar a estas personas: Dios es un
Padre bueno que ofrece a todos su salvación. Todos son invitados a acoger su
perdón.
Su mensaje sorprende a todos. Los pecadores se llenan de alegría
al oír a Jesús hablar de la bondad sin medida de Dios: también ellos pueden
esperar la salvación. En los sectores fariseos, sin embargo, critican el mensaje
de Jesús y también cómo acoge a los recaudadores, las prostitutas y los
pecadores: ¿no está Jesús abriendo el camino hacia una relajación religiosa y
hacia una moral que no se puede aceptar?
Según el Evangelio de Lucas, un
desconocido interrumpe su marcha y le pregunta por el número de los que se
salvarán: ¿serán pocos?, ¿serán muchos?, ¿se salvarán todos?, ¿se salvarán sólo
los justos? Jesús no responde directamente a su pregunta. Lo importante no es
saber cuántos se salvarán. Lo decisivo es vivir con actitud lúcida y responsable
para acoger la salvación de ese Dios tan Bueno. Jesús quiere recordarlo a todos:
«Esfuércense por entrar por la puerta estrecha».
De esta manera, corta de
raíz la reacción de quienes entienden su mensaje como una invitación a la
facilidad. Sería burlarse de Dios Padre. La salvación no es algo que se recibe
de manera irresponsable de un Dios que lo permite todo. No es tampoco el
privilegio de algunos elegidos. No basta ser hijos de Abrahán. No es suficiente
haber conocido al Mesías.
Para acoger la salvación de Dios es necesario
esforzarnos, luchar, imitar al Padre, confiar en su perdón. Jesús no rebaja sus
exigencias: «Sean misericordiosos como el Padre de Ustedes es misericordioso»;
«No juzguen y no serán juzgados»; «Perdonen setenta veces siete» como el Padre
de Ustedes; «Busquen el Reino de Dios y su justicia».
Para entender
correctamente la invitación a «entrar por la puerta estrecha», debemos recordar
las palabras de Jesús que podemos leer en el Evangelio de Juan: «Yo soy la
puerta; si uno entra por mí, se salvará» (Juan 10,9). Entrar por la puerta
estrecha es «seguir a Jesús»; aprender a vivir como Él; tomar su cruz y confiar
en el Padre que lo ha resucitado.
En este seguimiento a Jesús, no todo
vale, no todo da lo mismo; debemos responder con fidelidad al amor del Padre. Lo
que Jesús pide no es el rigor de la ley, sino el amor radical a Dios y al
hermano. Por eso, el llamado que nos hace es fuente de exigencia, pero no de
angustia. Jesucristo es una puerta siempre abierta. Nadie la puede cerrar. Sólo
nosotros lo hacemos, cuando nos cerramos a su perdón.
José Antonio
Pagola
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