Te pido también por los que van a creer en mí
Pascua
Juan, 17, 20-26. Estar siempre alegres, sean constantes en orar, den gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios.
Por: José Enrique Anaya Degollado | Fuente: Catholic.net
Del santo Evangelio según san Juan, 17, 20-26
En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: «Padre, no sólo te pido por mis discípulos, sino también por los que van a creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti somos uno, a fin de que sean uno en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí para que su unidad sea perfecta y así el mundo conozca que tú me has enviado y que los amas, como me amas a mí. Padre, quiero que donde esté yo, estén también conmigo los que me has dado, para que contemplen mi gloria, la que me diste, porque me has amado desde antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido; pero yo sí te conozco y estos han conocido que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que me amas está en ellos y yo también en ellos.»
Oración Introductoria
Jesús, enséñame a orar. Creo en ti, y te doy gracias por el don de la fe. Tú te me has dado a conocer, me has enseñado que tu Padre es también mío. No tengo palabras para agradecerte este don. Ayúdame a corresponder viviendo como verdadero hijo de nuestro Padre Dios. Concédeme la gracia de amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas mis fuerzas.
Petición
Jesús, que me abra al amor de tu Padre, y aprenda a llamarlo: Padre nuestro.
Meditación del Papa Francisco
En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: «Padre, no sólo te pido por mis discípulos, sino también por los que van a creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti somos uno, a fin de que sean uno en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí para que su unidad sea perfecta y así el mundo conozca que tú me has enviado y que los amas, como me amas a mí. Padre, quiero que donde esté yo, estén también conmigo los que me has dado, para que contemplen mi gloria, la que me diste, porque me has amado desde antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido; pero yo sí te conozco y estos han conocido que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que me amas está en ellos y yo también en ellos.»
Oración Introductoria
Jesús, enséñame a orar. Creo en ti, y te doy gracias por el don de la fe. Tú te me has dado a conocer, me has enseñado que tu Padre es también mío. No tengo palabras para agradecerte este don. Ayúdame a corresponder viviendo como verdadero hijo de nuestro Padre Dios. Concédeme la gracia de amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas mis fuerzas.
Petición
Jesús, que me abra al amor de tu Padre, y aprenda a llamarlo: Padre nuestro.
Meditación del Papa Francisco
Jesús ora al Padre para que los suyos sean “perfectamente uno”: quiere que sean entre ellos “uno”, como Él y el Padre. Es su última petición antes de la Pasión, la más sentida: que haya comunión en la Iglesia. La comunión es esencial. El enemigo de Dios y del hombre, el diablo, no puede nada contra el Evangelio, contra la humilde fuerza de la oración y de los sacramentos, pero puede hacer mucho daño a la Iglesia tentando nuestra humanidad. Provoca la presunción, el juicio sobre los demás, las cerrazones y las divisiones. Él mismo es “el que divide” y a menudo comienza haciéndonos creer que somos buenos, quizá mejor que los demás: así tiene el terreno listo para sembrar la cizaña. Es la tentación de todas las comunidades y se puede insinuar también en los carismas más bonitos de la Iglesia. (Homilía de S.S. Francisco, 18 de marzo de 2016).
Reflexión
Todos somos hijos del mismo Padre. No nos pudo pasar algo más genial que tener un Papá como Dios, nuestro Señor. Con cuánta confianza debemos dirigirnos a Él, constantemente y con la simplicidad de un hijito pequeño. Hay momentos en la vida en los que sólo Él puede sostenernos y llevarnos adelante. ¡Jamás dudemos del amor de un Dios, que se nos ha manifestado como Padre Bueno! En la medida en que seamos conscientes de esta paternidad de Dios, en esa medida alcanzaremos la unidad que Él desea para nosotros.
Propósito
Rezaré un Padrenuestro en familia para ponernos en sus manos, y abandonarnos a su amor de Papá Dios.
Dialogo con Cristo
Jesús, enséñame a dialogar con nuestro Padre Dios, para confiarme enteramente a su Voluntad Santísima, y alcanzar esa familiaridad de la que Tú me has hecho partícipe con tu Encarnación. Gracias por ser como eres, y perdón por mis debilidades. No permitas que jamás dude de tu amor. No permitas que jamás me separe de ti. Tú me has dado a conocer su Nombre; me enseñaste a llamarle: «Abbá» -Papá-.
Ayúdame a ser el hijo que Él espera de mí. Dios ruega porque quiere ser más Padre que Señor. (San Pedro Crisiólogo, Sermón 108)
Reflexión
Todos somos hijos del mismo Padre. No nos pudo pasar algo más genial que tener un Papá como Dios, nuestro Señor. Con cuánta confianza debemos dirigirnos a Él, constantemente y con la simplicidad de un hijito pequeño. Hay momentos en la vida en los que sólo Él puede sostenernos y llevarnos adelante. ¡Jamás dudemos del amor de un Dios, que se nos ha manifestado como Padre Bueno! En la medida en que seamos conscientes de esta paternidad de Dios, en esa medida alcanzaremos la unidad que Él desea para nosotros.
Propósito
Rezaré un Padrenuestro en familia para ponernos en sus manos, y abandonarnos a su amor de Papá Dios.
Dialogo con Cristo
Jesús, enséñame a dialogar con nuestro Padre Dios, para confiarme enteramente a su Voluntad Santísima, y alcanzar esa familiaridad de la que Tú me has hecho partícipe con tu Encarnación. Gracias por ser como eres, y perdón por mis debilidades. No permitas que jamás dude de tu amor. No permitas que jamás me separe de ti. Tú me has dado a conocer su Nombre; me enseñaste a llamarle: «Abbá» -Papá-.
Ayúdame a ser el hijo que Él espera de mí. Dios ruega porque quiere ser más Padre que Señor. (San Pedro Crisiólogo, Sermón 108)