viernes, 25 de marzo de 2016

EL EVANGELIO DE HOY: VIERNES SANTO 25 DE MARZO DEL 2016


Pasión y muerte de Jesús. Todo está cumplido...
Cuaresma y Semana Santa


Juan 18, 1-19, 42. Viernes Santo. Pidamos la gracia de recordar los dolores de Cristo crucificado. 


Por: José Cisneros | Fuente: Catholic.net 



Del santo Evangelio según san Juan 18, 1-19, 42
En aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos.
Entonces Judas tomó un batallón de soldados y guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos y entró en el huerto con linternas, antorchas y armas.
Jesús, sabiendo todo lo que iba a suceder, se adelantó y les dijo: "¿A quién buscan?". Le contestaron: "A Jesús, el nazareno". Les dijo Jesús: "Yo soy". Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles "Yo soy", retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús les volvió a preguntar: "¿A quién buscan?". Ellos dijeron: "A Jesús, el nazareno". Jesús contestó: "Les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que éstos se vayan". Así se cumplió lo que Jesús había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me diste".
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: "Mete la espada en la vaina. ¿No voy a beber el cáliz que me ha dado mi Padre?".
El batallón, su comandante y los criados de los judíos apresaron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año. Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: "Conviene que muera un solo hombre por el pueblo".


Simón Pedro y otro discípulo iban siguiendo a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló con la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: "¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?". Él dijo: "No lo soy". Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó: "Yo he hablado abiertamente al mundo y he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, sobre lo que les he hablado. Ellos saben lo que he dicho".
Apenas dijo esto, uno de los guardias le dio una bofetada a Jesús, diciéndole: "¿Así contestas al sumo sacerdote?". Jesús le respondió: "Si he faltado al hablar, demuestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?" Entonces Anás lo envió atado a Caifás, el sumo sacerdote.
Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron: "¿No eres tú también uno de sus discípulos?". Él lo negó diciendo: "No lo soy". Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquél a quien Pedro le había cortado la oreja, le dijo: "¿Qué no te vi yo con él en el huerto?". Pedro volvió a negarlo y enseguida cantó un gallo.
Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era muy de mañana y ellos no entraron en el palacio para no incurrir en impureza y poder así comer la cena de Pascua.
Salió entonces Pilato a donde estaban ellos y les dijo: "¿De qué acusan a este hombre?". Le contestaron: «Si éste no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos traído». Pilato les dijo: "Pues llévenselo y júzguenlo según su ley". Los judíos le respondieron: "No estamos autorizados a dar muerte a nadie". Así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: "¿Eres Tú el rey de los judíos?". Jesús le contestó: "¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?". Pilato le respondió: "¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?". Jesús le contestó: "Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí". Pilato le dijo: "¿Con que tú eres rey?". Jesús le contestó: "Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz". Pilato le dijo: "¿Y qué es la verdad?".
Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: "No encuentro en él ninguna culpa. Entre ustedes es costumbre que por Pascua ponga en libertad a un preso. ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?". Pero todos ellos gritaron: "¡No, a ése no! ¡A Barrabás!" (El tal Barrabás era un bandido).
Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le echaron encima un manto color púrpura, y acercándose a Él, le decían: "¡Viva el rey de los judíos!», y le daban de bofetadas.
Pilato salió otra vez y les dijo: «Aquí lo traigo para que sepan que no encuentro en Él ninguna culpa". Salió, pues, Jesús, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: "Aquí está el hombre". Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y sus servidores gritaron: "¡Crucifícalo, crucifícalo!". Pilato les dijo: "Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en él". Los judíos le contestaron: "Nosotros tenemos una ley y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios".
Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más, y entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: "¿De dónde eres Tú?". Pero Jesús no le respondió. Pilato le dijo entonces: "¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?". Jesús le contestó: "No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor".
Desde ese momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: "¡Si sueltas a ése, no eres amigo del César!; porque todo el que pretende ser rey, es enemigo del César". Al oír estas palabras, Pilato sacó a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman "el Enlosado" (en hebreo Gábbata). Era el día de la preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: "Aquí tienen a su rey". Ellos gritaron: "¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!" Pilato les dijo: "¿A su rey voy a crucificar?". Contestaron los sumos sacerdotes: "No tenemos más rey que el César". Entonces se los entregó para que lo crucificaran.
Tomaron a Jesús y Él, cargando con la cruz, se dirigió hacia el sitio llamado "la Calavera" (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno de cada lado, y en medio Jesús. Pilato mandó escribir un letrero y ponerlo encima de la cruz; en él estaba escrito: "Jesús el nazareno, el rey de los judíos". Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato: "No escribas: 'El rey de los judíos', sino: Este ha dicho: 'Soy rey de los judíos' ". Pilato les contestó: "Lo escrito, escrito está".
Cuando crucificaron a Jesús, los soldados cogieron su ropa e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: "No la rasguemos, sino echemos suertes para ver a quién le toca". Así se cumplió lo que dice la Escritura: Se repartieron mi ropa y echaron a suerte mi túnica. Y eso hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: "Mujer, ahí está tu hijo". Luego dijo al discípulo: "Ahí está tu madre". Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.
Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: "Tengo sed". Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo: "Todo está cumplido", e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Entonces, los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificados con él. Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua.
El que vio da testimonio de esto y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice la Escritura: No le quebrarán ningún hueso; y en otro lugar la Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que lo dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo.
Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mezcla de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con esos aromas, según se acostumbra enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo, donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la preparación de la Pascua y el sepulcro estaba cerca, allí pusieron a Jesús.
Oración introductoria
¡Ven Espíritu Santo! Me concedes este día para poder acompañar a Cristo en su pasión. No quiero evadir ni olvidar toda la crueldad y maldad que vives por causa de mis pecados. Que esta oración sea el inicio de un día en donde no te escatime tiempo ni esfuerzo para saber contemplarte en tu pasión y muerte.

Petición
Señor, ayúdame a vivir un ayuno gozoso al saber renunciar a todo lo que no sea tu santa voluntad.

Meditación del Papa Francisco
Imprime, Señor, en nuestros corazones sentimientos de fe, de esperanza, de caridad, de dolor por nuestros pecados. Y llévanos a arrepentirnos de nuestros pecados que te han crucificado. Llévanos a transformar nuestra conversión hecha de palabras, en conversión de vida y de obras. Llévanos a mantener en nosotros un recuerdo vivo de tu rostro desfigurado, para no olvidar nunca el alto precio que has pagado para liberarnos.
Jesús crucificado, refuerza en nosotros la fe, que no caiga frente a la tentación. Reviva en nosotros la esperanza, que no se desvanezca siguiendo las seducciones del mundo.
Cuida en nosotros la caridad, que no se deje engañar por la corrupción y la mundanidad. Enséñanos que la cruz es vía a la Resurrección. Enséñanos que el Viernes Santo es camino hacia la Pascua de la luz. Enséñanos que Dios no olvida nunca a ninguno de sus hijos, y no se cansa nunca de perdonarnos y abrazarnos con su infinita misericordia. Pero enséñanos también a no cansarnos nunca de pedir perdón y creer en la misericordia sin límites del Padre.
Alma de Cristo, santifícanos. Cuerpo de Cristo, sálvanos. Sangre de Cristo, embriáganos. Agua del costado de Cristo, lávanos. Pasión de Cristo, confórtanos. Oh buen Jesús, óyenos. Dentro de tus llagas, escóndenos. No permitas, que nos separemos de ti. Del enemigo malo, defiéndenos. En la hora de nuestra muerte, llámanos. Y mándanos ir a ti, para que te alabemos con tus santos, por los siglos de los siglos. Amén. (Homilía de S.S. Francisco, 3 de abril de 2015).
Reflexión
La vida del cristiano es un "via crucis" si se acepta la invitación de Jesús de llevar la propia cruz detrás de Él cada día.

Podemos ser condenados al desprecio, podemos sentir el silencio que hiere y condena nuestra fidelidad cristiana. En nuestro "via crucis" hay también momentos de caída, de fragilidad y de cansancio, pero también nosotros tenemos una Madre (María) que nos acompaña en nuestro caminar como a Jesús.

El camino de la cruz de Cristo y el nuestro son unas vías de salvación y de apostolado, porque hemos sido invitados a colaborar en la salvación de nuestros hermanos. Todos los cristianos somos responsables del destino eterno de quienes nos rodean. Cristo nos enseña con la cruz a salir de nosotros mismos, y a dar así un sentido apostólico a nuestra vida.

Cuando contemplemos el crucifijo, cuando veamos la figura sufriente de Cristo en la cruz, pidamos la gracia de recordar que los dolores de Cristo crucificado son fruto del pecado. Evitemos, y pidamos la fortaleza a Dios para ello, cada una de las ocasiones de pecado que se nos presenten en nuestras vidas.

Propósito
Rezar, preferentemente en familia, un vía crucis.

Diálogo con Cristo
Señor Jesús, el ambiente me invita a rehuir todo lo que implique sacrificio, dolor, renuncia. Con tu pasión y muerte me invitas a lo contrario: a recorrer el camino áspero y estrecho de la cruz. Y la verdad es que sé que quiero colaborar en la obra de la salvación, pero sin sufrir, sin renunciar a «mis» haberes. Pero también sé que Tú te las ingenias para darme la sabiduría y la fuerza para renunciar, aunque me cueste, a todo eso que me aparta de Ti. Así, día a día, mi desprendimiento será mayor, aunque no me guste el sacrificio, si vivo la espiritualidad de cruz y de abnegación, por amor, que me propone tu Iglesia

CONTEMPLANDO LA SEMANA SANTA: VIERNES SANTO


Contemplando la Semana Santa: Viernes Santo
Hoy es un día de recogimiento, de acompañar a Jesús en su dolor, en su sufrimiento, en su muerte. 
Por: Juan Pablo II 


Meditación: Contemplando la Semana Santa
Hoy es un día de recogimiento, de acompañar a Jesús en su dolor, en su sufrimiento, en su muerte. Hoy le acompañamos en su juicio ante Pilato, en la flagelación y coronación de espinas, en su camino al Calvario y en la cruz. Nuestra oración de hoy ha de ser de contemplación, de agradecimiento, de intimidad.

“ ¡Adorámoste, Cristo Jesús!
Te adoramos, nos ponemos de rodillas.
No hallamos palabras ni gestos suficientes
para expresarte la veneración,
con la que nos sentimos
compenetrados ante tu cruz;
con la que nos sentimos
compenetrados ante tu humillación
hasta la muerte;
con la que nos sentimos
compenetrados ante el don de la redención,
ofrecido a toda la humanidad
—a todos y a cada uno—
mediante la sumisión total e incondicionada
de tu voluntad a la voluntad del Padre.


"Porque, amó tanto Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo" (Jn 3, 16).
Y el Hijo. Cristo Jesús, "a pesar de tener la forma de Dios, no reputó como botín (codiciable) ser igual a Dios; antes... tomando la forma de siervo... se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz..." (Flp 2, 6-8).

Por esto precisamente se ha convertido en el Señor de nuestras almas: Redentor del mundo. Y precisamente por esto nos ha revelado hasta lo último el amor de Dios al hombre: el amor del Padre. Lo ha revelado en Sí mismo: en Sí, obediente hasta la muerte. Lo ha revelado, asumiendo la condición de siervo: de aquel Siervo de Yavé ya anunciado por Isaías:

«El soportó nuestros sufrimientos  y cargó nuestros dolores,  mientras que nosotros le tuvimos por castigado,  herido por Dios y abatido.  Fue traspasado por nuestras iniquidades  y molido por nuestrospecados.  El castigo de nuestra paz fue sobre él,  y en sus llagas hemos sido curados.  Todos nosotros andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su camino,  y Yavé cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros.

»Maltratado, mas él se sometió,  no abrió la boca,  como cordero llevado al matadero,  como oveja muda ante los trasquiladores.  Por la fatiga de su alma verá  y se saciará de su conocimiento.  El Justo, mi Siervo, justificará a muchos  y cargará con las iniquidades de ellos. Por eso Yo le daré por parte suya muchedumbres,  y dividirá la presa con los poderosos  por haberse entregado a la muerte  y haber sido contado entre los pecadores,  llevando sobre Sí los pecados de muchos  e intercediendo por los pecadores» (Is 53, 4-7. 11-12).”

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS: VIERNES SANTO 25 DE MARZO DEL 2016


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Marzo 25




Es bueno hacer lo que Dios quiere; pero quizás sea mejor, y cueste más, querer lo que Dios hace.
Y todavía puedes dar otro paso adelante: querer lo que Dios hace, pero quererlo con amor; porque lo que en la vida se hace sin amor, vale muy poco; en cambio, lo que se hace con amor, cuánto se estima.
Entre un ramo de flores que te tiran a la cara, o el capullito que te ofrecen con cariño, seguramente tú preferirás lo segundo. Si las cosas de tu vida las realizas con amor y por amor, nadie te preguntará qué es lo que has hecho, sino más bien se fijarán en el amor con que las has hecho.
Nadie te preguntará; tampoco Dios, que no se fija tanto en lo que hacemos cuanto en el amor con que lo hacemos. Ama; esta es la ley, el consejo, la meta, el todo.
“Pongan todo el empeño posible en unir a la fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la perseverancia, a la perseverancia la piedad, a la piedad el espíritu fraterno, al espíritu fraterno el amor” (2 Pe 1,,5-6).


* P. Alfonso Milagro

POR QUÉ DIOS ME HA HECHO SUFRIR TANTO?


¿Por qué Dios me ha hecho sufrir tanto?
Al pensar en esto me viene a la mente la escena del evangelio en que Cristo se hallaba clavado en la cruz


Por: Victor Orozco | Fuente: lc.blog 




Si algún día encontrara a una persona que me hiciera esa pregunta, no sabría exactamente cómo responder. Podría decir muchas cosas, pero me engañaría, porque, en el fondo, yo no tengo la respuesta.

Al pensar en esto me viene a la mente la escena del evangelio en que Cristo se hallaba clavado en la cruz y con las pocas fuerzas que le quedaban gritó: ¡Dios mío, porqué me has abandonado! Con esta exclamación Jesús se hizo portavoz a todos aquellos hombres y mujeres que sufren mucho y que claman a Dios.

No dejemos de ver la cruz, pues si la miramos con atención nos dará una gran sorpresa y quizá incluso nos indique el camino para encontrar el sentido del sufrimiento en la vida del hombre.

El evangelio nos cuenta que a cada lado de Jesús había un ladrón. Uno le insultaba, el otro, en cambio, se puso a defenderlo. Estos dos ladrones bien pueden ser una representación de la humanidad. Ante la cruz, ante el dolor y sufrimiento, se ponen de un lado los que ignoran o rechazan a Dios. A veces ellos desahogan su rencor acumulado en un dios que les resulta mudo e impotente. Se burlan de él. Del otro lado está el ladrón que representa la otra parte de la humanidad, aquellos que sufren, pero encuentran en Dios consuelo y esperanza. Ante las mismas circunstancian, dos actitudes totalmente distintas.

Pero allí no termina todo. El buen ladrón no se limitó a defender a Jesús. Aprovechó para pedirle un favor a Cristo. ¡Cómo es posible! ¡Si esto no apareciera en el evangelio entonces sería algo ridículo! Una persona que le pide un favor a un moribundo castigado por la justicia y que se encuentra colgado de una cruz. Además ¡Qué favor! Ni más ni menos que la gracia de ir al cielo. Meditar en esto me conmueve. El buen ladrón no comprendería muchas cosas, pero una cosa la tenía bien clara: Aquel hombre, Jesús de Nazaret, tenía el poder para llevar a una persona al paraíso. El buen ladrón, aquel día, se abandonó totalmente en las manos de Dios.

Seguramente a Jesús le conmovió la confianza de Dimas, pues tuvo a bien responderle: yo te aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso. De este modo Dimas se convirtió en el hombre más dichoso del mundo. No importaron sus muchas maldades ni sus pecados. Creyó totalmente en Cristo, se abandonó en sus brazos y obtuvo lo que un ser humano más podría desear, la vida eterna, el paraíso. Su único mérito fue estar en el lugar indicado en el momento justo y confiar. Aquel día tuvo lugar el robo más grande de la historia, un ladrón le robó ni más ni menos que el paraíso a Dios y se lo robó por un simple acto de confianza en él.

Yo no sé por qué Dios permite que gente inocente y buena sufra, no tengo la respuesta ni la solución; pero entre tanta oscuridad todo hombre puede tener la seguridad de que Dios no le ha abandonado, de que Dios no le rechaza y de que si se abandona totalmente en sus brazos, entonces encontrará consuelo y paz en medio de tanto dolor.

Es verdad, Jesús mismo le gritó a Dios sobre la cruz: “Dios mío, por qué me has abandonado”; pero no es menos cierto que las últimas palabras del redentor fueron un acto de confianza y abandono total. “En tus manos, Padre, encomiendo mi Espíritu”.

REFLEXIÓN DEL VIERNES SANTO


Viernes Santo



La muerte en una cruz constituía una pena denigrante, tanto que estaba destinada sólo para los esclavos, los provincianos y los criminales más bajos. No era común, por ejemplo, que se crucificara a un ciudadano romano; ellos tenían derechos que los protegían para no recibir esa muerte. Pero Jesús, siendo judío, y habiendo atentado con sus enseñanzas contra las más preciadas instituciones religiosas y políticas, tanto romanas como judías, fue condenado al vilipendio de la cruz. ¡Crucifícale!, fue el grito enfurecido de una turba de fanáticos que creían que Jesús debía morir a causa de su irreverencia.

Caifás, como sumo sacerdote, convino con la muerte de Jesús por considerarlo un blasfemo. Anás, sacerdote suegro de Caifás, investigó a Jesús y decidió que era oportuno darle muerte porque sus palabras eran una agresión al orden religioso de su tiempo. Herodes Antipas, el gobernador, y Poncio Pilato el procurador, se burlaron de él y profirieron la sentencia por conveniencias políticas. Todos por igual, religiosos y políticos, ciudadanos y gobernantes, concertaron la muerte de Jesús y juntos lo condujeron al castigo de la cruz.

La verdad es que Jesús sufrió una muerte violenta por ser fiel a la verdad predicada y por hacer el bien. Su vida y sus principios atrajeron la furia de muchos. No soportaron que sanara a un paralítico porque lo había hecho el día equivocado; no admitieron que se acercara a los marginados y excluidos; no aceptaron que hiciera milagros sin el consentimiento de la jerarquía religiosa; no asintieron que el amor, como él decía, fuera la ley suprema de la vida. Fue perseguido por presentar el rostro generoso de Dios y por hacer presente, por medio de sus acciones, la bondad de ese Dios. Todo esto irritó a quienes se arrogaban la supremacía de la fe y creían que el poder político era intocable.

Jesús murió en medio de una oscura trama de equívocos humanos. Es cierto. Pero su muerte tenía propósitos que trascendían el límite de esa historia terrenal en cumplimiento de los propósitos establecidos por Dios para la humanidad entera. ¡He ahí el meollo de su muerte sacrificial! En la cena de la noche anterior había dicho: «Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos para el perdón de pecados» (Mateo 26.28). Jesús vivió en función de los demás y murió en coherencia con ese mismo destino. Se entregó en la cruz y lo hizo para que todos tuviéramos perdón de pecados; esa fue una entrega consecuente con su vida de servicio. Nada de absurdo había en ella; tampoco nada parecido a un inesperado y trágico final.

La muerte de Jesús es una expresión del amor de Dios; gracias a ella es posible el perdón del Señor: «El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo, para que, ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados» (1 Juan 4.10). Es el perdón de Dios y la reconciliación con él lo que está en el centro de la celebración del Viernes Santo. Podemos, entonces, entablar una nueva relación con Dios; estar en paz con él, coexistir en relaciones armoniosas con los demás —que cuánta falta nos hace en este momento de guerras infames—, y vivir una existencia reconciliada con nosotros mismos y con la creación.

Todo eso es posible por medio del crucificado quien se entregó y nos amó para que la entrega y el amor sean posibles entre nosotros. ¡Un mundo distinto es posible!

GIFS Y IMÁGENES DE VIERNES SANTO











jueves, 24 de marzo de 2016

LOS CINCO MINUTOS DE DIOS: JUEVES 24 DE MARZO DEL 2016


LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Marzo 24


Todos aborrecemos la guerra y somos partidarios de la paz; pero una cosa es ser partidario de la paz y otra ser constructor de la paz, difusor de la paz.

Queremos la paz en el mundo, pero será imposible implantar la paz en el mundo si primero no reina la paz en nuestra patria; la paz en la patria se fundamenta en la paz de los hogares; pero es utópico pretender la paz en la familia si cada uno de nosotros no goza de paz en su interior.

Solamente el hombre que es pacífico consigo mismo será pacífico con los demás.

Para ser pacífico, es preciso ser un hombre de buena voluntad, pues solamente a los hombres de buena voluntad se ha prometido la paz.
Pero no olvidemos que no podemos ser hombres de buena voluntad sino somos hombres de Dios, si no cumplimos siempre y en todo la voluntad de Dios.

“¿De dónde proceden las guerras y las luchas que hay entre ustedes? ¿No es de las pasiones, que combaten en sus miembros? Ambicionan, y si no consiguen lo que desean, matan; envidian, y al no alcanzar lo que pretenden, combaten y hacen la guerra” (Sant 4, 1-2). Si así eran aquellos primeros cristianos, los de ahora no somos mucho mejores, no hemos adelantado tanto; y si el cristiano no es pacífico, el mundo no puede tener paz.


* P. Alfonso Milagro

EL EVANGELIO DE HOY JUEVES SANTO; 24 DE MARZO DEL 2016


Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?
Cuaresma y Semana Santa

Juan 13, 1-15. Jueves Santo. Jesús, enséñame a quererte, como tú me quieres, enséñame a ver tu rostro en el rostro de mis semejantes. 


Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net 



Del santo Evangelio según san Juan 13, 1-15
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?» Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde». Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza». Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos». Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos». Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros.

Oración introductoria
Ven, Espíritu Santo, dame tu luz para comprender que el amor, para que realmente sea amor, tiene que concretarse en obras. ¡Tengo tanto que aprender de ti, Señor! Creo, espero y te amo tanto que quiero, con tu gracia, llegar a ser otro Cristo para los demás.

Petición
Señor, ayúdame a vivir desde hoy con una actitud de servicio y disponibilidad.

Meditación del Papa Francisco
Todos sabemos que vivir es caminar, vivir es andar por distintos caminos, distintos senderos que dejan su marca en nuestra vida.
Por la fe sabemos que Jesús nos busca, quiere sanar nuestras heridas, curar nuestros pies de las llagas de un andar cargado de soledad, limpiarnos del polvo que se fue impregnando por los caminos que cada uno tuvo que transitar. Jesús no nos pregunta por dónde anduvimos, no nos interroga qué estuvimos haciendo. Por el contrario, nos dice: “Si no te lavo los pies, no podrás ser de los míos”. Si no te lavo los pies, no podré darte la vida que el Padre siempre soñó, la vida para la cual te creó. Él viene a nuestro encuentro para calzarnos de nuevo con la dignidad de los hijos de Dios. Nos quiere ayudar a recomponer nuestro andar, reemprender nuestro caminar, recuperar nuestra esperanza, restituirnos en la fe y en la confianza. Quiere que volvamos a los caminos, a la vida, sintiendo que tenemos una misión; que este tiempo de reclusión nunca ha sido y nunca será sinónimo de expulsión.
Vivir supone ensuciarse los pies por los caminos polvorientos de la vida, de la historia. Todos tenemos necesidad de ser purificados, de ser lavados. (Homilía de S.S. Francisco,  27 de septiembre de 2015).
Reflexión
Con este pasaje del Evangelio de San Juan quedamos introducidos en la parte central de los acontecimientos más relevantes de nuestra fe. Ya estamos de lleno en ellos. LA ÚLTIMA CENA.

Jesús quiere despedirse de sus seguidores. de sus compañeros, de sus amigos. Otra vez su gran humildad. Su gesto fino y lleno de ternura. Va lavándole los pies a aquellos hombres que lo habían visto ordenar a los vientos y a las olas la quietud en la tormenta, que le habían visto dar la luz a los ojos de los ciegos, hacer andar a los paralíticos, sanar a los leprosos, resucitar a los muertos. Que lo habían visto radiante como el sol en su Transfiguración y ahora, con un amor inconmensurable, con una humildad sin límites les está lavando los pies.

Pedro está asustado, no acierta a comprender, pero ante las palabras de Jesús y con su vehemencia natural, le pide que le lave de los pies a la cabeza. Jesús va más allá, está pensando en la humanidad y en esta humanidad estoy yo y falta poco para que no seamos lavados con agua, sino con su sangre que nos limpia y nos redime.

Jesús, entre los doce están los pies de aquel que te va a traicionar. Y creo que tus manos tuvieron que temblar al lavar los pies de Judas. Acariciaste aquellos pies con amor y con tristeza y nos mandaste hacer eso mismo con nuestros semejantes, sin distinciones de este por que me cae bien o de este no por que me cae mal. ¡Que yo no olvide tu ejemplo y tu mandato, Señor!.

Que a todos los que me rodean en mi cotidiano vivir yo los acepte como son y tenga ante ellos esa postura de amor y de humildad que tú nos pides.

Y nuestra pobre mente no alcanza a comprender todo el profundo significado de este acto. Ya antes de morir te estás anonadando ante los hombres y después otra locura de ese amor que te abrasa el alma, que quema tu corazón por ello no quisiste dejarnos solos y poco después, haces del pan tu Cuerpo y del vino tu Sangre y te quedas para ser nuestro alimento.

Y ahora, presente en esa Hostia donde los ojos del que "se hizo hombre y habitó entre nosotros" nos miran con su infinito amor le podemos decir eso que siempre espera.

Propósito
Acercarme al sacramento de la reconciliación (confesión) para vivir plenamente el Triduo Pascual.

Diálogo con Cristo
Jesús Sacramentado, de rodillas te pedimos: Jesús, enséñame a quererte, como tú me quieres, enséñame a ver tu rostro en el rostro de mis semejantes, enséñame, Jesús a ser buena, a que tú seas el Eje de mi vida, esa vida que hoy pongo en tus manos. Señor, tenme muy cerca de tu corazón y enséñame a acompañarte a Tí y a tu Santísima Madre con mi oración en todos los amargos tormentos de la ya muy cercana muerte de cruz Amén.

LUZ PARA EL CAMINO


Luz para el camino



La noche del 5 de abril de 1754 moría Catalina Thomas.
En el cuarto había tal oscuridad que alguien suplicó: Por favor, ¿quién trae una vela? La moribunda 
aclaró: “Traigan alguna luz para ustedes; para mí el sol está brillando como nunca”.

REZAR POR LOS VIVOS Y MUERTOS: UNA FORMA DE SER MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE


Rezar por los vivos y muertos: una forma de ser misericordiosos como el Padre
Este Año de la Misericordia es una excelente oportunidad para poner en práctica esta obra


Por: Ronny Alfaro | Fuente: Catholic.net 




Misericordia

Misericordia es una palabra compuesta por “miseria” y “cor”, cuyos significados respectivos son miseria y corazón. Con base en esto, se han realizado una serie de interpretaciones sobre su significado. Uno de ellos lo da San Agustín, quien propone la miseria como aquel estado en que la persona ha perdido todo, excepto su vida, una persona que está dando sus últimos alientos antes de morir; y propone el corazón como ese órgano ardiente que quema la miseria, y es capaz de dar y mantener a alguien con vida.

Es decir, misericordia significa devolver la vida, la esperanza y el consuelo a aquel que estaba en la miseria, que lo había perdido todo, que se sentía solo, desamparado, sin dignidad; es mostrarle a la persona que ha cometido un error, una mirada de amor, de perdón, de empatía; no significa que se le acepte lo que ha hecho mal, pero sí que le haga sentir que tiene oportunidades para ponerse de pie y comenzar de nuevo; es darle una oportunidad para que vuelva a la vida.

Las obras de misericordia

La Iglesia Católica propone una serie de obras, tanto corporales como espirituales, con las cuales, como se ha mencionado, una persona puede devolver la vida a alguien que ha llegado a la miseria. Dichas obras son capaces de levantar a una persona que ha caído y necesita de alguien que le tienda una mano. A todas estas acciones con las cuales se pone en práctica este concepto, se les llama obras de misericordia.


Obras de misericordia espirituales

Como indica el Catecismo de la Iglesia Católica en el numeral 362, “La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual.” Es decir, toda persona tiene una dimensión espiritual la cual rompe las barreras del espacio y del tiempo, de manera que, en cierta forma, se puede estar unido a otras personas sin importar el lugar o el momento en que se encuentre; ya sea que se encuentre en este mundo o que haya partido de él, como lo afirma el Catecismo de la Iglesia en el numeral 953, refiriéndose a la comunión de los santos.

Una de esas obras de misericordia es rezar por los vivos y por los difuntos, pues los efectos de la oración cumplen las características propias de nuestra condición espiritual.

La oración

La Iglesia nos invita a orar por los vivos y los difuntos; pero, ¿qué es la oración? A través de los años, se han dado muchas definiciones; una de ellas la presenta el numeral 2559 del Catecismo de la Iglesia, donde afirma que es “…la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes”; y como Santa Teresa del Niño Jesús decía: “Es un impulso del corazón”, con el cual se puede interceder ante Él.

Rezar por los vivos

Muchas veces una persona se acerca a otra para decirle: “Rece por mí”, o bien “Rece por mi hermano, amigo, o abuelo”; quizás porque hay algún problema que le está afligiendo, le hace caer en la desesperanza y en algunos casos ir perdiendo el sentido de la vida; y tiene la confianza de pedirle a la otra persona que interceda ante Dios, pues cree firmemente que Él escucha las súplicas que se le envían.

Pero, ¿cómo saber si las oraciones de verdad son escuchadas por el Padre? En numerosos pasajes de los Evangelios, Jesús mismo invita a las personas que le seguían a que pidieran confiadamente al Padre, porque sabe que su Padre realmente escucha las súplicas y las atiende según sea Su Voluntad. (Cf. Mt 7:7-11; Mt 18:19-20; Mt 21:22; Mc 11:24-26; Jn 15:7; Jn 14:13; Jn 15:16)

Algunos ejemplos escritos en el Nuevo Testamento son: la intercesión de María en el milagro de las bodas de Caná (Jn 2:1-11), con la mujer cananea que pide por su hija enferma (Mt 15: 21-28), y con el padre de un epiléptico que se arrodilla ante Jesús (Mt 17:14-20). En estos ejemplos se demuestra cómo quien se acerca a Jesús y pide al Padre por otras personas, Este escucha a su Hijo y concede lo que aquel esté necesitando.  

Rezar por los difuntos

Quizás se haya escuchado de parte de muchas personas, en especial de las “no católicas”, que de nada sirve rezar por los que ya han muerto, y la mayoría de las veces se basan en Eclesiastés 9:5 (donde se afirma que los muertos dejan de existir, por lo que es inútil pedir por ellos) y en que en las Escrituras nunca se pide orar por ellos.

Lo primero que habría que señalar es que el Eclesiastés es un libro del Antiguo Testamento, y el Pueblo de Israel, en ese tiempo, estaba confuso en cuanto a creer o no en una vida después de la muerte, por lo que existía cierta división (Cf. Hechos 23:7-8). Con la venida de Jesucristo al mundo, Dios deja claro que después de la muerte al hombre le espera, ya sea contemplar Su Gloria en el Cielo o el “llanto y rechinar de dientes”, es decir, el Infierno. Por lo tanto, si una persona cree en Cristo, sin importar que sea católico o no, necesariamente debe creer en las palabras escritas en el Nuevo Testamento, pues en este se da la plenitud del mensaje de salvación desarrollado progresivamente en los libros del Antiguo Testamento… Cristo vino a darle plenitud a la ley. (Cf. Mt 5:17)

Ahora, si se mira con cuidado lo que dice Jesús en los Evangelios, queda claro su mensaje de que cualquier cosa que pidamos al Padre, Él la concederá; no hace excepciones, ni notas aclaratorias que señalen que de nada vale pedir por los que ya han muerto.

En lugar de ello, más bien Jesús ora, y le devuelve la vida a Lázaro ante la petición de Marta y María (Jn 11:17-44); a la hija de Jairo cuando este le implora que la sane (Mc 5:21-43); o al hijo de la viuda de Naín (Lc 7:11-17). Cristo hace esto porque sabe que es igual de importante pedir por los vivos que por los muertos, pues Él de la misma manera está dispuesto a acoger con ternura las súplicas y a actuar según Su Voluntad.     

Purgatorio

También en esta parte es importante hacer mención del purgatorio. El Catecismo de la Iglesia, en los numerales 1030 y 1031, lo explican como “…la purificación final de los elegidos…”, es decir, que aquellos que mueren en gracia y amistad de Dios, pero no purificados del todo, necesitan ser abrazados por el fuego del Espíritu Santo, “…a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del Cielo.”

Bíblicamente, Pablo expresa que en el día del Juicio “…el fuego probará la obra de cada cual: si su obra resiste al fuego será premiado... él se salvará, pero como quien pasa por el fuego” (1Co 3:13-15). Este proceso de purificación se puede acelerar mediante prácticas como la oración (Cf. 2 Macabeos 12:46); de ahí las intenciones particulares que se presentan en las Eucaristías, y la Celebración de los Fieles Difuntos donde se pide por todos los muertos, incluso por aquellos de los que nadie se acuerda. Ahora bien, muchos niegan la existencia del purgatorio argumentando que esa palabra no se encuentra en la Biblia; sin embargo, las palabras Encarnación y Trinidad tampoco aparecen, pero son necesarias para explicar los misterios de Nuestra Redención.

Conclusión

Entonces, ¿para qué orar por los vivos y por los difuntos? Oramos por los vivos para que Dios, en lo infinito de su Amor y Misericordia, devuelva la esperanza, la ilusión, las ganas de vivir a aquellas personas que las han perdido, que han caído en la miseria. Y oramos por los muertos para que Él, en su infinita Bondad y Misericordia, acelere el proceso de purificación del alma en el purgatorio. De esta manera se espera que acoja más prontamente en su Santo Reino a los que han partido de este mundo y les conceda gozar de la Vida Eterna que es la meta a la cual todos los cristianos aspiran alcanzar.

Este Año de la Misericordia es una excelente oportunidad para poner en práctica esta obra, y así ser como el Padre, rico en Ternura y Misericordia, el cual, por medio de su Hijo ha prometido: “Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 7:7).

LA ORACIÓN EN LA AGONÍA DE GETSEMANÍ


La oración en la agonía de Getsemaní
Pasión de Nuestro Señor: Pasión de la Iglesia




I. Después de la Última Cena, Jesús tiene una inmensa necesidad de orar. Su alma está triste hasta la muerte. En el Huerto de los Olivos cae abatido: se postró rostro en tierra (Mateo 26, 39), precisa San Mateo. "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea yo como quiero, sino como quieres Tú". En Jesús se unen a la tristeza, un tedio y una angustia mortales.

Buscó apoyarse en la compañía de sus amigos íntimos y los encontró durmiendo; pero, entre tanto, uno no dormía; el traidor conjuraba con sus enemigos. Él, que es la misma inocencia, carga con los pecados de todos y cada uno de los hombres, y se ofreció, con cuánto amor, como Víctima para pagar personalmente todas nuestras deudas... y de cuántos solo recibe olvido y menosprecio.

¡Cuánto hemos de agradecer al Señor su sacrificio voluntario para librarnos del pecado y de la muerte eterna! En nuestra vida puede haber momentos de profundo dolor, en que cueste aceptar la Voluntad de Dios, con tentaciones de desaliento. La imagen de la Agonía de Jesús en el Huerto de los Olivos nos enseña a abrazar la Voluntad de Dios, sin poner obstáculo alguno ni condiciones, aunque por momentos pidamos ser librados, con tal de que así pudiésemos identificarnos con la Voluntad de Dios. Debe ser una oración perseverante.

II. Hemos de rezar siempre, por nosotros y por la Iglesia; pero hay momentos en que esa oración se ha de intensificar, cuando la lucha se hace más dura; abandonarla sería como dejar abandonado a Cristo y quedar nosotros a merced del enemigo: "solo me condeno; con Dios me salvo" decía San Agustín.

Nuestra meditación y oración diaria, siempre a través de la Santísima Virgen, para poner el corazón con el de Ella en Dios, siendo verdadera oración, nos mantendrá vigilantes ante el enemigo que no duerme: "vigilad y orad para que no caigáis en tentación..." Y nos hará fuertes para sobrellevar y vencer tentaciones y dificultades. Si nos descuidáramos perderíamos la alegría y nos veríamos sin fuerzas para combatir y dar testimonio de la Verdad.

III. Los santos han sacado mucho provecho para su alma y para la Iglesia de este pasaje de la vida del Señor. Santo Tomás Moro nos muestra cómo la Agonía del Señor en Getsemaní ha fortalecido a muchos cristianos ante grandes dificultades y tribulaciones. También él fue fortalecido con la contemplación de estas escenas, mientras esperaba el martirio por ser fiel a la fe. Y puede ayudarnos a nosotros a ser fuertes en las dificultades, grandes o pequeñas, de nuestra vida ordinaria y aprovecharlas para reparar por nuestras faltas y ofrecer por la Iglesia. El primer misterio doloroso del Santo Rosario puede ser tema de nuestra oración cuando nos cueste descubrir la Voluntad de Dios en los acontecimientos de nuestra vida personal y en los de la historia de la Iglesia que quizá no entendemos. Podemos entonces rezar con frecuencia a modo de jaculatoria:

"Quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras (Misal Romano, Acción de gracias después de la Misa, oración universal de Clemente XI)"

LA PREPARACIÓN DE LA CENA PASCUAL - JUEVES SANTO



La preparación de la cena pascual

La Pasión de Jesús. Llegó el día de los Ázimos, en el cual había que sacrificar la Pascua. 
Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net 


La preparación de la cena pascual
El jueves por la tarde, Jesús volvió a subir a Jerusalén, pero no públicamente como los días anteriores, sino con precauciones para evitar problemas con los que le buscan para matarle. Quiere calma y las condiciones materiales más adecuadas para un designio que cruzará los siglos. Judas espía dónde van a ir, pero no le es posible enterarse; Jesús da indicaciones muy cuidadosas a Juan y a Pedro. Hasta que llegan a una casa espaciosa y rica, en la zona más acomodada de aquella Jerusalén, en el monte Sión, no lejos de la casa de Caifás.

"Llegó el día de los Ázimos, en el cual había que sacrificar la Pascua. Envió a Pedro y a Juan, diciéndoles: Id y preparadnos la Pascua para comerla. Ellos le dijeron: ¿Dónde quieres que la preparemos? Y les respondió: Mirad, cuando entréis en la ciudad, os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle hasta la casa en que entre, y decid al dueño de la casa: el Maestro te dice: ¿dónde está la estancia en que he de comer la Pascua con mis discípulos? El os mostrará una habitación superior, grande, aderezada. Preparadla allí. Marcharon y encontraron todo como les había dicho, y prepararon la Pascua"(Lc).

Juan y Pedro llegan a la ciudad antes que los demás. Entran por la puerta de Siloé. Allí les sale al encuentro un hombre con un cántaro de agua, acción que solían realizar las mujeres. Es alguien previamente avisado para prepararles el lugar. La cantidad de gente en Jerusalén hace casi imposible encontrar una casa adecuada para trece personas si no se ha previsto mucho antes. Aquel hombre sabía como solucionar el problema. La casa era grande, en la mejor zona de la ciudad, alfombrada, con todo lo necesario para la pascua: mesas, divanes, iluminación, alimentos. Todo esto requiere mucha preparación. No se improvisa. Jesús, con el dueño de la casa que desconocemos, lo ha preparado todo, de modo que los agentes del sanedrín no puedan detenerle en aquel momento tan solemne.

Llegan a la casa. Suben al piso superior. Se admiran de lo espléndido del lugar, cosa que contrasta con los lugares donde habitualmente se alojaban. Y comienzan los preparativos para la cena pascual. Algunas de las mujeres han acudido también, y viven la fiesta separadas de los varones, como era la costumbre. Probablemente cuidan de lo que necesitan para la pascua. La Virgen María está allí por especial designio divino. Jesús no quiere apartarla de los momentos más importantes de su vida, quiere que se asocie a su modo con lo que va a suceder.

Significado de la Pascua
La Pascua era la fiesta más grande para Israel. Recuerda la liberación de la esclavitud de los israelitas en Egipto. Dios quería salvar a su pueblo, pero el faraón se opone y es castigado con diez plagas hasta que doblega su terca voluntad. La décima plaga consistió en herir a los primogénitos de Egipto con el ángel exterminador. Los hebreos podían librarse de este castigo si marcaban el dintel de la puerta de su casa con sangre de un cordero. "Aquella noche comerían su carne, asada al fuego, con panes sin levadura y hierbas amargas. Cenarían, ceñidos los riñones, con los zapatos puestos, bastón en la mano y a toda prisa", como viajeros dispuestos a partir. Era el recuerdo del Paso del Señor, de su Pascua. Durante siete días debían abstenerse de pan fermentado y consagrar a Dios la semana entera.

La tradición judía
La tradiciones rabínicas precisaban más el modo de celebrar la fiesta. No se debía romper ni un hueso del cordero, que se cocería al fuego vivo, ensartado en una varilla de granado, se bendecían cuatro copas de vino rojo mezclado con agua. Se cantaban diversos himnos llamados los del hallel.

La fiesta se celebraba el día quince de Nisán, y la cena la vigilia. En nuestro calendario el jueves de aquel año era el seis de abril. Los judíos seguían el calendario lunar, por eso la Pascua era cambiante cada año, justo el día de la luna llena de primavera. La noche del jueves se consideraba ya como el día de viernes, por eso la cena pascual -celebrada la vigilia de aquel viernes- marcaba el comienzo de la Pascua.

La cena
Al anochecer del jueves, pasadas ya las cinco y media de la tarde, se sentaron en la mesa. En un principio la cena se comía de pie. En aquellos momentos, era ya costumbre comerla recostados como expresión de que el pueblo elegido era ya libre después de la salida de Egipto. Jesús preside, y todos se sientan alrededor. Juan a su derecha, Pedro a su izquierda. En la mesa están los corderos asados y preparados, la salsa llamada harroset para mojar el pan, las copas para el vino y las hierbas amargas que recuerdan su antigua esclavitud.

Al situarse ya hay una pequeña contienda entre ellos. Todos quieren estar cerca de Jesús. "Entonces se suscitó entre ellos una disputa sobre quién sería tenido como el mayor. Pero él les dijo: Los reyes de las naciones las dominan y los que tienen potestad sobre ellas son llamados bienhechores; no seáis así vosotros, sino que el mayor entre vosotros hágase como el menor, y el que manda como el que sirve. Porque ¿quién es mayor: el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Sin embargo, yo estoy en medio de vosotros como quien sirve. Vosotros sois los que habéis permanecido junto a mí en mis tribulaciones. Por eso yo os preparo un Reino como mi Padre me lo preparó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino, y os sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel"(Lc).

"Cuando llegó la hora, se puso a la mesa y los Apóstoles con Él. Y les dijo: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer"(Lc). Jesús está lleno de deseos de entrega. Su corazón vibra de amor a los hombres. Sabe que dentro de unos momentos se va a hacer realidad el gran invento divino de la Eucaristía. Va a poder entrar en comunión íntima de alma y cuerpo con los que le quieran. El amor no puede hacer más, pues siempre busca el bien del y la unión con el otro. "Sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos en el mundo, los amó hasta el fin"(Jn) Su mirada recorre los rostros de todos. Todos le observan con atención y en silencio expectante. Ha pensado mucho en este momento. Sabe que podrá amar de un modo aún mayor que antes. Y el amor le llena el espíritu, sin olvidar lo que va a suceder, y lo que va a padecer. Quiere y quiere querer, arde en deseos de entrega. Está con el alma en vilo. Por fin ha llegado el momento, aunque sea tan difícil. Sabe que es la última cena con ellos. Por eso añade "porque os digo que no la volveré a comer hasta que tenga su cumplimiento en el Reino de Dios"(Lc). La plenitud de la salvación llegará al final de los tiempos cuando Jesús vuelva glorioso a vencer el último enemigo que es la muerte y funde unos nuevos cielos y la nueva tierra. El reino de Dios llegará, pero de un modo bien distinto a como podríamos imaginarlo los hombres, será toda la plenitud y toda la belleza, pero vencido el mal en su más íntima raíz.
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