lunes, 2 de marzo de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: LUNES 2 DE MARZO DEL 2015


No juzguéis y no seréis juzgados

Cuaresma y Semana Santa

Lucas 6, 36-38. Cuaresma. Aprender a perdonar, a disculpar los defectos y errores de los demás es una tarea ardua y difícil. 



Por: Christian Garrido | Fuente: Catholic.net




Del santo Evangelio según san Lucas 6, 36-38
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, rebosante. Porque con la medida con que midáis se os medirá 

Oración Introductoria
Jesús mío, Tú que conoces mi corazón tan lleno de orgullo, de soberbia y carente de amor; te ruego que lo ablandes y lo conviertas en un corazón que sepa amar y perdonar, y de esa manera agradecer tu perdón.

Petición
Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo, para que aprenda a amar y perdonar a mi prójimo, como tú lo hiciste al morir por mí en la cruz, y como lo haces en cada confesión.

Meditación del Papa Francisco

Si en nuestro corazón no hay misericordia, no estamos en comunión con Dios.«¡Aquí está todo el Evangelio, está el cristianismo! ¡Pero miren que no es sentimiento, no es “ostentación de buenos sentimientos”! Al contrario, la misericordia es la verdadera fuerza que puede salvar al hombre y al mundo del “cáncer” que es el pecado, el mal moral, el mal espiritual. Sólo el amor llena los vacíos, los abismos negativos que el mal abre en el corazón y en la historia. Sólo el amor puede hacer esto. Y ésta es la alegría de Dios.
Jesús es todo misericordia, Jesús es todo amor: es Dios hecho hombre. Cada uno de nosotros, cada uno de nosotros es esa oveja perdida, esa moneda perdida, cada uno de nosotros es ese hijo que ha desperdiciado su propia libertad siguiendo ídolos falsos, espejismos de felicidad, y ha perdido todo.
Pero Dios no nos olvida, el Padre no nos abandona jamás. Pero es un Padre paciente, nos espera siempre. Respeta nuestra libertad, pero permanece siempre fiel. Y cuando volvemos a Él, nos acoge como hijos, en su casa, porque no deja jamás, ni siquiera por un momento, de esperarnos, con amor. Y su corazón está de fiesta por cada hijo que vuelve. Está de fiesta porque es alegría. Dios tiene esta alegría, cuando uno de nosotros, pecadores, va a Él y pide su perdón.» (S.S. Francisco, Ángelus del 15 de septiembre de 2013).
Reflexión 
Aprender a perdonar, a disculpar los defectos y errores de los demás es una tarea ardua y difícil. Nunca es fácil olvidar la injuria o la ofensa recibida, y mucho menos cuando hemos sido gravemente afectados. Por el contrario, que fácil es juzgar, pensar mal, comparar o condenar a mi prójimo, a aquél que me cae mal, a aquél que me ha ofendido.
Cristo, pone frente a nuestros ojos el amor de su corazón: un corazón que no conoce el odio ni el rencor; un corazón que a todos perdona, sin importar las veces que le hayamos ofendido, y nos pide que a semejanza suya obremos nosotros.

Propósito
Haré hoy el esfuerzo de perdonar a quien me ofenda, y de pensar bien y con caridad de mi prójimo.

Diálogo con Cristo
Te doy gracias Jesús, por el inmenso amor que has tenido por mí y que te llevó a sacrificarte para redimirme de mis culpas. Te pido perdón por las veces que no he sabido perdonar a mi prójimo a ejemplo tuyo; pero te prometo que a partir de hoy amaré a mi hermano, por el que también te sacrificaste.


La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos. Transfigura al discípulo configurándolo con el Maestro. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2844


Preguntas o comentarios al autor    Christian Garrido

EL RÍO Y YO


EL RÍO Y YO



He estado junto al río. 
He visto correr sus aguas sin cesar. Sus aguas transparentes, rumorosas y frescas son vida. 

He querido atrapar, detener esas aguas cristalinas y vivificadoras.

 Hubiera querido paralizarlas para disfrutar sumergiéndome en ellas sin permitirles fluir ni cambiar. 

Pero el río es río. Y el río es fluir. 

Su naturaleza es el correr de las aguas siempre idénticas y siempre cambiantes. 

Como la vida misma. Me he sentido uno con el río. 

Y he sentido que toda mi existencia es un cambio continuo y sin fin. 

Y me he remontado al origen del río, a la fuente. 

Y he comprendido que soy río que fluye, pero también fuente que brota. 

He comprendido que lo que fluye es mi existencia temporal, que no puedo detener. 

Pero ascendiendo llego a mi fuente. Y siento ser plenitud en la fuente. 

Hay que dejar que el río sea río. Lo que tiene que correr, cambiar y fluir debe seguir su curso. 

Pero las formas infinitamente variadas del río a través de su cause tienen un origen quieto, fecundo, copioso e inagotable. 

Yo soy el río en el devenir de mi existencia temporal. No puedo detener las leyes de su desarrollo, evolución y cambio. 

Mis formas, como las del cauce del río, no puedo detenerlas. 
He de sumergirme en las formas cambiantes del río y saber que soy río. 

Pero también soy fuente, manantial copioso y vivificante. 
No hay río sin fuente. Me siento feliz cuando me doy cuenta de que soy la fuente de mi río.


D. Lostado

APUNTES DE ANATOMÍA


Apuntes de Anatomía



Que los PIES te lleven por el camino más largo hacia la felicidad, porque la felicidad son solo puntos en el mapa de la vida, y el verdadero disfrute está en buscarlos.

Que los OJOS reconozcan la diferencia entre un colibrí y el vuelo que lo sostiene. Aunque se detenga seguirá siendo un colibrí, y es conveniente que sepas, para que no confundas el sol con la luz, ni el cielo con la voz que lo nombra.

Que las MANOS se tiendan generosas en el dar y agradecidas en el recibir, y que su gesto más frecuente sea la caricia para reconfortar a los que te rodean.

Que el OIDO sea tan fiel a la hora del reproche, como debe serlo a la hora del halago, para que puedas mantener el equilibrio en cualquier circunstancia.

Que las RODILLAS te sostengan con firmeza a la altura de tus sueños y se aflojen mansamente cuando llegue el tiempo de descanso.

Que la ESPALDA sea tu mejor soporte y no la carga más pesada.

Que la BOCA refleje la sonrisa que hay adentro, para que sea una ventana del alma y no la vidriera de los dientes.

Que los DIENTES te sirvan para aprovechar mejor el alimento, y no para conseguir la tajada más grande en desmedro de los otros.

Que la LENGUA encuentre las palabras más exactas para expresarte sin que te malinterpreten.

Que las UÑAS crezcan lo suficiente para protegerte, sin lastimar a nadie.

Que la PIEL te sirva de puente y no de valla.

Que el PELO le de abrigo a tus ideas, que siempre adornan más que un buen peinado.

Que los BRAZOS sean la cuna de los abrazos y no camisa de fuerza para nadie.

Que el CORAZÓN toque su música con amor, para que tu vida sea un paso del UNIVERSO hacia delante.

SI ME HICISTE DAÑO, NO LO TOMO EN CUENTA


Si me hiciste daño, no lo tomo en cuenta
Meditaciones para toda la Cuaresma
Lunes segunda semana Cuaresma. Podemos estar llenando nuestra vida, no de los criterios y juicios de Dios, sino de los nuestros.


Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net




Cada vez que en la Cuaresma se nos presenta el grito de súplica, de perdón por parte del pueblo de Israel, al mismo tiempo está hablándonos de la importancia que tiene la conversión interior. La Escritura habla de que se han cometido iniquidades, de que se han hecho cosas malas, pero, constantemente, la Escritura nos habla de cómo nuestro corazón tiene que aprender a volverse a Dios nuestro Señor, de cómo nuestro corazón tiene que irse convirtiendo, y de cómo no puede haber ninguna dimensión de nuestra vida que quede alejada del encuentro convertido con Dios nuestro Señor. Así es importante que convirtamos y cambiemos nuestras obras, es profundamente importante que también cambiemos nuestro interior.

La Escritura nos habla de la capacidad de ser misericordiosos, de no juzgar, de no condenar y de perdonar. Esto que para nosotros podría ser algo muy sencillo, porque es que si me hiciste un daño, yo no te lo tomo en cuenta; requiere del alma una actitud muy diferente, una actitud de una muy profunda transformación. Una transformación que necesariamente tiene que empezar por la purificación, por la conversión de nuestra inteligencia.

Cuántas veces es el modo en el cual interpretamos la vida, el modo en el cual nosotros «leemos» la vida lo que nos hace pecar, lo que nos hace apartarnos de Dios. Cuántas veces es nuestro comportamiento: lo que nosotros decimos o hacemos. Cuántas veces es simplemente nuestra voluntad: las cosas que nosotros queremos. ¡Cuántas veces nuestros pecados y nuestro alejamiento de Dios viene porque, en el fondo de nuestra alma, no existe un auténtico amor a la verdad! Un amor a la verdad que sea capaz de pasar por encima de nosotros mismos, que sea capaz de cuestionar, de purificar y de transformar constantemente nuestros criterios, los juicios que tenemos hechos, los pensamientos que hemos forjado de las personas. Cuántas veces, tristemente, es la falta de un auténtico amor a la verdad lo que nos hace caminar por caminos de egoísmo, por caminos que nos van escondiendo de Dios.

Y cuántas veces, la búsqueda de Dios para cada una de nuestras almas se realiza a través de iluminar nuestra inteligencia, nuestra capacidad de juzgar, para así poder cambiar la vida. ¡Qué difícil es cambiar una vida cuando los ojos están cerrados, cuando la luz de la inteligencia no quiere reconocer dónde está el bien y dónde está el mal, cuál es el camino que hay que seguir y cuál el que hay que evitar!

Uno de los trabajos que el alma tiene que atreverse a hacer es el de cuestionar si sus criterios y sus juicios sobre las personas, sobre las cosas y sobre las situaciones, son los criterios y los juicios que tengo que tener según lo que el Evangelio me marca, según lo que Dios me está pidiendo. Pero esto es muy difícil, porque cada vez que lo hacemos, cada vez que tenemos que tocar la conversión y la purificación de nuestra inteligencia, nos damos cuenta de que estamos tocando el modo en el cual nosotros vemos la vida, incluso a veces, el modo en el cual nosotros hemos estructurado nuestra existencia. Y Dios llega y te dice que aun eso tienes que cambiarlo. Que con la medida con la que tú midas, se te va a medir a ti; que el modo en el cual tú juzgas la vida y la estructuras, el modo en el cual tú entiendas tu existencia, en ese mismo modo vas a ser juzgado y entendido; porque el modo en el cual nosotros vemos la vida, es el mismo modo en el cual la vida nos ve a nosotros.

Esto es algo muy serio, porque si nosotros vamos por la vida con unos ojos y con una inteligencia que no son los ojos ni la inteligencia de Dios, la vida nos va a regresar una forma de actuar que no es la de Dios. No vamos a ser capaces de ver exactamente cómo Dios nuestro Señor está queriendo actuar en esta persona, en esta cosa o en esta circunstancia para nuestra santificación.

"Con la misma medida que midáis, seréis medido". Si no eres capaz de medir con una inteligencia abierta lo que Dios pide, si no eres capaz de medir con una inteligencia luminosa las situaciones que te rodean, si no eres capaz de exigirte ver siempre la verdad y lo que Dios quiere para la santificación de tu alma en todas las cosas que están junto a ti, ésa medida se le está aplicando, en ese mismo momento, a tu alma.
Qué importante es que aprendamos a purificar nuestra inteligencia, a dudar de los juicios que hacemos de las personas y de las cosas, o por lo menos, a que los confrontemos constantemente con Dios nuestro Señor, para ver si estamos en un error o para ver qué es lo que Dios nuestro Señor quiere que saquemos de esa situación concreta en la cual Él nos está poniendo.

Pero cuántas veces lo que hacemos con Dios, no es ver qué es lo que Él nos quiere decir, sino simplemente lo que yo le quiero decir. Y éste es un tremendo riesgo que nos lleva muy lejos de la auténtica conversión, que nos aparta muy seriamente de la transformación de nuestra vida, porque es a través del modo en el cual vemos nuestra existencia y vemos las circunstancias que nos rodean, donde podemos estar llenando nuestra vida, no de los criterios de Dios, no de los juicios de Dios, sino de nuestros criterios y de nuestros juicios. Además, tristemente, los pintamos como si fuesen de Dios nuestro Señor, y entonces sí que estamos perdidos, porque tenemos dentro del alma una serie de criterios que juzgamos ser de Dios, pero que realmente son nuestros propios criterios.

Aquí sí que se nos podría aplicar la frase tan tremenda de nuestro Señor en el Evangelio: "¡Ay de vosotros, guías ciegos, que no veis, y vais llevando a los demás por donde no deben!". También es muy seria la frase de Cristo: "Si lo que tiene que ser luz en ti, es oscuridad, ¿cuáles no serán tus tinieblas?".

La conversión de nuestra inteligencia, la transformación de nuestros criterios y de nuestros juicios es un camino que también tenemos que ir atreviéndonos a hacer en la Cuaresma. ¿Y cuál es el camino, cuál es la posibilidad para esta transformación? El mismo Cristo nos lo dice: "Dad y se os dará". Mantengan siempre abierta su mente, mantengan siempre dispuesto todo su interior a darse, para que realmente Dios les pueda dar, para que Dios nuestro Señor pueda llegar a ustedes, pueda llegar a su alma y ahí ir transformando todo lo que tiene que cambiar.

Es un camino, es un trabajo, es un esfuerzo que también nos pide la Cuaresma. No lo descuidemos, al contrario, hagamos de cada día de la Cuaresma un día en el que nos cuestionemos si todo lo que tenemos en nuestro interior es realmente de Dios.

Preguntémosle a Cristo: ¿Cómo puedo hacer para verte más? ¿Cómo puedo hacer para encontrarme más contigo?

La fe es el camino. Ojalá sepamos aplicar nuestra fe a toda nuestra vida a través de la purificación de nuestra inteligencia, para que en toda circunstancia, en toda persona, podamos encontrar lo que Dios nuestro Señor nos quiera dar para nuestra santificación personal.

PENSAMIENTO DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LA CUARESMA


domingo, 1 de marzo de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: DOMINGO 1 DE MARZO DEL 2015


La subida a la montaña: itinerario cuaresmal

Cuaresma y Semana Santa


Marcos 9, 2-10. 2o. Domingo de Cuaresma. El monte, lugar de oración, es donde Dios te quiere dar muchas gracias. 



Por: P. Sergio A. Córdova | Fuente: Catholic.net




Del santo Evangelio según san Marcos 9, 2-10
Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»; pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados. Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado, escuchadle.» Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de entre los muertos.

Oración introductoria
Jesús, ¡qué a gusto me siento contigo en la oración! Tontería de mi parte es no acrecentar estos momentos en que puedo experimentar tu presencia. Te suplico que me lleves contigo al monte de la oración, ayúdame a guardar silencio para escuchar tu voz y salir de este encuentro dispuesto a transformar mi vida.

Petición
Dios Padre, ayúdame a no dejarme encandilar por lo exterior y pasajero de esta vida.

Meditación del Papa Benedicto XVI
La Transfiguración no es un cambio de Jesús, sino que es la revelación de su divinidad, la íntima compenetración de su ser con Dios, que se convierte en pura luz. En su ser uno con el Padre, Jesús mismo es Luz de Luz. Pedro, Santiago y Juan, contemplando la divinidad del Señor, son preparados para afrontar el escándalo de la cruz, como se canta en un antiguo himno: "En el monte te transfiguraste y tus discípulos, en cuanto eran capaces, contemplaron tu gloria, para que, viéndote crucificado, comprendieran que tu pasión era voluntaria y anunciaran al mundo que tu eres verdaderamente el esplendor del Padre".
Queridos amigos, participemos también nosotros de esta visión y de este don sobrenatural, dando espacio a la oración y a la escucha de la Palabra de Dios. Además, especialmente en este tiempo de Cuaresma, os exhorto, como escribe el Siervo de Dios Pablo VI, "a responder al precepto divino de la penitencia con algún acto voluntario, además de las renuncias impuestas por el peso de la vida cotidiana". Invoquemos a la Virgen María, para que nos ayude a escuchar y seguir siempre al Señor Jesús, hasta la pasión y la cruz, para participar también en su gloria. (Benedicto XVI, 20 de marzo de 2011). 

Reflexión
¿Has tenido alguna vez en tus manos un diamante o una perla preciosa? Brilla por todas las partes por donde la mires. Pues así es el Evangelio de hoy.
Podríamos mirarlo desde muchísimos ángulos y descubriríamos una belleza y un brillo muy singular en cualquier dirección. Pero hoy tenemos que contentarnos con una sola mirada.

La semana pasada meditábamos en la realidad del desierto como imagen y camino de la vida cristiana. Hoy, el Evangelio nos ofrece un escenario distinto, pero que es como otro símbolo paradigmático de nuestro itinerario cuaresmal: la montaña.

En el lenguaje bíblico y espiritual, la montaña, al igual que el desierto, es un lugar privilegiado para la oración y para el encuentro personal con Dios. El Sinaí, el Horeb, el Tabor son nombres de las montañas más sagradas que nos recuerda la Biblia. En ellas tuvieron lugar acontecimientos decisivos del diálogo de Dios con los hombres. Eventos de alianza, de salvación, de revelación divina y de redención.

En el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel ofrecía sacrificios a Yahvéh en la cima de las montañas: Abraham, en la tierra de Moriáh, sube a un monte para ofrecer a Dios en sacrificio a su hijo Isaac; el Horeb es el lugar elegido por Dios para manifestarse a Moisés y luego también a Elías; en el monte Garizín los israelitas solían adorar y elevar oraciones al Señor. Los mismos paganos preferían los picachos y las cumbres de los montes para ofrecer allí el incienso a sus dioses. Y en nuestras culturas americanas nos basta sólo recordar ciudades sagradas como Machu-Pichu o Tajín, o las elevadas cumbres de las pirámides para comprobar su predilección por los lugares altos para sus sacrificios. Lo mismo sucede en la espiritualidad cristiana oriental y occidental de todos los tiempos: sobre las montañas se yerguen grandes monasterios, abadías, templos, ermitas y santuarios: Subiaco, Montecassino, el monte Athos, el monte Carmelo, el cerro del Cubilete, el Cristo del Corcovado y una infinidad más de lugares santos.

Jesucristo nuestro Señor también solía ir al monte a orar, en donde pasaba noches enteras a solas con su Padre. Quiso escoger un monte para anunciar la carta magna de su Evangelio: las bienaventuranzas; en el monte de los Olivos sufrió aquellas horas terribles de su agonía, y en la cima de un pequeño montículo derramó la última gota de su sangre para redimirnos: el Calvario. Y, una vez resucitado, escogió también un monte, en Galilea, para despedirse de sus discípulos antes de ascender al cielo.

La montaña, al igual que el desierto, es un lugar de silencio, de soledad, de apartamiento del mundo y de las cosas de la tierra. Exige un esfuerzo fatigoso de "subida" hacia Dios. Allí arriba se está más cerca del cielo. Quizá por eso nuestro Señor quiso escoger también una montaña para realizar los eventos maravillosos de su transfiguración: el Tabor.

Jesús sube con Pedro, Santiago y Juan a la cima de la montaña. Y allí -nos dice el Evangelio- "se transfiguró delante de ellos". ¡Quién pudiera haber estado en ese momento con Cristo! ¿Qué fue lo que vieron, lo que experimentaron, lo que oyeron esos tres discípulos predilectos en esos momentos dichosos? ¡Fueron testigos presenciales de la gloria de Dios! Sí. Vieron a Cristo en todo el resplandor y en la belleza de su divinidad. Por unos instantes Jesús dejó brillar toda la pureza y hermosura de su condición de Hijo de Dios. Como hombre, siempre mantuvo oculta su divinidad. Ahora es como si dejara “explotar” toda su gloria de Dios por unos segundos. No hay palabras para expresarlo. Era mucho más que un éxtasis o cualquier otra revelación. Era un arrebato momentáneo al cielo. Era... ¡el paraíso en la tierra! Por eso Pedro no se contiene y, extasiado: "Maestro –exclama– ¡qué bien se está aquí!". Y quiere de pronto hacer tres tiendas, para quedarse para siempre en ese lugar bienaventurado.

"Y enseguida se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Jesús". Los representantes máximos de la Ley y los Profetas se presentan al lado de Cristo, en quien toda la revelación divina llega a su culmen y a su perfección. Ellos, los más grandes del pueblo elegido, vienen a rendir veneración a Cristo y a dar testimonio de Él como Mesías e Hijo de Dios.

Pero, ¿sabemos de qué hablaban? Sí. De la muerte de Cristo, que tendría lugar en Jerusalén. En medio de su gloria, habla Cristo de su muerte en la cruz. Ésa sería su "glorificación". ¡Paradojas divinas! Y en medio de la visión se deja oír la voz del Padre: "Éste es mi Hijo amado; escúchenlo".

Imposible comentar en espacio tan escaso algo tan sublime. Pero al menos quedémonos con este mensaje: en esta Cuaresma Jesús nos invita a subir con Él a la montaña para encontrarnos a solas con Él y para descubrirnos los secretos inefables del misterio y de la gloria de su divinidad. Pero se necesita hacer silencio en el alma para entrar en oración y escuchar la voz de Dios. Y necesitamos también "subir" y dejar abajo las cosas de la tierra: el egoísmo, la vanidad, la sensualidad, nuestros propios vicios y pasiones; en una palabra, todo aquello que nos estorba para ir hacia Dios. Todo esto es parte imprescindible del camino cuaresmal. Sólo dejando el peso insoportable del pecado podemos subir. Y, una vez arriba, en la montaña, contemplaremos el rostro bendito de Cristo y escucharemos la voz del Padre, que nos invita a seguir a su Hijo. ¿Por cuál camino? Por el de la cruz. No hay gloria si no viene precedida antes por la pasión y la muerte. Sólo así, muriendo al hombre viejo y pecador que hay en nosotros, tendremos vida eterna. Por la cruz llegaremos a la resurrección.

Propósito
Hacer silencio en el alma para entrar en oración y escuchar la voz de Dios.

Diálogo con Cristo
Gracias, Jesús, por darme la oportunidad de poder subir contigo al monte de la oración. Totalmente inmerecido pero grandemente deseado es este momento en que puedo llegar a contemplar tu divinidad y tu paternidad. No más palabras, reflexiones, peticiones u ofrecimientos… sólo contemplarte, sentir, experimentar tu cercanía, tu amor... ¡Qué maravilla y qué felicidad!

DECÁLOGO DE CUARESMA


Decálogo de Cuaresma



¿Sabes qué es la Cuaresma?  Un tiempo propicio para encontrar la paz del corazón, para retomar el camino de Dios, que es un camino de amor, armonía y paz. Paz que nace del saber que somos amados y perdonados por Dios y del saber que correspondemos a ese amor.

La Cuaresma es una oportunidad para «volver a ser» cristianos, a través de un proceso constante de cambio interior y de avance en el conocimiento y en el amor de Cristo.

La conversión no tiene lugar nunca una vez para siempre, sino que es un proceso, un camino interior de toda nuestra vida. Ciertamente este itinerario de conversión evangélica no puede limitarse a un período particular del año: es un camino de todos los días, que tiene que abarcar toda la existencia, cada día de nuestra vida.

San Agustín dijo en una ocasión que nuestra vida es un ejercicio único del deseo de acercarnos a Dios, de ser capaces de dejar entrar a Dios en nuestro ser. «Toda la vida del cristiano fervoroso -dice- es un santo deseo».

Si esto es así, en Cuaresma se nos invita aún más a «arrancar de nuestros deseos las raíces de la vanidad» para educar el corazón en el deseo, es decir, en el amor de Dios. Dios -dice San Agustín- es todo lo que deseamos» (Cf. «Tract. in Iohn.», 4).

Y esperamos que realmente comencemos a desear a Dios, y de este modo desear la verdadera vida, el amor mismo y la verdad (Benedicto XVI, 27 de febrero de 2007).

1. Amarás a Dios. Le amarás sin retóricas, como a tu padre, como a tu amigo. No tengas nunca una fe que no se traduzca en amor. Recuerda siempre que tu Dios no es una energía, un abstracto, la conclusión de un silogismo, sino Alguien que te ama y a quien tienes que amar... Y, al mismo tiempo que amas a Dios, huye de esos ídolos que nunca te amarán pero podrían dominarte: el poder, el confort, el dinero, el sentimentalismo, la violencia.

2. No usarás en vano las palabras: Dios, familia, amor. No las uses jamás contra nadie, jamás para sacar jugo de ellas, jamás para tu propia conveniencia.

3. Piensa siempre que el domingo está muy bien inventado, que tú no eres un animal de carga creado para sudar y morir. Impón a ese desgastante exceso de trabajo, que te acosa y te asedia, algunas pausas de silencio para encontrarte con la soledad, con la música, con la naturaleza, con tu propia alma, con Dios en definitiva.

4. Recuerda siempre que lo mejor de ti lo heredaste de tu padre y de tu madre.

5. No olvides que naciste carnívoro y agresivo y que, aunque algún filósofo dijo que el "hombre era Lobo para el hombre”, nosotros cristianos no lo somos, aunque te es más fácil matar que amar. Vive despierto para no hacer daño a nadie, demostremos que tenemos razón, libertad y voluntad para respetar a todos.

6. No temas ni la amistad, ni el amor. Pero no caigas nunca en esa gran trampa de creer que el amor es recolectar placer para ti mismo, cuando es transmitir alegría a los demás.

7. No robarás a nadie su derecho a ser libre. Recuerda que te dieron el alma para repartirla y que roba todo aquel que no la reparte, lo mismo que se estancan y se pudren los ríos que no corren.

8. Recuerda que, de todas tus armas, la más peligrosa es la lengua. Rinde culto a la verdad, pero no olvides nunca dos cosas: que jamás acabarás de encontrarla completa y que en ningún caso debes imponerla a los demás.

9. No desearás la mujer de tu prójimo, ni su casa, ni su coche, ni su sueldo. No dejes nunca que tu corazón se convierta en un cementerio de chatarra, en un cementerio de deseos innobles.

10. No codiciarás los bienes ajenos ni tampoco los propios. Sólo de una cosa puedes ser avaro: de tu tiempo, de llenar la vida de los años -pocos o muchos- que te fueron concedidos.

La Cuaresma avanza y todos, al inicio de estos 40 días, comenzamos con buenos propósitos para ser mejores y al final sentirnos amados por Dios y en su casa. Aún tenemos este tiempo para decir al Señor, que SÍ QUEREMOS.



© P. Dennis Doren LC | Fuente: Catholic.net

NO CONFUNDIR A NADIE CON JESÚS


No confundir a nadie con Jesús



Según el evangelista, Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, los lleva aparte a una montaña, y allí «se transfigura delante de ellos». Son los tres discípulos que, al parecer, ofrecen mayor resistencia a Jesús cuando les habla de su destino doloroso de crucifixión.

Pedro ha intentado incluso quitarle de la cabeza esas «ideas absurdas». Los hermanos Santiago y Juan le andan pidiendo los primeros puestos en el reino del Mesías. Ante ellos precisamente se transfigurará Jesús. Lo necesitan más que nadie.

La escena, recreada con diversos recursos simbólicos, es grandiosa. Jesús se les presenta «revestido» de la gloria del mismo Dios. Al mismo tiempo, Elías y Moisés, que según la tradición, han sido arrebatados a la muerte y viven junto a Dios, aparecen conversando con él. Todo invita a intuir la condición divina de Jesús, crucificado por sus adversarios, pero resucitado por Dios.

Pedro reacciona con toda espontaneidad: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No ha entendido nada. Por una parte, pone a Jesús en el mismo plano y al mismo nivel que a Elías y Moisés: a cada uno su tienda. Por otra parte, se sigue resistiendo a la dureza del camino de Jesús; lo quiere retener en la gloria del Tabor, lejos de la pasión y la cruz del Calvario.

Dios mismo le va a corregir de manera solemne: «Éste es mi Hijo amado». No hay que confundirlo con nadie. «Escuchadle a él», incluso cuando os habla de un camino de cruz, que termina en resurrección.

Sólo Jesús irradia luz. Todos los demás, profetas y maestros, teólogos y jerarcas, doctores y predicadores, tenemos el rostro apagado. No hemos de confundir a nadie con Jesús. Sólo él es el Hijo amado. Su Palabra es la única que hemos de escuchar. Las demás nos han de llevar a él.

Y hemos de escucharla también hoy, cuando nos habla de «cargar la cruz» de estos tiempos. El éxito nos hace daño a los cristianos. Nos ha llevado incluso a pensar que era posible una Iglesia fiel a Jesús y a su proyecto del reino, sin conflictos, sin rechazo y sin cruz. Hoy se nos ofrecen más posibilidades de vivir como cristianos «crucificados». Nos hará bien. Nos ayudará a recuperar nuestra identidad cristiana.


© José Antonio Pagola

TRANSFIGURACIÓN, LO QUE CRISTO ES


Transfiguración, lo que Cristo es
Meditaciones para toda la Cuaresma
Segundo domingo Cuaresma. ¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza con la auténtica felicidad, que es Cristo?


Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net




La Transfiguración del Señor es particularmente importante para nosotros por lo que viene a significar. Por una parte, significa lo que Cristo es; Cristo que se manifiesta como lo que Él es ante sus discípulos: como Hijo de Dios. Pero,además, tiene para nosotros un significado muy importante, porque viene a indicar lo que somos nosotros, a lo que estamos llamados, cuál es nuestra vocación.

Cuando Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus vestiduras blancas como la nieve, lo que está viendo no es simplemente a Cristo, sino que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos nosotros. Lo que San Pedro ve es el estado en el cual nosotros gloriosos viviremos por la eternidad.

Es un misterio el hecho de que nosotros vayamos a encontrarnos en la eternidad en cuerpo y alma. Y Cristo, con su verdadera humanidad, viene a darnos la explicación de este misterio. Cristo se convierte, por así decir, en la garantía, en la certeza de que, efectivamente, nuestra persona humana no desaparece, de que nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no se acaba.
Está muy dentro del corazón del hombre el anhelo de felicidad, el anhelo de plenitud. Muchas de las cosas que hacemos, las hacemos precisamente para ser felices. Yo me pregunto si habremos pensado alguna vez que nuestra felicidad está unida a Jesucristo; más aún, que la Transfiguración de Cristo es una manifestación de la verdadera felicidad.

Si de alguna manera nosotros quisiéramos entender esta unión, podríamos tomar el Evangelio y considerar algunos de los aspectos que nos deja entrever. En primer lugar, la felicidad es tener a Cristo en el corazón como el único que llena el alma, como el único que da explicación a todas las obscuridades, como dice Pedro: "¡Qué bueno es estar aquí contigo!". Pero, al mismo tiempo, tener a Cristo como el único que potencia al máximo nuestra felicidad.

Las personas humanas a veces pretendemos ser felices por nosotros mismos, con nosotros mismos, pero acabamos dándonos cuenta de que eso no se puede. Cuántas veces hay amarguras tremendas en nuestros corazones, cuántas veces hay pozos de tristeza que uno puede tocar cuando va caminando por la vida.

¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza, de amargura o de ceguera con la auténtica felicidad, que es Cristo? Cuando tenemos en nuestra alma una decepción, un problema, una lucha, una inquietud, una frustración, ¿sabemos auténticamente meter a Jesucristo dentro de nuestro corazón diciéndole: «¡Qué bueno es estar aquí!»?

Hay una segunda parte de la felicidad, la cual se ve simbolizada en la presencia de Moisés y de Elías. Moisés y Elías, para la mentalidad judía, no son simplemente dos personaje históricos, sino que representan el primero la Ley, y el segundo a los Profetas. Ellos nos hablan de la plenitud que es Cristo como Palabra de Dios, como manifestación y revelación del Señor a su pueblo. La plenitud es parte de la felicidad. Cuando uno se siente triste es porque algo falta, es porque no tiene algo. Cuando una persona nos entristece, en el fondo, no es por otra cosa sino porque nos quitó algo de nuestro corazón y de nuestra alma. Cuando una persona nos defrauda y nos causa tristeza, es porque no nos dio todo lo que nosotros esperábamos que nos diera. Cuando una situación nos pone tristes o cuando pensamos en alguien y nos entristecemos es porque hay siempre una ausencia; no hay plenitud.

La Transfiguración del Señor nos habla de la plenitud, nos habla de que no existen carencias, de que no existen limitaciones, de que no existen ausencias. Cuántas veces las ausencias de los seres queridos son tremendos motivos de tristeza y de pena. Ausencias físicas unas veces, ausencias espirituales otras; ausencias producidas por una distancia que hay en kilómetros medibles, o ausencias producidas por una distancia afectiva.

Aprendamos a compartir con Cristo todo lo que Él ha venido a hacer a este mundo. El saber ofrecernos, ser capaces de entregarnos a nuestro Señor cada día para resucitar con Él cada día. "Si con Él morimos -dice San Pablo- resucitaremos con Él. Si con Él sufrimos, gozaremos con Él". La Transfiguración viene a significar, de una forma muy particular, nuestra unión con Cristo.

Ojalá que en este día no nos quedemos simplemente a ver la Transfiguración como un milagro más, tal vez un poquito más espectacular por parte de Cristo, sino que, viendo a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta de que ésa es nuestra identidad, de que ahí está nuestra felicidad. Una felicidad que vamos a ser capaces de tener sola y únicamente a través de la comunión con los demás, a través de la comunión con Dios. Una felicidad que no va a significar otra cosa sino la plenitud absoluta de Dios y de todo lo que nosotros somos en nuestra vida; una felicidad a la que vamos a llegar a través de ese estar con Cristo todos los días, muriendo con Él, resucitando con Él, identificándonos con Él en todas las cosas que hagamos.

Pidamos para nosotros la gracia de identificarnos con Cristo como fuente de felicidad. Pidámosla también para los que están dentro de nuestro corazón y para aquellas personas que no son capaces de encontrar que estar con Cristo es lo mejor que un hombre o que una mujer pueden tener en su vida.


PENSAMIENTO DEL PAPA FRANCISCO


ORACIÓN A LA SANGRE DE CRISTO


ORACIÓN A LA SANGRE DE CRISTO
(Contra desamor, pureza, debilidad, pidiendo salvación, paz)



Señor Jesús: dame a beber del torrente de tus delicias.
Tu Sangre Preciosa apagará mi sed de amor.
Tu Sangre Preciosa me lavará de toda impureza.
Tu Sangre Preciosa me fortalecerá en mi debilidad.
Tu Sangre Preciosa me asegura la vida eterna.

Señor Jesús: Bendito seas por esa Sangre que derramaste por mí.
Ahora en la Eucaristía me das tu Sangre Sagrada para que me embriague de gozo celestial.
Al querer apagar mi sed, no anhelo otra bebida que esta bebida divina que Tú me das.
Ella saciará mis ansias de amor, y solo en ella encontraré la salvación que anhelo.

Virgen María, que viste fluir del Cuerpo de Jesús, la Sangre bendita con la cual Jesús, tu Hijo, nos compró para Dios. Esa misma Sangre fue lo que Jesús ofreció por Ti a Dios Padre para que fueras Inmaculada y la llena de Gracia desde el principio de tu ser. Haz que sea como Tú, Madre querida, que responda al precio subido que Jesús pagó por mí. Haz que con la Sangre de tu Hijo yo consiga paz y tranquilidad. Amén


PADRENUESTRO 
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén


AVEMARÍA
Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.


GLORIA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén



Tomada de “La Sangre de Cristo” P. Pedro García.

sábado, 28 de febrero de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: SÁBADO 28 DE FEBRERO DEL 2015


El amor a los enemigos

Cuaresma y Semana Santa


Mateo 5, 43-48. Cuaresma. Dios es verdadero amor porque me ama siempre y porque ama a quien me ha hecho mal. 



Por: P. Juan Jesús Riveros | Fuente: Catholic.net




Del santo Evangelio según san Mateo 5, 43-48
Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.

Oración introductoria
Señor, la meta de la perfección aparece como una utopía, una ilusión, porque racionalmente amar siempre, y a todos, es imposible. Hacer el bien sin descanso se antoja contrario a la felicidad. Ayúdame, Padre mío, a tener un encuentro contigo en esta oración, para que tu gracia cambie esta ilusión en una realidad.

Petición
Jesús, ayúdame a crecer en la fe, la esperanza y la caridad para perseverar en mi esfuerzo por alcanzar la santidad.

Meditación del Papa Francisco
Jesús nos dice dos cosas: primero, mirar al Padre. Nuestro Padre es Dios: hace salir el sol sobre malos y buenos; hace llover sobre justos e injustos. Su amor es para todos. Y Jesús concluye con este consejo: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”.
Por lo tanto, la indicación de Jesús consiste en imitar al Padre en la perfección del amor. Él perdona a sus enemigos. Hace todo por perdonarles. Pensemos en la ternura con la que Jesús recibe a Judas en el huerto de los Olivos, cuando entre los discípulos se pensaba en la venganza.
Jesús nos pide amar a los enemigos. ¿Cómo se puede hacer? Jesús nos dice: rezad, rezad por vuestros enemigos. La oración hace milagros; y esto vale no sólo cuando tenemos enemigos; sino también cuando percibimos alguna antipatía, alguna pequeña enemistad.
Es cierto: el amor a los enemigos nos empobrece, nos hace pobres, como Jesús, quien, cuando vino, se abajó hasta hacerse pobre. Tal vez no es un «buen negocio, o al menos no lo es según la lógica del mundo. Sin embargo es el camino que recorrió Dios, el camino que recorrió Jesús hasta conquistarnos la gracia que nos ha hecho ricos. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 21 de junio de 2013, en Santa Marta).
Reflexión
Odia a tu enemigo. Este "precepto" perdió todo su sentido con la venida y el mensaje de Cristo. Él nos dijo: amad a vuestros enemigos, porque el verdadero amor no pide nada a cambio, el verdadero amor se da aunque sea pisoteado. El sol, la lluvia y el viento que tocan a nuestra puerta son los mismos que tocan la puerta de mi enemigo. Dios es verdadero amor porque me ama siempre y porque ama a quien me ha hecho mal. Ese es el verdadero amor, el que no tiene límites.

Los hombres somos criaturas finitas, pequeñas cosas comparadas con el universo o con el creador, pero en algo podemos asemejarnos a Dios: en que tenemos la capacidad de amar infinitamente.

Es una nueva vía la que nos presenta Cristo: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. ¿Qué es lo más perfecto que podríamos hacer si no es amar? En esto nos podemos parecer a Dios: en que sabemos amar, sin distinciones ni preferencias.

Dos llaves abren el corazón de Dios: el amor y el perdón. Dos llaves abren el corazón del hombre: el amor y el perdón. Lleva las llaves al cuello y abre las puertas que parecen cerradas, así abrirás las puertas del corazón de Dios.

Propósito
Ser ecuánime en mis estados de ánimo. Mi familia y los demás se merecen lo mejor de mí.

Diálogo con Cristo
¡Quédate conmigo, Jesús! Convénceme de que la gran tarea de mi vida es la búsqueda de la santidad y que ésta no puede desligarse nunca de la gracia. Sólo Tú, Señor, puedes hacer posible mi transformación en el amor. Me pongo en tus manos, moldéame a tu antojo, te amo y confío plenamente en tu misericordia, porque soy débil, egoísta y soberbio, pero te amo y libremente te entrego todo mi ser.

CÓMO REZAR BIEN EL AVEMARÍA


Cómo rezar bien el Avemaría
La fórmula del avemaría es un excelente vehículo, para tener un encuentro filial con nuestra Madre del cielo


Por: P. Evaristo Sada LC | Fuente: laoracion.com




Cuando queremos hablar con la Virgen María podemos decirle lo que queramos de manera sencilla y natural, lo que brote del corazón, y cuanta más devoción pongamos, mejor. La fórmula del avemaría es un excelente vehículo, probado millones de veces durante siglos, para tener un encuentro filial con nuestra Madre del cielo. El avemaría nos ofrece palabras y actitudes adecuadas para venerarla, invocarla, decirle algo que sabemos que a ella le agrada y que a nosotros nos hace bien.


Propongo algunos pasos para rezar bien el avemaría o para renovar el modo en que lo hacemos. Rezando esta oración con la debida calma y con viva conciencia, poco a poco el Espíritu Santo irá afinando la sensibilidad de nuestra relación filial con Ella, de tal modo que apenas pronunciemos las primeras palabras del avemaría, brotarán del corazón profundas resonancias que favorecerán el contacto de fe y amor con la Santísima Virgen.



La recordamos
Lo primero es acordarse de élla. Simplemente con la memoria o con la ayuda de una imagen nos colocamos espiritualmente en su presencia. Se trata de ponerse delante de la Virgen María que está en el cielo, no de una estampa o de una estatua de mármol o de yeso, sino de su persona; las imágenes sólo nos hacen presente a la persona, como las fotografías de los grandes momentos o de nuestros seres queridos.



Acto de fe, amor y confianza filial
Teniéndola ya presente, establecemos un contacto de fe y amor con María; si no, la oración mariana por excelencia no será oración. Nos acercamos a ella con la confianza y el cariño con los que todo buen hijo se acerca a su madre, con el deseo de darle afecto, mostrarle gratitud y también de obtener de ella lo que necesitamos, seguros de que nos mirará con amor y nos escuchará con atención.



La veneramos
Le decimos que estamos aquí para expresarle afecto, respeto, admiración. Adoramos sólo a Dios, a María la veneramos como Madre de Dios, esposa del Espíritu Santo, Madre de Cristo, Su cooperadora en la Redención y también madre nuestra. Ella nos lleva siempre a Jesús, que es "el único Mediador, es el Camino de nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre es pura transparencia de Él: María muestra el Camino, es su Signo" (Catecismo 2674)
La Constitución Dogmática Lumen Gentium, nos enseña que: "ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo Encarnado nuestro Redentor; pero así como el sacerdocio de Cristo es participado de varias maneras tanto por los ministros como por el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en formas distintas en las criaturas, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única. La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado: lo experimenta continuamente y lo recomienda al corazón de los fieles para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador."
Te propongo que antes de seguir leyendo, te prepares de esta manera y reces luego un avemaría. Verás cuánto ayuda. Y esto vale igual para las personas más avanzadas en la vida de oración.



La alabamos
En la primera parte del avemaría la exaltamos, la elogiamos, celebramos a la humilde esclava del Señor por las maravillas que ha hecho Dios en ella y por medio de ella, en todos los seres humanos. Usamos las palabras del arcángel Gabriel, las de santa Isabel, y nos unimos a su asombro, a su admiración llena de afecto, al contemplar un alma tan bella y dócil al Espíritu Santo, tan humilde esclava del Señor.
Dios te salve, María.
Llena eres de gracia.
El Señor es contigo.
Bendita tú eres entre todas las mujeres.
Y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.



Le suplicamos
En la segunda parte del avemaría la invocamos. María dio su sí a Dios en la Anunciación, lo sostuvo durante la infancia y la juventud de Jesús en su vida oculta en Nazaret, y al acompañarlo discretamente en la vida pública, y lo renovó en silencio manteniéndose en pie hasta el final junto a su Hijo crucificado. Desde entonces, Ella se ha ocupado de proteger e interceder como la mejor de las madres por los hermanos de su Hijo.
La Lumen Gentium lo explica así: "Una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora."


Santa María, Madre de Dios.
Ruega por nosotros pecadores.
Ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.

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