UN DIOS QUE NO DA A NADIE POR PERDIDO
Tres parábolas nos trae el Evangelio de hoy: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido. Podríamos decir que hoy Jesús nos está presentando al Dios de los perdidos o, mejor aún, a un Dios que no da a nadie por perdido.
Un Dios que pone en valor a aquellos que la sociedad ha desechado.
Un Dios que corre al encuentro de los excluidos, sin pedir explicaciones de su vida, restaurándoles con su abrazo como hijos suyos de pleno derecho.
Un Dios que nos da la seguridad de saber que, aunque nos sintamos totalmente perdidos, Él nos está buscando.
Un Dios que nos mueve a salir de la comodidad de nuestras comunidades, de los nuestros, y llegar hasta las periferias de la sociedad junto con los marginados de hoy.
Y lo más importante, un Dios que nos invita a celebrar estos momentos y a compartir con Él la alegría del reencuentro.
Nuestra primera tarea, al igual que hace Jesús, sería la de ser espacio de acogida donde aquellos que se sientan perdidos, excluidos o rechazados puedan acercarse a compartir con confianza. Sin juzgar, sin reproches. Siendo cobijo, perdón y escucha que no pide explicaciones de vida, sino que pone en valor y restaura a la persona.
Como dice el Papa Francisco: “Tenemos que ser pastores con olor a oveja” y esto solo se consigue estando cerca de ellas, buscando a las que se han perdido y trayéndolas sobre los hombros de vuelta a casa.
¿Dónde nos movemos ahora nosotros… entre los excluidos o solo entre los nuestros? ¿Cuántos somos espacio de acogida, de escucha y perdón? ¿A qué huelen nuestros hombros?
Evangelio Comentado por:
Fernando Mosteiro (odresnuevos.es)
Lc (15,1-32)
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