María, Consuelo de los Afligidos.
María Madre de Dios, gracias a Dios
Por: Pia Hirmas | Fuente: https://la-oracion.com/
Dicen los santos que hay que aprender a aceptar más el sufrimiento, puesto que por los frutos que da, es más provechoso para el alma que el placer. La oración es más sincera y humilde si nace de un corazón que sufre ya sea por el peso de sus pecados, ya sea porque es un corazón que sufre abandono y soledad, ya sea que es probado en las duras purificaciones y oscuridades de los sentidos.
El otro día asistí a una catequesis sobre liberación y sanación. Básicamente todas las personas que iban a que les hicieran una oración de corte, de sanación y hacer ellas una de perdón, habían recurrido a brujos, chamanes, limpias, prácticas New Age o algo que les diera una solución inmediata a sus muchas penas.
Muchos tenían problemas laborales, otros muchos de salud, muchos sufrían porque sus familiares los habían lastimado o porque ellos mismos habían caído en alguna adicción. El padre explicó claramente por qué ir a esas cosas eran sólo engaños que tenían un costo tremendo después, pero debajo de todos esos problemas que contaban y por lo que habían ido a alguna “solución mágica” había más que ignorancia, que es mucha, había una desesperación por tratar de no sufrir.
No quiero minimizar los problemas que allí escuché, habían grandes problemas, abusos sexuales, consagraciones de brujería y masonería hechos por sus familiares, problemas tras problemas con el trabajo y las relaciones familiares.
Nuestra fe se distingue de las demás religiones por muchas cosas, pero una de las más importantes es que Jesús nos enseña a amar el sufrimiento como camino de santidad. Es una predilección de Dios poder sufrir y sufrir con amor, con paciencia, con generosidad por la salvación de nuestros hermanos, en reparación de nuestros muchos pecados y para asemejarnos con Cristo el Siervo Doliente. En fin, podemos decir que para nosotros los cristianos, como decía San Pablo “todo coopera para el bien de los que aman a Dios” (Romanos 8; 28) y no es necesariamente una maldición.
Aunque existen las maldiciones mucho depende de tu estado de gracia que te hagan daño. Sin embargo, nadie te puede hacer más daño que tu a ti mismo recurriendo a medios oscuros para obtener más dinero, amores, poder o fama porque has elegido al demonio sobre Dios. Aunque es cierto que hay almas víctimas e inocentes a las que les caen muchos problemas de gente mala y verdaderamente es casi de no creerse lo que les pasa, siempre nuestra amada Madre la Iglesia tiene el poder de dar solución o alivio con estas oraciones hechas por sacerdotes con autorización del Obispo. Pero puede sobre todo dar sentido salvífico y visión sobrenatural a estas personas, hasta que puedan decir con San Pablo: “Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí. Por eso me complazco en las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor. 12; 9-10)
La oración de intercesión de estas personas es especialmente atendida por Dios, quién ve en esta alma el rostro doliente de Cristo. Sí Dios lo permite es porque necesita almas puras y generosas dispuestas a sufrir con El y para El, a fin de ganar almas para el Cielo.
María Santísima es en estos momentos de nuestro peregrinar en el destierro hasta la casa del Padre, es consuelo de los tristes y afligidos. Ella es la Madre del pronto Socorro. Ella corre a ayudar a quién se lo solicita porque ve el rostro de su amado Jesús en cada hijo que sufre bajo el peso de su cruz. Ella sabe de dolor, pues una espada le atravesó el alma. Ella supo desde que su hijito era bebé que iban a sufrir mucho El y Ella, y con paciencia, con sencillez, con generosidad y con confianza en Dios aceptó que su amado Hijo tuviera que padecer para redimirnos a todos. Ella lejos de desanimarlo o evitarle el dolor, lo preparó, lo acompañó en persona o desde la oración y con dulzura recogió y besó su cuerpo muerto para envolverlo como alguna vez lo envolvió en pañales y para después de tanto dolor, sostener a los discípulos que temerosos vagaban sin rumbo, o se escondían por miedo a los judíos. Ella rogaba al Padre por ellos porque veía que no eran fuertes, que estaban en una oscuridad total. Era el momento más triste de la historia del mundo. Ella se podía haber encerrado en su dolor, pero estaba allí con ellos saliendo a su encuentro para confortarlos.
María no se instalaba ni en el gozo de las Anunciación sino que corría a asistir a su parienta anciana, ni se instalaba en su dolor, sino que sostenía a otros que verla así de fuerte les animaba a no enloquecer del todo por la vergüenza de haber huido y mantenerse lo más posible en la esperanza.
Pidamos a María que nos de esa generosidad de corazón para ofrecer un corazón que “ame hasta que duela” como decía Madre Teresa, que vea en todo la mano de Dios Padre que nos ama y que si nos permite sufrir es para nuestro bien y el de su Iglesia.
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