domingo, 2 de febrero de 2025

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR 2025



Homilía del Papa Francisco en las Vísperas por la Fiesta de la Presentación del Señor 2025

1 de febrero de 2025



El Papa Francisco presidió el rezo de las Vísperas en la Basílica de San Pedro por la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, reflexionando sobre la luz de la pobreza, castidad y obediencia, como llamadas a vivir el amor de Dios en el mundo.

A continuación, la homilía completa del Papa Francisco en el rezo de las Vísperas que presidió este 1 de febrero con motivo de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano:


En la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, el Papa Francisco reflexionó sobre la misión de los consagrados como portadores de luz en el mundo actual. A través de los votos de pobreza, castidad y obediencia, destacó su papel en la renovación espiritual y en la construcción de relaciones auténticas basadas en el amor y la entrega a Dios.

«Aquí estoy, yo vengo [...] para hacer, Dios, tu voluntad» (Hb 10,7). Con estas palabras, el autor de la Carta a los Hebreos manifiesta la perfecta adhesión de Jesús al plan del Padre. 

Y las leemos hoy, en la fiesta de la Presentación del Señor, Jornada mundial de la Vida Consagrada, durante el Jubileo de la Esperanza, en un contexto litúrgico caracterizado por el símbolo de la luz. Y todos ustedes, hermanas y hermanos, que escogieron el camino de los consejos evangélicos, se han consagrado, como «Esposa ante el Esposo [...] envuelta por su luz» (S. Juan Pablo II, Exhort. ap. Vita consecrata, 15), a ese mismo plan luminoso del Padre que se remonta a los orígenes del mundo.

Este plan tendrá su total cumplimiento al final de los tiempos, pero se hace visible, ya desde ahora, a través de «las maravillas que Dios realiza en la frágil humanidad de las personas llamadas» (ibíd., 20). Reflexionemos, entonces, en el modo en que, por medio de los votos de pobreza, castidad y obediencia que profesaron, ustedes también pueden ser portadores de luz para las mujeres y los hombres de nuestro tiempo.

El primer aspecto es la luz de la pobreza. Esta tiene sus raíces en la vida misma de Dios, eterno y total don recíproco del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (cf. ibíd., 21). 

En el ejercicio de la pobreza, la persona consagrada, con un uso libre y generoso de todas las cosas, se hace para estas mismas, portadora de bendición; porque manifiesta la bondad de ellas en el orden del amor, rechaza todo lo que puede ofuscar su belleza ―el egoísmo, la codicia, la dependencia, el uso violento y con objetivos de muerte― mientras abraza, en cambio, todo lo que la puede enaltecer: la sobriedad, la generosidad, el compartir, la solidaridad. 

Como dice San Pablo: «Todo es de ustedes, pero ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios» (1 Co 3,22-23).

El segundo aspecto es la luz de la castidad. También esta tiene origen en la Trinidad y manifiesta un «reflejo del amor infinito que une a las tres Personas divinas» (Vita consecrata, 21). 

Su profesión, en la renuncia al amor conyugal y en el camino de la continencia, reafirma el primado absoluto, para el ser humano, del amor de Dios, acogido con corazón indiviso y nupcial (cf. 1 Co 7,32-36), y lo indica como fuente y modelo de cualquier otro amor. Vivimos en un mundo frecuentemente marcado por formas distorsionadas de afectividad, en el que el principio de “lo que a mí me gusta” impulsa a buscar en el otro más la satisfacción de las propias necesidades que la alegría de un encuentro fecundo. 

En las relaciones, esto genera actitudes de superficialidad y precariedad, egocentrismo y hedonismo, inmadurez e irresponsabilidad moral, por lo que el esposo y la esposa de toda la vida se sustituyen con el compañero o compañera del momento; los hijos, en vez de ser acogidos como un don, se pretenden como un “derecho”, o se eliminan como un “estorbo”.

En un contexto de este tipo, frente a «una creciente necesidad de transparencia interior en las relaciones humanas» (Vita consecrata, 88) y de humanización de los vínculos entre los individuos y las comunidades, la castidad consagrada muestra al hombre y a la mujer del siglo veintiuno un camino de sanación del mal del aislamiento, en el ejercicio de una manera de amar libre y liberadora, que acoge y respeta a todos y no obliga ni rechaza a ninguno. 

¡Qué medicina para el alma es encontrar religiosas y religiosos que sean capaces de relacionarse así, con madurez y alegría! Son un reflejo del amor divino (cf. Lc 2,30-32). 

Pero para ello, es importante que en nuestras comunidades nos preocupemos por el crecimiento espiritual y afectivo de las personas, tanto en la formación inicial como en la permanente, para que la castidad revele verdaderamente la belleza del amor que se da, y no ganen terreno fenómenos destructivos como el avinagramiento del corazón o la ambigüedad de las elecciones, fuente de tristeza e insatisfacción que provoca, a veces, en los sujetos más frágiles, el desarrollo de verdaderas “dobles vidas”.

Y llegamos al tercer aspecto, que es la luz de la obediencia. También de ella nos habla el texto que hemos escuchado, presentándonos, en la relación entre Jesús y el Padre, la «belleza liberadora de una dependencia filial y no servil, rica de sentido de responsabilidad y animada por la confianza recíproca» (Vita consecrata, 21). 

Es la luz de la Palabra que se hace don y respuesta de amor, signo profético para nuestra sociedad, que tiene la tendencia de hablar mucho y escuchar poco, en la familia, en el trabajo y especialmente en las redes sociales, donde nos podemos intercambiar cantidad de palabras y de imágenes, sin llegar nunca a conocernos realmente, porque no nos interesamos los unos por los otros. 

La obediencia consagrada es un antídoto a tal individualismo solitario, promoviendo, en su lugar, un modelo relación basado en la escucha efectiva, en la que al “decir” y al “oír” sigue la concretización del “actuar”, aun a costa de renunciar a los propios gustos, programas y preferencias.

En efecto, sólo de esta manera la persona puede experimentar al máximo la alegría del don, derrotando a la soledad y descubriendo el sentido de la propia existencia en el gran plan de Dios.

Quisiera terminar recordando otro punto: el “regreso a los orígenes”, del que actualmente se habla tanto en la vida consagrada. A este respecto, la Palabra de Dios que hemos escuchado nos recuerda que el primer y más importante “regreso a los orígenes” de toda consagración, para todos nosotros, es el regreso a Cristo y a su “sí” al Padre. 

Nos recuerda que la renovación, antes que con las reuniones y las “mesas redondas” –―aunque sean muy útiles―, se realiza ante el Sagrario, en adoración, redescubriendo a las propias fundadoras y a los propios fundadores principalmente como mujeres y hombres de fe, y repitiendo con ellos, en la oración y en la entrega de sí: «Aquí estoy, yo vengo [...] para hacer, Dios, tu voluntad» (Hb 10,7). 



NADIE ESTÁ SOLO - PRESENTACIÓN DEL SEÑOR - 2 DE FEBRERO



 NADIE ESTÁ SOLO

Todavía hoy se da entre los cristianos un cierto «elitismo religioso» que es indigno de un Dios que es amor infinito. Hay quienes piensan que Dios es un Padre extraño que, aunque tiene millones y millones de hijos e hijas que van naciendo generación tras generación, en realidad solo se preocupa de verdad de sus «preferidos». Dios siempre actúa así: escoge un «pueblo elegido», sea el pueblo de Israel o la Iglesia, y se vuelca totalmente en él, dejando a los demás pueblos y religiones en un cierto abandono.


Más aún. Se ha afirmado con toda tranquilidad que «fuera de la Iglesia no hay salvación», citando frases como la tan conocida de san Cipriano, que, sacada de su contexto, resulta escalofriante: «No puede tener a Dios por Padre el que no tiene a la Iglesia por Madre».


Es cierto que el Concilio Vaticano II ha superado esta visión indigna de Dios afirmando que «él no está lejos de quienes buscan, entre sombras e imágenes, al Dios desconocido, puesto que todos reciben de él la vida, la inspiración y todas las cosas, y el Salvador quiere que todos los hombres se salven» (Lumen gentium 16), pero una cosa son estas afirmaciones conciliares y otra los hábitos mentales que siguen dominando la conciencia de no pocos cristianos.


Hay que decirlo con toda claridad. Dios, que crea a todos por amor, vive volcado sobre todas y cada una de sus criaturas. A todos llama y atrae hacia la felicidad eterna en comunión con él. No ha habido nunca un hombre o una mujer que haya vivido sin que Dios lo haya acompañado desde el fondo de su mismo ser. Allí donde hay un ser humano, cualquiera que sea su religión o su agnosticismo, allí está Dios suscitando su salvación. Su amor no abandona ni discrimina a nadie. Como dice san Pablo: «En Dios no hay acepción de personas» (Romanos 2,11).


Rechazado en su propio pueblo de Nazaret, Jesús recuerda la historia de la viuda de Sarepta y la de Naamán el sirio, ambos extranjeros y paganos, para hacer ver con toda claridad que Dios se preocupa de sus hijos, aunque no pertenezcan al pueblo elegido de Israel. Dios no se ajusta a nuestros esquemas y discriminaciones. Todos son sus hijos e hijas, los que viven en la Iglesia y los que la han dejado. Dios no abandona a nadie.

SERÁ COMO UNA BANDERA DISCUTIDA - FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR - 2 DE FEBRERO



«Será como una bandera discutida»


Simeón es un personaje entrañable. Lo imaginamos casi siempre como un sacerdote anciano del Templo, pero nada de esto se nos dice en el texto. Simeón es un hombre bueno del pueblo que guarda en su corazón la esperanza de ver un día «el consuelo» que tanto necesitan. «Impulsado por el Espíritu de Dios», sube al templo en el momento en que están entrando María, José y su niño Jesús.

 

El encuentro es conmovedor. Simeón reconoce en el niño que trae consigo aquella pareja pobre de judíos piadosos al Salvador que lleva tantos años esperando. El hombre se siente feliz. En un gesto atrevido y maternal, «toma al niño en sus brazos» con amor y cariño grande. Bendice a Dios y bendice a los padres. Sin duda, el evangelista lo presenta como modelo. Así hemos de acoger al Salvador.

 

Pero, de pronto, se dirige a María y su rostro cambia. Sus palabras no presagian nada tranquilizador: «Una espada te traspasara el alma». Este niño que tiene en sus brazos será una «bandera discutida»: fuente de conflictos y enfrentamientos. Jesús hará que «unos caigan y otros se levanten». Unos lo acogerán y su vida adquirirá una dignidad nueva: su existencia se llenará de luz y de esperanza. Otros lo rechazarán y su vida se echará a perder. El rechazo a Jesús será su ruina.

 

Al tomar postura ante Jesús, «quedará clara la actitud de muchos corazones». El pondrá al descubierto lo que hay en lo más profundo de las personas. La acogida de este niño pide un cambio profundo. Jesús no viene a traer tranquilidad, sino a generar un proceso doloroso y conflictivo de conversión radical.

 

Siempre es así. También hoy. Una Iglesia que tome en serio su conversión a Jesucristo, no será nunca un espacio de tranquilidad sino de conflicto. No es posible

una relación más vital con Jesús sin dar pasos hacia mayores niveles de verdad. Y esto es siempre doloroso para todos.

 

Cuanto más nos acerquemos a Jesús, mejor veremos nuestras incoherencias y desviaciones; lo que hay de verdad o de mentira en nuestro cristianismo; lo que hay de pecado en nuestros corazones y nuestras estructuras, en nuestras vidas y nuestras teologías.

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P. José Antonio Pagola  

EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 2 DE FEBRERO DE 2025 - LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR



 2 de febrero: La Presentación del Señor

Domingo 2 de febrero de 2025




1ª Lectura (Mal 3,1-4): Así dice el Señor: «Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar —dice el Señor de los ejércitos. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos».



Salmo responsorial: 23

R/. El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria.

¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria.


¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, héroe valeroso; el Señor, héroe de la guerra.


¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria.


¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, Dios de los ejércitos. Él es el Rey de la gloria.

2ª Lectura (Heb 2,14-18): Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos. Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella.

Versículo antes del Evangelio (Lc 2,32): Aleluya. Tú eres, Señor, la luz que alumbra a las naciones y la gloria de tu pueblo, Israel. Aleluya.

Texto del Evangelio (Lc 2,22-40): Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.


Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.


Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».


Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.




«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación»

Rev. D. Lluís RAVENTÓS i Artés

(Tarragona, España)




Hoy, aguantando el frío del invierno, Simeón aguarda la llegada del Mesías. Hace quinientos años, cuando se comenzaba a levantar el Templo, hubo una penuria tan grande que los constructores se desanimaron. Fue entonces cuando Ageo profetizó: «La gloria de este templo será más grande que la del anterior, dice el Señor del universo, y en este lugar yo daré la paz» (Ag 2,9); y añadió que «los tesoros más preciados de todas las naciones vendrán aquí» (Ag 2,7). Frase que admite diversos significados: «el más preciado», dirán algunos, «el deseado de todas las naciones», afirmará san Jerónimo.


A Simeón «le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor» (Lc 2,26), y hoy, «movido por el Espíritu», ha subido al Templo. Él no es levita, ni escriba, ni doctor de la Ley, tan sólo es un hombre «justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel» (Lc 2,25). Pero el Espíritu sopla allí donde quiere (cf. Jn 3,8).


Ahora comprueba con extrañeza que no se ha hecho ningún preparativo, no se ven banderas, ni guirnaldas, ni escudos en ningún sitio. José y María cruzan la explanada llevando el Niño en brazos. «¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el rey de la gloria!» (Sal 24,7), clama el salmista.


Simeón se avanza a saludar a la Madre con los brazos extendidos, recibe al Niño y bendice a Dios, diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,29-32).


Después dice a María: «¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35). ¡Madre!, —le digo— cuando llegue el momento de ir a la casa del Padre, llévame en brazos como a Jesús, que también yo soy hijo tuyo y niño.

FELIZ DOMINGO!!!! PRESENTACIÓN DEL SEÑOR - 2 DE FEBRERO





 

viernes, 31 de enero de 2025

EL LLAMADO MÁS VALIENTE: SER SACERDOTE





 

SAN JUAN BOSCO, 31 DE ENERO



Juan Bosco, Santo

Memoria Litúrgica, 31 de enero

Por: P. Ángel Amo | Fuente: Catholic.net




Presbítero y Fundador

Martirologio Romano: Memoria de san Juan Bosco, presbítero, el cual, después de una niñez áspera, fue ordenado sacerdote y en la ciudad de Turín, en Italia, se dedicó con todas sus fuerzas a la formación de adolescentes. Fundó la Sociedad Salesiana y, con la ayuda de santa María Dominica Mazzarello, el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, para enseñar oficios a la juventud e instruirles en la vida cristiana. Lleno de virtudes y méritos, voló al cielo en este día en la ciudad de Turín, en Italia (1888).


Fecha de canonización: 1 de abril de 1934 por el Papa Pío XI.


Breve Biografía

San Juan Bosco nació el 16 de agosto de 1815 en Castelnuovo de Asti, y recibió de su madre Margarita Occhiena una sólida educación cristiana y humana. Dotado de inteligencia, memoria, voluntad y agilidad física no comunes, desde niño fue seguido por sus coetáneos, a quienes organizaba juegos que interrumpía al toque de las campanas para llevarlos a la iglesia. Fue ordenado sacerdote en Turín en 1841, y allí comenzó su actividad pastoral con San José Cafasso.

Su programa, o mejor, su pasión era la educación de los jóvenes, los más pobres y abandonados. Reunió un grupito que llevaba a jugar, a rezar y a menudo a comer con él. La incómoda y rumorosa compañía de Don Bosco (así se lo llamaba y se lo llama familiarmente) tenía que estar cambiando de lugar continuamente hasta que por fin encontró un lugar fijo bajo el cobertizo Pinardi, que fue la primera célula del Oratorio. Con la ayuda de mamá Margarita, sin medios materiales y entre la persistente hostilidad de muchos, Don Bosco dio vida al Oratorio de San Francisco de Sales: era el lugar de encuentro dominical de los jóvenes que quisieran pasar un día de sana alegría, una pensión con escuelas de arte y oficios para los jóvenes trabajadores, y escuelas regulares para los estudios humanísticos, según una pedagogía que sería conocida en todo el mundo como “método preventivo” y basada en la religión, la razón y el amor. “La práctica del método preventivo se base toda en las palabras de San Pablo que dice: La caridad es benigna y paciente; sufre todo, pero espera todo y aguanta todo”.

Para asegurar la continuidad de su obra, San Juan Bosco fundó la Pía Sociedad de San Francisco de Sales (los Salesianos) y Hijas de María Auxiliadora (las Salesianas). Fue un fecundísimo escritor popular, fundó escuelas tipográficas, revistas y editoriales para el incremento de la prensa católica, la “buena prensa”. Aunque ajeno a las luchas políticas, prestó su servicio como intermediario entre la Santa Sede, el gobierno italiano y la casa Saboya.

Fue un santo risueño y amable, se sentía “sacerdote en la casa del pobre; sacerdote en el palacio del Rey y de los Ministros”. Buen polemista contra la secta de los Valdeses, según la mentalidad del tiempo, nunca se avergonzó de sus amistades con los protestantes y los hebreos de buena voluntad: “Condenamos los errores, escribió en el “Católico”, pero respetamos siempre a las personas”. San Juan Bosco murió el 31 de enero de 1888 y fue canonizado por Pío XI en 1934. 

EL EVANGELIO DE HOY VIERNES 31 DE ENERO DE 2025 - SAN JUAN BOSCO


 

Viernes 3 del tiempo ordinario

Viernes 31 de enero de 2025



1ª Lectura (Heb 10,32-39): Hermanos: Recordad aquellos días primeros, en los que, recién iluminados, soportasteis múltiples combates y sufrimientos: unos, expuestos públicamente a oprobios y malos tratos; otros, solidarios de los que eran tratados así. Compartisteis el sufrimiento de los encarcelados, aceptasteis con alegría que os confiscaran los bienes, sabiendo que teníais bienes mejores y permanentes.


No renunciéis, pues, a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa. Os hace falta paciencia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa. «Un poquito de tiempo todavía y el que viene llegará sin retraso; mi justo vivirá por la fe, pero si se arredra le retiraré mi favor». Pero nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma.



Salmo responsorial: 36

R/. El Señor es quien salva a los justos.

Confía en el Señor y haz el bien: habitarás tu tierra y reposarás en ella en fidelidad; sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón.


Encomienda tu camino al Señor, confía en él, y él actuará: hará tu justicia como el amanecer, tu derecho como el mediodía.


El Señor asegura los pasos del hombre, se complace en sus caminos; si tropieza, no caerá, porque el Señor lo tiene de la mano.


El Señor es quien salva a los justos, él es su alcázar en el peligro; el Señor los protege y los libra, los libra de los malvados y los salva porque se acogen a él.

Versículo antes del Evangelio (Cf. Mt 11,25): Aleluya. Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla. Aleluya.

Texto del Evangelio (Mc 4,26-34): En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega».

Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado.


«El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano (...y) la tierra da el fruto por sí misma»

Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells

(Salt, Girona, España)


Hoy Jesús habla a la gente de una experiencia muy cercana a sus vidas: «Un hombre echa el grano en la tierra (...); el grano brota y crece (...). La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga» (Mc 4,26-28). Con estas palabras se refiere al Reino de Dios, que consiste en «la santidad y la gracia, la Verdad y la Vida, la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey), que Jesucristo nos ha venido a traer. Este Reino ha de ser una realidad, en primer lugar, dentro de cada uno de nosotros; después en nuestro mundo.


En el alma de cada cristiano, Jesús ha sembrado —por el Bautismo— la gracia, la santidad, la Verdad... Hemos de hacer crecer esta semilla para que fructifique en multitud de buenas obras: de servicio y caridad, de amabilidad y generosidad, de sacrificio para cumplir bien nuestro deber de cada instante y para hacer felices a los que nos rodean, de oración constante, de perdón y comprensión, de esfuerzo por conseguir crecer en virtudes, de alegría...


Así, este Reino de Dios —que comienza dentro de cada uno— se extenderá a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestra sociedad, a nuestro mundo. Porque quien vive así, «¿qué hace sino preparar el camino del Señor (...), a fin de que penetre en él la fuerza de la gracia, que le ilumine la luz de la verdad, que haga rectos los caminos que conducen a Dios?» (San Gregorio Magno).


La semilla comienza pequeña, como «un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas» (Mc 4,31-32). Pero la fuerza de Dios se difunde y crece con un vigor sorprendente. Como en los primeros tiempos del cristianismo, Jesús nos pide hoy que difundamos su Reino por todo el mundo.




Texto del Evangelio (Mt 18,1-5): En una ocasión se acercaron a Jesús los discípulos y le dijeron: «¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos?». Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: «Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos. Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe».



«Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos»

P. Julio César RAMOS González SDB

(Mendoza, Argentina)



Hoy celebramos la memoria de san Juan Bosco (1815-1888), presbítero y fundador de la Sociedad de San Francisco de Sales (Salesianos de Don Bosco).


Las palabras de Jesús nos abren la puerta a una antigua y, a la vez, nueva visión de lo que es ser «mayor en el Reino de los Cielos» (Mt 18,1); visión que nosotros, hoy, debemos recuperar desde el Evangelio, y convertirnos. «Si no cambiáis y os hacéis como niños», es decir, si no nos convertimos de la visión de este mundo de supremacía del poder, de imposición violenta, de abuso de autoridad, «no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mt 18,3). Por tanto, el que se haga "pequeño", esto es humilde, sencillo, pobre, necesitado «ése es el mayor en el Reino de los Cielos» (Mt 18,4).


San Juan Bosco a los nueve años recibe en un sueño su vocación. Allí, Juanito encontrándose en medio de una violenta gresca infantil, recibe la llamada de Jesús por su nombre y le dice: «Juan, no con golpes, sino con bondad y mansedumbre lograrás ganarte a estos...». Y, ¡vaya si aprendió de tal forma en su vida este método del amor!, que invitaba a sus seguidores -luego como experimentado educador- a «tratar de amar lo que aman los jóvenes, para que luego, ellos amen lo que tú amas», es decir, abájate para poder elevar, acércate para poder asumir, hazte pequeño, para hacer que ellos logren ser grandes.


Pidamos hoy día al Señor que nos guíe, como lo hizo con san Juan Bosco, a seguir su camino de amor paciente y anonadamiento redentor, para salvar a la humanidad, especialmente a la juventud, «la porción más delicada y valiosa de la sociedad humana», como diría el santo educador.



5 CURIOSIDADES SOBRE SAN JUAN BOSCO




 

HOY CELEBRAMOS A SAN JUAN BOSCO - 31 DE ENERO - IMÁGENES DE SAN JUAN BOSCO







 



domingo, 19 de enero de 2025

ALEGRÍA Y AMOR - MEDITACION DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 19 DE ENERO DE 2025



Alegría y amor


Según el evangelista Juan, Jesús fue realizando signos para dar a conocer el misterio encerrado en su persona y para invitar a la gente a acoger la fuerza salvadora que traía consigo. ¿Cuál fue el primer signo? ¿Qué es lo primero que hemos de encontrar en Jesús?

 

El evangelista habla de una boda en Caná de Galilea, una pequeña aldea de montaña, a quince kilómetros de Nazaret. Sin embargo, la escena tiene un carácter claramente simbólico. Ni la esposa ni el esposo tienen rostro: no hablan ni actúan. El único importante es un «invitado» que se llama Jesús.

 

Las bodas eran en Galilea la fiesta más esperada y querida entre las gentes del campo. Durante varios días, familiares y amigos acompañaban a los novios comiendo y bebiendo con ellos, bailando danzas de boda y cantando canciones de amor. De pronto, la madre de Jesús le hace notar algo terrible: «no les queda vino». ¿Cómo van a seguir cantando y bailando?

 

El vino es indispensable en una boda. Para aquellas gentes, el vino era, además, el símbolo más expresivo del amor y la alegría. Lo decía la tradición: «El vino alegra el corazón». Lo cantaba la novia a su amado en un precioso canto de amor: «Tus amores son mejores que el vino». ¿Qué puede ser una boda sin alegría y sin amor? ¿Qué se puede celebrar con el corazón triste y vacío de amor?

 

En el patio de la casa hay «seis tinajas de piedra». Son enormes. Están «colocadas allí», de manera fija. En ellas se guarda el «agua» para las purificaciones. Representan la piedad religiosa de aquellos campesinos que tratan de vivir «puros» ante Dios. Jesús transforma el agua en vino. Su intervención va a introducir amor y alegría en aquella religión. Esta es su primera aportación.

 

¿Cómo podemos pretender seguir a Jesús sin cuidar más entre nosotros la alegría y el amor? ¿Qué puede haber más importante que esto en la Iglesia y en el mundo? ¿Hasta cuándo podremos conservar en «tinajas de piedra» una fe triste y aburrida? ¿Para qué sirven todos nuestros esfuerzos, si no somos capaces de introducir amor en nuestra religión? Nada puede ser más triste que decir de una comunidad cristiana: «No les queda vino».

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P. José Antonio Pagola  

EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 19 DE ENERO DE 2025


 Domingo 2 (C) del tiempo ordinario

Domingo 19 de enero de 2024



1ª Lectura (Is 62,1-5): Por amor a Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha. Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios. Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi predilecta», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo. Como un joven se desposa con una doncella, así te desposan tus constructores. Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo.



Salmo responsorial: 95

R/. Contad las maravillas del Señor a todas las naciones.

Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre.


Proclamad día tras día su victoria. Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones.


Familias de los pueblos, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor.


Postraos ante el Señor en el atrio sagrado, tiemble en su presencia la tierra toda. Decid a los pueblos: «El Señor es rey: él gobierna a los pueblos rectamente».

2ª Lectura (1Cor 12,5-11): Hermanos: Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común. Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A éste le ha concedido hacer milagros; a aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas. El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.

Versículo antes del Evangelio (2Tes 2,14): Aleluya. Dios nos ha llamado, por medio del Evangelio, a participar de la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Aleluya.

Texto del Evangelio (Jn 2,1-12): En aquel tiempo, se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino». Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga».

Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. «Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala». Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora».

Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en Él sus discípulos. Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.




«Estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos»

Rev. D. Enric PRAT i Jordana

(Sort, Lleida, España)


Hoy, contemplamos los efectos saludables de la presencia de Jesús y de María, su Madre, en el corazón de los acontecimientos humanos, como en el caso que nos ocupa: «En aquel tiempo, se celebraron unas bodas en Caná de Galilea. Estaba allí la madre de Jesús. También fue invitado Jesús, junto con sus discípulos» (Jn 2,1-2).


Jesús y María, con una intensidad diferente, hacen presente a Dios en cualquier lugar donde estén y, donde está Dios, allí hay amor, gracia y milagro. Dios es el bien, la verdad, la belleza, la abundancia. Cuando el sol despliega sus rayos en el horizonte, la tierra se ilumina y recibe calor, y toda vida trabaja para producir su fruto. Cuando dejamos que Dios se acerque, el bien, la paz y la felicidad crecen sensiblemente en los corazones, quizás fríos o dormidos hasta entonces.


La mediación que Dios ha escogido para hacerse presente entre los hombres y comunicarse profundamente con ellos, es Jesucristo. La obra de Dios llega al corazón del mundo por la humanidad de Jesucristo y, secundariamente, por la presencia de María. Poco sabían los novios de Caná a quién habían invitado a su boda. La invitación respondía probablemente a algún vínculo de amistad o parentesco. En aquellos momentos, Jesús todavía no había hecho ningún milagro y la importancia de su persona era desconocida.


Él aceptó la invitación porque está a favor de las relaciones humanas principales y sinceras, y se sintió atraído por la honestidad y buena disposición de aquella familia. Así, Jesús hizo presente a Dios en aquella celebración familiar. Allí, «en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales» (Jn 2,11) prodigiosas y allí el Mesías «abrió el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente» (San Juan Pablo II).


Aproximémonos también nosotros a la humanidad de Jesús, tratando de conocer y amar más y de manera progresiva su trayectoria humana, escuchando su palabra, creciendo en fe y confianza, hasta ver en Él el rostro del Padre.

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